Capitulo veintitres

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La caída

El caos estaba sobre él. 

Caía y caía sobre su cuerpo con un fuerte presión, dispuesto a ahogarlo, a enterrarlo vivo y no soltarle hasta la llegada de la dulce y liberadora muerte. 

Los gritos ascendían ahora hasta su posición y solo era capaz de escuchar eso a la vez que penetraba hasta sus fosas nasales, el olor a carne quemada. Miró el peso que tenía entre sus brazos y fijó la mirada perdida en el cuerpo de Fíren. Los ojos de su primo miraban el infinito, vidriosos y desenfocados. Nïan, temblando después de la gran perdida de energía - aunque no todo aquel temblor se debía a eso -, cerró los parpados de su amigo y sollozó sin importarle lo que había a su alrededor.

Todo aquello debía de ser una mala pesadilla, no podía ser real.

Abrió los ojos para ver el humo ascender ante su mirada desenfocada y borrosa. Los sonidos eran ahora más cercanos, más audibles que antes. El atacante enemigo avanzaba a gran paso subiendo piso por piso para destruirlo todo sin piedad. El príncipe guió sus globos oculares hasta los cadáveres de los asesinos de su primo. Aquellos guerreros estaban completamente desfigurados y con los cuerpos prácticamente reventados. Los contempló ensimismado en una especie de trance macabro. Aquella vista era atrayente por lo horrible que era.

Y él había sido el artífice.

Todo estaba lleno de sangre, vísceras, órganos desparramados aquí y allá y pedazos de carne. El dragón de su interior miró la escena con regocijo al saber que había hecho justicia y se relamía las garras amenazadoramente para que cualquier nuevo atacante ,se lo pensara dos veces antes de atreverse a mirarle siquiera. Pero el pequeño Nïan estaba asustado y paralizado. Era incapaz de pensar con raciocinio, siquiera con algún tipo de coherencia. Solo era conciente del cuerpo sin vida de Fíren.

De nada más.

- ¡Kanian!

Su nombre.

Alguien lo había llamado.

“Madre.”

- ¡Kanian! - Criselda, con la voz crispada por el miedo, se acercó corriendo hacia él con una espada en la mano y el vestido quemado por el dobladillo de la falda hasta casi las rodillas.

La reina se detuvo frente a él perlada de sudor y con algún que otro rasguño en los brazos y en las piernas. Él apartó la mirada del cadáver de Fíren cuando su madre colocó sus manos sobre sus brazos consoladoramente. Nïan fijó sus iris azules desesperados a los jade de su madre y ella le abrazó con fuerza mientras contenía un sollozo. En unos pocos segundos, Nïan se abandonó de si mismo para dejar que parte de su dolor se disipara con el calor de su madre.

Pero no había tiempo para consuelos.

Aún no.

Criselda cogió a su sobrino con dulzura y una sonrisa en sus labios, antes de depositarlo a un lado y darle un beso en la tibia mejilla pero poco rosada del hijo de su hermano. Después, con una irresoluta determinación, se levantó y dijo con voz segura y fuerte:

- Kanian ven aquí - lo llamó. 

Él fue.

- ¿Dónde está padre?

- Luchando en los pisos inferiores. Pronto se reunirá con nosotros.

Los dos corrieron por el pasillo hasta el centro de la sexta planta. Los elevadores estaban inutilizados y por ello el único método de llegar a cualquier piso del palacio era vía las escaleras de caracol. Su madre con un ritmo frenético, lo guió hasta la octava planta. Allí parecía no haber caos ni tampoco luchas de ningún tipo. Lo que si habían era una gran multitud de nobles de Sirakxs ataviados con sus armaduras de combate que parecían escamas brillantes de dragones de infinitos colores.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora