Capitulo seis

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El plan del destino

Galidel miró por última vez el rostro sereno y profundamente dormido de su hermano menor. Gia estaba posicionado de lado en su camastro, con la sabana hasta el cuello. La joven acercó sus dedos a su cabello castaño rojizo que en la oscuridad tomaba un tono caoba muy profundo. Acaricio algunos mechones sin importarle  que su gemelo despertara.

No lo haría.

Se había cerciorado muy bien para que ni su hermano ni su abuela se despertasen por un casual antes de haber podido escapar de la guarida y estar a mil leguas de distancia. En la cena - que ella misma les había preparado con sumo gusto - había esparcido unas semillas somníferas mezcladas con sésamo, pipas de girasol y comino en un pan redondo tremendamente apetitoso que se había encargado ella misma de amasar.

Por supuesto ella no probó el pan - atribuyendo que no le apetecía al estar algo desganada - y tubo que hacer un gran esfuerzo por no sonreír en demasía cada vez que sus dos únicos familiares comían, sin saber, aquel pan adulterado.

No tardaron mucho en hacer efecto aquellas semillas que pocos conocían y que ella había recolectado muy cerca del territorio de los Golems. La abuela y su hermano manifestaron su cansancio más pronto de lo normal y se fueron pronto a la cama, cosa que ella imitó para no levantar sospechas por quedarse despierta cuando - normalmente -, solían acostarse a la par.

Fingiendo estar dormida, Gali esperó a que los dos estuviesen profundamente dormidos para levantarse. Y, ahora, había llegado el momento de continuar con su plan. Apartó la mano del sedoso cabello de Giadel y se acercó a su abuela para contemplarla con cierta culpabilidad por hacer lo que estaba dispuesta a hacer. Pero era la única manera para hacerle comprender que era valiente y fuerte; dos cualidades que eran indispensables para ser elegido en misiones. La joven apretó los puños dándole la espalda a las dos personas más importantes de su vida y se marchó del iglú.

Miró a derecha e izquierda antes de salir del habitáculo y dirigirse a la primera parada de aquella noche. Caminando con sigilo, se encaminó a uno de los cientos de pasillos sin salida de la cueva montañosa, pero ese en particular tenia un secreto que solo ella conocía. En la pared - si se tenía buena vista - se podía vislumbrar una grieta lo suficientemente ancha para introducir cosas en ella. Hacía muchos años que había descubierto aquel magnifico escondite que  había bautizado como “la grieta de los secretos”. En su niñez allí había escondido dulces, piedras brillantes y algunas muñecas que no deseaba compartir con las demás niñas.

Pero ahora había escondido su equipaje.

Galidel metió la mano dentro de la grieta y sacó su petate atado con dos cintas de cuero. Se pasó las cintas por los brazos y se marchó deshaciendo el camino para hacer la segunda parada de la noche. Los pasillos no estaban completamente desiertos por las noches pero todo habitante de las montañas conocía el itinerario y la ruta que cada guardia seguía, al igual que el horario y los cambios de turno. A ella, en verano, solía tocarle patrullar y por eso podía ir tranquila - aunque dando rodeos - para dirigirse a la sala del consejo de ancianos.

Las patrullas eran para posibles intrusos, no para los habitantes del lugar.

La muchacha esperó a que Negel, el estúpido amigo de su hermano, se alejase por el pasillo paralelo y se escabulló hasta la puerta de entrada de la sala. Sacó una ganzúa de uno de los dos saquillos que portaba enganchados en su cinturón y abrió el pestillo sin esfuerzo. Entró sin dilación a la cámara oscura y esperó a que los ojos se acostumbraran un poco a la oscuridad reinante. Visualizó en su mente la distribución de la habitación y se movió con las manos hacia delante, tanteando con sumo cuidado el terreno.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora