Capitulo ocho

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Descubrimientos inesperados

Todas las miradas de la mesa estaban puestas sobre él mientras apretaba con suma ligereza el cubilete de sus manos. Agitó con suavidad el cubilete de metal con los dos dados de madera barnizada de su interior y lo puso boca bajo de un golpe seco. El piano de la taberna sonaba con un canto terriblemente torrencial, como si el artista estuviese arrancándole las teclas al piano en vez de tocarlas y eso ponía nervioso a más de uno.

No a él.

Esa música concordaba muy bien - demasiado - con su alma y lo embriagaba con una sensación de paz consigo mismo a la vez que hacía que se sintiese a gusto dentro de aquel tugurio. Pero no a todos los allí presentes les sucedía lo mismo. Tanto peor para ellos.

- Vamos - apremió uno de sus compañeros de mesa, un hombre fornido y trabajador del campo -, levanta.

Kanian hizo un amago de sonrisa mientras levantaba el cubilete con mucha parsimonia sin dignarse a mirar los dados; ya sabía que había sacado.

- He ganado - dijo cuando todos vieron la superficie del dado. Había saco dos dobles.

- ¡No puede ser! - gritó uno con cara de sapo por la cantidad de verrugas que poseía su rostro.

- Otros dos dobles - masculló otro pegando un manotazo en la mesa.

Las monedas se levantaron un poco por la fuerza de la gravedad pero cayeron de nuevo por su propio peso antes de que el joven dragón las cogiera con aire distraído.

- Ya os advertí que era mejor no seguir jugando - dijo Kanian con serenidad.

Los cuatro últimos días había estado recorriendo las distintas tabernas de una ciudad costera llama Aseri. Había llegado a ella metido de polizón en un barco de mercancías - en el cual encontró unas botas de su talla y una capa de buena calidad - y desde entonces había recorrido las calles buscando algún modo de conseguir dinero, tarea ardua ya que él no sabía hacer nada salvo combatir con las manos o con armas y todo y con ello, estaba muy desentrenado. Pero entonces vio los juegos, aquello que los hombres hacían para pasar el rato y gorronear algunas monedas entre compañeros.

Los juegos de mesa no era una modalidad demasiado frecuente que reinase en Arakxis. Los Hijos del Dragón solían entretenerse luchando, entrenando, paseando, montando a caballo o bebiendo hasta caer sin sentido. Rara vez jugaban a las cartas o a las damas, pero en Senara era una costumbre muy corriente y puede que ahora se jugara de aquel modo por todo el continente.

Al principio, el príncipe no tubo más remedio que mirar en silencio el proceso de aquellos juegos porque él no los entendía - solo sabía jugar a las damas y al ajedrez - y cuando entendió la temática comenzó a probar.

- Debes apostar dinero antes de jugar mozuelo - le dijo un hombre de dientes torcidos y ancho de hombros con un trozo de regaliz en la boca.

Al joven le sobresaltó el dialecto, el acento y las rudas palabras de aquella gente tan pobre e inculta, pero no tardó mucho en acostumbrarse; en su cautiverio nunca le habían hablado con demasiada amabilidad. 

- No tengo dinero - dijo con naturalidad.

El hombre escupió a un lado.

- Pues sin dinero no se juega. Largo - lo espantó. 

Pero él no se fue.

- Quiero jugar.

Los tres hombres reunidos estallaron en carcajadas.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora