Capitulo treinta y siete

7.9K 555 21
                                    

La sanadora del bosque

La vista era espectacular y, a pesar de todo, Araghii era hombre que sabía cuando disfrutar de los momentos que otorgaba la vida y ese era uno de esos instantes que valían la pena guardar en la memoria.

El sol estaba ya en la posición baja de la media tarde y desde el cielo todo se veía de un modo distinto; como si toda la tierra te cogiera en la palma de las manos, como si fueras el dueño y señor de cada brizna de hierba, de cada cadena montañosa; de toda la flora y fauna dejada allí por la madre Tierra. Pero si algo también era el contrabandista, era hombre sencillo y su avaricia abarcaba más las cosas simples que las cosas complicadas y ser el amo y señor de un continente, era demasiada tarea para él. Un comedero de cabeza.

No, él siempre se había conformado con poco; con las migajas de los demás. Aquellas que les venía bien desprenderse y que él recolectaba para poder sobrevivir. Porque esa era la primera lección que se debía aprender cuando uno debía vivir en las calles, talento que en un principio, Araghii no quiso comprender y que hubo de aceptar a fuerza de golpes en Gronle.

Y ahora también pretendía conformarse porque la gloria no era para un hombre como él. 

Araghii no era ningún héroe y lo sabía. Tampoco pretendía serlo.

No había sido un acto heroico el que lo había empujado a unirse a Kanian, como tampoco había sido el de hacerse con el oro del rey. ¿Entonces por qué? ¿Por qué había abandonado la seguridad de su guarida y pretendía dejar su oficio para internarse en cruentas luchas? ¿Qué le había hecho tomar la decisión de poner su vida en peligro aquella tarde? ¿Qué sentimiento o idea lo había empujado para que se dirigirse a Queresarda en aquel infernal dragón mecánico que le tenía los brazos doloridos y las fuerzas cada vez más mermadas?

Otro gesto sencillo: ayudar.

- ¿Cómo vas ahí detrás amigo? - preguntó a Sanguijuela.

Éste, que estaba sentado tras la mujer - pendiente por si ella perdía el equilibrio en algún momento - dejó escapar una de sus típicas risas risueñas. Porque si Araghii era sencillo, Sanguijuela era actor. Un perfecto camuflador de emociones y sentimientos. Una sonrisa hermosa y totalmente carente de autenticidad brillaba siempre en su rostro embaucando a cualquiera que no le conociese bien. Pero él le conocía perfectamente y sabía qué comportaba aquella musical carcajada.

- Estoy bien - respondió con una alegría prácticamente auténtica pero que Araghii sabía que era totalmente falsa.

- No lo creo - le respondió -. Yo estoy fatal y eso que solo tengo agujetas por todos lados y unas malditas agujas clavadas en mis brazos. Por Urano; no sé como esos mamarrachos pueden soportar esta tortura de buen grado.

- Supongo que todo es acostumbrarse - comentó su compañero.

Desde luego una gran verdad, algo que él había aprendido en Gronle y que había supuesto su segunda lección. Y fue mucho más fácil de aprender que la primera porque si algo bueno otorgaron los dioses a los seres mortales, era precisamente la habilidad de adaptarse a todos los medios de vida posibles.

- Tienes razón - coincidió.

- Desde luego que sí, jefe y te lo digo por buen conocimiento de causa.

- ¿A caso tú no has sentido nada con estas dichosas agujas dentro?

Miró a su compañero de reojo que tenía las manos colocadas en la cintura de Chisare. La mujer se encontraba prácticamente inconsciente pero aún poseía cierto grado de lucidez para sujetarse con cierta fuerza a Araghii. Sus brazos le rodeaban completamente la cintura y su cabeza reposaba en su musculosa espalda morena perlada de cicatrices. La presencia y el peso de la mujer le reconfortaban. Hacía bastante tiempo que no había disfrutado de la cercanía de una mujer hermosa - y ésta lo era con creces - y, aunque solo fuese por su cercanía, él saboreaba el momento.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora