¿Cómo empezó? Con cervezas y un vampiro

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Bien, se preguntaran como termine en esa situación. Es una larga historia, pero empezó hace un año, en el verdadero primer día de vacaciones.

Las clases habían terminado y no tendríamos que preocuparnos de ellas por todo el verano. El primer día de vacaciones. Genial. Recuerdo la ceremonia, aburrida como siempre, donde les entregaban los diplomas y los reconocimientos a los empollones, a los deportistas cerebro de mosquitos y a alguno que otro que no tenía nada mejor que hacer en las mañanas que llegar cinco minutos antes al instituto. Creo que me quede dormido un momento pero les aseguro que no me perdí de nada interesante. Después la directora dijo unas palabras, ya saben, ese "pequeño y corto" discurso que suele durar más de media hora, para invitarnos a seguir nuestras metas, nuestros sueños y bla bla bla. Me sentí liberado de salir de allí.

Despedidas, abrazos, fotos. La clásica cursilería de fin de curso, aunque no me negué a las fotos con el equipo de porristas. Encontré a Alex con las porristas, invitándolas a la fiesta de fin de año. No era de sorprenderse, todos los años había una, era una especie de tradición. Este año sería en el descampado, a las afueras de la ciudad, como en cada fin de periodo.

Si tomabas la carretera hacia el norte, tras unos kilómetros podías notar un camino sin pavimentar y un poco más adelante llegabas a una construcción abandonada. Al parecer iba a ser un edificio pequeño, un supermercado o tal vez una escuela, nadie lo sabía de cierto, la construcción había sido olvidada, dejando solo la estructura, los cimientos y un bosque de hormigón y vigas. En algún momento, los constructores pusieron una carpa gigante a modo de techo y, aunque no lo crean, allí continuaba. Las fiestas allí eran frecuentes, solo necesitabas algunos autos con un buen sistema de sonido, algo de alcohol y botanas y listo. Además estaba lo suficientemente cerca de la civilización como para que nuestros padres lo permitieran, y lo suficientemente lejos como para molestar a algún vecino cascarrabias por el ruido.

Quedamos de vernos al día siguiente en su casa, a las seis de la tarde. Pasaríamos por unas cervezas y recogeríamos a algunos amigos. Después de eso ¡a divertirse!

Arreglado el asunto, me fui con mi familia quienes me esperaban para ir a comer. Mi padre, Julián, era aún más alto que yo. Tenía el cabello negro con algunas canas aquí y allá. A sus cincuenta años se veía bastante más joven y en buena forma, musculoso de hecho, aunque ya una barriga se dejaba ver producto de sus regulares bocadillos nocturnos. A pesar de su carácter bromista, su rostro era severo. Incluso sus ojos verdes resultaban muchas veces intimidantes. Mi madre también se veía joven y su cabello no tenía una sola cana. Su nombre era Isabel. Era tres años menor que mi papá y casi treinta centímetros más baja. Su rostro ya tenía arrugas propias de su edad, pero dudo que hubiera otro rostro que se viera tan amable. Tenía los ojos cafés, igual a los míos, que miraban con dulzura y cariño. Solía ser muy nerviosa y se preocupaba por todos. Cuando sonreía sus ojos se entrecerraban con alegría. Y claro, mis pequeñas hermanas, Laura y Belén. Dolor de cabeza uno y dos. Ambas eran morenas y altas para su edad. La mayor era lacia, delgada y como mi papá tenía un rostro serio, aunque en realidad era muy tranquila y divertida. A sus quince años, era la prudencia y obediencia personificadas. Responsable y una gran confidente. Tenía el cabello largo y negro. Era quien me regañaba por desordenado, flojo y demás. Mi otra hermana tenía el mismo rostro, afilado y atractivo pero alli terminaba todo el parecido. Trece años y podía hacer que la Madre Teresa perdiera la paciencia. Nunca escuchaba y era un completo desorden. Tenía un cabello rizado, casi chino hasta la mitad de la espalda. De trece años se empezaba a adivinar la mujer que sería, pero aun conservaba detalles infantiles en sus facciones. Era desesperante. Fue la primera en irme a abrazar cuando termino la ceremonia.

-¿Por qué a ti no te dan ningún reconocimiento? Eres el primer chimpance que sale de una escuela- Se los dije. Desesperante.

Aunque el comentario fue una broma, si note el rostro de mis padres cambiar de una sonrisa a una mueca de decepción, aunque solo fuese por un segundo. Odiaba eso, así que hice lo más normal del mundo: me desquite cargando a mi hermanita como costal de papas.

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