#16: El Diablo

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—¿Por qué no vienes aquí? —me preguntó Ava cuando habíamos terminado nuestro almuerzo

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—¿Por qué no vienes aquí? —me preguntó Ava cuando habíamos terminado nuestro almuerzo.

Le había dicho que Io vendría con Ángel y eso la había alegrado. Se notaba que también la ponía nerviosa, pero me había dicho que estaba intentando sobreponerse a la timidez, así que decidí no presionarla preguntándole como se sentía. En vez de eso había dedicado la hora de la comida a enseñarle mis mazo de cartas del Tarot, que, aunque estaban gastadas y viejas, era muy bonito. Aunque se notaba que Ava no entendía nada de lo que estaba diciéndole, parecía tener verdadera curiosidad, por lo que me sorprendió que me interrumpiera para preguntar algo que ni siquiera tenía sentido.

—¿Aquí dónde? —dije sin comprender.

—Pues aquí —sonrió, indicando su falda—. Quiero tenerte más cerca.

Era evidente que le había costado soltar esa última frase, porque no me miraba a los ojos. Lo cierto es que yo tampoco podía, aunque no por la misma razón.

—¿Estás loca? —me alarmé.

—¿Por qué? —preguntó pretendiendo ofenderse—. Que no pueda caminar no quiere decir que mis piernas no sirvan para nada, al menos pueden ser un buen asiento.

—Ni hablar —sentencié.

—¿Por qué no? —insistió ella.

—Pues porque no y ya.

Evité voltearme a verla por todos los medios, pero su mirada era poderosa y me atraía como miel a las abejas. Era imposible de ignorar.

—No pongas esa cara —rogué—. No te enfades.

Ava negó con la cabeza, pero suavizó su expresión en seguida.

—Lo siento, tienes razón. No era mi intención presionarte a hacer algo que no quieres hacer.

Tragué saliva. No era que no quisiera. Es más, no se me ocurría nada que quisera más en ese momento, pero simplemente no podía hacerlo. No tenía que ver en absoluto con que usara una silla de ruedas, sino con el hecho de que Ava era pequeña y delgada y yo todo lo contrario. Todo lo que podía imaginar era su disgusto al sentir mi peso sofocante sobre ella, lo incómoda que se sentiría al no poder decirme que la lastimaba, lo repugnante que me vería desde ese momento en adelante.

No llegué a responderle porque Io gritó mi nombre en ese momento. Ambas giramos la cabeza para verla llegar y dejar atrás la pequeña discusión que estábamos teniendo. Venía con su ropa de chico, como había supuesto, pero traía maquillaje, y junto a ella caminaba una chica alta y curvilínea con el atuendo gótico más genial que había visto. Iban muy cerca, con las manos rozándose, y podría haber apostado a que las habían traído entrelazadas hasta hacía un momento. Por una vez, mi mejor amiga parecía calmada, sin mirar sobre su hombro cuando creía que no la estaba viendo. Si Ángel ya me caía bien por lo que me habían contado, el que tuviera ese efecto en ella hizo que me agradara todavía más.

BuenaventuraWhere stories live. Discover now