#2: El Mago

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Como resolución de año nuevo me propuse pedir ayuda

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Como resolución de año nuevo me propuse pedir ayuda.

Muchas personas piden viajes, amor o un cuerpo más delgado. Viajar estaba fuera de discusión, porque no iría con mamá a ninguna parte y ella jamás me dejaría ir sola. El amor era un asunto muy poco probable y que no me llamaba especialmente la atención, por lo cual decidí no gastar mis energías en desear prosperidad en ese sentido. Y la última resolución habría sido ridícula considerando que la última vez que había tenido un cuerpo suave había sido cuando era todavía una bebé. Por eso, y por otras razones sobre las que todavía no me acostumbraba a repasar demasiado, decidí que lo mejor que podía hacer por mí misma era desafiarme a pedir ayuda, confiar en otras personas, hacer amigos y ese tipo de cosas con las que mi terapeuta insistía una sesión sí y la otra también.

Lo primero en mi lista de dejarme asistir era aceptar el ofrecimiento de mamá para llevarme a cortar el cabello. No me gustaba ir porque las peluquerías baratas estaban en una galería del centro, y si bien no había problemas en subir con la silla de ruedas, las rampas eran empinadas y eso significaba que ella tendría que empujarme. Odiaba que me empujaran. Detestaba, además, lo terrible que era andar por la calle principal llena de gente que no usaba desodorante y que caminaba mirando el teléfono, chocando conmigo y deshaciéndose en disculpas exageradas en cuanto se daban cuenta de lo que habían hecho. Lo único bueno de aceptar la salida sería que dejaría de parecer una mujer religiosa con esa melena larga y lisa que tenía y que me molestaba de sobremanera durante las prácticas de baloncesto. Eso y que quizás me haría bien un cambio de estilo, aunque procuraba no hacerme muchas ilusiones: la dueña de la peluquería era muy amable y hacía buen té, pero ya estaba entrada en años y honestamente parecía que no estuviera al tanto de que la moda había cambiado desde los años ochenta.

—Mamá —apenas la había llamado y ya estaba de pie con esa expresión de consternación que siempre tenía cuando le hablaba.

—¿Qué pasa, hijita? —preguntó, afligida sin tener absolutamente ninguna razón para estarlo—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Era gracioso que me preguntara eso, considerando que casi no tenía sensibilidad de la cintura para abajo y que, del mismo lugar hacia arriba, fuera más sana que una lechuga.

—No —repetí como siempre—. Sólo quería saber si tenías tiempo para llevarme a cortarme el cabello.

Sus ojos se iluminaron ante la propuesta, pero supo no mostrarse demasiado emocionada. Mi terapeuta había tenido una charla con ella sobre los límites y la lástima. No podía decir que no estaba esforzándose, pero todavía no me sentía cómoda pasando con ella más tiempo del necesario.

—Buscaré nuestras chaquetas y podemos partir de inmediato —dijo en cambio.

—Mamá, es marzo —le recordé—. No necesito una chaqueta.

Volvió a tragarse sus palabras, pero cuando me hube subido al asiento del copiloto vi mi chaqueta doblada cuidadosamente junto a la suya en la parte trasera.

BuenaventuraWhere stories live. Discover now