#15: Templanza

8 1 0
                                    

Mentiría si dijera que el día en el que íbamos a poner la denuncia no estaba nerviosa

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Mentiría si dijera que el día en el que íbamos a poner la denuncia no estaba nerviosa. Lo supe no sólo por el temblor de mis manos y mi boca seca, sino porque fui directamente a la ropa masculina ignorando completamente que era una chica en ese momento. Me daba miedo causar una mala impresión en la comisaría, es decir, más de la que causarían mis piercings y cabello de colores. Dos soltó un suspiro de alivio cuando vio que no llevaba una minifalda, pero no me dijo nada; estaba claro que me habría apoyado de cualquier manera, siempre lo había hecho, pero eso no quitaba que algunas personas tenían los prejuicios tan arraigados que mi apariencia femenina sólo volvería todo más difícil.

Mamá nos vio con curiosidad cuando salimos juntos de la casa, pero no preguntó nada. Sí me lanzó una mirada preocupada cuando se dio cuenta de que apenas estaba mordisqueando el desayuno, pero no era una mujer que soliese entrometerse en asuntos serios; sólo me preguntaría si notaba un patrón y yo planeaba estar como siempre esa misma tarde. Mi hermano había insistido en al menos encaminarme al lugar; habría querido quedarse, pero tenía clases y le prohibí que lo hiciera, porque ellos sólo podían estudiar gracias a que mantenían becas por buenas notas. Lira, por otro lado, tenía un examen y aunque me aseguró que se lo saltaría, me negué terminantemente. Al final, fue la ya familiar figura de cabello rojo quien estaba esperando en la sala de espera del edificio.

Se acercó para abrazarme, pero tuvo cuidado de no besarme a la vista de los policías. Lo agradecí porque no habría podido lidiar con más ansiedad, Dos, que ya se había ido, me envió un mensaje con un emoji coqueto: la había visto. Tendría que lidiar con eso después.

Ángel anunció nuestra llegada y una oficial salió a decirle que podíamos tomar asiento. En la sala de espera había un montón de gente a pesar de que todavía era temprano, algunos con cara de haber pasado allí gran parte de la noche. Al menos cada uno estaba perdido en su mundo y nadie se fijaba en nosotras; por más acostumbrada que estaba a las miradas furtivas, esa mañana no necesitaba más estrés del que ya sentía. Los dedos pálidos de Ángel se entrelazaron con los míos; su manicure negra con estrellas blancas contrastaba con mis uñas cortas color rosa, cuya pintura estaba a medio camino de caerse por completo. Doblé los dedos para que no se vieran, no me había percatado de eso antes de salir y mamá siempre hacía hincapié en la pésima impresión que causaba aquello.

—Io —me sacudió el hombro con cuidado—. Creo que te están llamando.

Así era, pero no me había dado cuenta porque lo hacían por mi necrónimo, el cuál no había escuchado en siglos.

—¿Me acompaña? —pidió el oficial, que ya tenía una expresión de hastío.

Pasamos a una salita adornada tan solo con la fotografía enmarcada de la presidenta y la de algún uniformado importante que no pude reconocer. La bandera nacional caía muerta junto a la de la policía, igual de inanimada en un lugar donde no había una sola ventana. Me sentí de pronto como gato encerrado; no me gustaba para nada estar ahí. Hazlo por Dos, me recordé, y por ti, idiota.

BuenaventuraWhere stories live. Discover now