#9: La Fuerza

20 2 2
                                    

El primer día de clases fue el más duro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El primer día de clases fue el más duro. Como había tenido que estudiar a medio tiempo, los compañeros con los que había hecho buenas migas ya no estaban en el instituto, y aunque los nuevos se veían lo suficientemente amigables, era difícil entramar conversación con la mirada de los profesores sobre mí como si se trataran de seguridad privada o cámaras con sensor de calor.

No se dirigían a mí más de lo necesario, lo que me recordaba un poco a mis días de escuela, y tenía que frenar las ganas que tenía de salir de allí para no volver a poner un pie dentro. Sabía que mi apariencia era extraña y que mi personalidad no era la más tranquila, pero era buena en lo que hacía, tenía talento, era creativa y a los clientes los hacía reír un montón, ¿por qué tanto escándalo por no seguir unas simples instrucciones? Ni siquiera era que hiciera cosas totalmente distintas, simplemente.... me gustaba experimentar, sacarle partido a la gente, ¿era un crimen?

—¿Por qué estás usando ese subtono? —preguntó la profesora tomando el tubo de tintura entre sus manos—. Es muy claro para su piel, ¿no te parece?

No, no me lo parecía. Entendía la teoría, pero no estaba de acuerdo con que el color de la piel determinara los tonos de cabello que alguien podía usar, era demasiado limitante.

—Lo tomé por error —dije mordiéndome la lengua—. Creí que era un número 6.

Levantó una ceja, incrédula. Le sostuve la mirada de la forma más desvergonzada que pude, para ver si la convencía. No lo hice, por algo llevaba años enseñando, pero al menos no hizo más comentarios. Un minuto después volvió con un tubo del número 5, el más claro que se recomendaba para el color de piel de mi clienta. Yo no era idiota, sabía con quién arriesgarme y con quién no. La mujer que se había sentado en mi mesa era todavía joven y muy atractiva, su ropa era osada y llevaba los labios pintados muy oscuros. Le habría gustado verse rubia, incluso si no se atrevía a pedírmelo.

Pasé las siguientes horas haciendo el balayage más aburrido del mundo. Ella se fue contenta, pero no eufórica. Yo la habría dejado radiante, si hubiera seguido mi instinto... lástima que a las personas que estaban a cargo eso siempre les parecía mal. No podía esperar a salir de allí, encontrar un salón de mi estilo y trabajar como se me diera la gana, es decir, la gracia de aprender las reglas de un arte era que podías romperlas y eso era algo que siempre se me había dado muy bien.

Tan pronto terminé de ordenar mis cosas salí de allí sin despedirme, intentando llegar rápido a la cafetería de la calle principal antes de que se llenara; tenían el mejor té chai frío del mundo, pero no estaba dispuesta a hacer una fila de más de cinco minutos por él.

—¿Io?

No reconocí su voz, pero habría reconocido su cabello lacio y rojo como la sangre en cualquier parte. Aunque sólo la había visto una vez en persona, hasta hace poco tenía varias de sus fotos en su celular, y además, ¿cómo olvidar la cara de la persona de quien saliste huyendo?

BuenaventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora