#3: La Sacerdotisa

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Esperé que el regaño fuera como un golpe, pero fue peor

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Esperé que el regaño fuera como un golpe, pero fue peor. Mi jefa se lo tomó con calma, considerando que había perdido a una de sus clientas habituales; le pidió amablemente a Lira que terminara de limpiar las cosas que había tirado la mujer al levantarse de súbito y me envió a comprarle un café, grande y con extra azúcar. Le agradecí tímidamente y salí prácticamente corriendo de allí, avergonzada ante mi evidente temor a que las personas se enfadaran conmigo. A pesar de considerarme una persona rebelde sin mucho respeto por la autoridad, eso desaparecía por completo cuando se trataba de personas que apreciaba: le tenía pavor a ser odiada.

Ella hizo una mueca cuando salí de la tienda y el corazón se me encogió dentro del pecho. Me había asegurado que la culpa no era mía, pero quizás secretamente si me consideraba responsable. Cuando volví con su café luego de pararme por media hora en una eterna fila, ya se había ido. Aquello no era para nada inusual, pues muchas veces iba a atender otros asuntos mientras yo u otro de sus peluqueros trabajaba, pero de igual manera se me pasaron por la cabeza un millón de razones para su ausencia que comenzaban y terminaban en mí siendo despedida.

—¿Estás bien? —preguntó Lira al ver que no me movía de donde estaba.

—¿Crees que me despida? —solté. Necesitaba el trabajo más que ninguna otra cosa.

—No la conozco lo suficiente —dijo con sinceridad—, pero creo que no. ¿Por qué no hacerlo de inmediato? Además, no se veía enfadada cuando se fue. Quizás porque esa mujer era muy desagradable y en realidad se alegra de deshacerse de ella.

Sus palabras me sacaron una sonrisa, pero aun así me sentía preocupada. Sin embargo, no tuve mucho tiempo para pensar más en eso, porque mi télefono sonó con ese tono que últimamente conocía tan bien.

—¿Otra cita? —Mi amiga levantó una ceja, a sabiendas de lo que significaba para mí.

—Hoy en la tarde —respondí, evitando su mirada—. Iremos al cine, así que estoy a salvo.

Lira volteó los ojos, incrédula, pero a pesar de lo que ella opinara, quería -tenía que- creer que todo estaría bien, ¿cómo seguir si no? Incluso si no me sentía cien por ciento cómoda, ¿no había que hacer sacrificios para estar en una relación? Me detuve a mí misma allí mismo. Ese era exactamente mi problema; no podía esperar salir con una propuesta de matrimonio luego de la primera cita, en especial porque todo el mundo sabe lo que ocurre la noche de bodas, que era todo lo que quería evitar en primer lugar. La gran dificultad era que en realidad nadie esperaba ya a casarse, o si quiera a salir, y aunque no podía importarme menos cómo manejaran los demás sus asuntos personales, todo aquello significaba menos tiempo para mí. Menos tiempo para estar lista, menos tiempo para desearlo... o convencerme de desearlo. Tragué saliva, todavía con cierta dificultad, y saqué el teléfono para ver el mensaje. Mi cita de ese día me había enviado una foto de dos conjuntos de ropa interior sobre la colcha de su cama y un mensaje que decía '¿Cuál crees que te sea más fácil quitar?'. Se me cayó el alma a los pies, otra vez.

BuenaventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora