#4: La Emperatriz

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Era la primera vez que soñaba con mamá desde que me había ido de casa

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Era la primera vez que soñaba con mamá desde que me había ido de casa. En general, me hacía visitas con cierta frecuencia; sus apariciones eran cortas y sus mensajes, crípticos, aunque de igual forma siempre lograban calmarme. Al llegar a Buenaventura, sin embargo, no había vuelto y temí lo peor. Que quizás su alma estaba atada a la casa de mi padre, que a lo mejor era algún tipo de alma en pena que no podía moverse de allí, o peor, que resentía que hubiera dejado a su marido solo, siendo que con frecuencia se olvidaba de comer o hacer las compras cuando se enfrascaba mucho en su trabajo. En el fondo de mi mente persistía la idea de que algo terrible le había pasado, por lo que aquella madrugada desperté del sueño con lágrimas de alivio cayéndome por las mejillas.

La visita fue corta, pero muy significativa. La vi sentada a los pies de mi nueva cama, admirando el lugar con emoción como si no fuera una pequeña habitación venida a menos en una pensión muy vieja. Así era ella, siempre le veía lo bueno a todo. Me dedicó una sonrisa que me hacía pensar que llevaba en mi inconsciente un buen rato, esperando que 'despertara' y me fijara el ella. Sacó de su bolsillo un pequeño paquete de regalo, estaba envuelto en una tela verde brillante pero oscura y me indicó con un gesto que lo guardara en el cajón de mi mesa de noche. No había vuelto a escuchar su voz desde el día en que se fue, pero siempre me hacía llegar su mensaje fuerte y claro.

Abrí el paquete antes de guardarlo, aunque sabía que no era para mí. Mamá usaba exclusivamente tela dorada para todos mis regalos y rojo vino para papá, así que por fuerza aquel presente debía ser para alguien más. Dentro había un colgante de cuarzo rosa, un trozo de roca irregular atado a una cadena de plata. Era real, no del tipo plástico que venden en las ferias de artesanía. Sin embargo, podía sentir que no estaba cargado. Fuera para quien fuese, era mi deber darle un propósito y ponerlo bajo la luz de la luna. Sin darme ninguna pista más, se acercó para abrazarme y fue desvaneciéndose hasta que desperté con aquellas lágrimas encima que ya había mencionado.

Me volteé para revisar, pero el saquito no estaba allí. Sabía que era una estupidez, que pudiera ver a mamá en sueños no quería decir que ella pudiera cruzar a este plano, y menos traer regalos que ni siquiera eran para mí. El cuarzo rosa era una piedra que te hacía conectar con tus emociones, acrecentaba el sentimiento de compasión con uno mismo y potenciaba tu sensibilidad. Era la piedra de Cáncer, mi signo zodiacal, pero yo personalmente no la necesitaba. No necesitaba ayuda en ninguno de esos ámbitos, y personalmente, me gustaba pensar en que eran los signos complementarios -en este caso, Capricornio- los que más podían beneficiarse del mineral de cada casa. Eso lo hacía todo más confuso; además de dos compañeras de escuela a quienes no les hablaba hacía meses, no conocía más Capricornios ni tampoco personas que tuvieran especiales dificultades para aceptar sus emociones. Sin embargo, tenía que tratarse de un asunto importante para que mamá se apareciera únicamente para entregarme aquel mensaje.

No pude volver a dormir esa noche, así que una hora después, cuando me di por vencida, encendí una de mis velas -totalmente prohibidas en la residencia- y comencé a barajar mi mazo para pedirle consejo al tarot. La Emperatriz, la Luna, la Rueda de la Fortuna. La primera carta se refería sin dudas a la visita de mi mamá y su consejo incomprensible, que me convenía seguir. La Rueda de la Fortuna mostraba un buen augurio, y lo que unía ambas cosas era la carta de la Luna, que no me gustaba tanto. No es que la carta estuviera en una posición negativa, era simplemente que el significado no me agradaba. Había algo oculto en mí que tenía que aceptar antes de poder acceder a lo bueno. Mi vida no era en absoluto mala, pero sabía perfectamente qué podría hacerla mejor; un secreto que no era tan secreto, pero que no me atrevía a pronunciar. ¿Sería la Luna la señal que había estado esperando para producir aquellas palabras? Io me había asegurado una y mil veces que mi padre no tendría problema alguno con que yo fuera lesbiana, y mamá, que había sido bisexual y recordaba a sus novias con cariño, mucho menos. En el fondo sabía que tenía razón, pero me daba pánico. Papá y yo teníamos una relación muy cercana, pero temía que pensara que me había influenciado al hablarme de todo tipo de cosas desde pequeña, y que sintiera que era su culpa que tuviera esa orientación.

BuenaventuraWhere stories live. Discover now