Capítulo 14

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La piel perlada de sudor, pálido como el pétalo de una flor blanca, las gotas de sudor resbalándole de la frente, se veía indefenso. Metawin no lo pensó y entró.

Se sentó en el borde de la cama y le tocó la frente, tenía fiebre.

Fue hasta estaba el mayordomo en la cocina a solicitar agua y paños.

- Joven Metawin ¿Qué se le ofrece? – pregunta el mayordomo.

- Buenas tardes, perdón mi intromisión de hace un momento, pero lo del señor Chiva-aree – aunque casi le dice Bright – me tomó por sorpresa, me disculpa por favor.

- No se preocupe joven ¿Dígame qué se le ofrece? ¿Cómo está el Señor?

- No está muy bien, necesito agua y toallas – dijo preocupado.

- ¡Oh, pero eso lo puedo hacer yo! Usted no se preocupe, yo me encargaré del Señor, puede ir a su casa a descansar, si hay...- fue interrumpido.

- Perdón, pero no me puedo ir y dejarlo así, permítame lo que le solicité – dijo insistente.

El mayordomo le pasó la fuente con agua y varias toallas. Subió por aquella gran escalera de mármol hasta la habitación del señor Chiva-aree, su cielo.

Lleno de preocupaciones por las palabras antes dichas por el médico, entró en silencio, procurando no incomodarlo y darle descanso.

Dejó la fuente con agua sobre la mesita de noche y mojó la toalla. Comenzó a pasarla por su cuerpo, poniendo especial atención en sus facciones. Su piel, ahora blanca, sus labios acorazonados que tanto llamaban su atención estaban un poco azulados, eso le llamó la atención.

Subió una manga de su pijama, pasó aquella toalla sacando el sudor con cuidado, luego el otro brazo. Notó lo fuerte que se veían a pesar de estar ahí, postrado en aquella cama, su pecho se apretó.

Sintió una tristeza profunda, no le gustaba verlo en esa condición.

Desabotonó un poco la parte superior de la camiseta, exponiendo esa piel perlada, volvió a pasar la toalla quitando el sudor. Mientras estaba concentrado en esa tarea, el señor Chiva-aree abre sus ojos, aquellos orbes cafés lo miraron con ternura, Metawin sintió sus latidos acelerarse.

- ¿Qué hace usted aquí? – pregunta el señor Chiva-aree.

- Estaba muy preocupado por usted, fui a su oficina y me dijeron que no se sentía bien – respondió apenado.

- Tal parece que el aguacero ha dejado este cuerpo indefenso – intentó reír tristonamente.

- ¿Cómo se siente? ¿Quiere agua?

- Me siento un poco débil y algo mareado, pero ¿Qué usted no debería estar en casa? Sus padres deben estar preocupados, será mejor que – fue interrumpido por un gemido bajo del joven.

- No – dijo mirándose las manos - me quedaré con usted a cuidarlo, ya envié razones a casa. Espero que a usted no le moleste mi intrusión – sonaba apenado.

- La mia luce, lamento causarle este agobio, pero si le soy sincero, añoraba su presencia – tomó una de las manos del joven.

El joven levantó su mirada y comenzó a acariciar esa mano que estaba sobre la suya, la piel húmeda del señor Chiva-aree producto de la fiebre que padecía hizo que su piel se erizara. Levantó aún más su mirada y se perdió por un momento. Ahí en la cama, en esa habitación, su corazón se aceleró a un ritmo desconocido. Supo que no podría dejarlo más, que su preocupación iba más allá de una enfermedad, pensó en qué sería de él ahora en más si él le faltaba. Ese solo pensamiento hizo que una lágrima se deslizara por su mejilla.

Cuestión de orgulloWhere stories live. Discover now