Capítulo 4

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Una hermosa arboleda daba la bienvenida a la casa de los Chiva-aree, que más que casa era una gigante mansión, Metawin creyó que más grande e imponente que la de los Brown, pero no por eso de buen gusto. Sus ojos viajaban admirando el paisaje, uno realmente hermoso y su corazón se apretó ¿Qué estaba haciendo?, pensó para sí mismo.

Hermosas flores en la entrada adornaban la gran escalera de mármol, barandales blancos, los tocó suavemente mientras se aproximaba a la puerta, tembloroso decide golpear.

La puerta se abrió, imponente y majestuosa, dejando entrever el gran recibidor, pisos impolutos, mármol por doquier, muebles de finas maderas, de los materiales del mejor gusto, pero por, sobre todo, sobrios y elegantes.

El mayordomo vestido de elegante traje le dio la bienvenida y lo condujo hasta el escritorio de su joven amo.

Un temeroso Metawin golpeó suave esperando que Bright lo recibiera.

La casa parecía sola y desolada, solo la servidumbre pululaba por ahí.

De pronto la puerta de roble se abrió dejando ver a un hombre sonriente, ese de labios hermosos y ojos iluminados, sin sospechar que era él el que provocaba eso en él.

- Joven Opas, bienvenido, pase por favor – se hizo a un lado para permitirle la entrada.

- Gracias... Bright – entra tímidamente – su casa es hermosa.

- Muchas gracias, era de mis abuelos y mis padres han hecho restauraciones en ella, espero que su estadía hoy aquí sea de su agrado, tome asiento por favor – se quedó mirando el rostro impresionado de Metawin quien no dejaba de observar a su alrededor.

- Veo que de verdad le gustan los libros – dijo acercándose al joven.

- Sí, la verdad es que leo siempre. Mr. Smith me hace leer mucho y a veces me presta sus libros, yo pensaba que su biblioteca era grande, pero esta es... enorme – sus ojos viajaban por todas las paredes.

- Siéntase libre de observar lo que quiera y si lo desea puedo prestarle varios libros, cuando usted guste – se mordió el labio mientras observaba los labios abiertos del joven.

La vista era imponente, los libros cubrían las paredes de lado a lado, del piso hasta el techo abovedado.

Metawin se puso de pie y se paseó observando a varios autores, algunos antiguos y algunos recientes, amaba la poesía. Encontró a Edgar Allan Poe, quien lo enamoró con sus relatos tan detallados y escalofriantes, Víctor Hugo, un romántico, Mary Shelley autora de Frankenstein, pero quien atrajo su atención, además de Thomas Hardy (su predilecto) fue ver la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer. Cada autor/a tenía una parte asignada con una colección completa en la sección, eso casi hizo llorar a Metawin, creía que estaba soñando.

Bright avanzó hasta situarse a su espalda, acercó su rostro al costado de Metawin y alargó su brazo tomando el libro que atraía al joven, pasó a rozar su hombro y sus labios el oído del joven, éste se quedó pasmado, por más que pestañeó rápido no dejaba de sentir la cercanía de Bright, su espalda contra el pecho del otro mientras sacaba el libro que tanto quería leer; la respiración cálida en su oído y juró por un momento que esos labios lo habían rozado.

Como pudo se afirmó del estante y tragó saliva y sintió el aroma varonil a madera y sándalo, que emanaba su cuerpo, se embriagó por un momento cuando de pronto sintió una mano en su cintura y el susurro en su oído.

- ¿Está usted bien joven? – susurró en el oído, permitiéndose inhalar y sentir ese suave y dulce aroma que Metawin le permitió sentir.

- S... sí, yo solo... yo – sus piernas se doblaron y su cuerpo se estremeció debido al contacto.

Cuestión de orgulloWhere stories live. Discover now