Tommy está en su pequeño pijama tratando de despertarse, Dolly le está pegando a Tommy, Gigi está embobada con su móvil, Dean está todo despeinado y se está zampando el pollo frito de KFC, Derek pone los ojos en blanco cada dos minutos y suelta un insulto cada uno, Erik y Luka se ríen de lo que sea que están mirando en el móvil, mamá tiene las gafas torcidas y comida en los labios, papá tiene cara de querer asesinar a sus ocho hijos mientras manipula el ordenador. El lnternet anda fatal.
Yo observo la escena. Todos amontonados, enfrente del ordenador portátil, descalzos, despeinados, con ropa casual, incluso algunos sin siquiera haberse bañado, gritando, riendo, empujando.
Me río.
Es una Navidad extraña y del todo diferente, sí, pero creo que en definitiva es una de las mejores.
—Venga, venga, preparaos... ¿Os veis en la pantalla? Tommy, tú no sales, ven aquí que te cargo, cariño... ¡Dolly! ¡Dolly, no pellizques a tu hermano...!
—¡Ay, mamá! ¡Me estás pisando!
—¡Gigi, deja de patearme, tarada!
—¡Yo no te estoy pateando, tonta! ¡Es Dean!
—¡Dean, pedazo de...!
—¡Shhh! Callaos, niños, ¡callaos, por Dios!
De pronto, aparece mi hermana mayor en la pantalla con una nueva vida entre sus brazos. Gino. Todos nos quedamos sin aliento, mirando en la pantalla a ese pequeño niño dormitar plácidamente junto a su madre y su padre en el hospital. Es precioso. Luego de la impresión, soltamos mil felicitaciones. Mamá llora, papá intenta no hacerlo. ¡Ginito es hermoso!
—¡Son las 23:59!
Inicia la cuenta atrás.
Yo sonrío. Sí, es la mejor Navidad. ¿Quién se acuerda de los regalos, de la apariencia, de las salidas con amigos y demás? Este año lo único que importa es poder reunirse con la gente que queremos y valorar ese enorme privilegio.
—No hay señal, muévete un poco —grita mi hermana mientras agitaba su teléfono.
Intenta hablar con mamá, pero ella está en otro país. Y por la cuarentena no pudimos visitarlos este año. Al final el teléfono gana y una muy molesta Ana se queja en el sofá junto a mí. Le digo con señas que todo saldrá bien, que estamos juntas y eso es lo importante. Ella me sonríe y me corresponde, hace señas y siento lo abrigadas que son sus palabras.
«Tú y yo contra el mundo, Ally»
Muchas veces he insistido que no es necesario que me hable en señas, yo sí puedo escuchar. Pero ella reitera en que lo hace porque así lo quiere. Mi corazón se agita y le respondo:
«Nosotras dos somos el mundo»
El timbre suena. Ana cambia su semblante a uno más calmado. No nota mi cara de confusión. ¿Acaso hay visita? ¿En cuarentena? ¿Y mis fachas? Juro que te mato Ana.
Me quedo en la cocina observando a dos figuras que van entrando. Ambos se quitan los zapatos y veo que uno lleva una guitarra. Ana se ve tan cómoda con esos dos que me come la curiosidad. Después de que se lavan las manos van a la pequeña sala, no quiero ir, pero Ana me está llamando. Y ahí están ellos dos. Al parecer Ana les explicó mi condición porque el de la guitarra hace un intento de señas. Le sonrió con calma y me siento. Ambos son amigos de trabajo de Ana y él, Jake, canta. Amo la música, literalmente nací para escucharla.
«Podrás llevarme, en tu bolsillo y cuando quieras, abrázame con tu mirada, y a tu lado me verás, Sé que todo irá bien...»
