La bendita torta

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  Era el cumpleaños de mi mamá, y como ella está trabajando algo lejos (y más con el tema del transporte pésimo) me dijo que le hiciera el favor de ir a comprar la torta, y como a mi me vale (y es mejor que estar en mi casa sin Internet) le dije que sí.  

Yo no sabía que sería tan difícil. Es decir, yo pensaba que eso era agarrar una camioneta, comprar la torta y regresar. Pero por supuesto que a mi se me olvidó que yo vivo en Venezuela, que al salir del liceo es hora pico y el transporte no funciona.  Ah, y que la mala suerte y el karma me persiguen a donde voy.

Empezó a llover, y aunque había salido quince minutos antes no sirvió de nada porque tuve que esperar como media hora para poder salir. En donde estudiamos (porque andaba con una amiga) a la parada, son como 15-20 minutos a pie que recorrimos aún en llovizna. Esa parada justamente es como la terminal de los llamados "Transdracula" y mi mamá me había dicho que esperara allí, que según pasaban a cada rato y no iba a tener que irme encaramada como en los autobuses normales si no sentadita tranquila.

Y como buena venezolana que soy, por supuesto que iba a preferir ir cómoda que "espalda con espalda, por favor" o "muévete un poquito más atrás que ahí entran tres más" cuando ya el autobús va literalmente a reventar.

Pero al parecer esa gente se había ido a almorzar y la cola que había no se asemejaba siquiera a cuando llega la harina pan en los chinos. Incluso lloviznando.

Dije: "Bueno, hagamos la cola un rato, seguro ya viene". Cinco minutos, diez, quince, veinte, frenó la lluvia y salió el sol súper fuerte... Nunca llegó la camioneta.

Caminamos al menos un kilómetro más hasta la tercera parada que conseguimos (porque de paso todas estaban rebosantes) y después de todo aquello (y la coleada que nos echamos) por fin pudimos irnos. Como sardinas en lata, pero nos fuimos.

Primera cosa que salió mal.

Llegamos, compramos la torta, y nos dirigimos nuevamente a la parada. Ya eran las dos de la tarde y habíamos salido a las doce, no tardamos ni quince minutos en el local. Teníamos hambre, yo ya estaba estresada y con dolor de espalda, y eso que aún faltaba el trayecto de regreso.

Después de diez minutos pasó una camioneta que nos llevaba hasta la mitad del camino (porque otra particularidad es que para donde vivo, solo hay dos camionetas y pasan cada cien mil años). Como no queríamos seguir esperando, nos fuimos en esa y al final del pasillo había un puesto vacío.

Eso era mejor que ir parada con la torta en los brazos (sin mencionar que el bolso molesta) así que fui y me senté allí. Deben imaginarse la odisea que fue bajarme, porque de paso el pasillo era sumamente estrecho y había doble fila. Me fui cayendo más de una vez.

Hasta entonces la torta estaba tan a salvo como podía. Al mantenerse refrigerada y por la posición algo inclinada en la que la llevaba, comenzaba a salirse de la base y estaba pegada en una de las paredes de la caja. Lado bueno: era chocolate, podía arreglarse.

Nos dirigimos a la otra parada, había otra fila enorme, a seguir caminando. Con mi amiga nos turnabamos para llevar la torta y los bolsos, una llevaba los dos bolsos y la otra la torta y así. Caminamos casi la mitad del trayecto mientras decíamos hasta del mal que se iba a morir nuestro querido presidente.

¡Pasó una camioneta! El universo se apiadó de nosotras, pensé.

Mientras tanto el universo

¡Ja, pendeja!

Nos montamos, iba llena. Por suerte nuestra profesora (que vive en el mismo lugar que yo) que iba en el primer puesto se ofreció a llevar la torta así que se la dimos.

Un poco más adelante cuando ya iba llegando a mi añorada casita, el chofer no sé que carajo fue lo que le pasó e iba chocando... Ya sabrán lo que pasó. Todos nos fuimos de golpe hacia adelante, no estábamos preparados para eso y la torta casi queda en el suelo de no ser porque la profesora en un último momento la agarró.

Si la cubierta se había dañado antes, ahora era un desastre.

Yo quería llorar.

Pero entre lo que cabe, la torta no se había despedazado, podía arreglarse, y por suerte si lo logramos. No, no estaba tal y como cuando había salido del local pero la intención es lo que cuenta.

El colmo fue cuando minutos después de llegar a la casa, la amiga de mi mamá llegó con una torta de exactamente el mismo lugar al que habíamos ido (e incluso de tamaño más grande) completamente intacta porque a diferencia de nosotras, si la había ido a buscar en un auto.

Todo fue en vano, porque prefirieron picar la torta grande y la que yo había ido a comprar quedó guardada para comer después.

Desde aquel entonces, cuando me piden ese tipo de favores, los mando muy a la verga.

Moraleja: La torta podrá ser muy buena, pero si queda demasiado apartado de donde vives y no tienes carro, mejor no vayas.

xcoolestpotatox

El lacreo VenezolanoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant