Cómo ganarte a tus suegros si...

By EKurae

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O: Manual de supervivencia de Lan XiChen para una boda exitosa. El anuncio de la boda del ilustre primer jade... More

Preludio: Entre tú y yo
Paso 1: Responde al desafío
Paso 2: Haz gala de tu lado más Lan
Paso 3: Recuerda que tu suegro también está implicado
Paso 4: Muestra tus respetos más sinceros
Paso 5: Aprende a cocinar. ¡Será divertido!
Paso 6: Y ten en cuenta que hay que estar siempre alerta
Paso 7: A veces solo debes aceptar la gratitud que se te ofrece
Paso 8: Por supuesto, es esencial llevarte bien con tus cuñados
Paso 9: La pareja la formáis vosotros dos, nunca olvides lo que importa
Paso final: Ya solo queda casarse, ¡a por ello!

Paso extra: Eh, ni se te ocurra desaprovechar los regalos de la noche de bodas

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By EKurae

Cinco horas después de la boda.

La ceremonia y el banquete nupcial acabaron tarde, muy tarde. Demasiado tarde tanto desde el punto de vista de los estrictos horarios de los Recesos de la Nube, que solo en circunstancias excepcionales como aquellas se permitían ser un poquito más laxos, como desde el de uno de los propios novios, que en nada tenía mayor interés que en desaparecer por la puerta de atrás. En realidad, para muchos de los invitados (su desastroso hermano mayor entre ellos) la fiesta duró poco. Para Jiang Cheng, más que de sobra. Lan XiChen estaba espléndido con aquella ropa, sí, pero estaba seguro de que le quedaría todavía mejor esparcida a lo largo y ancho del suelo del Hanshi. Llevaba pensándolo más tiempo del que posiblemente fuese sano para sus nervios descontrolados. Cuando Wei WuXian hizo que se encontrasen en esa especie de cita clandestina previa a la boda, pasada la ansiedad inicial les hizo falta todo el autocontrol del que disponían para no desnudarse. O para no arrancarse la ropa a besos y mordiscos. Llegada la tan anhelada noche de bodas, ninguno de los dos pensaba reprimir durante más tiempo ese deseo.

Jiang Cheng gimió sobre la boca entreabierta de su ahora esposo. Acababan de entrar al Hanshi a trompicones, besándose necesitados desde hacía ya unos metros atrás. Casi cayeron sobre la nieve más de una vez, las capas enrolladas en torno a sus extremidades juguetonas. Les dio igual, porque a duras penas pudieron mantener el equilibrio gracias a apoyarse el uno en el otro. Nada más cruzar el umbral de la morada de ZeWu-Jun, en cuanto el calor que emanaban los talismanes les recibió, al líder de Yunmeng Jiang le faltó tiempo para dar un salto y enredar las piernas alrededor de las caderas de su pareja. Mientras se deshacía del obi ajeno, Lan XiChen lo estampó contra una pared sin cuidado alguno, tan ansioso y excitado como el propio Jiang WanYin. Un quejido escapó de los labios ajenos por el golpe, un quejido y una disculpa susurrada a la que no le hicieron demasiado caso. Estaban muy ocupados como para prestarle atención a las sílabas que en ocasiones divulgaban sus labios. El primer jade le despojó en cuestión de segundos de aquel molesto cinturón, tan deseoso como él de perderse en el cuerpo ajeno, de dejarse llevar sin restricción alguna y de que todo Gusu Lan les escuchase gemir sus nombres con el orgullo de estar casados. 

Y si a la mañana siguiente alguno de los ancianos del clan quería echarles algo en cara, ya lidiarían con las consecuencias y los chupetones que la noche dejase a su paso.

-No sabes... -musitó Jiang Cheng, aferrado con todas sus fuerzas al cuerpo de su pareja-, las ganas que tenía de quitarme eso.

-No sabes las ganas que tenía de quitarte eso, baobei... 

Lan XiChen le dedicó una sonrisa encantadora, llena de cariño y bañada por el indudable morbo, justo antes de devorar sus labios otra vez. Terminó de borrar de ellos todo el sabor de la pintura que Wei WuXian había aplicado, la que ahora mancharía durante un corto rato su propia boca hasta disolverse entre la saliva de ambos. Al notar que Jiang WanYin no tenía intención alguna de bajarse, avanzó con él a cuestas hasta la cama. Tropezaron y cayeron, pero el colchón les dio la bienvenida. Los complicados peinados y los delicados accesorios hacía ya un tiempo que se habían deshecho en su furor incontenible. Más tarde, por la mañana, ya los buscarían entre capas y capas de seda roja, e intentarían discernir qué atuendo era el de quién para recogerlos y guardarlos como merecían antes de marcharse de luna de miel. De momento, nada podía importarles menos. Tirado sobre la cama pero con las piernas aún cruzadas por encima de las caderas de Lan Huan, Jiang Cheng separó sus bocas y llevó las manos en dirección a la frente ajena, arrancándole la cinta carmesí y dorada que había lucido durante la ceremonia.

En esos ojos de oro líquido resplandeció una chispa feroz al ver la liga roja enredada entre sus dedos.

-Esa es una jugada peligrosa, A-Cheng, amor...

-Ahora que estamos oficialmente casados, ¿acaso existe tal cosa? -Cuestionó burlón el líder del Muelle del Loto. Todo el miedo y todas las dudas habían desaparecido de su mirada. En esos ojos tormentosos, solo quedaba el hambre. El banquete nupcial en el que tuvieron el detalle de incluir platos típicos de Yunmeng (por supuesto a petición de Wei WuXian) debía haberle sabido a poco-. Ven a por mí, ZeWu-Jun.

-Espero que no te retractes luego, cariño.

Prestas y laboriosas, las manos del primer jade no tardaron ni un segundo en perderse entre los pliegues de las túnicas rojas. Sin el obi para sujetarlas, se desparramaban holgadas entre las sábanas. Solo las ataduras interiores las mantenían en su sitio, pero pronto eso cambiaría. El mismo Lan XiChen se encargaría de ello, desatando con hábiles dedos los lazos que las anudaban. Sin embargo, en ningún momento le permitió Jiang WanYin tomar una ventaja evidente sobre él. A pesar de permanecer bajo su cuerpo acalorado, las manos del líder del Loto trabajaron afanosas sobre las túnicas que algún día pertenecieron a su padre, la cinta de la frente siempre enredada entre sus largos dígitos. Sus pieles se liberaron al cálido confort de la atmósfera del Hanshi casi al mismo tiempo, cuando la túnica de Lan XiChen cayó por sus hombros y la de Jiang Cheng se abrió de par en par, revelando las cicatrices que le marcarían por siempre.

En algún punto, las piernas del líder Jiang habían caído a ambos lados del primer jade, obscenamente abiertas, invitando a pasar a quién ya estaba entre ellas. Lan XiChen apoyó sus manos sobre el colchón para contemplarle desde arriba, relamiéndose los labios. Como cada vez que yacían juntos, las mejillas de Jiang Cheng se coloreaban de un tenue rubor que marcaba lo deseoso que estaba, sus ojos vidriosos anhelantes de todo el placer que su esposo podría ofrecerle. Con los dedos enredados entre sus cabellos, el líder más joven se semi incorporó para besarle. Sus labios apenas se rozaron, cantando una melodía de deseo y diversión, como el preludio de un juego. Aunque Jiang Cheng frunció el ceño al verle rechazar el beso, volvió a intentarlo una, dos y hasta tres veces. En todas las ocasiones no obtuvo más que el aleteo de una mariposa sobre su boca.

-¿A qué estás jugando, Lan Huan?

-De momento, a nada. -Susurró el primer jade. Esquivó una cuarta tentativa de beso solo para llevar los labios a su cuello, recorrer la delicada curvatura de su nuca con la punta de la lengua y clavar los dientes allí donde sabía que la piel era más sensible, ya fuese por causas naturales o por la cantidad de besos recibidos. Un trémulo gemido escapó de entre los labios del líder Jiang, que en su presencia ya nunca más tendría que molestarse en contenerlos-. Estaba recordando... cierto regalo de bodas.

-Espero que no estés pensando en lo que creo que estás pensando.

-Me consta que Wei WuXian tenía la mejor de las intenciones, A-Cheng. -Con esos ojos que parecían brillar bajo las sutiles luces del Hanshi, Lan XiChen lo miró. Jiang Cheng no pudo contener el escalofrío que bajó por su espalda todavía apoyada en seda-. Y sé que las has traído.

-¿Sabes usarlas?

-Puede que WangJi me haya dado algunos consejos.

Casi al instante, Jiang Cheng frunció el ceño.

-Eso no me tranquiliza lo más mínimo.

-¿Por?

-Sabemos considerablemente más de sexo que tu hermano. En todos los aspectos.  

-Puede, pero nunca habíamos probado esto. ¿No quieres?

El líder de Yunmeng Jiang pareció dudar pero... oh, qué demonios. Ya estaban casados, por no mencionar que llevaban juntos años. Y siempre habían sido una pareja llena de curiosidad innata, por no decir que había una habitación prohibida en el Muelle del Loto que escandalizaría todavía más al mundo del cultivo que la sala de tortura de Jin GuangYao. Lo que no hubiesen probado ya, no se podía dejar atrás.

-Tráelas.

Satisfecho con la repentina decisión en su respuesta, Lan XiChen se relamió los labios. Tras dejar un húmedo beso en la boca enrojecida e irritada de su esposo, uno de esos que te dejan sin aliento un par de minutos, se levantó de la cama. Terminó de perder las túnicas y las botas por el camino en dirección al discreto armario en el que habían guardado el regalo de Wei WuXian y en el que almacenaban algunas otras cosillas, quedando solo en pantalones blancos. Allá en la cama, Jiang Cheng le imitó. La cálida luz de los talismanes alumbró su cuerpo, su deliciosa silueta esbelta pero musculosa. Al darse la vuelta con la bolsita de terciopelo que resguardaba aquel presente en mano y un bote de su aceite aromático favorito, el que olía a lotos y lavanda, Lan Huan sintió que necesitaba respirar hondo. Despojado incluso de sus pantalones, entre las reminiscencias de la capa y las túnicas rojas y con el cabello suelto cayendo por sus hombros, Jiang Cheng lo contemplaba con una mirada llena de excitación, de deseo. Entre sus piernas la visión de la erección ajena hizo que la propia doliese. Su palma demandante golpeó un par de veces el colchón, quién sabe si a modo de invitación o de orden.

-Ven. -Mandó-. No me apetece quedarme frío... esposo.

Lan XiChen juraría que podría haberse muerto allí mismo, tanto por la exigente cadencia de su voz como por la palabra exacta empleada para nombrarle. La distancia entre el armario y la cama no era grande, pero la suplió en cuestión de segundos. La bolsita cayó sobre el colchón con un tintineo metálico que emitieron las esferas al chocar entre ellas, pero el bote de aceite permaneció en su mano hasta que fue seguro dejarlo sobre una superficie más o menos plana. Entre medias, sus bocas volvieron a encontrarse. Fueron meros instantes lo que tardó ZeWu-Jun en tomarle por la cintura y atraerle hacia su cuerpo, una rodilla colada rauda entre esas torneadas y trabajadas piernas que se abrían solo por y para él. Las cortas uñas de Jiang Cheng acariciaron su espalda, casi como un aviso de las marcas que dejarían más adelante y que continuarían ahí durante días enteros. La trayectoria que marcaron quemaría durante un buen rato en la piel y en la mente de Lan XiChen.

Antes de dar opción al primer jade a hacer nada, las manos de Jiang WanYin comenzaron a serpentear por el torso de su pareja, delineando su cultivada figura con una travesía que al primer jade le daba escalofríos de placer. Se separaron sus bocas y los labios del líder de secta Jiang se perdieron por el cuello de su esposo. Lan XiChen suspiró mientras le acariciaba, mientras sus dedos se perdían por la curvatura de sus piernas. Aquellos muslos le hacían volverse loco, y Jiang Cheng lo sabía más que de sobra. Lan Huan adoraba hundirse entre sus piernas, besarlas y morderlas con todo el ímpetu del mundo. No eran ni una ni dos las veces que había acabado con marcas de mordiscos permanentes durante casi una semana y, por la estimulante caricia que repartía en la cara interna de su muslo mientras él se ensañaba con las clavículas ajenas, estás también durarían. El gemido bajo que resonó al clavarle los dientes en la base del cuello fue música para sus oídos. A su vez Lan XiChen se lo cobró llevando la mano hacia su miembro y apretando con suavidad. A Jiang Cheng nunca le preocupó dejarle marcas, y aquella noche no sería la excepción, bien fuesen las de sus uñas en el pecho o las de sus labios en el cuello.

Al fin y al cabo, a la mañana siguiente podrían lucirlas sin avergonzarse y ni una sola alma en el mundo del cultivo se atrevería a decirles nada.

Como dos cultivadores poderosos, ambos bien versados en las seis artes y bien dotados en la mayoría de aspectos, la mayoría de las veces que sus cuerpos se encontraban desnudos en la cama aquello se convertía en una lucha mucho más desvergonzada que las que se llevan a cabo en un campo de batalla. Ninguno acostumbraba a ceder, no de primeras y no fácilmente por lo menos. A veces ganaba uno y a veces ganaba el otro. Para vencerle, Jiang Cheng sabía que necesitaba imponerse primero, no deshacerse de la ropa antes (punto perdido) que su pareja y tomar el lugar que le correspondía a horcajadas del primer jade. Cuando intentó lanzar la última de sus jugadas, se dio cuenta de que ya había caído en la derrota. Lan Huan sabía qué estrategia debía llevar a cabo con él, y solía ser empezar a complacerle antes de que le diese tiempo a protestar, bien fuese con los labios o la lengua. Jiang Cheng se deshacía ante las caricias y los besos, pasaba de ser un feroz cultivador a convertirse en una voz gimiente, maleable como la propia energía espiritual que emanaba de cada poro de sus cuerpos. La mano perdida más allá de sus caderas, la que comenzaba a acariciarle a un ritmo lento y constante y que humedecía poco a poco su miembro con la fricción que causaba la lubricación natural le hizo ceder, suspiros ansiosos escapando de sus labios. Lan XiChen sonrió complacido. Besó sus labios al subir la mano hasta la punta y con cruel cariño apretarle.

-XiChen...

-Antes usaste otra forma para llamarme, amor.

-No me jodas.

-Vamos... -Dulce, siempre dulce, el primer jade besó su cuello, la curva de su mandíbula, sus labios y sus mejillas-. Solo otra vez, baobei.

A pesar de estar de rodillas sobre la cama, por completo abrazado a su pareja, Jiang Cheng se sintió ceder. El ligero aroma del aceite se elevó por la habitación, revelándole que Lan XiChen en algún momento la había abierto sin apenas ser él consciente. Ante el perfume afrodisíaco, gimió. Sus ojos entrecerrados captaron de refilón la mancha humedecida y tensa que decoraba la zona central de los pantalones del primer jade. Sonrió. Porque aunque ya supiese que había perdido aquella vez, aún podía causar estragos en la psique ajena.

-Esposo...

Casi pegado a él, tan juntas sus pieles que podrían haberse fundido en la misma persona, sintió a Lan XiChen temblar bajo el influjo de su voz. Un susurro bajo, dulce, grave. Fue suficiente para someterle, para que las manos que lo recorrían de arriba a abajo y las que recorrían su miembro se tensaran como garras, atenazándole. 

-Esposo mío, sigo esperando.

Y dicho y hecho. A esa segunda tentativa, empalagosas palabras plagadas de veneno, les siguió el ataque activo de Lan XiChen. El primer jade le empujó sobre el colchón y Jiang Cheng se dejó empujar. Sentía cada milímetro de su cuerpo arder en ansias, y solo el hombre que ahora devoraba sus labios y llenaba de besos su pecho podría apagar ese fuego. O avivarlo. Recorrió sus cicatrices de lado a lado, las manos ya ocupadas entre sus muslos, apretando los glúteos blancos que tanto adoraba tocar. 

-Me vuelves loco, A-Cheng. -Murmuró Lan Huan, la mejilla derecha apoyada en el pecho de su compañero como una caricia. Sonrió satisfecho al obtener una de las esquivas sonrisas de Jiang Cheng y esos dedos de guerrero enredados entre sus cabellos-. Me vuelves completamente loco, y te adoro por ello. 

-Creía que esa era mi línea. -Bufó sarcástico, pero la expresión complacida nunca llegó a desaparecer de sus labios-. Me has besado miles de veces, Lan Huan. ¿No tenías tantas ganas de estrenar el regalo del idiota de tu cuñado?

-Es tu hermano.

-Y tu cuñado.

-¿De verdad quieres que empecemos a discutir a pocas horas de estar casados?

-Sabes que la vida conmigo es una discusión continua. No haber aceptado.

-Técnicamente, ambos aceptamos. Nos propusimos a la vez después de todo.

-Me da igual. Ahora ya no hay marcha atrás, así que atente a las consecuencias.

La sonrisa de Lan XiChen, mansa hasta aquel instante, se tornó solo un poco peligrosa. El brillo en sus ojos, sin embargo, intensificaba mil veces esa sensación. A Jiang Cheng le encantaba ese resplandor, ese deje de riesgo que lograba erizar todos y cada uno de sus vellos y que hacía que se relamiese los labios. El primer jade se incorporó sobre sus antebrazos, cascadas de cabello negro como la brea cayendo sobre ellos. 

-Si estas son las consecuencias, cariño, pienso disfrutar cada segundo de ellas. 

-¿Por eso estás yendo tan despacio?

El primer jade enarcó una ceja. Hacía ya tiempo que el Hanshi se había inundado del delicado olor del aceite aromático. Su mirada vagó por instinto hasta el frasco abierto en la mesilla de noche y a la bolsa que todavía contenía oculto ese pequeño regalo suyo. Bajo él, Jiang WanYin yacía ansioso entre capas de seda roja. El anhelo en sus ojos solo se oscureció cuando una orden pronunciado en tono ronco abandonó los labios de Lan XiChen.

-Date la vuelta, A-Cheng.

Aunque en un primer momento levantarse del cómodo colchón era sin lugar a dudas lo que menos le apetecía, Jiang Cheng acabó por incorporarse desafiante. Sus labios quedaron separados por meros milímetros, dos bocas entreabiertas que respiraban la una sobre la otra, bebiendo el aliento que exhalaban. Con una valentía que solo él, el mejor cultivador de su generación podría poseer, ZeWu-Jun sostuvo la altiva mirada del feroz Sandu ShengShou. Le sonrió, pero esa sonrisa nunca llegó a alcanzar sus ojos pardos. Con una suavidad que se contraponía radicalmente con la severidad de sus palabras besó su mejilla, dispuesto a dejar en su oído un susurro que le incitase a obedecer. No lo necesitó. Al fin y al cabo, Jiang WanYin no sería Jiang WanYin si no le encantase tener la última palabra.

-Haz que valga la pena, A-Huan.

Pero sin presiones, Lan XiChen.

Puede que el primer jade desease besar a su esposo, pero este no se lo permitió. Con una mirada que no dejaba de ser socarrona, el líder Jiang le dio la espalda, una espalda recta, de piel blanca y cintura bien definida. Una espalda surcada de pálidas pecas que a Lan XiChen le encantaba besar. Al detectar una vez más bajo la tenue luz de las velas las pequeñas manchitas que decoraban su tez no pudo contener el impulso de dejar un beso en su hombro y pasear los dedos por toda la columna vertebral ajena. Le hizo estremecerse, pero no prestó excesiva atención. Su diestra tenía un rumbo fijo que se descubrió en cuanto cinco dedos de músico se clavaron en una de sus nalgas, ignorantes de las marcas rojizas con las que amanecerían tatuados al despertar. Su zurda sin embargo fue rauda a la hora de tomar la bolsita de terciopelo rojo. El contenido allí resguardado, las infames bolas de metal, tintinearon al chocar unas con otras. Los hombros de Jiang Cheng se tensaron al instante debido al sonido, campanas que para él marcaban una sentencia de placer a la que deseaba ofrecerse a regañadientes. Lan XiChen le hizo relajar esa postura al lamer su nuca con esmero y obligarle a inclinarse hacia delante, antebrazos y rodillas clavados y bien afianzados sobre el colchón. Le ofrecieron una imagen maravillosa que le llevó a relamerse los labios.

La bolsa de terciopelo cayó sobre las capas y las túnicas nupciales con un susurro descarado que precedió al picajoso mordisco que Lan Huan empleó para marcar uno de esos níveos glúteos. Jiang WanYin le respondió con un respingo y un gruñido a medio camino entre la indignación y el jadeo. Le clavó los colmillos, pero ese resquicio de dolor envió por sus sobreexcitadas terminaciones nerviosas una corriente de anticipación. Entre los puños apretó las sábanas, consciente hasta cierto punto de lo que le esperaba.

-¿Te he dicho alguna vez lo hermoso que eres, A-Cheng?

-Solo unos cientos de miles. -Bufó el cultivador del Loto con la frente lo suficientemente inclinada como para rozar la almohada-. Se hace más gracioso cuando lo dices sin mirarme a la cara.

-Créeme, desde aquí tengo muy buenas vistas, amor.

-¡Desvergonzado!

Una palma suave, más bromista que castigadora, cayó a modo de tentativa sobre la nalga que no había sido mordisqueada. Jiang Cheng gruñó, girando el rostro para fulminar a su pareja con la mirada.  

-Si recuerdo correctamente tus palabras, soy tu esposo. Puedo hacer esto. O no, ¿A-Cheng?

-Puedes callarte. O me levantaré y me iré.

-¿Sí? ¿A dónde irías?

-Al destino de nuestra luna de miel. Y, cómo sigue siendo sorpresa, no podrás seguirme.

Por supuesto, su amenaza estaba vacía, como la mayoría de las que solía dirigirles a él o a Jin Ling. Jamás hablaría en serio salvo... bueno, salvo cuando lo hacía. Por suerte Lan XiChen contaba con una amplia formación basada en años y años de romance soterrado que le permitía distinguir las situaciones con una maestría excepcional. Durante el sexo, tales avisos se volvían vanos, un mero juego parte de ese tira y afloja en el que uno gruñía para pasar a la acción lo antes posible y el otro apostaba por encima de sus posibilidades. Porque así era Lan Huan, juguetón y tranquilo incluso en las peores situaciones. Cuando se las arreglaba para mantener el control y no tirarse encima de su esposo como una fiera hambrienta, por supuesto. O cuando su esposo no hacía lo propio y le dejaba suplicando piedad, que era otra de las opciones posibles. No aquella vez, no aquella noche. Aquella noche, el espíritu más retorcido del primer jade había salido a la luz, deseoso de emplear las artimañas de Wei WuXian en su propio beneficio y reducir a Jiang Cheng a un desastre gimiente envuelto en seda roja.

Llenos sus ojos de cierta mórbida curiosidad, Lan XiChen sopesó en su mano el peso y la dimensión de la cadena de bolas plateadas, que iban aumentando poco a poco de tamaño. Estaban frías, pero perderían esa sensación térmica en cuanto las manipulasen un poco más. Sonriente, las dejó sobre la cama, rozando una de las rodillas del otro líder. El gélido metal le hizo estremecerse. Más se retorció cuando Lan Huan tomó la botellita de aceite y vertió un generoso chorro entre sus glúteos, dejando que el viscoso fluido se deslizase a lo largo de la deliciosa curva de sus muslos y se perdiese en la hendidura que resguardaban. Un gemido ronco abandonó los labios de Jiang Cheng propiciado por los besos y mordiscos que el primer jade no dejaba de profesarle. Fue entonces cuando una mano grande, de elegantes dedos, se introdujo entre sus nalgas. La otra mano las mantenía abiertas, separadas. Conocía bien el territorio, pero siempre le encantaba explorarlo como un primerizo hasta llegar hasta la cálida entrada que se contraía cada vez que la rozaba. A Jiang Cheng le desquiciaba que se comportase así, pero sus gemidos nunca llegaban a ser de disgusto, así que Lan XiChen se permitía continuar hasta dejarlo llorando del placer. Aquella noche no prometía ser la excepción, menos aún cuando un dígito embadurnado de aceite aromático se decidió a explorar el interior de cierto líder de secta. Caliente, tan caliente que el primer jade apenas podía contener el deseo de besarle y lamerle, de devorar cada milímetro de su ser. Muy cerca de allí donde sus manos obraban, un nuevo mordisco cayó. Si fue eso lo que le hizo gemir o el dedo maleante que probaba la elasticidad de su interior, Lan XiChen no lo sabía.

-XiChen... deja de jugar... -Masculló Jiang WanYin, tensándose cuando un segundo dígito traspasó sus límites mientras el primer largo índice palpaba las suaves paredes  en busca del punto que le haría chillar.

-¿Ahora? Si acabo de empezar, amor. -El primer jade sonrió. Sus dedos se extendieron en forma de V en su interior antes de abandonarlo con un obsceno chapoteo. Su lengua se paseó curiosa por uno de los bordes haciendo que allá, cerca del cabecero de la cama, Jiang Cheng se clavase los incisivos en el puño-. A-Cheng, baobei, relájate.

-Estás disfrutando... de esto... ¿verdad?

-Ni te imaginas cuanto.

Y aunque a Jiang WanYin le hubiese encantado contestar de alguna forma mordaz, no sentía las fuerzas necesarias para hacerlo. Ni la voluntad tampoco. Las pocas que le quedaban se evaporaron en cuanto notó esa condenada lengua juguetear en los confines de su entrada, acompañando a los dedos que volvían a aventurarse dentro de él. Gimió con ganas al sentirla en su interior, cada vez más relajado y cálido, más dispuesto a ser invadido bien por el maldito regalo de Wei WuXian o bien por el maravillosamente dotado miembro de su pareja. Ambos le valían, siempre y cuando alguien se dignase a encargarse en algún momento de su erección. Entre sus piernas, no todas las sensaciones se concentraban tras la humedad de su entrada. Su miembro dolía, duro y humedecido por el líquido preseminal. En sus pantalones, Lan XiChen sentía lo mismo, pero podía aguantarlo y seguir jugando... al menos un rato más.

Solo se separó de su entrada cuando consideró que estaba en condiciones óptimas para recibirle a él. El diámetro de la mayor de las bolas era similar al suyo, así que suponía que no habría problema. Cuando volvió a tomarlas, se dio cuenta de que las rodillas de Jiang Cheng temblaban casi incontrolables, ansiosas por ceder y desplomarle en el colchón. No podía permitirlo, no tan pronto, así que una mano férrea en la cadera le mantuvo firme, apoyado por toda la fuerza de brazo de un Lan, que podría levantar a cualquiera como si de una pluma se tratase. La cadena tintineó al levantarla, al entrechocar las piezas. El primer jade depositó una lluvia de besos en su espalda baja, los ojos siempre fijos en esa entrada palpitante que ansiaba ser llenada. Bajo él, con el rostro escondido entre los brazos y la frente apoyada en la almohada, Jiang WanYin gimoteaba. A veces pronunciaba su nombre con esa cadencia celestial que podría hacer que se volviese loco. De susurrarlo pasó a gritarlo cuando la primera de las heladas bolas, la más pequeña —embadurnada en el tacto de un aceite aún más frío— se deslizó con facilidad en su interior. Empujó con las caderas hacia delante, hacia Lan XiChen, haciendo que el cascabel resguardado por la esfera cantase dentro de su cuerpo. El primer jade, hipnotizado por la visión, apenas esperó unos segundos antes de deslizar dentro la segunda y la tercera bola, cada una un poco más grande que la anterior. No podía apartar la vista ante la forma en la que los grabados de plata eran tragados, succionados por la hendidura enrojecida. A la cuarta, los brazos de Jiang Cheng cedieron, su pecho apoyado sobre el colchón. Con la quinta, ya ni siquiera sabía a qué agarrarse.

-¿Te gusta, A-Cheng?

-Calla... -Ordenó, aunque esa orden no era más que un gemido quedo y lloroso-. Calla y sigue...

-Me lo tomaré como un sí.

Al final de la cadena de plata, había una pequeña argolla que a Lan XiChen le quedaba como anillo al dedo, y nunca mejor dicho. Primero la dejó caer, permitiendo que las dos bolas restantes actuasen como contrapeso y tirasen de las que invadían el interior de su compañero líder. Ante su pequeño grito sesgado por el gozo y el repiqueteo metálico de las mismas, sonrió y pasó la argolla por su índice. Tironeó para extraer la quinta de golpe y todo el cuerpo de Jiang Cheng tembló, perdido en la magnitud de la sensación. La voz se le rompió cuando volvió a empujar dentro de él esa quinta esfera, esta vez acompañada de la sexta. Estaba tan dentro, tan profundo... Se movían cada vez que él se retorcía y podía sentirlas golpeando cada nervio, rozando impías ese punto concreto que le hacía deshacerse y resonar con una música que era al mismo tiempo hermosa y perturbadora. Si él movía las caderas, las bolas marcharían con él, chocando y removiendo sus entrañas. Y gritaría del placer que le provocaban, embriagado de sensaciones y embriagando a Lan Huan con sus propios gemidos. Dada la posición, no lo veía, pero los ojos pardos del primer jade resplandecían con un brillo hambriento, claro indicador de que no iba a aguantar mucho más.

Y así fue. Tras tirar, introducir y sacar hasta la séptima bola, tras dejar que esta última gran invasora cayese fuera a modo de separador entre sus glúteos, Lan XiChen le obligó a darse la vuelta. La mano en su cadera le giró sin apenas esfuerzo y le hizo caer sobre la cama, las piernas abiertas y los ojos vidriosos, enrojecidos. Había rastros de lágrimas de gozo humedeciendo sus mejillas coloreadas, y un hilillo de saliva caía por su barbilla. Jiang Cheng jadeaba, intentando enfocar con la vista el rostro de su esposo pero incapaz de dejar de prestarla atención a las bolas inquietas que correteaban por su interior, que rodaban entre sus nervios y que le mantenían abierto. Bajo esa vista obnubilada, Lan Huan se deshizo de sus pantalones. Los miembros de ambos se alzaban en sendas dolorosas erecciones que pedían —o clamaban, mejor dicho— por algo de liberación.

-Xi... Chen...

-Mírate, A-Cheng, mi dulce A-Cheng... -Susurró Lan XiChen mientras recuperaba el control sobre la cadena. Tiró de ella y extrajo la sexta bola justo cuando se estaba inclinando para besarle. Solo así pudo beber sus gemidos antes de acallarlo con los labios-. Tan entregado... Al final esto no ha resultado ser una mala idea después de todo...

Y aunque estaba de acuerdo (porque no podía no estarlo, no cuando esas condenadas bolas estaban a puntito de hacer que se corriera sin llegar a tocarse) se negaría a admitirlo incluso bajo tortura. En su lugar, agarró a Lan XiChen por la nuca y se las apañó para invertir sus posiciones. Se derrumbó sobre él, porque apenas tenía fuerzas para mantenerse sentado a horcajadas, pero el gemido de asombro que emitió su esposo al ser pillado por sorpresa fue una buena recompensa. También lo fueron los golpes de las esferas contra su entrada, cayendo una encima de otra con evidentes choques metálicos ante el cambio de posiciones. La estimulación le dejó temblando, tanto el que abrazo de Lan Huan se convirtió en lo único capaz de sostenerle. Aun así, no cesó en su empeño. Cuando sus labios se separaron, se incorporó sobre el cuerpo ajeno a pesar de estar tiritando con cada movimiento.

-¿A-Cheng?

-Si pretendes que me quede quietecito toda la noche... -murmuró, luchando contra sí mismo para lograr hablar sin trabarse- estás... muy equivocado, A-Huan...

Lentamente, quizá por desquiciarle un poco o quizá porque no podría haber avanzado rápido ni aunque quisiera, el maestro del Muelle del Loto reptó por el pecho y el cuerpo de su amante con un rumbo fijo. Los ojos de Lan XiChen centellearon, porque se hacía una pequeña idea de lo que pretendía y... le encantaba. Aunque, siendo sinceros, siempre le encantaba que Jiang Cheng tomase las riendas.

Con cada centímetro que descendía dejando un sendero de besos húmedos a lo largo y ancho del trabajado cuerpo del primer jade, las bolas resonaban en su interior. Eran una melodía penetrante que no permitía ser ignorada, como el tañido de una campana de erotismo. Jiang WanYin se hizo especialmente consciente de su peso y sonido cuando llegó a las caderas de su esposo, cuando se deslizó sobre el colchón y las notó tirar de él. A su lado, ante su rostro, se alzaba el miembro erecto de Lan Huan. No dudó ni un instante a la hora de engullirlo y, aunque sabía que lo haría y no debería haberse visto tan desprevenido, el honorable líder del clan de la Nube gimió sin recato alguno. Un brazo cubría sus ojos mientras el otro descendía hasta perderse entre los sedosos cabellos de Jiang Cheng, acariciando su cabeza pero sin atreverse a hacerse con el control. Sabía que no se lo permitiría, así que se limitó a aferrarse a él mientras la boquita del líder Jiang hacía maravillas en torno a su dura longitud. Tras los párpados cerrados, ambos creían estar viendo las estrellas.

La espalda de Lan XiChen se arqueó al notar aquella lengua causar estragos entre sus piernas. Jiang WanYin la paseó a lo largó de toda su longitud, recorriendo las marcadas venas con una lentitud que podría desquiciarle. Más abajo, malvadas manos masajeaban sus testículos mientras el movimiento errático de todo el cuerpo tembloroso del líder del Loto generaba más de esa melodía intermitente. La boca de Jiang Cheng no tardó en llenarse del sabor salado del goteo constante de líquido preseminal. Como si no quisiera desperdiciar ni una gota, jugueteó con la lengua sobre la hendidura del glande, insistente y vengativo. A diferencia de él en sus primeras veces, Lan XiChen nunca se molestaba en contener los gemidos. Nunca. Esa no fue la excepción. En cuanto los masajes de su esposo amenazaron con desbordarle y rebasar todos los límites de su cordura, el primer jade abrió los labios para permitir que de su garganta emanasen todas las muestras de placer. Le demostraba así a su amado cuánto le gustaba aquello, lo bien que podía llegar a hacerle sentir solo con su boca. Las manos le acariciaban y la lengua le lamía, a veces lenta y a veces audaz. 

-A-Cheng... A-Cheng... me correré si sigues así...

No sabía muy bien si eso era una súplica para que siguiese o para que parase. Ninguno de los dos lo tenía claro, la verdad. El caso es que Jiang Cheng decidió hacer oídos sordos, siempre los hacía en aquel punto. Se concentró en lamer, en proveerle de todo el placer posible hasta que el estallido blanco del orgasmo se hizo con él. Cuando logró abarcar toda la longitud hasta el extremo de su garganta, el primer jade simplemente se sintió morir. Lan XiChen explotó en su boca al cabo de pocos minutos, demasiados estímulos acumulados durante demasiado rato como para poder aguantar más. Todavía ocupado por debajo de sus caderas, Jiang WanYin tragó todo lo que pudo y permitió que lo que no podía abarcar rebasase sus labios y resbalase como una cascada de nieve a lo largo del miembro de su esposo, que nunca había llegado a quedar por completo flácido. Los Lan, al fin y al cabo, siempre tendrían una energía impresionante. 

Respirando con pesadez, el primer jade se sentó sobre el colchón manchado. Un tanto más abajo, un charco de líquido preseminal formado por el propio Jiang Cheng empapaba las sábanas. Ambos jadeaban, pero al quedar sentados fueron conscientes de nuevo de que la cadena de bolas permanecía en el interior de cierto alguien y de que quedaban menesteres por atender. Caliente, erecto, ansioso y excitado. El líder Jiang ardía y Lan XiChen ni siquiera necesitaba que se lo dijera. 

Los brazos de Jiang WanYin cayeron alrededor de sus hombros, semi incorporado sobre las rodillas. Sus labios se encontraron, irritados y sensibles ante el más mínimo roce. Se besaron y se mordieron, y Lan Huan aprovechó el momento de despiste para volver a enredar sus dedos en la argolla plateada que marcaba el final de la cadena. A modo de despedida final, introdujo a traición la última de las esferas, llenándolo por completo. Jiang Cheng se apartó de su boca, dobló la espalda en un grácil arco que acabó cediendo sobre su firme hombro y clavando los dientes en la base de su cuello. Así soterró el grito que Lan XiChen le provocó al sacar de golpe la cadena, bola a bola, abandonado su interior con lúbricos chapoteos. Los espasmos del orgasmo sacudieron todo el cuerpo ajeno y un líquido viscoso y cálido se derramó por los cercanos muslos de ambos en tres pequeñas explosiones. Solo entonces Jiang Cheng pareció perder toda la fuerza, tanto de voluntad como muscular, deshaciéndose en el abrazo ajeno. Lo único que lo sostenía mientras su cabeza daba vueltas eran los brazos del primer jade. De pronto se escurría, como la arena de una playa virgen. Tras las manchas de colores vibrantes que entorpecían su visión, pronto pudo comenzar a distinguir la marea de besos que arribaban a sus mejillas.

-¿Deberíamos darle las gracias al joven maestro Wei por el regalo, A-Cheng?

-Ni lo pienses. -Gruñó feroz nada más volver a sus sentidos, empujando a su esposo hacia atrás en el colchón y tomando el lugar que más le gustaba, sentado a horcajadas muy, muy cerca de su miembro-. Espero que estés listo para la segunda ronda, XiChen.

Lan XiChen suspiró y sonrió. Porque podría seguir temblando de arriba a abajo, pero su precioso Jiang Cheng jamás se dejaría vencer por algo tan vano como el agotamiento. Jamás se dejaría vencer en general, ni siquiera por él, y eso le encantaba.

-Siempre que tú lo estés, baobei.

***

Un día después de la boda.

Jiang Cheng y Lan XiChen partieron poco después del mediodía. Sus espadas alzaron el vuelo como rayos gemelos, uno azul y uno violeta, que se entrelazarían por encima de las nubes. Viéndolos partir a no demasiada distancia de su pequeño comité de despedida, los tres miembros de la familia fantasma se permitieron en mayor o menor medida exhibir sus sonrisas.

-Parece que A-Cheng y su esposo se lo pasaron bastante bien anoche.

Jiang YanLi suspiró. Su padre, incluso muerto, debía ser un poco suicida. O no, porque sabía que su esposa ya había desistido en cualquier intento de quejarse por la "falta de decencia" del recién formado matrimonio.

-Vamos a ignorar que los oímos desde la biblioteca, ¿vale, FengMian? -Sentenció Yu ZiYuan, cruzando los brazos sobre el pecho-. A-Cheng está feliz, y eso es lo único que me importa.

Padre y hermana compartieron una mirada cómplice. Luego, asintieron. Al fin y al cabo, si aquel no era el mejor de los resultados posibles, no se les ocurría otro. Y, oye, por lo menos no se lo estaba tomando tan mal como Lan QiRen, que casi se desmayó al ver al matrimonio aparecer con el cuello tatuado en rojo.

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