El Mundo en Silencio [La Saga...

By Monjev

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Nacemos, vivimos y morimos. Los mundos cumplen su ciclo y se convierten en polvo. La ceniza de los soles exti... More

Antes de empezar a leer
Inicio
Capítulo 1 -Carne de roca-
Capítulo 2 -El despertar-
Capítulo 3 -La llama interior-
Capítulo 4 -Descubriendo un mundo nuevo-
Capítulo 5 -Un guardián del Abismo-
Capítulo 6 -La voz de un dios-
Capítulo 7 -El pasado no siempre fue mejor-
Capítulo 8 -Somos lo que hacemos-
Capítulo 9 -Hermanos de guerra-
Capítulo 10 -Venganza-
Capítulo 11 -Niebla roja-
Capítulo 12 -Un dios del Erghukran-
Capítulo 13 -El llanto de un bebé-
Capítulo 14 -Engaño-
Capítulo 15 -El poder de la arena-
Capítulo 16 -El dolor y el silencio-
Capítulo 17 -El primer encuentro-
Capítulo 18 -Muerte-
Capítulo 20 -El poder del silencio-
Capítulo 21 -El principio del fin-
Capítulo 22 -El mundo primigenio-
Capítulo 23 -Alma rota-
Capítulo 24 -El peso del pasado-
Capítulo 25 -Viejos conocidos-
Capítulo 26 -Camino a La Gladia-
Capítulo 27 -El ruido de las almas-
Capítulo 28 -El camino del control-
Capítulo 29 -Jaushlet y la manada-
Capítulo 30 -Mundo oscuro-
Capítulo 31-El primer Ghuraki-
Capítulo 32 -Sufrimiento-
Capítulo 33 -Ghoemew-
Capítulo 34 -El destino de Adalt-
Capítulo 35 -El precio a pagar-
Nota del autor
Capítulo 36 -Mundo Ghuraki-
Capítulo 37 -El frío metal-
Capítulo 38 -Enemigo-
Capítulo 39 -Extraña alianza-
Capítulo 40 -Camino al núcleo-
Capítulo 41 -Pasado oscuro-
Capítulo 42 -La oscuridad que nos rodea-
Capítulo 43 -El largo camino de la penitencia-
Capítulo 44 -El nombre de un amigo-
Capítulo 45 -El sueño roto-
Capítulo 46 -Nuevos enemigos, nuevos aliados-
Capítulo 47 -Caminos que se separan-
Capítulo 48 -Empieza la venganza-
Capítulo 49 -Abismo se acerca-
Capítulo 50 -Conderium-
Capítulo 51 -El verdadero poder del silencio-
Capítulo 52 -La oscuridad que nos alimenta-
Capítulo 53 -Máscara negra-
Capítulo 54 -El único camino-
Capítulo 55 -Luz y Oscuridad-
Capítulo 56 -Aquello que no me perdono-
Capítulo 57 -El tormento de la salvación-
Capítulo 58 -Un mes antes-
Capítulo 59 -Las cosas no son lo que parecen-
Capítulo 60 -La victoria de la derrota-
Capítulo 61 -El día después-
Capítulo 62 -Alianza inquebrantable-
Capítulo 63 -El camino subterráneo-
Capítulo 64 -Una gran promesa-
Capítulo 65 -Desesperación-
Capítulo 66 -Vagalat Oscuro-
Capítulo 67 -Cara a cara-
Capítulo 68 -La luz es eterna-
Capítulo 69 -Dios Ghuraki I-
Capítulo 70 -Dios Ghuraki II-
Capítulo 71 -El fin del principio-
Epílogo
Nota del autor

Capítulo 19 -Recuerdos olvidados-

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By Monjev

Escucho el graznido de Laht y siento cerca su presencia.

«¿Laht...?».

Aunque me cuesta, abro los ojos y observo el lugar donde me encuentro. Extrañas plataformas rocosas de oscuras tonalidades flotan en medio de densas capas de nubes. Las que se hallan unos metros por encima de mí tienen un color grisáceo y la que están debajo son negras.

Me incorporo y pregunto:

—¿Dónde estoy?

Aunque oigo con más fuerza a Laht y lo busco con la mirada, lo único que veo son estas estructuras flotantes. Cierro los ojos y me adentro en los recuerdos, quiero saber por qué estoy aquí. Me golpea una sucesión de imágenes que me produce ansiedad. Me acuerdo de la brutal forma en que he sido derrotado, abro lo párpados y suelto un chillido.

—No... —Me toco la cara para comprobar si está destrozada y, al ver que no lo está, pronuncio confundido—: ¿Estoy muerto?

Escucho a alguien toser detrás de mí. Con cierto temor, me giro y contemplo a una anciana que fuma de una larga y fina pipa. Mientras aspira el humo, mantiene el semblante inexpresivo, casi frío.

—Hola. —Tose, golpea con las puntas de los dedos el bastón en el que se apoya y mueve ligeramente la pupila del ojo que tiene casi cerrado—. Te debe de gustar este lugar, ya que hace no mucho que estuviste por aquí. —Empieza a caminar hacia el borde de la plataforma rocosa y suelta un murmuro ininteligible

—¿Por aquí? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

—¿Otra vez? —Ladea la cabeza, me señala con el bastón e insiste—: ¿Otra vez vamos a pasar por esto?

—No entiendo... —Con la frustración apoderándose de mí, con la angustia presionándome el corazón, me acerco a ella y digo—: No sé dónde estoy y no sé quién eres.

Tose y pronuncia despacio:

—Observa. —A la vez que el humo escapa de la boca, la densa capa de nubes desaparece.

A lo lejos, contemplo una gran cantidad de mundos.

—La Convergencia —susurro.

—Exacto, La Convergencia. —Suelta una risita—. Quizá no seas un caso perdido.

—He estado aquí antes.

—Muchas veces. Demasiadas para mi gusto. —Me mira y sonríe—. Escucha el silencio de tu alma.

—El silencio... —Cierro los ojos y oigo la melodía en la que se expresa mi ser—. Soy uno con el silencio. —Abro los párpados y digo con firmeza—: Soy parte del silencio.

La anciana vuelve a soltar una risita.

—Lo eres, lo eres. —Aspira y el tabaco de la pipa prende con más fuerza—. Eres un hijo del silencio. Pero hazme un favor, la próxima vez que vengas aquí, acuérdate de eso y de quién soy. No es agradable presentarme continuamente. —Sonríe.

Me miro la mano y siento el cálido tacto del aura recubriéndola.

—Silencio...

—Muchacho, espero que cuando recobres la memoria no vuelva a estallar en mil pedazos. —Golpea el suelo con el bastón y el paisaje que nos rodea se descompone.

Las plataformas rocosas desaparecen y dejan paso a un escenario repleto de miles de cristales flotantes. Aunque estos tienen varios tamaños y colores, ninguno es más grande que un puño.

Centro la visión y delante de mí, a unos metros, veo un árbol de cristal que extiende las ramas hacia un firmamento repleto de estrellas rojas. Los lejanos soles titilan y con el brillo parecen querer decir algo.

—He estado aquí antes, pero esto no estaba así.

—No, tus recuerdos todavía no se habían congelado. —Levanta el bastón y me da un golpecito en la espalda—. Vamos, tengo otros asuntos que atender y no puedo pasarme la eternidad en este lugar. Libera un recuerdo olvidado y volvamos cada uno a nuestros quehaceres.

—¿Liberar un recuerdo? —murmuro y veo cómo me indica con la cabeza que camine hacia el árbol.

Empiezo a andar y los cristales se apartan.

«Silencio...» pienso, mientras observo cómo el número de las estrellas del firmamento aumenta hasta teñir el cielo con un rojo intenso.

Escucho susurros, veo imágenes fugaces, huelo aromas conocidos, siento caricias agradables y paladeo sabores sabrosos. Sé que no son del todo reales, que forman parte de recuerdos, pero, en estos instantes, experimentándolos, dudo de lo que es real y de lo que no.

«¿Por qué ha de ser más real el oler un perfume y la sensación del momento, que el recordar ese olor y sentir lo mismo?» escucho cómo la pregunta alcanza mi mente y busco sin éxito a quien la ha formulado.

Sintiendo un cosquilleo en los músculos de las piernas, me aproximo al árbol y toco el tronco. Este brilla, me ciega. Cierro los ojos y me los cubro con el antebrazo.

—Vagalat, recuerda —oigo cómo una cálida brisa trae el sonido de varias voces animándome a que recuerde.

Escucho el graznido de Laht, está muy cerca, lo percibo.

—Silencio —susurro al sentir cómo mi alma late, al sentir el calor y el poder que produce.

Cuando el fulgor desaparece, Laht vuelve a graznar. Abro los ojos y, con gran sorpresa, me doy cuenta de que me hallo en un pasillo de la ciudadela de los guardianes de Abismo.

Alguien que no conozco, pelirrojo, con un mandoble colgado en la espalda y un largo bigote cayéndole hasta casi tocar el pecho, dice:

—Te arriesgas mucho teniéndolo aquí, entre estos muros.

Una lágrima de felicidad me surca la mejilla al ver cómo la llama de una antorcha ilumina la cara de quien está a punto de contestar.

—¡Maestro! —No puedo evitar correr hacia él.

—Lo sé, sé que es una situación complicada —responde mi mentor.

Cuando estoy a punto de poder abrazarlo, da un paso y me atraviesa.

—¿Maestro...? —susurro, volteándome.

La anciana se materializa en el pasillo y me explica:

—Vagalat, estamos en uno de los recuerdos de la creación. Son representaciones del pasado y no se puede hablar con las personas que salen en ellas. —Sonríe, se mira las uñas y añade—: Al menos casi nunca.

—¿Qué hago aquí? —Señalo al pelirrojo—. ¿Quién es?

—Síguelos, muévete por el recuerdo y averígualo. —Suelta una risita y se desvanece.

Parpadeo, empiezo a caminar, me aproximo a ellos y escucho hablar al hombre que no conozco:

—Puede traerte problemas. Grandes problemas.

El maestro se detiene, lo mira a los ojos y manifiesta:

—Es un riesgo que correré.

—Espero que no tengas que lamentarlo, viejo amigo.

Sonríe y admite:

—Yo también lo espero.

Mientras caminan, acercándose a una gran puerta de una aleación grisácea, el hombre del mandoble le pregunta:

—¿Por qué lo haces? ¿Por qué te quieres responsabilizar de él?

El maestro, con tono serio, explica:

—He observado varios posibles futuros, y en ellos, en los que estaba encadenado en tu prisión, no había esperanza. En cambio, en algunos de los que servía como guardián de Abismo la oscuridad perdía terreno contra el silencio.

El pelirrojo se acaricia el bigote con el pulgar y el índice.

—¿Silencio...? ¿Crees que tal como tiene la mente podrá algún día canalizar el silencio?

—No lo sé, pero si lo consigue habrá más posibilidades de que no se rompa el equilibrio.

—Entiendo. —Hace una pausa—. Sé que lo sabes, aun así es mi deber recordártelo. Si vuelve a infringir las normas no tendré más remedio que cazarlo y matarlo. No me dejarán perdonarle la vida dos veces.

—Ethesmo, nos conocemos desde que era un joven aprendiz en esta orden. Has venido muchas veces a verme, a veces por obligaciones, a veces para charlar, sé cuál es tu deber, sé que ante todo eres un Zhiaro. —Afirma ligeramente con la cabeza—. Pero creo que te sorprenderá su evolución. Dale el beneficio de la duda.

Ethesmo guarda silencio unos segundos y asegura:

—Lo haré.

Escucho a alguien correr, me giro y con gran sorpresa veo quién es.

—¡Adalt! —Una profunda sonrisa se me dibuja en la cara—. Amigo mío, estás igual que cuando nos conocimos. —Los recuerdos de la infancia junto a él consiguen que, durante unos instantes, reviva un pasado feliz.

El maestro le acaricia el pelo y pregunta:

—¿No deberías estar aprendiendo a controlar la fuerza elemental?

—Me han dejado que marche de la instrucción —contesta e inspecciona con la mirada a Ethesmo.

—¿Y eso? —Una sonrisa paternal surca la cara del maestro.

—He creado y arrojado una pequeña montaña contra un muro. —Adalt sigue inspeccionando al pelirrojo—. Y el instructor Ghathl me ha dado el día libre.

Ethesmo, cruzado de brazos, dice:

—Algún día serás un gran guardián de Abismo.

Aunque no la muestre mucho, la cara de mi hermano se llena de satisfacción.

—Cierto —afirma el maestro. Al ver a Adalt sentirse contento, sonríe y pregunta—: ¿Quieres acompañarnos?

—¿A dónde?

—Quiero que conozcas a tu nuevo compañero, tu nuevo hermano de guerra contra la oscuridad.

Los ojos resplandecientes de Adalt hablan por él, está entusiasmado con la idea. Mi hermano, aun teniendo solo doce años y conservando algunas características de la niñez, ya muestra en la personalidad su futura determinación inquebrantable.

La puerta se abre sola, caminan hacia ella y se adentran en una estancia pobremente iluminada. Siguen andando hasta que se detienen en un círculo rojo dibujado en el suelo.

El maestro mira a Ethesmo, este asiente y la energía del que fue como mi padre alimenta el dibujo que pisan. La pintura brilla y la habitación se ilumina.

—Es muy poderoso —dice Ethesmo, blandiendo el mandoble—. Estaré preparado por si escapa.

—Dudo que eso pase. —El maestro pronuncia unas palabras en una lengua arcana.

Adalt aprieta los puños y la energía amarilla de la tierra le recubre las manos. En el mismo momento en que mi hermano se prepara para combatir, una decena de relámpagos impactan sobre algo invisible. Tras las explosiones de luz, poco a poco, va mostrándose lo que está oculto a la vista. Cuando acaba de manifestarse, no puedo creerme lo que veo... a quien veo.

Soy yo, encadenado, gritando, maldiciendo, con la cara desencajada, con la razón perdida y la locura gobernándome. Aunque lo peor, lo que no entiendo, es por qué no soy un niño. Soy adulto, con más o menos la misma edad que tengo ahora.

—¡Malditos! ¡Maldito cazador! —Mi yo del pasado ríe de forma enfermiza—. ¡Os arrancaré los corazones y se los ofreceré a Él! —A la vez que los ojos le brillan con un rojo intenso, las manos forcejean contra las cadenas.

«¿A Él...? —Un escalofrío me estremece—. No puede ser... ¿era un sirviente de Abismo? —Me miro las manos temblorosas—. ¿Soy un monstruo?».

El recuerdo se paraliza y la anciana aparece en él.

Con la pena clavada en el alma, espeto:

—¿Por qué me has mostrado esto?

—Yo no he elegido el recuerdo. No gobierno la memoria de la creación, solo la protejo y la observo. —Apoya las dos manos en el bastón y muerde la pipa—. Elegiste tú.

—¿Elegí yo? —Miro la cara paralizada de mi yo del pasado, observo las facciones reflejando oscuridad, me acerco a él y declaro—: Mi vida es una mentira. —Niego con la cabeza—. No merezco vivir. Doy gracias al magnator por haberme enviado a la frontera entre la vida y la muerte. Por haberme destrozado el cuerpo.

La anciana suelta una risita y dice:

—Vagalat, vagalat, eres tan dramático. Estás juzgándote conociendo solo una pequeña porción de la historia: de tu historia.

Cuando llego a la altura de mi yo del pasado, me giro y afirmo:

—No hace falta saber más. —Señalo al monstruo que está encadenado—. Esto demuestra que soy una bestia... Y también que maté a mi madre.

La anciana me mira, camina sin decir nada, aspira de la pipa, echa el humo y pronuncia con calma al llegar a mi lado:

—El problema de tener una mente rota es que si solo la observas desde uno de los fragmentos puedes hacerte una idea errónea de lo que contenía. —Da una profunda calada—. Llevo demasiado tiempo protegiendo La Memoria de La Creación: la memoria de dioses, demonios, humanos, seres abismales; de todos los que existen o han existido. Y en este tiempo desde que el primer ser empezó a pensar, ¿sabes lo que he sacado en claro? —Me mira fijamente a los ojos—. Que nada es lo que parece.

Observo la escena detenida, aprieto los puños y digo:

—Quizá yo sea la excepción. Quizá esto sí es lo que parece y soy un monstruo. —La respiración se me acelera—. Soy algo que no debería haber existido. —Las pupilas rojas de mi reflejo deformado me producen ansiedad—. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y arrancarle la vida a este engendro. —El corazón me golpea con fuerza el pecho—. Me odio.

—¿Te odias? —pregunta, echando el humo—. Acaba contigo. Lo que odias está delante de ti. Golpéalo.

Aprieto más los puños y la uñas se clavan en las palmas.

—¿Golpearlo? —Guardo silencio unos segundos—. ¿Por qué no? —Mientras lanzo un puñetazo contra la cara de mi yo del pasado, bramo—: ¡Maldito!

Cuando los nudillos impactan en la representación de mi pasado, una luz blanquecina me envuelve durante un par de segundos y una pequeña porción de los recuerdos olvidados esclarecen parte de lo que se mantiene oculto; un diminuto fragmento de la memoria olvidada ha regresado a mí.

—¿Qué? —susurro atónito—. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo me transformó?

La anciana golpea el suelo con el bastón y el recuerdo vuelve a ponerse en marcha.

—Te lo advertí —suelta el hombre del mandoble—, este caído no es merecedor de una segunda oportunidad.

El maestro lo escucha con atención, pero en la cara se ve que no está de acuerdo.

—Ethesmo, guarda el arma. —Antes de que el hombre pueda replicar, insiste—: Ahora. —Una vez el mandoble está envainado, mi mentor camina hacia el doble oscuro y dice—: ¿Qué te han hecho? —Eleva la mano y se recubre con una luz azulada—. ¿Cómo han corrompido tu esencia? ¿Cómo han destruido tu ser y tu memoria? —Toca la frente de mi yo del pasado y este cae en un profundo sueño—. ¿Cómo has podido sobrevivir tanto tiempo en Abismo? —Conecta con los recuerdos de mi reflejo deformando—. Solo entre las criaturas más antiguas y feroces.

Adalt, al ver lo que sucede, parpadea y dice:

—Maestro... ¿Cómo...? —Las cuerdas vocales se le paralizan.

—¿Cómo es posible? —pregunta Ethesmo—. Esos conjuros fueron arrebatados de las facultades de los magnatores humanos. —Sorprendido, mira al maestro—. Es imposible incluso para uno tan poderoso como tú.

—No lo estoy haciendo yo, solo lo ayudo a que recupere la porción de su ser que le ha sido arrebatada —contesta, sin dejar de canalizar la magia sobre mi yo del pasado.

Aunque soy testigo, apenas me creo lo que estoy viendo. Aun habiendo recuperado hace unos segundos parte de la memoria, aun sabiendo que esto pasó, me cuesta mucho asimilarlo. Es casi indescriptible descubrir esta parte del pasado y presenciarla.

Sigo sin saber qué sucedió en mi vida antes de este punto, pero ahora sé que he tenido dos infancias. Una aún desconocida, y otra junto al maestro y a Adalt: junto a mi familia.

Los recuerdos con ellos, los años que he vivido entrenando, cazando y sirviendo en la orden de los guardianes de Abismo, son reales. Aunque nunca dudé, la seguridad de que existieron logra que me sienta mejor.

Cuando la transformación se completa, el maestro acaricia los mofletes de mi yo del pasado y dice:

—El alma ha tenido que absorber la oscuridad de Abismo para sobrevivir, pero tendrá una segunda oportunidad. —Con una mirada tierna en los ojos, murmura—: Tu pasado no importa, solo importa tu presente y tu futuro. —Hace una pausa y susurra—: Somos lo que hacemos; y tú serás lo que hagas a partir de ahora.

Adalt se aproxima al maestro y suelta con gran asombro:

—Se ha transformado en un... —La impresión consigue callarlo. Traga saliva y continúa—: ¿Cuántos años tendrá? ¿Seis? ¿Siete? ¿Ocho?

Ethesmo guarda silencio, está demasiado asombrado con la transmutación.

«Es increíble...» pienso y al momento escucho la risita de la anciana.

El niño, que cayó al suelo cuando los finos brazos escaparon de los grilletes al dejar de ser adulto, se despierta.

—¿Dónde estoy? —pregunta, atemorizado.

—Estás en tu casa, con tu familia. —Los ojos del maestro brillan y consiguen tranquilizarlo.

—¿Mi familia? —suelta extrañado.

—Sí, estás con tu familia —dice Adalt, mientras se acerca a él—. Me llamo Adalt. —Lo ayuda a levantarse—. ¿Cómo te llamas tú?

—No... no... —Se escucha un graznido, se giran y ven a Laht entrando por la puerta. El niño, después de observar el resplandor en los ojos del animal, contesta—: Creo que me llamo Vagalat... Al menos eso dice el cuervo.

—¿Un cuervo sagrado? —el maestro susurra la pregunta, se toca la barbilla y murmura viendo una presencia que se mantiene oculta—: Has sido tú, Anciano Caminante. Tú le enseñaste a crear un cuervo sagrado. —Sonríe—. Viejo amigo, nunca dejarás de sorprenderme interviniendo más allá de lo que te permiten tus hermanos.

Ethesmo, aunque escucha lo que dice el maestro y siente la presencia de El Anciano Caminante, no dice nada, se mantiene paralizado, contemplando cómo la inocencia brilla en el rostro del niño.

Adalt, con la típica cara malhumorada maquillada con una leve sonrisa, dice:

—Ven conmigo, compartiremos cuarto. El mío tiene dos camas y una está libre.

«Adalt, hermano, ¿por qué confiaste tan rápido en mí después de haber visto la oscuridad que guardo en mi interior?».

La anciana tose y habla:

—Ese humano elemental vio la bondad en tus ojos y también el sufrimiento de tu alma. Supo al instante que no eres un ser oscuro.

—¿Ser oscuro...? —susurro y sigo observando la escena.

—Me parece muy bien, Adalt —aprueba el maestro—. Creo que seréis buenos compañeros y que os compenetrareis en la instrucción.

Mi hermano afirma con la cabeza.

—Vamos, Vagalat. Te enseñaré nuestro cuarto y también la ciudadela. —Mira a Laht y pregunta—: ¿El cuervo es tuyo?

—No lo sé —responde el niño que fui una vez.

Laht grazna, desciende, se le posa en el hombro y desaparece envuelto en un estallido de luz roja.

—Impresionante —suelta Adalt, mientras conduce al pequeño hacia el pasillo.

Cuando abandonan la sala, Ethesmo admite:

—Esto es inesperado.

—Cierto, pero ¿lo has visto?

—Sí, esto cambia todo, es una víctima.

Hasta que el maestro lo rompe, el silencio se apodera de la estancia durante unos instantes.

—Aún tengo que moldearle un poco la mente para que no recuerde este despertar. He de crearle un pasado de sus primeros años. —Empieza a caminar despacio, mesándose la barbilla, pensativo—. El futuro siempre es incierto. Nunca hay un camino establecido, son varios los que existen hasta que uno acaba tomando forma.

Ethesmo parece saber que mi mentor está observando el devenir y pregunta:

—¿Qué ves?

—Esperanza y también silencio.

—¿Silencio...? Quizá sea más que un portador del silencio. Quizá sea un hijo del silencio.

—No lo sé, pero sí que su poder se sustenta en el silencio del alma. —Mira hacia un lado—. La oscuridad que lo ha envuelto quería exterminarlo. Sea quién sea el que le ha destrozado la mente quería volverlo loco e impedirle desarrollar el poder. —Se queda abstraído unos segundos y concluye—: Es un alma torturada y antigua. Es la esperanza de un futuro sin Abismo.

—¡¿Sin Abismo?! —exclama Ethesmo.

El maestro mira en la dirección que me encuentro y con una leve sonrisa, como si pudiera verme, explica:

—Hay varios caminos, muchas probabilidades, pero en uno de los senderos Vagalat destruirá el corazón de Abismo.

—¿A Él...? —susurra Ethesmo—. Ni siquiera los dioses fueron capaces de matarlo...

—El equilibrio está por encima de los dioses. —Cuando la leve sonrisa se transforma en una profunda, me doy cuenta de que puede verme—. Y a veces interviene para guiar los acontecimientos y poner orden.

Antes de que pueda pronunciar una palabra, antes de que pueda hablar con él y decirle lo mucho que me duele no haberle podido salvar, todo desaparece y me veo envuelto por la negrura.

—¡Anciana! ¡¿Por qué me has sacado del recuerdo?!

Escucho la risita.

—Como te dije antes, yo no controlo La Memoria de La Creación, solo la protejo y la vigilo —la voz proviene de todas partes.

—Pero...

—Vagalat, Vagalat, no te aferres al pasado y fluirá. Con cada recuerdo que recuperes te volverás más poderoso. Tu fuerza aumentará con cuantas más partes de tu memoria vuelvan a ti. —Voy a interrumpirla, quiero que me devuelva a ese recuerdo, quiero hablar con el maestro, pero no me da tiempo de decir nada—. Ahora escucha cómo tu cuerpo te reclama, siente cómo una porción de tu poder se libera. —Hace una pausa—. Escucha el silencio.

Siento como si cayera de una gran altura, moviéndome a mucha velocidad por este reino de oscuridad. Mientras la presencia de la anciana se aleja, otra se aproxima. Sonrío y pregunto con alegría:

—¿Eres tú, Laht?

La caída se detiene y floto en la negrura. Escucho un graznido y veo al cuervo sagrado acercarse. Los ojos rojos, resplandecientes, alejan las sombras y me llenan de esperanza. Vuela un par de veces en círculos, se posa en el hombro y vuelve a graznar.

Le acaricio la cabeza y le digo sin poder contener las lágrimas:

—Fiel amigo, te he echado en falta.

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