Capítulo 47 -Caminos que se separan-

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No sé dónde estoy, el entorno que me rodea es extraño, parece estar compuesto por imágenes borrosas creadas con niebla blanca. Una niebla que da forma a cosas que reconozco y otras que no consigo saber qué son.

Camino sin rumbo, observando el paisaje cambiante, viendo cómo de la nada nace un bosque de árboles nebulosos. En este lugar, el silencio es tan profundo que consigue que me pregunte si existe el sonido. ¿Existirá?

Lentamente, un olor conocido se hace más intenso. Después de dar una veintena de pasos, después de quedar rodeado por la vegetación casi etérea de este extraño bosque, contemplo cómo la niebla da forma a una hoguera; a una en la que parte de un jabalí ha caído en las brasas y está siendo calcinado por el fuego; una donde las llamas obligan al hocico del animal a que supure un líquido transparente que chisporrotea cuando choca contra la brasas.

«¿Dónde estoy?» me pregunto, tras experimentar un sentimiento que hace que piense que esto ya lo he vivido.

La niebla deshace la imitación de la hoguera, se eleva y se difumina a unos diez metros de altura. Mientras mantengo la cabeza alzada, observando cómo la bruma se descompone, unas gotas de un líquido blanco caen del cielo. Me limpio la cara con la mano, miro la palma y contemplo cómo vibra esa sustancia blanquecina.

Tras unos segundos, siento como si alguien me echara el aliento helado en la nuca. Me doy la vuelta para ver quién lo está haciendo, pero no hallo a nadie.

Al mismo tiempo que recorro el lugar con la mirada, el bosque desaparece y la niebla empieza a crear un terreno yermo rodeado por altas montañas. Por primera vez, esta extraña bruma blanquecina está creando algo sólido. Examino el entorno, me fijo en los picos y veo que están cubiertos por un metal rojizo.

—¿Qué es este lugar? —pregunto, sin ser consciente de que de nuevo ha retornado el sonido; tanto el de mi voz como el que transmite el viento.

Escucho el metal siendo forjado, los golpes resuenan con fuerza por el valle. Sin dejar de prestar atención al ruido, muevo la cabeza despacio y observo la tierra de color rojizo.

Doy unos pasos, me agacho, paso los dedos por la arena reseca y susurro:

—Conozco este lugar...

Siento moverse una corriente de aire detrás de mí. Me levanto, me doy la vuelta y miro una figura que se mantiene inmóvil a unos tres metros.

—¿Quién eres? —pregunto, fijándome en la piel color carbón y los ojos blancos.

Empieza a hablar, al menos mueve los labios, pero la voz no produce sonido. Aprieto el entrecejo, no sé qué está sucediendo, esta vivencia cada vez es más rara.

Aunque quiero volver a preguntarle no me da tiempo de pronunciar una palabra. El suelo tiembla, las montañas se agrietan y los picos estallan. Chorros de lava, ceniza y humo, salen disparados hacia el cielo. El ser se da la vuelta y empieza a caminar hacia una inmensa grieta que ha partido el valle por la mitad.

—Espera —le digo, alargando el brazo, intentado acercarme.

Siento una extraña sensación en los pies. Meneo la cabeza, no comprendo qué pasa, me miro las piernas y veo cómo se están convirtiendo en piedra.

«¿Qué? ¿Qué sucede?».

El ser, que se detiene pero no se gira, dice apenado:

—Trae de vuelta al pueblo oscuro. —Antes de saltar al la inmensa grieta, añade—: Te necesitamos...

—¡No entiendo nada! —bramo, padeciendo un terrible dolor que se extiende por el cuerpo al mismo tiempo que la carne se convierte en piedra.

Escucho las risas de Jiatrhán, de Haskhas, del Primer Ghuraki, de We'ahthurg, del silente, de Essh'karish; oigo las burlas de mis enemigos, de los que vencí y de los que tengo que vencer.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora