Capítulo 56 -Aquello que no me perdono-

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—Vagalat... —escucho cómo desde la lejanía alguien susurra mi nombre—. Vagalat, ven a mí.

Una gota de un líquido viscoso, que se asemeja a la brea, me cae en la frente y resbala hacia la sien. Toco la sustancia y, aunque me duele mucho, abro los ojos y con dificultad centro la visión en los dedos.

—¿Qué es esto...? —pregunto, incorporándome.

Mientras me golpea el viento tórrido, elevo la cabeza y observo el gigantesco árbol de piedra que oculta el sol y me cubre con su sombra. Me fijo que desde las puntas de las ramas rocosas, poco a poco, caen las gotas de la sustancia que me ha manchado la frente.

Dirijo la mirada de nuevo a la mano y examino con detenimiento el líquido viscoso. A la vista parece sangre coagulada, pero al tacto se nota que tiene mayor espesor.

Lo huelo y bajo la desagradable capa de olor a descomposición hallo un aroma que me envía varios años al pasado, hacia el recuerdo de la persona más especial de mi vida.

—Ghelit... —murmuro, sintiendo cómo si alguien me desgarrara el corazón con un puñal oxidado—. No puede ser... ¿por qué esta plasta huele a ti?

El soplar del viento se detiene y se forman unas nubes rojas que cubren el cielo. Al instante, relámpagos impactan contra el suelo de arena reseca y truenos acompañan a las primeras gotas carmesíes.

Observando el horizonte, viendo cómo la tormenta cada vez cobra más fuerza, por fin soy capaz de recordar lo que ha pasado.

—Asfiuhs. —Muevo los ojos de izquierda a derecha, analizando el entorno con más profundidad—. Así que esta es vuestra prisión. Un lugar cargado con las culpas del pasado. —Contemplo cómo la lluvia diluye la sustancia de los dedos—. Para seres tan antiguos como vosotros estar aquí debe de ser el peor de los castigos. —Jaushlet se manifiesta, me monto en él y sentencio—: No os preocupéis, pronto acabaré con vuestro tormento.

El caballo sagrado trota siguiendo su instinto y me lleva hacia una construcción derruida de la que emana un gran poder.

—Vamos, pequeño —digo, acariciándole las crines.

Aunque la lluvia se ha intensificado hasta el punto de oscurecer el aire con un rojo oscuro, los sentidos aumentados me permiten apreciar lo que me rodea sin dificultad y no me cuesta ver que en el horizonte se van agrandando las ruinas.

Cuando faltan unos metros para llegar, apoyo la mano en el lomo del Jaushlet y salto. A la vez que se desvanece el caballo sagrado, manifiesto a Dhagul y corro hacia la construcción derruida.

De la nada, impregnadas con el mal que emana del lugar, surgen decenas de extrañas criaturas compuestas de sombras. Mientras rugen, los ojos les brillan con un intenso rojo.

—¡Vamos! —bramo, al mismo tiempo que los relámpagos impactan cerca de mí y los truenos retumban desde el cielo.

Alzo la mano y genero una fila de estalagmitas de energía que empalan a gran parte de las sombras.

—¡Vamos! —insisto, sin detenerme, sin frenar la marcha.

Una de las criaturas de este pequeño ejército llega casi a mi altura, intenta desgarrarme el pecho con la garra y dice:

—Nuevo alimento.

La hoja de Dhagul desciende con fuerza y le corta el brazo. Antes de que pueda chillar, le atravieso la boca con el filo del arma. El aura carmesí se manifiesta, me recubre el cuerpo y el brillo intenso que produce ciega al resto de engendros.

A la vez que los observo, señalo:

—No sois Asfiuhs. —Rugen—. Sois sus fantasmas. —Clavo a Dhagul en el suelo y les apunto con las palmas—. Y me molestáis.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora