Era bien sabido que la sonata desolación podía consolar aquellas almas en pena, muchos de los espectros que desataron su tristeza sobre los mortales por medio de violencia o gritos abismales fueron calmados y purificados gracias a las notas tranquilas de William Wilder. Podría decirse que el mejor ejemplo de aquel triunfo fue Kokia, el búho gigantesco que le seguía de un lado a otro y que con un solo chasquido habría de obedecerle. Aquel espectro que antes tenía la apariencia de una mujer preciosa de cabello rizado castaño y pestañas tan largas como abanicos no existía más, había renunciado a esos sentimientos amargos para seguir al violinista espectral. Y él tardó en sanarla pues su pena era cruel y despiadada, tanto así que siempre encontraba la manera de volver con más fuerza a su propietaria. Y aunque él no era correspondiente de aquellos sentimientos de duelo, podía percibir perfectamente aquella tristeza a través de sus ojos. Ningún brillo de vida, y casi inexistentes como su corazón.
Darien pensó seriamente en ello, en el momento en el que acompañó a su maestro para sanar aquel espectro. La pregunta que inicia la historia de Kokia es la siguiente.
¿Cómo consuelas a una madre en duelo? ¿Qué es suficiente para llenar el hueco que ha dejado un pequeño o pequeña? No hay, no existe nada que remedie aquel vacío.
Se le podía oír desde la distancia, gritando con pesar inmenso entre las colinas altas. Sobre los árboles frondosos y entre las rocas. Aquel espíritu amargo no podía parar de llorar, por mucho que quisiera calmarse el dolor seguía corrompiendo su corazón. William avanzó de manera discreta, evitando golpearse contra las ramas altas, miraba con cuidado el lugar donde sus pies se arrastraban. Era una zona boscosa, llena de neblina y oscura. Darien iba a sus espaldas iluminando el camino con una antorcha. Después de un largo rato entre la maleza por fin pudieron dar contra el espectro agonizante. Se mantenía cabizbaja, derramando lágrimas espesas y oscuras en el suelo como si de tinta se tratara. Entre sus brazos acurrucaba al pequeño bebé que tanto buscaban, pues la familia de aquel niño estaba desesperada después de que aquel espectro descendiera de los cielos y aterrara al pueblo, exclamando por algo o alguien. Y al ver al bebé en brazos de su madre no dudó en arrebatárselo.
—Ve despacio —dijo William en un hilo de voz
Darien asintió. Sin embargo, William pisó una pequeña rama que soltó un crujido, en cuanto lo escuchó, aquel espectro giró la cabeza con cejas enarcadas y gritó con fuerza. Alterando al pequeño bebé. De nuevo lo meció, tarareando en voz baja, pero el pequeño no podía parar de llorar. Causando más culpa en ella.
—No vine a hacerte daño... —musitó William. —quiero ayudarte...
"Vete, vete... lo asustas, lo asustas mucho..."
William inspiró profundo, a sus espaldas Darien se encontraba nervioso, temiendo lo peor. Si se alteraba, era probable que no solo los lastimara a ellos, sino también al bebé.
—De hecho, vine porque sé que puedo calmarlo...
"No puedes, no puedes... vete, vete, déjame sola... deja a mi bebé"
—Quiero ayudarte, ¿me permit-
"¡VETE, VETE!"
Y de nuevo, el bebé comenzó a llorar. Ella acarició su rostro y lo acurrucó contra su pecho.
"Shhh, shh... no te harán daño, yo te cuidaré, no llores"
Mientras hablaba, continuas lágrimas oscuras y espesas se deslizaban por sus mejillas, como pequeños ríos. La cobija del bebé se ensuciaba. Y William no tenía mucho tiempo para esperar por cualquier reacción, tenía que actuar lo más pronto posible.
—¿Cuál es tú nombre?
Pero ella no respondía, se limitaba a colocar las flores rojas sobre el rostro del pequeño. Lo acariciaba dulcemente, causando tranquilidad en el menor. Sus pequeños ojos solo podían vislumbrar el rostro de una mujer triste con grandes sombras bajo sus párpados. Tenía un rostro afligido, pero no hostil. Pese al dolor que conservaba en su corazón, se mantenía frágil... una pluma podría quebrantarla ante el mínimo tacto.
—Escuché... que te gustan mucho las flores —insistió William, en un tono tranquilo. —las personas dicen que robaste muchas de ellas... es algo lamentable ¿sabes? Viene el festival de primavera, no habrá muchas que lucir este año...
Pero ella continuaba tarareando en voz baja, calmando al pequeño.
—Tengo curiosidad, ¿por qué te gustan estas flores en específico?
"Ra..."
—¿Ah?
"Raras..."
—¿Son raras?
Y ella asintió.
—Mmm, creo que la palabra perfecta para definirlas sería especial, ¿puedo verlas?
Ella hizo caso omiso a sus palabras, debido a que no se mostraba hostil, William aprovechó esa oportunidad para acercarse y sentarse a su par. Darien hundió sus labios, temeroso por cualquier imprevisto. Sin embargo, William sostuvo con cuidado una de las flores y la analizó detenidamente.
—Parece que las personas del pueblo adoran traer flores extranjeras, seguro será un festival muy bonito, ¿tú qué opinas?
Aquella mujer se limitó a soltar un suspiro en las pestañas del bebé, provocando una pequeña risa en él. Ese sonido melodioso causó en ella una sonrisa diminuta. William podía ver su perfil, la manera en la que su cabello rizado caía con gracia y sus delgados labios formaban una curva delicada. Su piel era tostada y lucía cocida como trapos viejos, después de todo es así como lucían los espectros agonizantes. Pero a pesar de ello, ante los ojos de William lucía como porcelana, fría, frágil y sumamente preciosa. Había hilos desatados, sea lo que sea que cargara consigo, debía ser fuerte. Pues tal como pasa con la cerámica, se crean grietas y en la tela se desatan los hilos.
—Me gustaría saber tú nombre, ¿cuál es?
"No recuerdo..."
—Es una lástima... —suspiró. —¿Qué me dices de las flores? ¿Sabes cómo se llaman?
"Ko..."
—¿Ko?
"Ki...a"
—¿Ko... kia? ¿Es así?
Ella asintió.
—Tienen una apariencia distinta a lo que conozco, ¿sabes? Soy un amante de las buganvilias... quizá algún día siembre junto a ellas cientos de kokias, ¿crees que se verían bien?
"Raro..."
William sonrió.
—Puede que tengas razón, se verá un contraste muy raro... pero será único... dime algo, ¿Te gustan los niños?
"... s...sí"
—¿Sabes qué aman los niños? Las canciones de cuna, ¿puedo tocarle una canción? Traje un violín, seguro le gustará
Ella guardó al pequeño en su pecho y le miró molesta. Su expresión se había vuelto hostil, pero William únicamente sonrió nervioso.
—Tranquila, no haría nada que lo lastimara... tengo un oído delicado también, así que puedes confiar en que no será una mala canción
"..."
—Solo escucha con atención, sé que también te gustará
"..."
Y entonces, William colocó a Catarsis sobre su hombro y deslizó con cuidado el arco sobre las cuerdas. En un principio la melodía se mostró baja, sin embargo, las pequeñas notas subieron de tono formando algo armonioso y suave. Era la primera vez que William ocupaba aquella sonata, aún no tenía un nombre específico, pero sabía para qué emplearla. La usaría contra los espectros agonizantes, sería de utilidad para encontrar la razón de su dolor y arrancarlo de raíz, liberándolos de esa carga que llevaban consigo.
El cuerpo de esa mujer de pronto se adormeció, sus párpados decayeron. Y apenas surgió la oportunidad le indicó a Darien que tomara al niño en brazos. William cerró los ojos al tocar la frente de ella para conectar con el alma de esa mujer. Apenas lo hizo, sus recuerdos fueron transportados a él.
Se sobresaltó al ver que lo primero que lo recibió fue un puñetazo en la mejilla y un tirón del pelo, veía y sentía todo lo que aquella mujer sintió alguna vez. El panorama era borroso, a su alcance solo estaba una silueta gigante que la miraba con desprecio y le pateaba el estómago.
"¡Cuando yo te diga que debes satisfacerme es lo que debes hacer!"
"Pero me duele mucho, eres muy brusco"
"¡O quizá tú eres muy lenta"
Y de nuevo la golpeó contra la pared. William sentía aquellas punzadas de dolor sobre su cuerpo, las gotas carmesíes con sabor a metal escurriendo sobre sus labios y más importante, la sangre en su entrepierna que manchaba sus prendas blancas. Aquel hombre robusto la tomó por el cuello y le miró furioso, sus ojos parecían inyectados en sangre.
"¡Deja de llorar! ¡Me enferma verte así!
"Basta, por favor... basta, lo siento, lo siento, no me volveré a quejar..."
"Mira como me dejas, ¡Mira lo que provocas! Yo no te golpearía si no me incitaras a hacerlo, ¡Pero siempre eres tan inútil!"
"Lo siento, lo siento..."
"Más te vale que lo sientas y hagas lo que te digo, ahora sigue si no quieres que sea peor tu castigo"
Y se alejó, abriendo su bragueta, la sujetó por la fuerza del cabello, obligándola a practicarle sexo oral. William hundió los labios y sacudió la cabeza para cambiar de recuerdo, no quería ni era capaz de soportar una escena así. Más que disgusto sintió miedo e impotencia, pues esos recuerdos ya habían sucedido y no podía hacer nada al respecto para cambiarlos o borrarlos. Eran parte de la esencia de aquella triste mujer. En varios recuerdos sucedía lo mismo, golpe tras golpe, tras golpe y humillaciones acompañadas de sangre. El cuerpo maltratado de esa mujer que, a pesar de todo no pretendía huir de aquel monstruo.
Aún con moretones que cubrían desde sus hombros hasta sus codos o manchas evidentes de quemaduras sobre sus nudillos, aquella mujer continuaba sirviendo, limpiando y atendiendo a ese "hombre". En uno de esos escenarios se encontraba en su habitación, ya era noche y dormía tranquilamente, eso hasta que la puerta de abajo se abrió de golpe y carcajadas inmensas retumbaron la casa. Era ese sujeto junto a otra mujer. Fue una punzada terrible en el corazón de William escuchar cómo aquellas dos personas pasaron por alto el lugar en donde estaban, a la persona que yacía arriba cubierta con cobijas y fornicaron en la sala. Gritos y gemidos retumbaron las habitaciones. Las lágrimas grandes, anchas y amargas de la mujer que controlaba William no se hicieron esperar, sintió las cejas enarcarse a medida que un nudo amargo se formaba en su garganta. Eran tan espesas como tinta oscura, suplicando porque aquella agonía se detuviera, pero no sería así hasta el amanecer o mejor dicho, nunca. No mientras permaneciera junto a él.
"Mujer, ¿Por qué no sales de ese lugar?" pensó William con impotencia "¿Por qué? si sabes que ese hombre no te ama"
Cuando sacudió la cabeza nuevamente, otros recuerdos aparecieron. Esta vez William sintió una tenue calidez en su corazón, era minúscula pero seguía rodeada de punzadas azules. Aquella mujer había salido de compras y a duras penas podía mantenerse en pie pues aquel hombre, días atrás le había atado los pies y con una tabla le golpeó las pantorrillas, fue su conducta violenta mezclada con alcohol. Y quería, por su puesto el almuerzo o sino la dejaría a ella encerrada en la habitación oscura. Un cuarto al que esta mujer le tenía pánico. Pero volviendo al presente, esta mujer se encontraba escogiendo los mejores panes, de textura suave pero crujientes y metía cada uno de ellos en la canasta, se esforzaba por mantener la compostura y contraía las facciones para evitar ser descubierta, por desgracia para ella aquella fachada no le ayudaría mucho, pues su pierna izquierda punzó con fuerza, extendiendo la oleada de dolor hasta el talón y provocando así que se doblegara. Gotas de sudor frío escurrieron por su frente y varios panes cayeron al suelo, las personas que pasaban no se dieron siquiera la tarea de mirarla, todos ellos pasaban como si fuese un vagabundo o simple basura. Intentó ponerse de pie, pero de nuevo su talón punzó con fuerza y ya no pudo ocultar aquella expresión de agonía.
"Señorita, permítame ayudarle"
El joven panadero había salido con prisa en cuanto la notó tirada en el suelo y sin más recogió cada uno de los panes.
"Está bien, está bien" replicaba ella con disgusto y pena. "No haga eso, por favor yo puedo hacerlo"
"En absoluto, ¿cómo habría de dejarla aquí tirada?"
"Doy mala imagen a su tienda, ¿no?" replicó entre risas. "gracias, pero debo irme a casa"
Con la poca fuerza que tenía de nuevo intentó ponerse en pie, y tal como anteriormente, fallando. Pero esta vez el joven logró sostenerla del antebrazo. Antes, aquella mujer no había tomado el tiempo para mirar el rostro de la persona que le ayudaba, pero en cuanto lo hizo quedó sorprendida y ocurrió el mismo efecto en el joven panadero. Aunque en él, aquel efecto retumbó con más fuerza y generó un estrago dentro de su pecho, ella definitivamente era una mujer muy guapa, sus largas pestañas, su cabello rizado y la mirada tierna que hacía de su rostro como porcelana.
"Señorita, ¿se encuentra realmente bien?"
Ella asintió titubeando un par de veces.
"Tengo que irme, se hará tarde."
Se apoyó sobre su pie izquierdo y parecía que el destino insistía en hacerla quedar, pues nuevamente perdió el equilibrio y no pudo resistir más los quejidos. El joven miró hacia su pie y abrió los ojos de par en par.
"¡Está usted herida! Déjeme ayudarle"
"No, yo no-"
"¿Acaso la mantuvo recluida una serpiente?" insistió un tanto burlón, omitiendo sus constantes negaciones y cargándola en brazos
La pobre mujer no hizo más que encogerse por la sorpresa, y tanto sus orejas como su cuello se tiñeron de rojo escarlata. Podría jurar que el calor le carcomería el rostro de ser posible.
"¿Se-serpiente?"
"Esas marcas lucen como si una se le hubiera aferrado a los tobillos, debe tener cuidado, no es común ver de esas por aquí y por suerte no la mordió, pero si ve otra procure realmente mantener su distancia con ellas."
"Sí... probablemente debería huir la próxima vez" dijo entre risas bajas
"Como dije, corrió con suerte de no haber sido mordida, a veces se nos brindan las segundas oportunidades y esta es una de ellas. No se asuste, no pretendo lastimarla, tan solo sigo lo que mi padre siempre dice. Anteriormente él también lidió con la mordedura de una víbora"
"Joven, agradezco sus atenciones pero... pero realmente estoy bien, no es nada por lo que deba consternarse, se lo prometo"
"No sea tan necia y permítame ayudarle, me preocupa que ni siquiera pueda ponerse en pie" y antes de que ella pudiera reclamarle, él se echó a reír, admirando su ceño fruncido. "Parece usted un toro, buena suerte que hoy traigo el mandil amarillo, de ser rojo me embestiría"
"¡Y aunque no lo traiga!"
"Le daré el permiso de hacerlo, pero primero debe curarse y ya no patalee tanto, sus pies y puños pequeños no me harán retroceder"