Sasha: Diario de un chico ado...

By Byfr4nk

1.2K 124 4

Sasha creía que su vida estaba vacía hasta que conoció a sus dos mejores amigos: Karla y Cori. Desde entonces... More

Frase introductoria
Dedicatoria.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Sasha: Diario de un chico adolescente (Volumen II)
Extras.
Capítulo extra: Lluvia de Estrellas
Capítulo extra: Lluvia de estrellas (Copyright)
Capítulo extra: Lluvia de estrellas (Dedicatoria)

Lluvia de Estrellas

23 2 0
By Byfr4nk

~☼~

CAPÍTULO ESPECIAL #2

LLUVIA DE ESTRELLAS

SASHA: DIARIO DE UN CHICO ADOLESCENTE.

Hemos terminado de arreglar finalmente el ático. Ha sido todo un trabajo pero con André y Kathy el tiempo y el esfuerzo empleados se han sentido como un suspiro. Es realmente divertido hacer este tipo de cosas con ellos. Nunca te aburres. Al final hemos movido un montón de cajas y encontrado en algunas de ellas recuerdos de lo más interesantes. Hubo una en donde encontramos un viejo álbum de fotografías de esta casa con sus antiguos dueños. La antigua casa era realmente hermosa. Tenía un enorme corredor en frente, tal y como la casa de Darién. Ahora ese corredor ha desaparecido y en su lugar hay unos arriates en donde se encuentran sembradas unas plantas florales. También tenía a su izquierda unos columpios y a su derecha existía un pequeño huerto. Era un lugar realmente hermoso, pero todo lo que queda de él ha desaparecido vagamente, subsistiendo únicamente el armazón de una casa remodelada y unas cuantas fotografías en tonos sepias y grises de lo que una vez fue. Me da un poco de pena por ello. Me hubiese gustado verla tal y como estaba antes, en persona y a todos colores.

Y en otra caja encontramos docenas de condones... mejor no pidan explicaciones al respecto.

—Y esta es la última caja—manifiesta André, colocando una enorme caja de cartón sobre la pila de cosas que hemos movido.

Ha quedado un espacio bastante considerable frente a nosotros y como dije, creo que aquí cabría una cama, un sofá, una televisión y una librera y su escritorio. Nada mal para comenzar. También hemos descubierto una ventana que yacía oculta por un pequeño armario. La ventana da con otra habitación, que justo arriba de ella tiene un enorme tragaluz de cristal que deja entrar la luz de lleno. Es algo así como un cuarto secreto. ¡Y lo es! Es que realmente desconocía esta zona de la casa al igual que la ventana que daba con esta secreta habitación. Debería de pasearme más a menudo por el tejado.

Ya puestos en la recién descubierta recamara de piso de madera, André empuja la ventana hacia adelante, levantándola unos quince centímetros y dejando un buen espacio para que el aire entre. Nos echamos al piso, recostándonos y mirando a las nubes pasar por la ventana.

—Sí que es una habitación grande—comenta Kathy que se ha acostado a mi izquierda.

—Cabrían al menos seis personas acostadas tal y como nosotros—agrega André—. Deberías de invitar a los chicos para que se vengan un rato. Igual hay suficiente corriente de aire que entra y refresca el lugar y también cabemos todos.

—Buena idea—señalo—. Pero... ¿Hacerlos venir solo para que vean la nueva y misteriosa habitación que recién descubrimos?

—Suenas como mi abuela. Siempre buscando razones—masculla Kathy—. Este lugar incluso es acogedor. Además no hay bichos. Pareciera que ha pasado cerrado por un buen tiempo.

—Me pregunto para qué la habrán construido los antiguos dueños—menciona André—. Es amplia, y el tragaluz es enorme.

—Tal vez para esto—advierte Kathy llevándose las manos tras la cabeza—. Tal vez solo para poder observar tranquilos el cielo.

—O tal vez eran judíos y se escondían acá—me encojo de hombros—. Como Ana Frank.

—Aquí ni siquiera estamos en Alemania—se queja Kathy—. Así que no lo creo.

—¿Y si también perseguían judíos acá?—vuelvo a intentarlo.

—Quien sabe—se encoje de hombros André.

El cielo. Un vasto y enorme espacio lleno de cosas que incluso desconocemos. Cuando dicen cielo solo se me viene a la mente el color azul y el negro. Es curioso, pero será tal vez porque esos son los matices que pintan a ese lienzo lleno de ozono, y más allá de éste, lleno de estrellas. La verdad es que hace un lindo día, y ya que hemos terminado podríamos pasar aquí haraganeando sin mucho más qué hacer. Al final, es un lugar un tanto acogedor. Kathy ha cerrado sus ojos, respirando y exhalando con lentitud. André está en las mismas. Seguramente ambos disfrutan del agradable ambiente. Es fresco y no apesta a húmedo, sin mencionar que el sol no nos da de lleno en la cara por su actual posición. El aire que entra por el espacio entre la ventana y el marco es el suficiente para que respiremos sin sofocarnos.

Y entonces pienso en alguien: en Peny.

Esta sensación tan quieta y calmada, fresca y etérea, limpia y silenciosa, solo me recuerda a Peny. Ya hace al menos un año que no sé de ella y espero que esté bien. A veces, solo a veces, soy tan afortunado de poder encontrarme a personas buenas en esta vida, en mi vida, tal es el caso de Cori y Karla, André y Kathy, Khana y Alice... y muchas personas más... como Peny. Sin embargo las situaciones en las que nos encontramos con ese tipo de personas pueden ser incluso ridículas, como sacadas de una película mal hecha o de una novela chafa. Es gracioso la verdad, pero creo que para que me comprendan mejor debería de comentarles quién es Peny.

Ella, una chica que para cuando la conocí tenía 19 años, alta y esbelta, de cabello negro y piel morena, ojos marrones y pestañas crespas. Peny. Ella es Peny. Cuando la conocí pensé que era una total locura el asunto, y tal y como muchas cosas que Cori o Karla no saben, Peny es solo parte de mi memoria que aún no me animo a compartir con ellos. Espero tener un día la oportunidad de hacerlo.

¿Qué aún siguen con la duda de quién es exactamente Peny? ¿Qué si cómo la conocí? La historia es un tanto extraña, pero persiste como un excelente recuerdo. Uno de esos recuerdos que rememoro con una sonrisa en el rostro llena de satisfacción.

Soy Sasha, un chico de 17 años, que cuando tenía 16 conoció a una chica llamada Peny.

Ella es Peny.

Febrero de 2009. Longmont-Colorado:

Vacío. Eso es lo que siento en mi casa: Vacío. Mis padres, como siempre, no están. Trabajan. ¿Y yo, qué hago aquí solo? Karla me ha dicho que si deseo puedo ir a cenar donde ella, Cori también me ha invitado, pero les he rechazado. No quiero ser un pesado. A veces creo que la señora Bonnet o la señora Woller se aburren de verme en sus casas. Paso tanto tiempo allí que pareciera que vivo con ellos.

Miro mi reloj. Las ocho con doce de la noche. Tengo hambre y no hay nada para cenar. Sí, sí, ya sé que debería de ir con Karla o Cori, pero ya les he mentido conque tenía cosas qué hacer y rechace sus amables ofertas. Mejor debería de ir a ver que hay en el frigorífico para preparar.

Salgo de mi cama y bajo a la cocina en busca de cualquier cosa que sosiegue mi hambre. En la alacena, nada. Busco en el refrigerador, y nada. Nada más que un zumo enlatado de ciruelas y un trozo de jamón. Nada decente que cenar, ni tan siquiera una manzana o cualquier otra fruta. Tendré que ir a la ciudad por algo. Al McDonald's o a la pizzería seguramente, a menos de que quiera morir consumido por mis jugos gástricos.

Cojo las llaves del auto, me pongo mis zapatos Converse y me dispongo a salir. Es una hermosa noche estrellada aquí afuera y la brisa sopla fría. Lo suficiente para poder ver mi aliento convirtiéndose en vaho. Paso sin detenerme a la cochera y en unos minutos ya estoy conduciendo camino a la ciudad.

En el camino paso un tramo bastante oscuro. Un tramo en el que los sonidos de la noche se intensifican, perdiéndose de lleno en planas y extensas llanuras que temprano se muestran verdes y llenas de vida. Me encanta. Me encanta esta sensación de quietud tan natural y envolvente que se muestra con la temperatura fresca, la oscuridad y las estrellas titilando en el cielo. El paisaje por la noche es muy distinto al de la mañana. Las luciérnagas que pululan en los campos llanos a mis costados iluminan tenuemente con sus brillos verdes el aire, dando la sensación de estar en una tierra ficticia. El sonido de los búhos y grillos resuena por todas partes y el susurro de los arboles meciéndose y frotando sus hojas unos con otros termina de hacer perfecta la escena. Es como un cuadro pintado en tercera dimensión, que se mueve y mantiene sus efectos de sonido reproduciéndose. Todo es hermoso, esto es hermoso, y estas son el tipo de cosas que tanto me llenan de vida. Sonrío. Al regreso me detendré a observar las luciérnagas.

Unos minutos después las luces de la ciudad iluminan de lleno el camino, con edificios apareciendo por doquier, tiendas de ropa y centros comerciales aun llenos de multitudes. Los bares a esta hora rebosan de personas que socaban en su ambiente cubierto de música y, con mucha seguridad, alcohol. Los restaurantes tampoco se quedan atrás, con sus llamativos anuncios iluminados que penden de un poste que los alza con imponencia, suspendiéndolos en lo alto.

¿Qué debería de comprar para comer? ¿Comida china o hamburguesas? ¿Pizza o pollo? Hay tantos lugares que no me puedo decidir por uno.

Unas chicas caminando por la acera alzan su mano y me saludan sonrientes. Les sonrío y les saludo, devolviéndoles el gesto. Son compañeras de salón en el instituto. Seguramente se andarán divirtiendo, de compras. Una de las chicas que se llama Susan me gusta. Llama mi atención con bastante curiosidad. Últimamente hemos hablado mucho en los recesos, a veces incluso almorzamos juntos y otras tantas hacemos tareas. No es como si fuera a soltarle de un solo golpe una confesión apresurada sobre mis sentimientos hacia ella, primero tengo que asegurarme también lo que ella pueda pensar al respecto. En una ocasión Cori me dijo que ella también se notaba interesada en mí, pero no lo sé la verdad. Últimamente todos son bien amables conmigo, las chicas incluso se me suelen acercar con más frecuencia para invitarme a una cosa u otra, para que almorcemos o para que les ayude en química. Todo esto se lo atribuyo a la pubertad. Hormonas andando por ahí sueltas y descontroladas que provocan estos cambios tan repentinos. Según Karla es que me estoy volviendo un chico atractivo y que es por eso que las chicas se muestran bastante amables conmigo. Yo por mi parte prefiero pensar que solo son amables porque está en su naturaleza ser así. Si de atractivo hablamos en esa categoría se queda Cori, que trae como locas a todas las chicas del instituto. Y yo, yo solo soy un chico de ojos azules que no cree ser tan apuesto como Karla lo menciona.

Suspiro.

Decido finalmente ir al McDonald's por una hamburguesa con bastante queso, así que me estaciono y decido comer en el lugar. No está muy lleno que se diga pero de todas maneras ordeno lo que voy a consumir y decido irme hasta le mesa del fondo, en una esquina junto a la ventana, mirando la noche transcurrir lentamente. Hubiese sido una buena idea preguntarles a Karla y a Cori si deseaban venir conmigo, pero como es costumbre de mi cerebro de chorlito la idea viene a mi mente mucho después de que la acción se ha comenzado a llevar acabo, así que me dispongo a comer en solitario, como suele ser costumbre en casa. Mis padres viajan demasiado y no se nos es posible pasar tanto tiempo juntos debido a su trabajo.

Apesta.

La verdad que mi vida familiar es tan plástica y apesta, como un gas mal expulsado, tan maloliente que da asco. Siempre he tratado de llegar a comprender a mis padres aunque sea un poco, pero creo que con tan solo 16 años y una mente demasiado joven no llego ni por cerca de lograrlo. Todo el tiempo que hago el esfuerzo por comprenderles me detengo con brusquedad, en el mismo punto, sin poder mirar hacia atrás ni hacia adelante. Solo me quedo ahí, con una tan sola idea: Su trabajo es más importante que yo. Es egoísta de mi parte, cruel incluso, pero como dije, solo tengo 16 y soy un adolescente que actúa como tal. Entiendo perfectamente que ellos trabajan porque es necesario para poder mantenerse, mantenerme, mantenernos subsistiendo, comiendo y supliendo nuestras necesidades básicas, pero lejos de eso, el trabajo no tiene otra función más que la de generar dinero, o al menos eso es lo que suelo ver en su abnegado esfuerzo. ¿Qué hay de la parte afectiva? ¿Es acaso dispensable o no?

La puerta del restaurante se abre y por ella asoma una chica alta y ligeramente morena, acompañada de un hombre. Ella echa un vistazo al lugar y se detiene justo en mí, sosteniéndome la mirada por unos momentos. Hace una mueca de desdén y por ultimo termina ignorándome. El hombre que la acompaña ha ordenado para llevar y una vez su orden está lista coge a la chica del brazo halándola bruscamente hasta que la saca a zancadas. No pareciera que fuera muy contenta por salir así. Me encojo de hombros ante la extraña escena y sigo en lo mío.

¿En qué me quedé? ¡Ah, sí! Me quejaba de mi inexistente artificio de vida familiar que pretendo tener como substituto a un vacío cruel. Como decía, ese afecto posiblemente esté siendo pasado por alto por mi padre y madre, pero igual no es algo que pueda reprocharles. Y no porque no se lo merezcan, sino más bien porque es siempre así en mí, siempre callando lo que quiero gritar, tragándome cosas que debería de discutir, silenciando lo que siento. No sé por qué lo hago, pero prefiero no darme cuenta por el momento, así que mejor lo dejo así y prefiero continuar pensando que mi soledad no está del todo sola, me tiene a mí... o tal vez yo a ella, si es que aún no me ha abandonado.

Termino finalmente de comer mi hamburguesa. Creo que pediré un trozo de pie de manzana para llevar. Paso a ordenarlo y mientras me lo preparan puedo notar a la chica de hace unos momentos peleando con el mismo hombre en el estacionamiento. Quién sabe por qué discuten pero parece ser una de esas conversaciones bastante acaloradas en las que los novios discuten por situaciones de infidelidades. Últimamente el mundo está loco. Personas casadas que se dicen que se aman y al día siguiente se divorcian porque el esposo se metió con la secretaria de su trabajo o la esposa tuvo un affaire con el plomero, el lechero, el vecino, el cartero, su cuñado o su mejor amigo. La fidelidad termina siendo un tema tabú. Digo, bueno, está bien si no tienen compromiso alguno, incluso se pudiese llegar a catalogar como error su infidelidad si la situación justifica el medio, pero si lo hacen a plena conciencia entonces realmente están mal de la cabeza.

—Aquí está su orden. Gracias por visitarnos.

La chica que está en el mostrador me entrega una bolsa con mi trozo de pie. Pago y me retiro. Al salir del local la briza helada golpea mi rostro de lleno, provocándome un escalofrío que recorre mi espalda hasta llegar a mi nuca, erizándome los bellos. Miro a mi alrededor y la chica que discutía con su pareja—digo yo que es su pareja, no lo sé— ya se han ido. Me pregunto por qué discutieron. Por todos los ademanes que la chica hacía y por la forma en la que el hombre levantaba sus manos bastante fastidiado parecía ser algo grave.

Tal vez la chica tuvo un affaire con el repartidor del periódico.

Subo a mi auto, tiro la bolsa con el pie en el asiento de adelante y me dispongo a conducir hacia mi casa. Ya son casi las nueve de la noche y debería de estar echado en mi cama leyendo o qué se yo, tal vez mirando alguna revista porno de las que me ha prestado Cori. Si, bueno, la adolescencia es un tanto alocada a veces. Un día miras porno, al siguiente te arrepientes por haberlo hecho. Una tarde te masturbas, en un par de horas luego te sientes sucio y un ser asqueroso. Nunca entendí esa mecánica tan extraña de mi cuerpo. Ver porno no es cosa del otro mundo, pero luego de ese instante de frenesí en el que tu cuerpo reacciona a todo estimulo erótico, luego de ese vistazo al nudismo de otro ser humano, entonces te sientes mal. Al final incluso te terminas diciendo que no volverás a hacerlo, pero siempre regresas. En cuanto al caso de masturbarte, bueno, no es tan distinto. Ese orgasmo tan plástico y artificial que te produces a ti mismo. Luego del instante de cero pudores terminas reflexionando que algo está mal y te sientes culpable de quien sabe qué. Te dan ganas de cortarte las manos, purificarte a latigazos o cortarte el pito de la culpa. Siempre me he preguntado si sucede lo mismo con las mujeres, porque vamos, no soy estúpido, sé que también lo hacen. Desconozco sus métodos pero eso no las exenta del asunto. En fin, mi cabeza es un sinfín de pensamientos llenos de curiosidades.

Salgo de la ciudad en al menos diez minutos, regresando nuevamente a ese tramo tan oscuro en el que me siento a gusto. La luna está llena, brillante con su plateada luz que no es más que el reflejo del sol. Pero incluso en esta oscuridad la luz lunar penetra tenuemente dándole al suelo una tonalidad ligeramente grisácea, haciendo que el pasto se vea como virutas de aluminio y que los arboles parecieran gigantescos enredos de metal. Hermoso paisaje la verdad.

Alcanzo finalmente a ese tramo en el que las luciérnagas titilan por doquier. Se mantiene en la misma quietud así que decido estacionarme a un lado de la calle y detenerme a observar el ambiente. Lástima que mi móvil no captura bien las fotografías cuando es de noche, porque tengo realmente toda la intención de plasmar este momento en una imagen estática. El viento sigue soplando frío, revolviendo mi cabello que hasta estos momentos tengo un tanto largo. Cubre mis orejas, y bueno, al ser liso es bastante manejable al son de la brisa. Mis mejillas y la punta de mi nariz están incluso bastante rosadas del frio y mis labios ni decirlo.

Cojo el pie y me voy frente al auto. He apagado las luces y puesto música suave y ligera, me he recostado en la parte de adelante del auto y dejo que el calor del motor me entibie el cuerpo. Se siente agradable la verdad. El sonido del motor enfriarse incluso es acogedor. "Tic, tic, tic" Ese sonido se pierde entre la música tenue del reproductor del auto. Y mi pie, bueno, mi pie de manzana está delicioso. ¿Qué más puedo pedir? Buena música, buen ambiente, un cielo hermoso...

—¡Carajo!

Un segundo. ¿¡Qué fue eso!? Dejo el bocado a medias y miro a mi alrededor.

Nada.

No hay nada. Pero podría jurar que escuché a alguien soltar una palabrota. Miro hacia atrás y vuelvo a encontrarme con la misma vacía oscuridad. Seguramente solo es mi imaginación. Sí, eso debe de ser.

—Oye, no finjas que no me has visto.

¡Maldición! ¿Eres tú, conciencia? Porque juro que si eres tú te estás pasando de estúpida. Estos sustos no se me dan nada bien.

Escapo a atragantarme con el pedazo de pie al escuchar esa voz femenina, si, femenina viniendo de algún lado. Volteo con cautela a mirar nuevamente y justo cuando mis ojos enfocan la vacía negrura algo asoma del asiento trasero. Una figura ensombrecida por la noche que se sienta y vuelve a hablarme.

—¿Qué?—inquiere.

¡Ihg!

¡Jesús!

Me tiro del auto rápidamente, asustado por lo que veo. ¡Maldición, se me resbaló el pie de las manos y ha caído al suelo! Corro unos metros adelante y me volteo nuevamente a observar el auto. ¿Qué ha sido eso?

—¡Hey, tú! ¿Tienes comida?—grita con una voz suave y femenina.

Padre nuestro que estás en los cielos...

—¿Qué demonios eres?

...santificado sea tu nombre.

—Satanás.

¡VENGA A NOSOTROS TU REINO!

—¡Alejada cien metros!

¡¡Y HAGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO!!

—Serás un cabrón—rezonga—. Por supuesto que no soy satanás.

¿Ah, no?

Enciendo las luces del auto con el llavero que cargo. Es de esos llaveros que controlan la alarma de los carros y cosas por el estilo, y pues viendo que tiene tan buena utilidad, que me sirva de algo.

Las traseras y las delanteras se encienden, al igual que las del tablero, iluminando tenuemente el interior del auto. Noto como dentro de él se encuentra una chica sentada en los asientos de atrás que me mira con total seguridad y una mueca dibujada en su rostro me muestra su desconcierto.

Alza una cena.

—¿Lo ves? No tengo cuernos ni un tridente.

—¿Quién carajos eres?

—Una prostituta.

—No es gracioso—vuelvo a decirle acercándome con precaución y lentitud—. Estoy hablando en serio.

—Bien, bien, si quieres que te lo diga con más recato, soy una mujer que vende su cuerpo—advierte, entonando su voz para que suene como si fuese de la alta sociedad.

—¿Una puta?

—¡Genial! Y yo esforzándome porque no sonara tan mal.

Me encojo de hombros a modo de disculpa pero sigo manteniendo una distancia prudente. Desde donde me encuentro logro percatarme de su rostro tan familiar. Es la misma chica que peleaba con aquel hombre en el McDonald's. Así que era aquí donde se había metido. Un segundo. ¡Era aquí donde había estado todo el tiempo!

—¿Qué... qué diablos haces en el asiento trasero de mi auto?

—¿Me escondía?

—Deja de responderme con preguntas—espeto—. Que se me hace más extraño a mí.

—Bueno, bueno, me escondía ¿Si?

Ella abre la puerta y se baja con toda naturalidad, como si esto no fuese extraño.

—¿Y bien?—me dice parándose frente a mí, a un par de metros—. ¿Me veo como satanás? ¿O acaso necesitas también mirarme el culo para ver que tampoco tengo una cola?

¿El culo? ¿Entonces puedo...?

No, no, no. Contrólate Sasha. Piensa en las enfermedades veneras.

—No—respondo con actitud aun pasmada.

—Bien, ahora que lo compruebas, ya puedo irme.

La chica se da la media vuelta y comienza a caminar de regreso por el camino que va a la ciudad. ¿A caso piensa irse sola? Es un largo recorrido hasta la bulliciosa urbe, y más con esos tacones que se maneja le será casi imposible caminar sin tropezar en la oscuridad con alguna piedra.

—¡Espera!

¿Qué haces Sasha?

Esa voz en mi interior que me advierte que si continúo algo no saldrá bien. Sin embargo, las palabras ya han salido de mi boca y detenerme posiblemente sea una idea tardía.

—¿Qué pasa?—inquiera ella, volteándose.

Solo di: nada. Solo hazlo y ella seguirá.

—No puedes irte sola.

¡Maldición! Debo de aprender a cerrar la boca. ¿Es que acaso no me es lo suficientemente raro que ella se viniese en el auto como polizón? La miro un poco indeciso, como si quisiera retractarme de lo que acabo de decir, ¡Y quiero hacerlo! Solo que mi boca no coopera.

Ella me observa extrañada y suelta una carcajada.

—¿Quieres mi compañía?—me interroga ella con una sonrisa que no puedo interpretar

Dile que se puede ir. ¡Hazlo pedazo de puberto!

—Solo si quieres quedarte.

¡Genial Sasha Alexander! ¡Ahora te jodes!

Y dicho esto en mi conciencia esa vocecita desaparece como un susurro dejándome a solas con la chica misteriosa asalta autos que me echó a perder el pie de manzana.

—Bien, me quedo—musita ella encogiéndose de hombros mientras se acerca.

Por mi parte he permanecido parado en el mismo lugar, observándola con curiosidad. La verdad que es una chica linda y cuando está incluso más cerca es más guapa de lo que parece. Lo único es que ahora me he quedado con una sola incógnita. ¿Para qué le he pedido que se quede? Y... ¿Quién demonios es ella?

Ella se para frente al auto y se recuesta en la parte frontal, tal y como yo estaba antes. Me hace señas para que me recueste junto a ella, y bueno, sin saber qué más hacer, accedo. Apago las luces del auto y una vez que me logro acercar más puedo observarla con plena seguridad.

Un poco dudoso subo a la parte delantera del auto y me recuesto, quedando separados por al menos diez centímetros el uno del otro. El silencio ha regresado nuevamente y la oscuridad nos hace compañía. Me pregunto si estaría hablando en serio de que es una prostituta. Por su apariencia no lo parece, pero incluso yo sé que a nadie se le debe de juzgar por ello. Nada es lo que parece en esta vida.

La música sigue sonando con un tono bastante suave y lejos de ese sonido no escucho nada más que la melodía de los grillos y uno que otro búho ululando por allí. Como no sé si hablar, prefiero limitarme a ver las estrellas. Es un cielo nocturno realmente hermoso, pero sé que no puedo mantenerme con la boca cerrada para siempre. Le he dicho que se quede, cosa que aun no comprendo por qué lo hice, y ahora que ella está acá no sé qué debería de decirle. La miro de reojo y justo cuando enfoco su rostro entre la negra noche descubro que ella me está observando descaradamente con una sonrisa en su rostro. Me sonrojo. Me sonrojo por el hecho de que me ha descubierto observándola y porque siento mi cabeza vacía de ideas en estos momentos que me impiden formular una palabra con la cual excusarme. Retiro la mirada rápidamente y vuelvo al cielo nocturno. El momento es realmente incomodo y la música tenue no aminora esta sensación tan extraña de ligereza mezclada con vergüenza.

—Así que... ¿Eres de por acá?—pregunta finalmente ella, rompiendo este silencio tan pesado.

Agradezco realmente sus palabras. Ya estaba comenzando a desesperarme y si alguien no decía algo iba a morirme... o posiblemente solo exhalaría alguna estupidez, como suelo hacerlo cuando estoy demasiado nervioso.

—Si—respondo, sin dar muchos detalles.

Ella no deja de mirarme, con su sonrisa dibujada en sus finos labios pintados de rojo.

—¿Y... siempre vas a comer al McDonald's de la ciudad?

—Solo a veces.

—¿Tú solo?

—No, suelo ir con mis amigos—comento, pudiendo decir al menos más de un par de silabas.

Ella sigue sin dejar de mirarme y pareciera que su sonrisa no se inmuta en lo más mínimo. Puedo notar ahora, con más cercanía, que posee un pequeño lunar bajo su labio inferior que solo logra realzar sus facciones delicadas.

—Ya veo...

Otra vez silencio. Solo silencio y nada más que sofocante silencio. Las luciérnagas por su parte siguen titilando a nuestro alrededor, pero un poco más allá se encienden con más intensidad.

—¿Y cómo te llamas?—me interroga, esta vez, volteando su rostro hacia las estrellas.

—Sasha—respondo—. Me llamo Sasha. ¿Y tú?

—Puta.

La volteo a ver, perplejo, sorprendido y con los ojos bien abiertos. Ella me mira de reojo y suelta una carcajada. Tiene una linda sonrisa, tan linda que por unos momentos me quedo embobado observándola. Unos segundos después despierto de mi ensoñación y vuelvo otra vez mi vista hacia el cielo.

—Bien, solo bromeo—masculla sin dejar de reír—. Mi nombre es Peny.

—¿Segura?—le interrogo un poco dudoso.

—Sí, sí. Vamos que en un principio solo bromeaba. Mi verdadero nombre es Peny. Peny Rowel.

—Lindo nombre.

—¿Te parece?

—Sí, la verdad que sí.

—Sasha también es un lindo nombre—advierte ella, encogiéndose de hombros.

—Gracias—le digo sin despegar mi mirada de las estrellas.

Volvemos a quedarnos en silencio por otro largo rato. El ulular del búho vuelve a hacer presencia, pero esta vez el sonido es un poco más lejano.

Así que se llama Peny. Que... interesante.

—Peny—musito.

—¿Dime?

—¿Qué... qué carajos hacías en mi auto?

Las palabras salen de mi boca todas aceleradas y sin poder detenerlas. Me tapo la boca rápidamente, pues ni yo comprendo cómo diablos es que han podido pronunciarlas mis labios sin antes haberlas moderado. ¡Desgraciada adolescencia! ¡Es incontrolable!

Ella vuelve a verme con toda naturalidad, sin alterarse por mi arrogante pregunta y me responde con total calma.

—Me escondía.

—¿Te escondías?—volteó a verla con curiosidad—. ¿De quién?

—Del desgraciado del restaurante. Tú lo has visto. Es todo un idiota.

—¿Así que recuerdas que yo estaba ahí?

—¿Recordar? Sería un crimen olvidar tus ojos azules.

—¿Crimen?

—Bueno, en tu cara quedan perfectos. Un chico lindo a mi parecer.

Me sonrojo. Esta chica está consiguiendo alterarme con demasiada facilidad. Si no es por una cosa, es por otra. Calma Sasha, mantén la calma y respira profundo. Bofetéate de ser necesario.

—Gra... gracias—titubeo. Mi rostro está tibio.

—Solo digo la verdad—advierte haciendo una mueca que excusa sus palabras.

Es curioso. Pero no sé cómo es que hemos llegado aquí, con una extraña que ha salido de atrás de mi auto que viene huyendo de su... ¿Novio? ¿Esposo? ¿Amigo? ¿Qué diablos era él de ella? Aunque el hecho de que se esconda de él no se lo puedo contradecir, ese hombre se miraba realmente abusivo. Un poco bestia.

—Entonces... Peny—musito luego de hacer una pequeña pausa—. ¿Dices que te escondías?

—Así es.

—¿Por qué?

—Bueno, el hombre con el que me viste en el restaurante quería que me follaran a la fuerza. ¿Sabes qué es que te metan algo por la vagina, algo por el culo y algo que te atragante por la boca al mismo tiempo?

Niego con mi cabeza.

—¡Podría morir ahogada! —exclama ofuscada.

Otra vez esa sensación de sorpresa y perplejidad me invade y no puedo evitar mirarla con cierto aire de estupefacción. ¿A caso ella está hablando en serio? Su extraña pregunta me suena a una película porno chafa que lejos de resultarme como una imagen agradable a mis sentidos me termina dando escalofríos por cómo se vería la escena con ella de protagonista y el hombre del restaurante.

—¿A caso ese hombre tiene tres penes para darte por todos esos lados?—le pregunto sin detenerme a pensar en si la pregunta puede sonarle ridícula.

Peny suelta una risotada que resuena en el silencio. Ríe tanto que incluso tiene que cogerse el estómago y tomar bocanadas de aire entre cortadas risas para mantener su respiración a un ritmo que no la ahogue. Dos minutos luego de risas que terminan contagiándome, ella me mira con unos ojos llenos de lágrimas, pero lágrimas de tanto reír. Y yo, bueno, yo estoy tratando de recuperar el oxígeno que me falta a causa de mis risas.

—Vaya que me sorprendes, Sasha—me dice, limpiándose las lágrimas—. Primero le dices a una desconocida que se quede y luego preguntas por tres penes anómalos en un solo hombre.

—Bueno, no es imposible—le digo encogiéndome de hombros—. Además, es demasiado tarde para que tú andes sola por ahí.

Peny vuelve a soltar un "Pfff" de sus labios, seguidos de una carcajada.

—¿Qué es lo gracioso?—la miro inquisitivamente.

—Nada, nada—manifiesta recuperando el aliento—. Es que, bueno, creo que aún no te das cuenta con quien hablas. ¿Peligrar yo, por la noche?

—¿Por qué no? Eres una chica.

—Una chica que es prostituta—advierte con el mismo tono de desdén.

Peny seguramente ha de notar alguna expresión en mi rostro pues ha vuelto a reír. Y no es para menos. Estoy... sorprendido, sí, sorprendido por lo que me acaba de decir. A ver, pensé que Peny bromeaba cuando me decía que era una prostituta, y bueno, que me lo reconfirme solo logra desencajarme de mis concepciones más abstractas respecto a ella. Sacudo mi cabeza para volver a la realidad. Una realidad de lo más extraña.

—¿¡Prostituta!?—inquiero sorprendido—. ¿Entonces ibas en serio?

—¿Qué? ¿A caso Estados Unidos de América no es un país libre?—refunfuña.

—Si, bueno, lo es. Pero ese no es el punto.

—¿Y entonces?—me dice ella volviendo a verme mientras arquea una ceja.

—A lo que me refiero es que... no pareces una prostituta—le digo con tono exhalante.

—Parecieras decepcionado—me dice con tono sarcástico.

—¡No, no!—me apresuro a corregirla—. Lo que quiero decir es que pensé que con quien peleabas en el estacionamiento era tu novio.

—¿¡Ese tipo!?—resopla con enfado—. Ese era un desgraciado cliente que tuve la desgracia de conocer en las más desgraciadas circunstancias.

Vuelvo a mirarla con gesto irónico. Como quien dice "Tú te lo buscabas", cosa a lo cual ella capta rápidamente y me dirige una mirada con la cual trata de excusarse.

Resopla.

—¡Quería que me dejara follar por él y por dos chicos más!—se excusa finalmente—. Y vamos, no es nada agradable que te llenen cada agujero del cuerpo. Para eso está la vagina. El culo y la boca no cuentan—rezonga.

—Bien, bien—le digo tratando de calmarla—. Ya entendí.

—Además, el sabor de un pene no es nada agradable.

—¿Sabor?

—¿Quieres saber a qué comida sabe?

La miro dudoso por unos segundos. Tengo temor, un tanto, de que pueda joderme alguna comida que me agrade así que mejor dejo las cosas como están. Hay cosas en este mundo que es mejor no saberlas, como si realmente existe el chupacabras... o el sabor de un pene.

—Mejor... mejor no me lo cuentes—mascullo con desánimos.

—¿Seguro?—vuelve a insistirme—. Porque luego de ese desagradable sabor a orines cuando el chico no se ha lavado bien, también sabe a...

—¡Dije que mejor lo dejemos así!—espeto, deteniendo su parloteo.

—Bueno, vale, si tú lo dices—me dice encogiéndose de hombros.

Volvemos a quedarnos en silencio, mirando nuevamente el basto cielo negro moteado de puntos titilantes en un incómodo lapso de tiempo en el que ni uno ni otro habla. El búho ya no ulula, los grillos han dejado de emitir su sonido e incluso la música ha dejado de sonar. El CD ha acabado.

Me pregunto seriamente por qué sigo aquí, teniendo esta extraña conversación con una persona extraña. O bueno, no tan extraña a mí, ahora ya sé que se llama Peny... y que es una prostituta. Y yo, yo soy un chico que salió por su cena hacía un par de horas y que por circunstancias del destino se encontró a una chica que se escondía en el asiento trasero de su auto. ¿Y ahora qué falta? ¿Qué un psicópata aparezca de la nade y nos decapite? Que locura.

—Oye, Sasha—musita Peny, luego de habernos mantenido en un silencio que lejos de ser pesado resultó un tanto necesario para reflexionar.

—¿Qué sucede?

—¿Tú cuántos años tienes?

—Tengo 16—musito. Volteo a verla y le pregunto lo mismo—. ¿Y tú, cuantos te cargas?

—19 años—manifiesta sin alterar su tono sereno.

—Parecieras de menos. De algunos 17—advierto.

A ella parece hacerle gracia mi comentario, pues sonríe, todo sin dejar de ver al cielo nocturno. Hacemos silencio nuevamente por unos momentos, y cuando pareciera que no hay nada que nos saque de este momento tan incómodamente raro, la naturaleza nos sorprende.

Allí. Justo en este firmamento tan hermoso destellos estelares comienzan a marcarse en el cielo. Primero unos pocos, luego varios, luego cientos. Muchos de ellos recrean un momento impensado. Una lluvia de estrellas se deja reproducir en el negro cielo como si fuese un espectáculo de juegos pirotécnicos, cohetes que dejan su brillo dibujado en el aire como sueños y fantasías.

—¡Mira!—me dice Peny bastante sorprendida—. Una lluvia de meteoros

Observo la escena con bastante sorpresa. Ilusión tal vez. Me encanta. Este tipo de cosas me encantan, y verlas para mí significa una oportunidad más de demostrarme a mí mismo que hay cosas que aun valen la pena ver. Curiosamente luego de unos cuantos minutos aquel fenómeno cesa. ¿Qué ha sucedido? ¿Solo ha sido esto?

—Ya... se acabó—musito un poco desanimado.

—Si—advierte ella con el mismo tono.

Se sienta y se apoya en sus codos, mirando aun hacia arriba. Sacude su cabeza moviendo su cabello largo que deja escapar un aroma a flores, bastante suave y agradable. A la tenue luz de la luna sus facciones se ven perfectas. Peny se mira... hermosa.

—Oye, Sasha—musita, volteándome a ver.

—¿Qué pasa?

—¿Quieres... que tengamos sexo?

Su pregunta logra descolocarme, tanto que me siento de un solo golpe, mirándola inquisitivamente con mis ojos bien abiertos y la boca, bueno, que otro poco más me llega al suelo de tal sorpresa.

—Se...se... sexo—titubeo—. ¿Quieres que tú y yo...?

Peny se encoge de hombros y termina de sentarse.

—¿Qué dices?

—Bueno, yo...

—A ver, ¿Eres virgen?—me pregunta con desdén.

Yo me limito a encogerme de hombros. Puedo sentir mi rostro tibio nuevamente, sonrojado con toda seguridad por esto. ¿¡Es que acaso es necesario dejar de ser virgen antes de los desgraciados dieciocho!? Cuando pienso que Peny va a soltar una carcajada y a burlarse de mí, su cambio de conducta abrupto me termina sorprendiendo como se está haciendo costumbre. Ella me dedica una sonrisa y una mirada tierna.

—Eso... eso no es del todo malo—musita.

—¿Tú lo crees?

—Si. Lo creo. Tu primera vez debe de ser especial, Sasha. Es algo que debe de ser tratado con cuidado, porque luego puedes arrepentirte.

—Tú lo haces por dinero—mascullo.

Me llevo apresuradamente una mano a la boca y vuelvo a maldecirme por decir las cosas sin pensarlo. Puedo notar como el rostro de Peny se ensombrece, cosa que no pasa desapercibida. Esa manera en la que su sonrisa se ha desdibujado de su rostro tan repentinamente me sienta como un golpe en la boca del estómago, un golpe que me lo merezco por ser un idiota inmaduro que no aprende a regular lo que dice.

—¡Lo siento, Peny, yo... yo no quería....!

—Está bien, no te preocupes—me interrumpe ella sin enfado—. Igual y tienes razón. No soy la más indicada para decirte esto. Mi primera vez... esa primera vez fue un total desperdicio de mí. Lo hice por dinero ¿Sabes? Era bastante joven— hace un breve silencio y luego continua—. ¿Pero sabes una cosa? Me arrepiento. Me arrepiento todo el tiempo y me pregunto con cada fibra de mi cuerpo qué hubiese pasado si yo no lo hubiera hecho. Seguramente no fuese este asco de ser humano que soy.

—Puedes detenerte, Peny. No es necesario que continúes en lo mismo.

—Detenerme no va a ayudarme en nada— Los ojos tan serenos de Peny siguen sin inmutarse, sin embargo, puedo notar como su voz se ablanda—. Hacerlo no corregirá lo que hice antes.

—Continuar tampoco va a ayudar.

—Buen punto.

—Entonces simplemente déjalo—vuelvo a sugerirle.

—Vamos, Sasha, ¿Es que acaso no está claro? Dejarlo no arreglará nada.

—Tener sexo con alguien porque lo amas... eso posiblemente pueda contar como tu primera vez. Romper un himen no es necesariamente perder la virginidad—le digo con bastante seguridad. Seguridad que no sé de dónde sale y un tono irónico que se me antoja de lo más indicado—. Todo es cuestión de cómo lo concibas. Además, si no te mueves tú, nadie lo hará.

Ella me mira con gesto perplejo y suelta una risotada.

—Vaya, vaya. No sé por qué dicen que todos los niños son unos tontos.

—¡Oye, ya tengo 16!

—16 y sigues siendo virgen—se mofa—. Pero, ¿Es que acaso escuchas lo que dices? Pareces un anciano de esos sabios cuando dices esas tus reflexiones tan... profundas.

—Solo digo lo que pienso—me excuso—. Nada más.

—Creo... creo captar tu idea—manifiesta encogiéndose de hombros.

—¿Ah, si?

—Sí, básicamente sí. Primero piensas, luego actúas y una vez actúas el mundo funciona. Me recuerda a la lluvia de estrellas.

—¿Ah, sí?—pregunto desconcertado.

—Sí, bueno. La naturaleza lo planea, luego actúa y, bueno, el mundo ha funcionado hace unos minutos en un hermoso espectáculo de meteoros fugaces.

—¡Exacto!—exclamo satisfecho.

—Me gustaría pensar que soy como la lluvia de estrellas.

—¿Cómo un meteorito?—inquiero ladeando la cabeza— ¿Quieres ser la siguiente que extinga a la humanidad?

—No, tontito—se ríe—. Como una lluvia de estrellas. Una muestra de cuan hermosa puede ser la vida a veces. ¿Crees que pueda lograrlo?

—Puedes. Nada es imposible.

Ella ha sonreído.

El rugido de un motor se escucha a lo lejos, haciendo que Peny y yo volteemos a ver de un solo tirón hacia atrás. Cada vez se acerca más ese ruido sordo hasta que logramos divisar unas luces que se aproximan.

—¡Peny! ¡Perra desgraciada! ¿Dónde te has metido?

Alguien grita enfadado y con voz gruesa.

Peny se queda paralizada y puedo notar como en su rostro se dibuja una mueca de preocupación. Incluso se ha puesto pálida. Esto pinta mal. El sonido del motor se hace más distinguible cada segundo que transcurre y logro identificar que es de una motocicleta.

—¡Perra mal nacida! ¿Dónde te encuentras?—vuelve a gritar la voz con bastante enfado.

Peny me dirige una mirada que tan solo me indica una cosa. Esto se pondrá feo.

—¡Debemos de irnos, Sasha!—exclama Peny, saltando de la parte de adelante del auto.

Me bajo también, apresurado y sofocado. Si ella dice que hay que irnos, entonces hay que irnos. El sonido de la motocicleta se acerca cada vez más con cada segundo que pasa y puedo notar que Peny, quien mira con desesperación a la luz acercarse, se altera más de lo que podría concebir.

—¡Rápido Sasha!—chilla.

Sin bacilar ni pensarlo dos veces me subo al auto y me dispongo a encenderlo, pero justo cuando intento introducir la llave ésta se me desliza de las manos y cae bajo el asiento.

La voz ronca y enfadada sigue acercándose y parece que ya nos ha divisado y ha distinguido a Peny porque grita su nombre, diciéndole que no se esconda. Peny se impacienta con cada segundo con quejidos desesperados y yo busco afanosamente las llaves sin tener éxito.

¡Bang! Un sonido estruendoso rompe la noche y los cristales del retrovisor caen despedazados frente a nosotros. Peny grita y se encoje en reflejo al susto ¡Carajo! ¡Nos está disparando!

—¡Maldita zorra! ¡Deja de esconderte!—ladra el hombre.

Justo unos momentos antes de que logre por fin alcanzarnos encuentro las llaves, y sin nada más que adrenalina corriendo por mi cuerpo enciendo el auto, retrocedo unos metros a toda prisa y presiono el acelerador, justo en el momento en el que el hombre logra alcanzarnos y ponerse a la par, apuntándonos con su arma. Puedo distinguirlo con claridad. ¡Es el mismo hombre que acompañaba a Peny en el McDonald's!

Peny coge su bolso y deja irle un brusco golpe con éste al hombre, tirándole la pistola de las manos, provocando que se detenga bruscamente a recogerla. Mientras, mi pie presiona el acelerador sin pensarlo, el auto corre a 160 Km/h y el corazón me late fuertemente. Siento deseos de vomitar y las manos me tiemblan. El hombre reanuda su marcha detrás de nosotros. El sonido del motor de su motocicleta se incrementa, haciéndonos saber que acelera para situarse nuevamente cerca de nosotros.

¡Bang!

¡Mierda! ¡Otro disparo! Da en el parabrisas provocando que pierda por unos segundos el control del auto, haciéndome zigzaguear por la carretera, pero rápidamente vuelvo a retomar el control. ¿¡Qué locura es esta!?

—¡Rápido, Sasha! ¡Más rápido!—grita Peny con aflicción.

Mi respiración es acelerada y mi pulso parece palpitar incluso en mis labios que tiemblan de toda esta acción tan descabellada.

—¡Tírale algo!—le grito a Peny—. ¡Bajo el asiento hay unas herramientas! ¡Solo hazlo!—le ordeno.

Peny se apresura a buscar lo que le digo, pero mientras, los disparos no dejan de sonar. Ese sonido tan estallante aturde mis oídos y corazón cada vez que se dejan escuchar entre el sórdido rugido del motor de mi auto y el de la motocicleta. ¡Maldición! ¡El hombre está más cerca!

—¡Las encontré!—exclama Peny.

—¡Peny, mal parida! ¡Haz que detenga el auto!—ladra el hombre sin dejar de apuntarnos.

—¡Tírale esas mierdas!—le grito a Peny—. ¡Rápido!

Ella sin dudarlo comienza una por una. Primero las llaves, luego destornilladores, luego pinzas. ¡Nada! ¡Por un carajo, no le da con nada! ¡Y el desgraciado se sigue acercando! ¡Bang! Otro disparo y esta vez logra dar en el reproductor de música. ¡Diablos, estuvo cerca!

¡Creo que me va a dar un paro cardiaco!

El hombre se logra posicionar justo a nuestro lado. Peny y yo empalidecemos de un solo golpe al verlo apuntándonos con esa arma tan gris y letal. Su rostro enfadado pareciera que es de piedra. Vocifera unas cosas que no alcanzo a entender pero Peny se encoje y se trata de apartar de él lo más que puede. Mi pie aún sigue pisando el acelerador, corriendo ahora a 170 Km/h con el motor zumbando tan fuerte que comienza a ser molesto. ¡Maldición, van a matarnos! ¡Y todo porque salí a comprar un desgraciado Pie de Manzana!

En su desesperación, Peny coge una llave de cruz de debajo del asiento que no sé ni cómo demonios la ha encontrado y sin vacilar, llena por la adrenalina e impulsada por el miedo inminente a morir, le deja ir con fuerza justo al rostro del hombre que, incapaz de esquivarlo, recibe el doloroso golpe metálico. Podemos escuchar su quejido de dolor entre los rugientes sonidos de los motores. Se desequilibra y pierde control de su motocicleta provocando que vaya a meterse a un campo con pasto bastante alto. El hombre choca contra una cerca de madera y sale disparado por los aires y cae unos metros más delante de su motocicleta de manera estrepitosa.

—¡Maldito imbécil!—le grita Peny sacándole el dedo medio.

—¿¡Sigue vivo!?—pregunto preocupado.

—No te preocupes, el desgraciado sigue vivo—masculla ella con tono victorioso.

—Miro por el espejo del costado que ha podido sobrevivir a los disparos y compruebo como el hombre se pone de pie, perdiéndose a lo lejos en la oscuridad mientras nosotros nos alejamos a toda velocidad en el auto.

Mi corazón aún sigue acelerado. ¡No puedo creerlo! ¡Parecía una escena sacada de una película!

Ha sido incluso... ¡Emocionante!

Vuelvo a ver a Peny que sigue pálida, sentada a mi lado y con su respiración acelerada y jadeante por el alocado percance. Ella vuelve a verme y me observa aun atónita por todo el extraño suceso. ¡Es tan raro!

Ambos soltamos una carcajada al unísono. Reímos descontroladamente quien sabe si de nervios o de felicidad porque hemos logrado perder a ese maniático. Peny tira su cabeza hacia atrás del asiento dejando escapar su risa al cielo y yo simplemente me limito a observarla de reojo sin dejar de reír. Es incluso reconfortante.

De repente, Peny se detiene y grita con sorpresa.

—¡Mira, Sasha, mira! ¡La lluvia de estrellas continúa!

Levanto levemente mi mirada y puedo notar que es cierto. La lluvia de estrellas sigue dando su espectáculo en el firmamento. ¿A caso puede ser mejor? Esta felicidad tan extraña recorriendo mi cuerpo, en este escenario tan pelicular y con alguien que por extrañas circunstancias siento ya conocer de toda la vida solo me hace sentir a gusto. Incapaz de reprocharme nada. Es un momento simplemente hermoso.

Llegamos a mi casa y rápidamente meto el auto a la cochera. Veo que Peny se queda parada frente a la puerta, dudosa sobre si entrar o no.

—Vamos, entra. No es que vaya a amarrarte y secuestrarte, ni nada por el estilo.

—No es eso—me dice. Puedo notar un poco de preocupación en su mirada—. Es solo que... ¿En serio no te incomoda que yo entre? Soy una pro...

—Eres Peny. Y Peny ahora es mi amiga, una amiga que está en problemas. Vamos, entra—le digo con una sonrisa.

Ella sonríe. Otra vez esa misma sonrisa dibujada en su rostro que la hace ver tan viva y hermosa.

Con timidez, al final, decide entrar.

Está oscuro pero me apresuro a encender las luces. Pienso en ofrecerle algo para cenar pero recuerdo rápidamente que no hay nada de cuenta en el refrigerador. Creo que hubiese sido más inteligente ir al supermercado por algo.

Nos tiramos en los sillones de la sala mirando al suelo sin decir una palabra. Unos segundos después alzamos nuestras miradas y nos miramos fijamente, con rostros anonadados, entablando un dialogo visual que solo nosotros comprendemos. Sé en qué piensa, sabe en qué pienso. Esto ha sido espectacular.

—Fue desgraciadamente emocionante—musita ella sin dejar de mirarme.

—Fue...

—¿Fue?

—¡Hay que repetirlo!—exclamo con una risotada

—Estás loco—me dice ella uniéndose a mis carcajadas.

—Vamos, que solo es una broma. Ni loco volvería a hacer eso—. Manifiesto frunciendo la boca—. Eso sería estúpido.

Nos quedamos callados por unos momentos pero luego de que volvemos a mirarnos Peny vuelve a soltar un "Pfff" y se nos escapan nuevamente las risas. Risas que ahora ya no son producto de los nervios, sino más bien producto de una paz interior que ambos compartimos de haber salido ilesos de eso. A parte de que se puede sentir esa complicidad en el aire cada vez que hablamos, ese tono tan íntimo de la experiencia que ambos agradecemos solo haberla compartido nosotros dos. Siento esa sensación de ligereza nuevamente. Es agradable.

Luego de hablar por un rato le sugiero a Peny que se quede en casa. De todas maneras mis padres no están y no habrá inconveniente, y con ese psicópata rondando por ahí es mejor que ella se quede en un lugar seguro. Le digo que puede utilizar la habitación de huéspedes si lo desea a lo cual ella acepta.

Me pide prestado el baño y le indico por donde queda y también le indico donde está la habitación. Luego de esto y de decirle las buenas noches me retiro a mi habitación a descansar. Este día ha sido extenuantemente peculiar y me alegro de ello.

Me pongo ropa cómoda y me dispongo a dormir, apagando las luces y metiéndome a la cama. Se siente agradable. Mis energías están agotadas y necesito un sueño reparador.

Mis ojos comienzan a entrecerrarse y poco a poco el sueño me invade, pero justo antes de dejarme caer en ese estado REM siento mi cama moverse un poco. Volteo lentamente, encontrándome entre la oscuridad de mi habitación a Peny que yace recostada sobre mi cama con sus ojos cerrados. No me muevo, no me inmuto en lo más mínimo. Ella sonríe y me coge la mano entre las suyas. Están tibias y suaves.

—Buenas noches, Sasha—murmura. Sus ojos permanecen cerrados.

Sonrío y vuelvo a cerrar los míos.

—Buenas noches... Peny.

***

Recuerdo que esa noche me dormí profundamente. Fue un sueño tan pesado que no sentí la noche pasar. Al siguiente día desperté y Peny ya no estaba recostada junto a mí. Sin embargo había una nota escrita con su letra sobre mi cama.

"Gracias por todo Sasha. Creo que tienes razón. Es momento de que comience mi vida de nuevo... y esta vez será desde cero."

Besos y abrazos

Peny.

Fue la última vez que vi a Peny y hasta la fecha sé muy poco que ha sido de ella. Cada inicio de mes recibo una postal de ella, y cada navidad también. Seguramente tomó la dirección del buzón de la casa. Sin embargo no puedo responderlas. El remitente siempre cambia de domicilio. Mas sin embargo puedo decir que las cosas con Peny cambiaron. En su última postal me comentaba que se casaría.

—¿En qué piensas?—me pregunta André, al verme inmóvil mirando al cielo azul.

—En Peny—musito con una sonrisa.

—¿Peny? ¿Quién es Peny?—inquiere.

—Una chica...—murmuro—. La chica de la lluvia de estrellas.

Septiembre de 2010

(Nota anexa al diario)

Un mundo comenzó a existir bajo una lluvia de estrellas.

Sasha

Continue Reading

You'll Also Like

27.1K 935 42
"me gustaría ser más cercana los chicos del club, pero supongo que todo seguirá siendo igual, no?"
27.5K 5.4K 43
Marcus juró que nunca volvería a amar. Luego de regresar a Nueva York por petición de su padre, Marcus intenta retomar su vida, intentando ignorar la...
265K 15.2K 51
❝ El Chico De Omegle ❞ El verano de Abi iniciaba y su aburrimiento no se quedaba atrás. Uno de esos días de aburrimirnto, descubre una página nu...