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Se decía que la noche que ella nació, en pleno invierno de 1928, el mundo entero estaba en silencio. La rugiente tormenta invernal, aparentemente, se había calmado una vez que ella nació, casi como si sintiera su futura importancia.
A pesar de sus limitaciones, su mamá siempre vio un futuro brillante para ella, al igual que para otras personas de su edad. No podía imaginar que su primogénita, su pequeña Viviana, fuera enviada lejos, como su papá había querido.
Ella, incluso con sólo ver su cara roja y la de mamá llorosa, supo que papá nunca la quiso. Más tarde, una vez que aprendió a leer los labios unos meses antes de enfermarse, lo había visto citando la Biblia, la que mamá le había enseñado a leer, letra por letra, un patrón repetitivo y retumbante a la vez.
Papá argumentó que el diablo la había marcado. Era lo único que podía explicar las extrañas marcas con las que nació. Materias largas y extensas que llenaban sus brazos y toda su espalda, creciendo a medida que ella crecía. No había nada natural que surgiera de ellas. Sólo podría ser obra del diablo.
Mamá, todas las noches, no creía que fueran del diablo. Cada noche, desde que tenía uso de razón, su mejilla estaba contra su pecho y podía sentir sus latidos, adormecida mientras se mecían.
Esto era algo que hacían todas las noches, incluso después de que nacieran sus hermanos Roberto, Luis y José, y su hermanita Natalia. Mamá siempre supo que necesitaba más atención que los demás.
A medida que crecía y pasaba el tiempo, Viviana empezaba a mejorar. Si bien nunca sería como sus hermanos pequeños y su hermanita, lo estaba logrando. Mientras lograba leer los labios, si el hablante disminuía la velocidad, comenzaba a aventurarse con su mamá y, a veces, con su papá, si tenía sus días buenos. A lo largo de los meses, aprendió a hacer la compra, a preparar algunas comidas y a gestionar un presupuesto, mediante una lectura lenta de los labios y un lenguaje de señas entrecortado, algo que mamá se esforzó por aprender.
Incluso con el apoyo de mamá, había otras cosas. Aunque no escuchó, pudo ver sus cuerpos y cómo los vecinos desaprobaban que mamá luchara para evitar que fuera institucionalizada. Rápidamente, captando fragmentos, Viviana supo que la veían como una mancha negra.
¿Qué pensaría su iglesia? ¿Qué dirían los pastores?
Esas eran preguntas comunes que parecían plagar las conversaciones hasta que mamá la alejaba, siempre presionando una mano contra su mejilla, asegurándole que no eran ciertas.
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