El chico ojos de fuego | Arca...

By MoonRabbit13

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Desde que podía recordar, Nahuel Lowell siempre ha tenido el mismo sueño. Sin embargo, él nunca creyó en prem... More

Sinopsis
A sangre y fuego
Prefacio
1. Mala fortuna
2. Cuidado con el lobizón
3. El fuego dentro de mí
4. Del color de la sangre
5. Girasol, jazmín y gato
6. Sólo somos amigos
7. Hasta la eternidad
8. Una muy mala idea
9. Como si estuviese dormido
10. Los niños no se convierten en lobos
12. Mi pequeño problema peludo
13. Un sol atravesado por flechas
14. No me dejes
15. Quien en verdad soy
16. Como la luz de las estrellas
17. El lobizón equivocado
18. La niña de mi sueño
19. Toda verdad tiene un precio
20. Sólo una pesadilla
21. Qué sabés de mí
22. Antes de que me arrepienta
23. Tu amor duele
24. El verdadero monstruo
25. Lo mejor de mí
26. Mi ángel guardián
27. Un conjuro secreto
28. Mi entrenamiento jedi
29. Nieve y oscuridad
30. La hora de los monstruos
31. Mis últimas palabras serán un mal chiste
32. Algo por lo que vivir
33. Un mundo cruel y hermoso
34. Su corazón se detuvo
35. Más fuerte que el destino
Epílogo
Agradecimientos
Arcanos 2: La chica voz de sombras
Otros títulos
Preguntas y Respuestas

11. Mi mejor amigo casi me mata

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By MoonRabbit13

No tenía la menor idea de cómo llegamos a este lugar. Según Lucas, habíamos salido del monte y caminamos unas cuadras antes de tomar un remís que nos trajo una clínica privada. Aparentemente estuve todo el viaje en un estado de semiinconsciencia, como si fuera un zombi. Yo sólo recuerdo haberme puesto mi ropa que afortunadamente estaba donde la dejé y al siguiente minuto, estar parado en la entrada de la Guardia una pequeña clínica junto a Lucas... o más bien estar sosteniéndome por Lucas.

―¿Qué hacemos acá? ―pregunté.

—Volviste —exclamó Lucas en cuanto vio que ya no tenía la mirada fija en la nada misma―. Sé que es raro, pero tu papá me hizo jurarle que, si alguna vez te pasaba algo, te trajera acá. Y antes de que preguntes, no tengo idea de qué signifique eso, pero no me gustaría desobedecer a tu papá.

Lucas se veía tan confundido como yo, pero también había una expresión decidida en su rostro. A pesar de todo, él quería ayudarme. Al ver sus oscuros ojos, supe que no me veía como el monstruo que era, sino que estaba mirando al Nahuel de siempre, a su amigo de toda la vida.

«¿Cómo era que no tenía miedo de mí después de todo lo que pasó esta noche?»

Lucas entró, arrastrándome consigo e irrumpimos la aparente tranquilidad del lugar. No tuvimos que esperar demasiado para ser atendidos. En cuanto me vieron con mi improvisado torniquete y el vendaje en mi brazo que poco hacía para contener la sangre, un médico corrió hacia nosotros.

Lo reconocí al instante, era el Dr. Cabral. Él era algo así como el médico de la familia, a quien siempre acudía mi madre cuando mi estado superaba sus tés. Me caía bien el señor. Era un hombre de edad algo avanzada pero de inteligentes y amables ojos oscuros, y algo pálido a pesar de sus rasgos aborígenes. Lo mejor era que no era el tipo de doctor que sólo te cura, sino que te hacía sentir cómodo mientras lo hacía; y si eras un nene que se aguantó una inyección sin llorar te premiaba con un chupetín.

―¡Nahuel! ¿Cómo? ―exclamó al verme, pero podría jurar que olfateó el aire antes de que su expresión cambiara de la confusión a la comprensión―. Pasen, pasen.

Así que un momento después, estaba sentado en la camilla de una pequeña y limpia sala de emergencia, carteles sobre el tabaquismo y fichas de vacunación esparcidos por las paredes blancas, y pequeños muebles de almacenamiento llenos de frasquitos y cajitas de medicamentos.

—Es bueno verte, Nahuel. Aunque, claro, no en estas condiciones. ¿Cómo te pasó esto? —volvió a preguntar el Doc, mientras me quitaba el retazo de remera que había usado como vendaje para examinar la herida.

«Bueno, verá... Mi mejor amigo casi me mata porque se asustó al verme convertido en el lobizón.»

Sí. Esa parecía ser una respuesta bastante normal. Claro; y luego derechito para el manicomio. No podía contarle la verdad, y no sabía qué historia inventar. No sabía qué decir.

—Estábamos... —comenzó a relatar Lucas con su mejor cara de póker—, buscando unas herramientas en mi garaje cuando se le cayó una caja encima...

—Y había cuchillos dentro —agregué, dándole una mirada agradecida a mi amigo. Lucas tenía una habilidad especial para mentir. Imagínense que podía escapar fácilmente de su casa, aun teniendo a la Jefa de Policía de la ciudad como tu madre. En cambio, yo era un mentiroso terrible. Mi mamá lo consideraba una bendición, que era un niño demasiado bueno para mentir. Yo no estaba tan de acuerdo con ella.

—Ya veo —dijo mientras se colocaba unos guantes de látex.

En los oscuros ojos del doctor había algo de sospecha, pero también comprensión. Seguramente llegaban muchos adolescentes bastante tontos que se habían herido haciendo alguna idiotez, como nosotros.

—Bueno... —dijo examinando mi brazo. Se veía terrible. Se parecía a una morcilla.

La piel se había hinchado y tenía un color morado; las venas se marcaban como si estuvieran dibujadas con tinta y del corte seguía saliendo sangre negruzca. Yo esperaba que el Doc preguntara qué me había inyectado en el brazo como para que se esté pudriendo de esta manera. Pero en cambio sólo dijo:

—La lesión es bastante profunda; habrá que aplicar varios puntos y una antitetánica.

Asentí.

En cuanto el Doc sacó el equipo de aguja e hilo, Lucas ahogó un silbido. A pesar de su postura aparentemente relajada, apoyado sobre la camilla junto a mí con los brazos fuertemente cruzados, pude notar que mi amigo estaba tenso. Las agujas no eran algo que le gustaran mucho. Me dolió ver que estaba lo más lejos de mí que le permitía la camilla. Aún no confiaba lo suficiente en mí. Y yo no podía culparlo.

—Por cierto —dijo el Dr. Cabral, acercando la aguja a mi brazo—. Voy a tener que llamar a tus padres. —La mirada que me dirigió decía: "Lo siento, pero debo hacerlo"—. Un mayor debe firmar los papeles. Y si mal no recuerdo ustedes todavía tienen diecisiete.

Eso era lo malo de que tu médico te conociera tanto, era casi imposible mentirle al Doc Cabral. Además tenía razón. No había traído mi credencial ni dinero.

—Mis padres no están —intenté mentir de todas formas—. ¿Puede ser mi hermana? Ella es mayor de edad.

—Claro.

—Yo voy a llamarla —anunció Lucas, encontrando una excusa para evitar estar en presencia de esa aguja sin perder su masculinidad. Sacó su celular del bolsillo y salió disparando de la sala. —¿Listo?

—Adelante, Doc —dije.

En cuanto sentí el pinchazo de la aguja, una pequeña oleada de calor se esparció en mi estómago. Instantáneamente cerré los ojos con fuerza. Ya conocía esa sensación. Estaba seguro que mis ojos se pintaron de rojo. Intenté simular que era por el dolor o el miedo hacia las agujas. Y me di cuenta que de igual manera no necesitaba ver para saber qué estaba pasando. Mis sentidos estaban potenciados por el dolor. El olor a antiséptico saturaba mi olfato y escuchaba cómo Lucas discutía con mi hermana.

—¿En qué lío se metieron ahora? —gritaba Brenda y estaba seguro que no necesitaría super oídos para poder escucharla.

—Em.... Em... —comenzó a balbucear mi amigo; sabía que esto debía estar siendo bastante difícil para él—. No puedo explicártelo bien.

—¿Dónde están? —dijo Brenda luego de un suspiro.

—En la clínica...

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Nahuel está bien?!

—Tranquila —intentó calmarla Lucas—. Él está bien. Sólo algo descompuesto.

No estaba del todo seguro si eso la calmó, pero mi hermana suspiró cansadamente y dijo:

—Iré a buscarlos —y cortó.

Estaba tan concentrado en la conversación de Lucas y Brenda que casi no me di cuenta de que el Dr. Cabral había terminado de cocerme el brazo e inyectado la antitetánica. Pero entonces, sentí el tacto frío de una segunda aguja, más grande incluso. Sorprendido, abrí mis ojos, olvidando que podría delatar que no era del todo humano.

Frente a mí había un gran espejo que mostraba a un adolescente todo sucio y lleno de rasguños y moretones. Y sus ojos (mis ojos) ya no eran del todo rojos; el azul había lavado el color rojo fuego.

Junto a él estaba un hombre con uniforme médico que le estaba pinchando el brazo con una jeringa. No era una visión muy extraña para mí, estaba acostumbrado a las inyecciones. Pero ésta se sintió, de alguna manera, distinta; el líquido que entraba a mis venas era más espeso.

De pronto, comencé a sentirme somnoliento... y mejor. La cabeza ya no me daba vueltas y la fiebre había descendido; incluso se había extinguido el leve ardor en mi estómago. Mi brazo estaba volviendo a su color natural y se estaba desinflamando; ya no había sangre negra, ni saliendo de la herida ni dentro de mis venas.

Estupefacto, miré al Dr. Cabral mientras este se quitaba los guantes y me miraba con cierta preocupación. ¿Qué acababa de pasar?

—Tenés que tener más cuidado con los objetos benditos —dijo el doctor—. Esas heridas pueden ser mortales si no se las trata —agregó, como si eso aclarara todas mis dudas.

¿Objetos benditos? ¿Acaso sabía lo que yo era? ¿Qué haría conmigo? Creo que el mareo estaba volviendo, pero esta vez era debido al miedo. Y, al parecer, mi rostro volvía a delatar todo lo que pensaba porque el Dr. Cabral dijo:

—No te asustes, Nahuel —dijo y comenzó a vendar mi brazo con gasa—. Los arcanos somos abundantes en esta ciudad.

¿Dijo "somos"? ¿Acaso él también era como yo?

Sin embargo, lo más extraño no era que mi doctor acabara de declararse una criatura sobrenatural, sino la tranquilidad con la que hablaba; la misma naturalidad que tenía Alfonsina al hablar sobre el Mundo Arcano. ¿O era yo el único que no aceptaba ser parte de ese mundo?

—Si alguna vez necesitas hablar con alguien, aquí estoy —dijo el Doc y comenzó a escribir algo en un papelito.

En el papel que me entregó estaba escrita una dirección.

—Gracias... creo —contesté, algo dubitativo. Aún no estaba seguro de lo que estaba sucediendo. Pero al menos sabía que tenía a alguien más en quien confiar.

Y estaba a punto de preguntarle algo, aunque no se bien qué, cuando Lucas apareció en la puerta.

—¿Estás listo? —preguntó; seguía pálido y algo nervioso.

—¿Nahuel? —Brenda entró detrás de él; hecha una furia que se deshizo en un ataque de estornudos. Llevaba puesto una pollera corta, su camisa favorita de gasa negra y unos altísimos zapatos que más bien parecían un par de armas.

Estaba seguro que los usaría para matarme por sacarla de la fiesta en la haya estado. Instantáneamente me sentí mal. Brenda estaba visiblemente preocupada por mí, cosa que no me lo demostraba todo el tiempo. Y, al verme con el brazo vendado y lleno de rasguños y moretones, sus ojos se agrandaron del pánico. Estaba seguro que si no moría en lo que quedaba de la noche, mi hermana me mataría.

No me animé a mirarla a la cara, así que me concentré en ponerme la campera de Lucas sin chillar de dolor en el intento.

—Una vez que firme esta planilla podrá llevarse a su hermano a casa.


La lluvia comenzó a caer en cuanto entramos a la vieja camioneta de la familia. Teníamos suerte de que Brenda no nos obligara a ir en la parte trasera, a merced de la lluvia que mojaba la ciudad.

Los tres permanecimos en silencio durante todo el trayecto. Ni siquiera tenía ganas de quejarme sobre la vieja canción de One Direction que sonaba en el estéreo. Pero en cuanto Brenda estacionó la camioneta en la entrada de nuestra casa, me animé a romper el silencio.

—¿Nos vemos mañana? —pregunté tímidamente a mi amigo.

—Sí. Tenemos mucho de qué hablar —respondió Lucas sin mirarme siquiera y su voz no delató ninguna emoción, y bajó del vehículo.

Me quedé unos minutos mirando como Lucas cruzaba la calle corriendo, intentando mojarse lo menos posible. Estaba casi seguro que él no dormiría bien esta noche. Ni yo tampoco. En ese momento vi que una tenue luz de la casa de Lucas estaba encendida y, a través de una de las ventanas de la sala, vi la silueta de Sofi. Agudice mi vista y vi que estaba sentada junto a la ventana, alumbrada por la luz de una lámpara. Y, aunque tenía un libro en la mano, supuse que no leyó mucho. Lucas y yo habíamos desaparecido por mucho tiempo y ella debió haber estado muerta de preocupación. Levantó los ojos de su libro cuando nos escuchó llegar y casi pareció que su mirada se encontraba con la mía. Por supuesto, eso era imposible. Ella no podría verme dentro de la camioneta a través de la distancia y la lluvia.

Y me quedé mirando su sonrisa aliviada cuando vio entrar a Lucas, con un incendio en mi estómago.

—¿Estoy en problemas? —le pregunté a mi hermana en cuanto volví a la realidad.

—Mamá y papá piensan que te quedaste en lo de Lucas. Si no ven la herida no lo sabrán. ―Aunque habló con tono práctico, yo supe lo que sus palabras querían decir muchas cosas: ella me cubrió y no me delataría... por ahora.

—¿Cuánto te debo? —contesté. Brenda y yo acostumbrábamos a cubrir nuestros desastres, pero raramente lo hacíamos gratis.

—Una explicación —dijo, anunciando su precio. Pero era un precio muy alto el que ella me pedía. No podía contarle la verdad. Ya había visto lo que pasaba cuando alguien a quien quería se enteraba de lo que realmente era. No podía correr ese riesgo. Así que le conté la versión que había inventado Lucas e intenté que sonara lo más convincente posible. Aunque no tuve mucho éxito.

—Está bien —dijo con voz cansada—. Si no me querés decir la verdad, yo no quiero saberla. Yo también hubiera deseado nunca conocer la verdad sobre mí.


⋆*✦ ─────── ⋆✦ Notita ✦⋆ ─────── ✦*⋆

Buenas~

De a poco vamos descubriendo algunas cositas. El papá de Nahue sabe algo, pero ¿qué? ¿Y quién será Max y qué no llego a hacer? El Dr. Cabral es un arcano. ¿Cuántas personas que Nahue conoce también lo serán?

Dejen sus teorías acá.

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