21. Qué sabés de mí

2.5K 275 24
                                    

Me desperté con lágrimas en los ojos. Y unos brazos me envolvían, como si quisieran salvarme de las aguas de los sueños.

Entonces allí estaba Brenda, sentada en mi cama, abrazándome con fuerza y llamándome.

—Es una pesadilla, Nahuel —decía una y otra vez—. No es real. Es sólo un sueño.

Pero sí era real, no era sólo una pesadilla. Todo lo que había visto: Eleonor, mi madre desfigurada por el fuego, aquel bebé... yo ¡naciendo!, Sara Nardelli decidiendo entregarme a quien creía que era mi padre. Y... y... a mi madre muriendo en el parto. Ella había muerto por mí. ¿Cómo se suponía que debería vivir con eso?

Todo aquello fue real. Dolorosamente real.

La bruja había tenido razón, los sueños me habían dicho la verdad que no había querido aceptar desde que aluné. Me la tiraron en la cara como a una bola de demolición. Casi llevándome a la locura.

La verdad...

Toda verdad tenía un precio. Y yo había pagado muy caro para saber quién era. O mejor dicho: quién no era. Porque no sabía quién era. Qué era yo. Sólo sabía que no era Nahuel Lowell. Ya no era quien siempre pensé ser.

No sé cuánto tiempo estuve así, llorando desesperadamente entre ahogos y gemidos casi animales, con nada más que los brazos de mi hermana mayor atándome a la Tierra.

Jamás me había sentido así, en semejante estado de shock. Aunque tampoco nunca había presenciado un parto y una muerte. ¡Ver morir a mi madre! No me importaba si era un sueño, si nunca había visto a esa mujer, o lo que sea... Ella era mi madre, la que me dio la vida y la que murió por ello. ¡Ella estaba muerta! Jamás tendría la oportunidad de conocerla, de hablar con ella o de tocarla.

No sabía qué hacer. No sabía qué pensar. Qué sentir... Todo era demasiado confuso, como si me encontrara dentro de una burbuja de agua y no podía hacer nada más que ahogarme en mi dolor.

—Nahuel. Nahuel, escuchame —las palabras de Brenda se oían como si estuvieran bajo el agua. Pero el que se estaba ahogando era yo...—. Nahuel, reaccioná. ¡Nahuel!

Otra vez mi hermana me devolvió a la realidad con una cachetada. Tomé una gran bocanada de aire y parpadeé varias veces, frotándome mi mejilla adolorida.

—¿Qué...? ¿Qué hacés acá? —pregunté, mi voz ahogada y abombada. Aún me encontraba un poco en estado de shock. Pero al menos, ahora podía pensar un poco, concentrarme en el aquí y ahora y no en mis visiones.

Me senté en mi cama, pasándome las manos por la cara. Estaba completamente empapado en sudor y lágrimas, con mi remera y mi pelo pegados a mi cuerpo. No dejaba de temblar como un pollito mojado y me sentía como uno, débil e indefenso.

—Te escuché gritar —dijo con la misma voz preocupada que había tenido aquella vez que me desmayé en la tienda, espantando las lágrimas que no dejaban de rodar por su cara.

La luz de mi habitación seguía apagada pero podía verla gracias a la luz de la calle que entraba por la ventana. Su vieja remera de los One Direction, su cabello en dos trenzas y sus grandes ojos llenos de lágrimas y preocupación, me recordaban cuando éramos pequeños y yo me cruzaba a su cama al ser acosado por los sueños de lobos y Caperucitas Rojas fantasmales. Ahora, ella se veía tan pequeña en comparación con mi larguirucho cuerpo. Sin embargo, ella seguía siendo la mayor, seguía intentando protegerme de los malos sueños.

Pero ahora mis sueños eran peores, porque me mostraban la realidad. Y la realidad siempre da más miedo que nuestras pesadillas.

—¿Qué es lo que te está pasando? Decime la verdad, Nahuel —pidió Brenda luego de un largo rato en completo silencio, donde solamente escuchamos los grillos que vivían en la enredadera junto a mi ventana. El barrio estaba en calma a las cuatro de la mañana. Y parecía que mis gritos sólo despertaron a Brenda, pues la casa seguía oscura y silenciosa.

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora