15. Quien en verdad soy

3K 282 46
                                    

Quizás pasaron siglos antes de que Sofi abriera los ojos, tomando una gran bocanada de aire. Quizás el tiempo se detuvo. O quizás el apocalipsis arrasó con la humanidad y nosotros dos éramos los únicos humanos vivos en todo el planeta... y todo eso me importaba un carajo. Lo único que me importaba en ese momento eran el corazón latiente y la suave respiración de Sofi. Mi Sofi.

Ni siquiera me importaba su mirada aterrada. Porque ella estaba mirando al monstruo que yo era, a los colmillos y ojos rojos.

Entonces, cuando ella parecía estar a punto de gritar de miedo, me abrazó. Apretó fuertemente sus brazos alrededor de mi cintura y enterró su cara en mi pecho, estremeciéndose en sollozos. Por un minuto no pude entender la locura de la situación. Ni siquiera era capaz de devolverle el abrazo, o de consolarla, o de recordar cómo se hacía eso de respirar. Ella acababa de verme con esta... esta forma semi-lobuna y, en vez de salir corriendo, ella me abrazaba como si yo siguiera siendo su mejor amigo, el chico amable y torpe que ella conocía. Y su agarre no hacía más que avivar las llamas dentro de mí. No hacía más que recordarme todo lo mal que estaba esto. Que yo ya no era ese chico amable y torpe.

—¡No! —gruñí.

Con más fuerza de lo necesaria, me alejé de Sofi. En esta forma era más fuerte, y más rápido también. Por lo que me sorprendió encontrarme a varios pasos de ella en un abrir y cerrar de ojos.

—No —repetí, y esa vez mi voz sonó un poco más humana, frágil y desesperadamente humana. Sofi seguía viéndome con esos ojos dorados llenos de lástima, confusión, miedo y tantas emociones que me sorprendía que pudieran entrar en su pequeño y mojado rostro.

—¿Nahuel? ¿Qué sos? —preguntó, intentando sonar calmada, lo que le era un poco difícil cuando estaba toda empapada y con el aspecto de alguien que casi se muere ahogado. Pero aun así se veía caóticamente bonita. ¿Por qué tenía que ser tan malditamente hermosa? ¿Por qué seguía aquí?

—¿Todavía no lo adivinaste? —repliqué con sorna. Por alguna razón me sentía furioso. Con mi vida, con mis padres, con Sofi, conmigo mismo, con TODO.

—Pero... ¿cómo?

—No lo sé, ¿sí? ¡No. Lo. Sé! —grité lleno de frustración—. Sólo sé que desde hace unas semanas me convierto en un enorme, peludo y apestoso lobo cada maldita luna llena; y ahora parece que no necesito la puta luna para transformarme en... ¡en esto! —exclamé señalando mis ojos con mis garras.

No podía dejar de hablar. No podía detener las palabras que se escapaban de mi boca como balas de una ametralladora. Palabras que habían estado atoradas en mi pecho mucho antes de que esta locura comenzara. Y ahora no podía detenerme.

—¡Y todo es tu culpa! —exploté al fin, rendido ante todos los sentimientos que habían hecho mella en mí. —Todo esto comenzó desde que apareciste para recordarme todo lo que siento por vos. Activaste toda esta locura. ¡Porque siempre he estado total, estúpida y desastrosamente enamorado de vos!

Y en cuanto la última bala se me escapó, cuando las palabras salieron disparadas de mi boca como kamikazes suicidas, el hielo apareció. El mundo desapareció de mi alrededor y sólo fui consciente del sufrimiento infernal en mi interior. Creí oír gritar a Sofi mi nombre, pero no estaba seguro...


Y de lo siguiente que fui consciente, cuando desperté, fue que me encontraba tirado en la tierra a la orilla del río. El atardecer había caído sobre el agua, pintando el cielo de rosa y celeste, las sombras de los árboles alargándose y las ranas cantando conforme el sol se escondía.

Intenté incorporarme, pero me fue imposible. Toda la energía de mi cuerpo se había evaporado. No tenía fuerzas ni para levantar la cabeza. Además, estaba todo mojado y mi ropa estaba hecha un desastre. Había vuelto a ser humano, un magullado, sucio y agotado ser humano.

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora