31. Mis últimas palabras serán un mal chiste

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«Quién hubiera dicho que los duendes eran tan veloces» pensé viendo a Maitei esquivar con gracia las ramas de los sauces y las raíces de los árboles que aparecían de la nada. Los movimientos de Rodrigo eran más toscos, pero corría con la seguridad y la velocidad de un toro. Aunque no estaba muy seguro qué era él exactamente.

—Rodri es un minotauro —respondió Maitei.

Si un perro pudiera sonrojarse, yo lo hubiera hecho al darme cuenta de que ellos habían escuchados mis pensamientos.

«¿Un minotauro? ¿Y la parte de...?»

—Es un glamour. Algo así como un camuflaje mágico, una ilusión óptica —contestó amablemente Rodrigo esquivando unos arbustos.

—Este sí que está desentendido del Mundo Arcano —se lamentó Maitei rodando los ojos—. No te preocupes, cachorro. Cuando acabemos con esto, tendrás una clase de mitología con el Tío Maitei.

Mi hocico hizo una mueca ante la idea de tener que pasar tiempo con este duende medio loco. Sin embargo, en verdad aún desconocía mucho sobre el Mundo Arcano. Como, por ejemplo, sobre las banshees.

Estaba preocupado por Sofi. Aunque ahora ella estaba en la camioneta junto con mi hermana, Lucas y el otro Centinela, Yemelian, cuidándolos. Me había costado hacerlos levantar el campamento y mandarlos a casa. Rodrigo tuvo que ordenarle a Yemelian que los lleve a toda costa, a la rastra si era necesario. Y yo tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no agarrarlos como lo hacen las perras con sus cachorros y tirarlos a la caja de la Ford 100. ¿Acaso nunca entenderían que había cosas en las que ellos no podrían seguirme? Esto era demasiado peligroso para ellos. Incluso el que yo fuera ya era un riesgo. Maitei tenía razón, yo era un novato en esto de ser lobizón y me había salvado de esas peleas con esos vampiros y cazadores por pura suerte, y porque hubo gente que me ayudó. Pero ahora debía ir por Alfonsina. Ella fue la primera arcana en ayudarme. Y yo era el único amigo que tenía aquí. Me prometí devolverle el favor y eso haría.

Con ese pensamiento, aceleré el paso y me puse a la delantera, guiando a los demás. El olor a la sangre de Alfonsina era como una flecha de neón que me indicaba hacia dónde ir. El aire estaba impregnado con el aroma a sangre, jazmín y ese perfume único de los vampiros, felino.

«A este paso, estaríamos allí en unos minutos» me dije. «Llegaríamos a tiempo. Llegaríamos antes de que ella muriera desangrada. Lo haríamos...»

—Descuidá, Nahuel —dijo Rodrigo con una sonrisa amable. Era raro como un tipo tan enorme podía verse tan simpático y correr tan grácilmente entre los árboles—. La rescataremos.

Mi olfato nos llevó hasta un claro. Un semicírculo a la orilla del arroyo rodeado por sauces llorones, aromos y ceibos cuyas flores parecían enormes gotas de sangre. Un inesperado suspiro se escapó de mi hocico. Alfonsina estaba ahí. Atada a un viejo sauce.

Estaba inconsciente, fatalmente pálida, cubierta de tierra y sangre, llena de moretones negros y heridas que comenzaban a cicatrizar. Hijos de puta. ¿Cuánta sangre le habían hecho perder a causa de esos cortes?

Sin pensarlo dos veces, corrí hasta ella.

«Alfonsina... ¡Alfonsina!»

Sin esperar una respuesta, comencé a mordisquear los cables que la ataban, ignorando el ardor en mi boca. Eran duros, pero mis caninos lo eran aún más.

—¿Soy yo o esto se ve demasiado fácil? —comentó Maitei, recorriendo el claro con sus ojos de zorro como si fueran un par de escáner—. No me gustan las cosas demasiado fáciles.

—A mí no me gusta darte la razón, pero la tenés —agregó Rodrigo, ayudándome con los cables—. Mejor vayámonos rápido.

Ya habíamos terminado de desatar a Alfonsina, cuando ella parecía despertar.

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora