Esclavo perfecto «MinKey»

By _HannaStar_

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Kibum con tan solo trece años de edad se ha dedicado a ser un niño pobre y sin familia, no tiene un hogar ni... More

El esclavo
La orden
El inicio
Amor
Visitas
Sentimientos
Descontrol
Rescate
Desprendiéndose del castillo
Bonito
Algo llamado amor
Gris
Descubriendo la enfermedad
Una boda por adelantado
Esperada coronación
El robo del felino
Llegada tardía
Sanando heridas para ser felices
¡Felices para siempre!

Regreso al infierno

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By _HannaStar_

Kibum caminaba observando todo, su cabello rubio era iluminado por el sol, destacando más entre la gente. Tal como le había prometido el matrimonio. Jinki lo había llevado al pueblo por la mañana, veía gente pasar, flores por todos lados siendo exhibidas para ser compradas, frutas coloridas deseando ser comidas, caballos esperando a su jinete, todo tan colorido. El pueblo en verdad era muy bonito.

—¿Dónde vamos? —siguió a largas zancadas a Jinki ya que no deseaba perderse.

—Iremos a buscarte posada por hoy. —Jinki detuvo su andar rápido al darse cuenta de que el rubio no podía seguirlo el paso, esbozó una sonrisa al ver al menor prácticamente correr tras él.

El felino le observó pero no dijo nada más, siguió al mayor avanzando entre la gente, se detuvieron frente a una gran casa de madera y amplias ventanas cubiertas por tela de lino blanco.

—Te quedarás aquí por lo mientras. —Jinki comenzó a darle indicaciones mientras tocaba la puerta.

—¿Aquí? —Alzó la vista para ver bien la casa, no era nada grande comparada con el castillo, sin embargo el quedarse solo sin Jinki o Luna le hacía temblar de miedo—¿Qué es?

—Un lugar para dormir, estarás seguro aquí. —Jinki despeinó los cabellos rubios tratando de reconfortar al menor.— No temas, no pasará nada.

Entraron a la posada, fue bien recibido por una mujer mayor, tendría mucho por recorrer ahora que estaba solo. Jinki se despidió de él con una gran sonrisa prometiendo volver la semana siguiente para ver cómo iba progresando en su nueva vida. Dejó solo a Kibum en su cuarto, su nuevo cuarto tan diferente a donde solía dormir, era pequeño pero al menos sabría que no sufriría de frío como antaño. Se sentó en la suave cama y observó por la ventana el pueblo, era pequeño ahora que podía observar desde arriba. Sonrió satisfecho de sentirse libre y vacío a la vez, se dejó caer en la cama tratando de ahuyentar los problemas que rondaban su mente, cerró los ojos y se quedó profundamente dormido.

* * * * * *

Minho había llegado al pueblo al atardecer. Tan fuerte y masculino en su caballo imponía autoridad así, su ceño fruncido se mantenía activo, divisó el pueblo con una fría mirada, siendo observado por la gente que temía lo que podría llegar a hacer. Bajó de su caballo alejándose del animal a pasos fuertes y marcados, no sabía por dónde empezar, no sabía si estaba haciendo lo correcto al buscar ahí.

—Mi señor, el anochecer está por caer. —un guardia caminó detrás de él.

—Busquen posada, —ordenó observando a los habitantes, esperando ver entre ellos a su rubio— yo estaré inspeccionando.

Caminó pensativo, si no se encontraba aquí ¿Dónde más podría estar? sus pensamientos se encontraban chocando, no sabía si en verdad vivía o había muerto, toda culpa creció aún más al recordar que Taeyeon estaba involucrada en esto, no dudaría en azotarla de nuevo si estuviese frente a ella. Escuchó el cielo tronar avisando la pronta llegada de una tormenta, tal vez Dios lo estaba castigando por haber sido un idiota con su hermoso rubio, por su comportamiento de niño idiota había perdido a la persona que a pesar de ser un esclavo quería y amaba con el alma, sabía perfecto que llorar estaba mal visto, pero tantas emociones recorriendo su cuerpo comenzaban a ser un gran peso sobre sus hombros. Continuó arrastrando los pies sintiendo el nudo del llanto apretarse entre su garganta, alejándose un poco del pueblo fue como sintió una gota estamparse en su mejilla, el cielo le estaba ayudando a que su pena no fuese tan amarga, se lamentó el estar solo, poco a poco las lágrimas y la lluvia se mezclaron hasta caer y estamparse en el suelo, bajó la cabeza arrepentido de sus actos, se dejó empapar por completo para liberar todo lo que su alma contenía. Caminó lento de regreso a la posada donde pasarían la noche, tal vez un descanso al menos haría sentir mejor a su cuerpo, aunque su alma estuviera que se la llevaba el diablo.

Despertó al sentir como su cuerpo se calentaba por los rayos del sol, abrió los ojos con pereza, se levantó y caminó hacia el cuarto de baño, ya estaba acostumbrado a ducharse con agua fría por lo que no supuso tomarla así. Se vistió y emprendió camino nuevamente para buscar a su gatito, desayunó por inercia, necesitaba reponer fuerza después de todo el amor no alimentaba el estómago, no como el deseaba.

Caminó entre la gente, pasando desapercibido, no le importaba ser odiado por esta, el solo quería encontrar a una persona, caminó con lentitud sumido en sus pensamientos, tenía mucho que hacer al volver al castillo.

Kibum se encontraba sentado moviendo los pies mientras esperaba su desayuno, al parecer la dueña de la posada se había maravillado con él, pues lo mimaba en exceso. Observó el plato de cereal, pan y leche caliente, escuchó con atención como la espuma de la leche emitía un suave crujido al desaparecer, desayunó con calma mientras pensaba en lo que haría, no sabía hacer trabajos rudos como el de los hombres, sus manos sangrarían, solo sabía servir a la gente. ¿Cómo sobreviviría si era un inútil?

—Cariño, —la voz de la mujer lo sacó de sus pensamientos— cuando termines quiero que vayas a comprar fruta, por favor. —esbozó una sonrisa sacando un par de monedas para la compra.

—¿Dónde la compro? —tomó el dinero escuchando a la señora.

—Busca donde más bonita esté, hay mucho de dónde comprar fruta.

Asintió a su orden y se levantó acomodando su vestido verde en el acto. Era un hecho que jamás se pondría un pantalón, le hacía sentir incomodo, sentía sus piernas desnudas ante la gente, la señora peinó su cabello con cuidado haciendo una pequeña trenza dejando un suave beso a su nuca.

—Eres tan bonito.

A Kibum le gustaba escuchar esa palabra, aunque solo le gustaba escucharla de su amo, después de dos semanas sin verlo seguía con un dolor en el pecho, no se acostumbraba a estar lejos del castillo, no quería que jamás lo golpearan pero amaba cuando su amo le daba besos, se encogió de hombros pensando en que ahora era momento de empezar una nueva vida.

Salió de aquella casa, caminando tímido entre la gente, el sol le hacía sentir bien, su curiosidad no había disminuido ni un poco y no dudo en correr cuando vio flores de colores en un puesto, se acercó mientras las tocaba con el dedo índice, salió corriendo cuando sintió la mirada fulminante del dueño, corrió hasta llegar a ver las frutas de colores, asomó la cabeza por entre estas y observó, sería buena idea comer una, aunque eso significaba que tenía que pagar, se reprochó a si mismo por no tener dinero propio, concluyó en un puchero mientras tomaba los frutos que le habían dicho.

—¡Toma la fruta que quieras, te la regalo! —el vendedor, quien había visto al menor sonrió ante el puchero que este mostraba al no poder comprar la fruta deseada.

Kibum sonrió agradecido tomando lo que más le gustaba, las manzanas rojas, se emocionó de tenerla entre sus manos, guardó la demás fruta en su canastilla, dio un mordisco al fruto y caminó contemplando los puestos de comida, fruta y flores. Regresó a ver las flores para observarlas con detenimiento, quería ser tan bonito como ellas, tan llenas de vida y con deliciosa fragancia. Deseaba ser una gladiola de color rosa, instintivamente se acercó a tocar de nuevo, siendo regañado por el dueño quien le reprochó por querer estropear las flores. Se sobresaltó ante el regaño causando que diera un paso hacia atrás, golpeó su espalda con algo duro tanto que llegó a lastimarle. Giró su rostro encontrándose con un pecho rígido, tragó saliva y lentamente comenzó a subir la mirada, topándose con aquellos orbes redondos y oscuros, sintió su mundo venirse abajo.

—Kibum.

Pero no obtuvo respuesta alguna por parte del rubio, se quedó estático no creyendo en lo que veía. Minho trató de abrazarle por la cintura, sintiendo el rechazo inmediato al ser empujado con fuerza por los hombros.

—Kibum, he venido por ti. —la voz de Minho era de total arrepentimiento, solo que ahora no funcionó para que el menor fuera hacia él.

Kibum solo negó ante las palabras, estaba asustado de ver a su amo de nuevo, no quería ser golpeado sin compasión, no quería sufrir más en una mazmorra. Giró y echó a correr tan rápido como pudo alejándose del alto, empujó a la gente desesperado de saber que su amo lo había encontrado y venía por él. Corrió rápido sintiendo la desesperación invadir su ser, llegó al inicio del bosque totalmente agotado, necesitaba correr más para poder llegar a la cabaña de Jinki y pedirle ayuda sin embargo no pudo cumplir su deseo ya que tropezó con su mismo vestido y cayó al suelo. Unas fuertes manos le sujetaron por la cintura deseando auxiliarle, Kibum gritó asustado del toque, no quería más golpes, se arrastró como pudo por el suelo tratando de aferrarse a las gruesas raíces de los árboles soltando patadas a quien le estuviera sujetando.

—Por favor Kibum, no hagas esto más difícil. —El príncipe habló con tranquilidad, esperando que su rubio se calmara.

—Aléjese —gritó soltando manotazos, arañando las manos de su amo esperando ser liberado para poder correr— no me toque, váyase de aquí y déjeme ser feliz, ya no lo amo.

Escuchar esas palabras desgarrón el corazón de Minho, pudo saber cuan herido había dejado a su rubio y el perdón no sería nada fácil, lo había perdido ya que en palabras de Kibum él ya no era amado. Suspiró derrotado liberando al felino el cual se aferró e hizo ovillo abrazando un árbol no deseando volver al castillo.

—Kibum...yo, por favor —volvió a suspirar—, déjame explicarte.

Kibum lo miró con miedo, él solo quería que Choi Minho volviera al castillo y se olvidara de él, ya no quería ser más su juguete sexual ni su entretenimiento al ser golpeado.

—Vamos al castillo ¿sí? —Minho intentó sonreír tratando de calmar al rubio—, hablemos allá.

—No quiero, —inhaló hondo antes de seguir— yo estoy muerto para usted. Por favor, déjeme libre, usted ya no me necesita.

—Nunca te dejaré libre —se acercó cauteloso a abrazar el cuerpo pequeño resistiendo ante el rechazo que recibía, los empujones del rubio le hicieron sentirse derrotado de nuevo por lo que no tuvo opción de tomar asiento a su lado— te necesité mucho en este tiempo. —confesó observando el rostro blanquecino, el cual se mostraba desinteresado.

—Si me necesitara como dice no me hubiese golpeado. —se sentía furioso con el príncipe por ser un mentiroso. Si en verdad lo hubiese necesitado jamás se habría comportado así— Si me necesitara me habría escuchado.

—Lo siento, soy un idiota. —Minho intentó tomar la mano pequeña pero no le fue concedido ello, ya que el rubio retiró la mano para posarla sobre su regazo.

—Y uno muy grande. —el rubio sintió que esa conversación solo le estaba haciendo más daño.

Minho sonrió con suavidad al escucharlo, al parecer el felino tenía su carácter aunque no lo había demostrado como tal. Se acercó un poco más sin ser rechazado, deseaba abrazarlo y estrecharlo contra sí, pero primero necesitaba eliminar esa barrera que él mismo había puesto por su estupidez.

—Te he necesitado demasiado, he muerto ante tu ausencia. —trató de nueva cuenta de hacerle entender lo que sentía por él— He desobedecido a mi padre por buscarte.

Kibum ladeó el rostro observando a su amo, contestando con un latigazo verbal:— Yo no le pedí que desobedeciera al rey.

Esas palabras habían sido mucho para Minho, lo había perdido y solo él era el culpable, volvió a intentarlo aunque tuviese que arrastrarse por el suelo, él necesitaba de vuelta a Kibum.

—No quiero perderte más.

—No lo volverá a hacer, ahora sabe donde estoy.

—No Kibum —no le importó ser atacado cuando tomó las manos pequeñas entre las suyas, se situó frente al menor para rogar con la mirada—, te necesito de vuelta en el castillo, no quiero volver a perderte, tú lugar es allá, conmigo.

—Quiero que se vaya —Kibum zafó las manos de entre las grandes—, no quiero estar con usted jamás. Nunca volveré, merezco ser feliz.

Minho le miró desconcertado, no sabía que decir, su esclavo se estaba revelando, no lo permitiría. ¿Acaso él no lo había hecho feliz? ¿Acaso las veces que hicieron el amor y compartieron momentos juntos no le hicieron feliz? Frunció el ceño decidido a llevarse al menor, no permitiría que se revelara.

—Volverás conmigo. —gruñó olvidando su amabilidad, se puso en pie esperando a que el rubio se levantara también.

—No quiero, no lo haré, váyase de aquí.

—Es una maldita orden —gritó tomando en brazos al rubio—, eres mi esclavo y tu deber es siempre servirme, te compré para que estuvieras conmigo y si yo digo que vuelves, es porque vuelves.

—¡No! —soltó un chillido al ser arrastrado de vuelta al pueblo, ahí estaba el caballo de Minho.

El príncipe jaló al rubio, lo intentó por las buenas, ahora sería por las malas.

—Si no vuelves por tu propia cuenta, moriré. —fue el último intento que hizo observando como el rubio lloraba.

—Ya da igual si muere o no —siguió llorando de coraje—, a usted nunca le importó si yo moría y ahora viene solo a arruinar mi vida.

—Yo te había dicho que si desobedecías algo, yo moriría. —recordó Choi que aquellas palabras habían sido dictadas en el primer baño que tuvieron— Ahora cumple.

Kibum recordó cuando Minho le había dicho eso, si no fuese tan ingenuo, si no fuese tan estúpido en confiar en las promesas, le miró detenidamente dejando resbalar más lagrimas.

—¿Por qué me hace esto? ¡Suélteme! —exigió sintiendo bochorno al ver como las personas los observaban aterrados—, tengo que llevar fruta a mi señora, no haga esto más difícil.

—Vamos a dejar la fruta y luego regresaremos al castillo. —ordenó el alto sin soltar el brazo del rubio por si intentaba escapar.

Habían dejado la fruta, Choi pagó lo suficiente por haber dejado dormir a Kibum ahí. Kibum solo agradeció aunque las lágrimas de frustración lo delataban. Volvieron al castillo, juntos en el caballo de Choi quien se encontraba demasiado emocionado. Después de todo había encontrado a su minino y ahora planeaba en cómo hacer calmar su temperamento y sobretodo necesitaba pensar en cómo conseguir el perdón de su rubio. Kibum se había mostrado explosivo en varias ocasiones en el camino y eso le había conllevado a muchos problemas. A mitad del trayecto, Kibum se había quedado dormido entre los brazos del príncipe, agotado probablemente de tanto llorar y protestar. El caballo avanzaba con lentitud entre los bosques tomando su tiempo para que no fuese tan incómodo estar montado tantas horas.

Llegaron al castillo cuando el sol ya se había ocultado. Kibum bajó dolorido de la espalda aunque no fue motivo para que dijera algo, ahora se mantenía callado y distante, mientras que Minho se notaba fresco y renovado. Choi dejó libre al rubio en el patio mientras acudía a llevar al caballo a la caballeriza, Kibum por su parte caminó en busca de su madre, la extrañaba tanto.

Horas después y por orden de Minho, Kibum se encontraba sentado en la gran cama mientras veía sus pies desnudos. Cerró los ojos adormilado, el sueño le vencía, respiró hondo y se recostó, quedándose dormido al instante. Habían sido tantas emociones que simplemente lo habían dejado agotado.

Minho observó desde una silla como su felino dormía, le gustaba saber que él estaba de vuelta, sonrió satisfecho de poder volver a dormir con él entre sus brazos, empezaría de nuevo con el minino para ganarse nuevamente su confianza, no sería fácil complacerlo, o tal vez si, aunque no sabía lo que le gustaba con exactitud más que el rosa y las manzanas.

Kibum despertó aún dolorido de la espalda, el viaje le había hecho daño probablemente pues ya era tarde y su madre se encontraba a su lado, tocando su frente. Le miró arrugando el rostro al sentir como todo a su alrededor se tornaba extraño.

—¿Qué pasa mi niño?

—No sé, todo da vueltas.

—¿Estás mareado? —volvió a tocar su frente con preocupación, quizá no se había alimentado bien este tiempo y por eso caía enfermo— espero que no contraigas fiebre.

El rubio le observó sin entender ya que su estómago se encontraba tan revuelto y su cabeza daba tantas vueltas que no podía mantener la mirada fija en ella. Sostuvo la mano de su madre sintiendo el calor de las cobijas sobre su cuerpo.

—Mejorarás mi cielo, vamos a la cocina para que tomes una infusión y comas algo.

—¿Debo levantarme? —soltó la mano de su madre para sentarse y tratar de mantenerse en pie.

Con ayuda de la mujer se duchó y se vistió, bajaron juntos a la cocina.

—Estás pálido hijo. Espero mañana amanezcas mejor.

El pequeño agachó la mirada mientras oprimía su abdomen con sus propias manos, sentía que en cualquier momento volvería lo que tenía en el estómago, aunque solo fuese agua ya que no pudo comer nada de lo que había en el plato. Apretó la mandíbula tratando de calmar la acidez producida por su boca, tragó con dificultad, el viaje le había hecho daño, más bien Choi Minho le había hecho daño, fue en su búsqueda tratando así de calmar lo que sentía para hacer de nuevo lo mismo: Servirle.

Condenado de nuevo a los brazos del infierno, eso pensó en cuando se acercó a la habitación del príncipe. Quizá por eso se sentía mal, por lo infeliz que era ahora.

Minho le observó entrar en silencio, cerró su libro con cuidado para poder admirar a su rubio. Vio el rostro pálido, la mirada desorbitada y el ligero temblor de sus labios acorazonados algo no estaba bien con él.

—¿Kibum?

No logró cuestionar si se encontraba bien ya que antes de formular la pregunta observó como el rubio se desplomaba frente a sus ojos, corrió de inmediato hacia él, definitivamente algo malo le estaba pasando.



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