Tren a Baviera

By paulalondra

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Fanfic sobre Manuel Neuer. El exitoso arquero de la Selección Nacional alemana tiene todo lo que un hombre po... More

IMPORTANTE
Aviso: Tren a Baviera 2016.
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cuarenta y cinco
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cuarenta y siete
Agradecimientos y nota de la autora
REPUBLICACIÓN

veintisiete

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By paulalondra

Joanne.

La siguiente semana, Alina se instaló en uno de los departamentos de Dortmund que nuestros padres habían comprado como inversión para el futuro de ambas, los cuales habían acabado deshabitados desde que habíamos caído en la tentación de trasladarnos a la ciudad más grande y llena de sueños que parecía ser Múnich. Sin embargo, ella aseveraba haberse cansado de la inmensidad de aquel lugar, y prefirió volver a su ciudad de origen, mucho más apacible.

Como había comenzado a nevar, los turistas llegaban en caravana y Múnich se atiborraba de personas cada vez más. Y aunque al comienzo de la temporada resultaba divertido encontrarse con algún que otro personaje extravagante proveniente del exterior, con el pasar de los días era inevitable desear poder entrar a un bar sin que estuviera repleto de gente.

Entonces acepté su invitación de viajar a aquella ciudad y quedarme con ella un par de días. Prometió que no existiría una razón por la cual debiera encontrarme con nuestra madre, que aún se hallaba reticente ante cualquier mención de mí y todo lo que eso conllevara.

Pasaría tiempo con mis sobrinos, más propensos que nunca a irritar a su madre, y con ella, quien se había tomado unas vacaciones de su trabajo, cansada de viajar. Sin embargo, aunque asegurara estar un poco alejada de la mayoría de las cosas que hacían de su vida lo que era y que generalmente disfrutaba, más que harta parecía feliz. No pregunté por qué y me alegré por ella, ya que ella tampoco se inmiscuía demasiado en mi vida personal.

Por otro lado, luego de aquella noche que habíamos pasado juntos, Manuel no había vuelto a llamar. Yo tampoco lo había hecho, por timidez y a la espera de que él fuera quien me buscara. Su amor estaba calándome hasta los huesos irremediablemente. No tenía idea entonces cuánto me costaría quitarme de encima todo aquel cariño. Esa mañana de noviembre, sin embargo, no existía nada que quisiera menos.

Realmente hacía frío. Me hallaba de pie frente a la ventana de la habitación de huéspedes donde había estado durmiendo durante aquellos días y contemplaba la nieve acumulándose sobre la cornisa mientras oía a Conrad y a Cedric jugando a la lucha encima de la cama de Alina. Pensaba en Manuel, me preguntaba qué estaría haciendo. Imaginaba su voz susurrándome al oído cosas que aún no me había dicho, cuando el contacto más cercano que habíamos tenido en los últimos días había sido a través de la pantalla del televisor, mientras mi hermana se cansaba de reírse de mí, que ya no tenía vergüenza de mirar los partidos del Bayern Múnich aunque detestara dicho equipo. Quería verlo, necesitaba saber qué era de su vida luego de aquellas dos semanas que no nos habíamos encontrado.

Y entonces no supe por qué. Tal vez fuera casualidad o quizás le gustara sentirme pensando en su padre, el hecho es que percibí a nuestro bebé dentro de mí. En un movimiento suave, una melodía apenas perceptible que no era capaz de oír, pero me resultaba por demás de mágica. Esperé que volviera a hacerlo, pero fue en vano, si bien resultó suficiente aquel instante para darme cuenta que tan inconsciente había sido hasta esos momentos del hecho inexorable de convertirme en madre. Y supe también, que no había vivido jamás cosa más maravillosa.

¡Qué me importaba el error! ¿Por qué tendría que pensar en Manuel, en su esposa, y en que todo lo que estaba sucediéndome desde hacía cinco meses como una equivocación garrafal de la cual tenía que arrepentirme? Quizás en otro momento pude hacerlo, pero ya no me encontraba mirando mi vida desde el margen, recordándome todo lo que podría haber hecho si aquella noche de agosto no me hubiera acostado con Manuel. Me sentí orgullosa de haber sido inconsciente y reafirmé mi teoría de que todos los acontecimientos tienen una razón de ser. Y yo estaba esperando un hijo del hombre que amaba. ¿Cómo podría aquello salir mal?

Me encaminé a la cocina con una sonrisa tonta en mi rostro mientras acariciaba mi vientre con parsimonia. Estaba enamorada de aquel bebé, y de mi vida en su totalidad. Alina levantó la mirada de la revista que había estado leyendo hasta entonces y sonrió también al verme.

—¿Que sucede? —preguntó, centrando su atención en mí.

—Acabo de sentir al bebé, Ali. —reí tontamente.

—¿Es la primera vez? —quiso saber, al tiempo que se ponía de pie y se acercaba a mí—. Ay Jo...

La abracé con fuerza, y dejé las lágrimas salir. Y ella fue entonces el mejor interlocutor que habría podido tener, porque no podría haber sido más empática; compartía mi felicidad y la hacía suya. Pensé entonces que hacía años no lloraba de alegría, casi había olvidado que ese tipo de lágrimas no son del todo saladas, pero que también, son excelentes para limpiar el alma.

—¿Vas a contárselo a Manuel? —preguntó una vez se hubo separado de mí. Apoyó sus manos sobre mi vientre y me miró a los ojos, llorosos. A veces olvidaba que tan importante resulta ese contacto con los seres queridos.

—No... —negué con la cabeza. Aunque no pudiera dejar que el regocijo se disipara, pensar en Manuel y el nulo contacto que habíamos tenido en los últimos días me llevaba a creer que algo no estaba bien—. Es una tontería, no tengo por qué.

—Es su hijo, Jo. Además sé que estuvieron juntos y que asumió estar enamorado de ti. ¿Por qué no querría saberlo? —Me alejé con expresión suspicaz, nada de aquello se lo había comentado yo.

—¿Cómo sabes eso? —Rió, puso los brazos en jarras y se dirigió a la cocina.

—Yo me entero de todo, Sis. —me guiñó el ojo, pero al notar que yo no estaba para nada convencida, profirió uno de los refranes de mi madre—. Menos averigua Dios y perdona. Deberías llamar a Manuel.

—No sé si es lo que quiero. —respondí mientras me sentaba frente a la mesa y comenzaba a trenzar mi propio cabello. Alina me miró como si sentenciara que sabía que estaba mintiéndole—. Sí, es lo que quiero. Pero desde que cenamos juntos no volvió a llamarme.

—¿Y qué? ¿Te hace pensar que se olvidó de la mujer que ama y también de su hijo? —levantó las cejas, recordándome aún más a mi madre cuando reprobaba alguna de mis actitudes—. Eso es una tontería Jo. Quizás esté esperando que tú le demuestres que te interesa estar cerca de él, y le encantaría que lo llames. Pero si no lo intentas...

—...No lo sabré. —concluí. Quizás aquella fuera la frase de cabecera de mi hermana mayor, que aplicaba a muchas situaciones de la vida. Era posible que tuviera razón, pero aún así no me veía dispuesta a ser la primera en romper aquel pacto de silencio tácito que parecía haberse formado entre Manuel y yo.

—En España conocí a un hombre —comenzó, con un gesto distraído, como si estuviera acordándose de él— que sabía más de la vida que cualquier otra persona que me hube cruzado alguna vez. Él decía, que cuando estás en una disyuntiva, sin importar cual sea, debes esperar media hora. Y que una vez ésta hubiese pasado, el problema ya perdió fuerza y tú adquiriste poder. Que tu respuesta será meditada, y por ello, más racional. —a ésas alturas, yo ya no entendía nada, por lo cual, mi hermana concluyó—. Quizás debieras esperar ése tiempo para llamar a Manuel.

No le dije nada, ni le pregunté quién era aquel hombre. Lo cierto es que mi hermana solía conocer gente sabia en sus viajes por el mundo, y quizás existiera un poco de razón en aquella teoría. Decidí ya no pensar en Manuel, nuestro hijo se mantuvo quieto, y los motivos por los que debía llamarlo, con el paso de las horas, dejaron de existir.

Pero ¿Quién podía olvidarse del héroe bávaro una vez cayera el ocaso? Imaginaba cómo sería tenerlo a mi lado, y quería saber por qué existía tanta distancia después de una noche tan linda, por lo cual, me vi imposibilitada a esperar la vuelta a Múnich para conseguir aquellas respuestas, y luego de dar un centenar de vueltas entre las sábanas, tomé el celular que yacía encima de mi mesita de luz.

Alina descansaba en su habitación, los chicos seguramente se habrían dormido ya, pero no era demasiado tarde aún para que Manuel no estuviese despierto. Marqué su número, frotando mis pies entre sí, con un poco de ansiedad.

Tardó en atender y el abrigo comenzaba a resultarme poco, tenía erizada la piel de los brazos y mi corazón latía con la misma velocidad que aquella noche en que había tenido que pedirle que nos encontráramos para contarle que esperábamos un bebé.

—Hola, Jo —su voz sonaba más áspera de lo habitual.

—Manu, ¿Te desperté? —sonreí inevitablemente al escucharlo.

—No, aún no dormía. —masculló—. ¿Estás bien?

—Por supuesto que estoy bien. ¿Y tú? Hace días que no hablamos. —pretendí no sonar acusatoria.

—Perdón, es que estuve... estoy en Italia, por un partido de la Champions, y casi no tengo tiempo libre.

—No tienes que explicarme nada. —Sonreí—. Quería que habláramos un rato, pero si tienes que concentrar para mañana mejor dejo que descanses...

—No, está perfecto. - dijo, sin añadir nada más.

—¿Cómo estás?

—Bien. —Normalmente, él llevaba las riendas de nuestras conversaciones, y me gustaba tanto oírlo que apenas tenía necesidad de hablar, por eso me extrañaba tanto aquel cambio de predisposición hacia mí.

—Manu, ¿Estás con alguien?

Se mantuvo en silencio por un momento, como si no supiera qué responderme.

—Holger duerme en la cama contigua, ronca como los dioses. —musitó despreocupado y con el mismo tono que carecía de interés.

—¿Entonces por qué me hablás así?

—¿Así cómo? —comenzaba a exasperarme.

—Te siento distante.

—No es nada. —Quería pedirle que me hablara. Que me dijera qué había hecho mal, o se limitara a contarme aquello que no estaba funcionando bien entre nosotros, porque ser el problema y hallarme fuera de él al mismo tiempo, no podía sentirse bien—. Jo, no te enojes—. pidió con ternura.

—No voy a enojarme porque no quieras hablar conmigo.

—No se trata de eso... —suspiró con cansancio—. No tiene importancia.

—Es frustrante. —balbuceé, un poco más calma. Cerré los ojos y busqué paciencia; quería entender a este hombre y algunas de sus actitudes repentinas—. Me has acostumbrado a hablar por teléfono de una manera inexplicable; prácticamente me enamoraste casi sin vernos, y de pronto desapareces de mi vida por dos semanas enteras. Decido buscarte y me dejas en claro que no deseas hablar conmigo cuando la última vez que nos vimos, me hiciste pensar que me querías. ¿Qué es lo que pasa entre nosotros, Manuel?

Mi pecho subía y bajaba sin normalidad alguna. Tenía la respiración agitada y los nervios a flor de piel porque había sido lo suficientemente descarada como para preguntar aquello que hacía mucho tiempo quería saber. No del mejor modo, ni en el momento ideal, pero lo había hecho. Y aguardaba entonces una respuesta que no estaba segura de querer oír.

El sólo pronunció algunas palabras que fueron suficientes para arrasar con todo lo que hubiera podido pensar hasta entonces.

—Nada. —musitó—. No puedo seguir con esto, Jo.

—¿De qué me estás hablando? —No había necesidad de vaticinar lo que ya estaba dicho.

—No soy el hombre con el que mereces estar y es mejor que cortemos por lo sano.

Él me había buscado con insistencia, y había hecho que aquella idea se borrara de mi mente, contradiciéndose en ese instante y dejándome perpleja y sin saber que decir. No podía estar hablando en serio...

—¿Por qué no? Si me quieres, ¿Por qué estás diciéndome esto? —Me dije que no iba a llorar sin antes obtener una explicación y motivos para hacerlo, incapaz de creer en sus palabras.

—Porque quiero que sepas que me duele hacerlo, pero sé que es lo mejor para ti. —respondió por lo bajo.

—Dame una razón para no volver a buscarte, y me olvidaré de ti. Creeré que no tengo por qué quererte...

—Kathrin volvió. —dijo sin vacilar. Tomé aire, y en el primer instante, no creí que estuviese hablando con sinceridad, pero dado el tono de su voz, entendí que era la primera vez desde que nos conocíamos que no me mentía.

—¿Lo dices en serio, Manuel? —Me senté sobre la cama, deshaciéndome de la falsa tranquilidad y armándome con una nueva coraza de prejuicios, temores y todo aquello que no me había visto dispuesta a decir hasta entonces—. ¿A ella se le ocurre volver, y me lo dices con tanta simpleza cuando hace cinco meses que no eres capaz de contarle que serás padre?
>> No lo puedo creer. Eres un imbécil, y lo peor de eso, es que me enamoré de lo que me mostraste y cada una de las cosas que me has dicho mientras ella no estaba. Creí que significaba algo para ti, pero seguías divirtiéndote conmigo...

Me encontraba incapaz de contener aquello que me había llevado a pensar su confesión. La felicidad había sido reemplazada por una grave sensación de ultraje proveniente de una de las personas que más me importaban, y no tenía un modo de defenderme más que soltar acusaciones a diestra y siniestra.

—No es cierto. —sentenció con frialdad—. Absolutamente todo lo que tuvo lugar entre nosotros fue real. Joanne, déjame explicarte, sé que tienes razones para sentirte así, pero quiero que me entiendas...

—¿Qué cosa fue real? ¡Le fuiste infiel estando conmigo! ¡Viniste a buscarme después de haber discutido con ella, empujaste a Sven sólo para demostrar que podías tenerme cuando quisieras y a la noche siguiente me invitaste a cenar! ¡Dijiste que me querías, Manuel, te has llenado la boca con palabras que carecían de sentimientos y me has pintado un universo que no existía, que sólo tú quisiste hacerme creer!
>> Y ahora, ella vuelve. Después de un mes, y de haber discutido. Cuando su relación ya había perdido sentido y te entretenías haciéndome creer que ya no la querías...

—¡Me equivoqué! —se defendió él—. Me he dado cuenta de que sí la quiero, sigue siendo importante para mí. Pero también lo eres tú...

Hice caso omiso de sus últimas palabras. Y me di por vencida, porque entendí entonces que la había elegido a ella, independientemente de mí y de todo lo que me había intentado demostrar durante aquellas semanas. Quizás la herida tardara en cicatrizar, pero no se abriría cada vez que Manuel me desilusionara, sabiendo que no era capaz de dejar a Kathrin si decidía seguir estando conmigo. Yo no quería ser su otra mujer, prefería quedarme sola aunque eso significara perderlo.

—¿Luego de regresar de Ibiza? ¿Habiéndote negado la oportunidad de formar una familia? ¿Haciendo que tu vida se volviera monótona y desagradable porque ella ya no deseaba permanecer a tu lado? —continué con malicia. Sabía que era un terreno en el que no tenía que inmiscuirme pero realmente había dejado de importarme que no fuera correcto—. ¿A qué realidad te refieres, Manuel?
>> Lo peor de todo esto, no es que me hayas mentido a mí. Le mientes, te dejas mentir por ella, y también te engañas a ti mismo. Es lastimoso que no puedas contra todo eso, pero yo no puedo ayudarte. —suspiré—. hasta luego, Manuel.

No le di la oportunidad de refutar, completamente convencida de que no se la merecía. Arrojé el celular sobre la alfombra y me removí entre las sábanas, cargada de frustración, tristeza y una gran cantidad de reproches hacia mí misma por haber creído en él, cuando desde el primer momento había podido percibir que no era de fiar. Me sentí usada, pero después de todo, no había querido salir de la boca del lobo aunque sabía que era peligroso y no podía echarle toda la culpa a Manuel, aunque la tuviera en gran parte.

Deseé que fuera feliz estando con ella, aunque en mi interior existía la certeza de que eso no era posible. Estaba demasiado acostumbrado a aquella relación que no permitía que alguien lo quisiera de verdad, no estaba dispuesto a aceptar un amor distinto al que creía conocer, y yo podía asegurar que mis sentimientos hacia él nada tenían que ver con los de Kathrin. Me resultaba inevitable compararme con la mujer que tenía al hombre que yo más adoraba, cuando ninguno de los dos debía estar en mi vida. Y lamenté la pérdida de Manuel al recordar su rostro, dejando que la primera lágrima corriera por mi mejilla. De tristeza esta vez.

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