MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

By Itssamleon

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MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
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¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 44

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By Itssamleon



No puedo apartar la vista de la pantalla del ordenador. Mis manos caen lánguidas a mis costados mientras contemplo la bandeja de mensajes enviados desde mi correo electrónico y mis ojos están clavados en el último mensaje enviado desde él.

La sensación de hundimiento que me provoca mirarlo, es casi tan grande como las ganas que tengo de echarme a llorar.

La pesadez, la derrota y el corazón apretujado hasta un punto doloroso son el único recordatorio que tengo de que, finalmente, las consecuencias de mis acciones me han alcanzado.

Sabía que esto podía pasar. Sabía que David Avallone no iba a quedarse de brazos cruzados y, aún así, jugué al tonto. Jugué a creer en la bondad de las personas. A creer que alejarme de Gael sería suficiente.

«Qué estúpida eres».

Mis párpados se cierran con fuerza durante unos segundos antes de atreverme a encarar de nuevo a la materialización de mi destrucción emocional.

Tengo que saber qué está pasando. Tengo que saber qué manuscrito es el que David le envió al señor Bautista. Está claro que ese que escribí para él está demasiado inconcluso como para significar alguna especie de amenaza para Gael, así que de inmediato lo descarto.

La realización de este hecho solo me deja con dos alternativas: O envió el manuscrito que estaba preparando para editorial Edén —ese en el que trabajé arduamente para ocultar la verdad sobre el pasado oscuro de Gael—, o mandó la novela que escribí en base a mi relación con el magnate.

Aprieto la mandíbula.

Mis ganas de llorar incrementan conforme voy rememorando todo aquello que escribí en esa novela. En ese archivo en el que me arrastro emocionalmente por Gael; mientras recuerdo cada detalle de lo que redacté en esa historia que, en su momento, se sintió catártica.

El horror que me llena los pulmones me impide respirar con normalidad, solo porque sé que, en esa novela, hablé sobre la verdad. Sobre todo lo que sabía sobre Gael en el momento en el que la escribí.

«¿Por qué lo hice?...».

La ansiedad me atenaza las entrañas. Un nudo de impotencia, angustia y enojo hacia mí misma se instala en mi garganta y quiero gritar. Quiero abrir un agujero en la tierra e introducirme en él hasta que todo esto haya terminado.

—Tengo que saber... —las palabras musitadas en voz baja me abandonan, pero no logro que mis extremidades me obedezcan y se pongan manos a la obra.

Me toma lo que se siente como una eternidad el armarme de valor y abrir el mensaje enviado al señor Bautista, pero, cuando finalmente lo hago, lo que me recibe solo me hunde otro poco.

No hay mensaje alguno. Solo está el archivo adjunto y nada más.

Así, pues, presa del valor momentáneo que me ha invadido, lo descargo y, cuando se encuentra en mi carpeta de descargas, lo abro.

La palabra «Magnate» en tipografía Times New Roman es lo primero que mis ojos ven y el pecho, inmediatamente, me arde. El corazón me duele porque sé que este archivo —que lo que David Avallone le envió al señor Bautista—, fue la novela que escribí basada en mi relación con Gael.

La vergüenza, aunada con el horror de saber todo lo que redacté en ese documento respecto al pasado del magnate, hace que mis ojos se nublen con lágrimas gruesas y cálidas. Hace que mi pecho se llene de una sensación insidiosa y angustiante que no hace nada más que arrastrarme otro poco dentro de ese pozo sin fin que amenaza con devorarme viva.

«Tengo qué hacer algo». Digo, para mis adentros, pero una parte de mí se siente más allá de lo derrotada. «Tengo que detener toda esta locura a como dé lugar».

Entonces, a pesar de que no quiero moverme de donde estoy, me pongo de pie. Me pongo de pie, tomo la maleta que preparé hace unos instantes y salgo a toda velocidad en dirección a la entrada del apartamento.



~*~



He pasado las últimas veinticuatro horas de mi vida tratando de localizar a David Avallone. He pasado las últimas veinticuatro horas con el alma en un hilo y el corazón hundido en un agujero oscuro y frío.

Cuando salí del apartamento que comparto con Alejandro y Victoria, lo primero que hice fue ir directo a casa. Una vez ahí, le pedí a Natalia que me devolviera mi teléfono. Al encenderlo, una cantidad abrumadora de mensajes de texto me recibió, pero los ignoré todos solo para enfocarme en aquellos que provenían del teléfono de mi jefe o de los números de mis compañeras de trabajo.

Cuando terminé de leer esos, abrí la conversación que tengo con Fernanda solo para encontrarme con una fotografía que me envió el día de ayer y un mensaje que citaba algo entre las líneas de:

«¿Cuándo pensabas decírmelo?».

Al abrir la imagen, lo que vi no hizo más que helarme entera. Era una captura de pantalla. Una de un artículo en alguna revista virtual, en el que se hablaba sobre la fecha de publicación del libro. Sobre la revelación de la portada y todo lo relacionado con el manuscrito que Editorial Edén está por publicar.

Desde entonces, no he dejado de buscar a David por cielo mar y tierra.

Traté de plantarme afuera de su casa el día de ayer, pero el guardia de seguridad del residencial en el que vive ni siquiera me permitió quedarme ahí, afuera, a la espera del hombre. Traté, entonces, de buscarlo por teléfono, pero tampoco tuve el éxito deseado. Finalmente, decidí acudir a mi jefe para que este concretara una cita entre nosotros, pero no he recibido respuesta alguna de su parte. Eso está volviéndome loca. Está acabando con la poca cordura que me queda.

A estas alturas del partido, localizar a Gael es la única de mis opciones. A pesar de que no quiero verlo ni buscarlo, es lo único que puedo hacer llegados a este punto.

Si hay alguien que puede detener a su padre de hacer todo esto, es él. Es por eso que, pese a la renuencia que me invade el cuerpo, he decidido ir a buscarlo. He decidido tragarme el orgullo, el dolor y los sentimientos para contárselo todo de una vez por todas.

Sé que antes había dicho que tendría un viaje y que era probable que duraría semanas, pero, de todos modos, no puedo quedarme con las ganas de intentar verlo. De intentar hablar con él, cara a cara, de una vez por todas.

Así pues, luego de tomar una ducha larga y alistarme para ir a su encuentro, me encamino hacia la salida de casa de mis padres.

En el proceso, soy interceptada por una Natalia curiosa, pero me la quito de encima diciendo que voy a ir a casa de Fernanda a ponerme al corriente con los trabajos escolares. Mi madre me pide que no tarde demasiado porque mi papá volverá temprano para festejar el anuncio de publicación del libro. No tardaron mucho ellos tampoco en notar la cantidad de artículos y publicidad que invadió el internet luego de que se hiciera pública la noticia, es por eso que quieren festejarlo. Es por eso que quieren celebrar algo que bien podría arruinarme la existencia para siempre...

Abandono la casa de mis padres con la promesa de que voy a regresar temprano y, acto seguido —porque no tengo la paciencia ahora mismo de esperar por un autobús—, pido un Uber.

Al coche le toma alrededor de cinco minutos llegar hasta mi ubicación y le toma otros treinta llegar a las afueras de las oficinas de Grupo Avallone.

Una vez ahí —y luego de pagarle al conductor del vehículo de servicio—, me echo a andar a toda velocidad hasta la recepción.

Esta vez, tengo la decencia de anunciar mi llegada, solo porque este lugar ya no me inspira la seguridad que antes hacía. Ya no me inspira absolutamente nada más que reticencia y repelús.

La recepcionista del edificio no tarda en decirme que Gael está en una reunión con unos accionistas, y el alivio que me da saber que ha regresado ya, es casi tan grande como la oleada de nerviosismo que me azota en ese momento.

Yo, a pesar de lo que ha dicho, insisto en pasar a verlo. Ella me dice que el señor Avallone no ve así a la gente y que tengo que hacer una cita para verlo; pero, al decirle que soy la chica que está escribiendo su biografía, me permite pasar a esperarlo al piso donde tiene su oficina.

El trayecto en el elevador se me antoja eterno y tortuoso, pero, cuando finalmente llego al piso deseado, no me atrevo a bajar de inmediato. De hecho, las ganas que tengo de volver sobre mis pasos y olvidarme de todo, me ronda la cabeza durante un par de segundos.

Finalmente, luego de un debate interno que no dura más que unos instantes, abandono el reducido espacio para avanzar hasta la familiar recepción de la oficina de Gael.

La sensación de dejà-vú que me invade en ese momento, es tan dolorosa como abrumadora y, a pesar de eso, me las arreglo para continuar, solo para detenerme frente al escritorio de Camila, su secretaria.

—Buenas tardes —digo, sin ceremonia alguna y Camila, quien se encontraba absorta en la pantalla del ordenador que tiene enfrente, da un respingo antes de mirarme.

—Señorita Herrán —luce aturdida mientras habla—, qué sorpresa. ¿Puedo ayudarle en algo?

Asiento, con dureza.

—Necesito hablar con el señor Avallone —digo y mi estómago se revuelve al llamarlo de esa forma.

Ella niega con la cabeza, aún extrañada y fuera de balance.

—Me temo que ahora mismo no podrá ser —dice—. Está en una reunión importante y, luego de eso, saldrá a un coctel de negocios.

—No le quitaré más de unos minutos. ¿Crees que pueda pasar a su oficina a esperarlo?

Camila parpadea un par de veces, sin saber qué responderme.

—Señorita Herrán, es que...

—Por favor, Camila, estoy desesperada —pido, y ella luce cada vez más confundida y horrorizada.

—Lo siento, pero no puedo dejarla pasar a la oficina del señor Avallone —dice, y un destello de coraje me atraviesa el pecho.

Aprieto la mandíbula.

—De acuerdo —digo, entre dientes—. Entonces, lo esperaré aquí.

—Pero...

—Pero, ¿qué? ¿Tampoco puedo esperarlo aquí? —suelto, medio irritada; medio alterada.

La boca de Camila se abre para replicar, pero las palabras mueren en su boca cuando el sonido de las puertas dobles de la oficina abriéndose lo llena todo.

Mi atención se vuelca de inmediato hasta el lugar de donde el ruido proviene y mi alma entera se estremece cuando una figura esbelta y alta se dibuja en mi campo de visión.

Me toma apenas unos instantes reconocerla. Me toma apenas una fracción de segundo caer en la realización de que esta mujer es con la que David quiere que Gael se case.

Es preciosa. Es tan bonita como una muñeca de porcelana. Lleva el cabello recogido en un moño alto y estilizado y un vestido negro que abraza todas y cada una de las curvaturas de su cuerpo: desde su estrecha cintura, hasta sus anchas caderas; y su presencia aquí, en este lugar, es solo un recordatorio de aquello que Gael dijo que haría la última vez que nos vimos. Es solo un recordatorio de la clase de manipulación que David es capaz de ejercer en su hijo.

—Lo lamento —Eugenia se disculpa con recelo, sin apartar la vista de mí—. Creí que era Gael con quien hablabas.

Se dirige a Camila, pero no deja de mirarme.

—Señorita Rivera, siento mucho el escándalo. Yo...

Eugenia niega con la cabeza.

—No te molestes en explicar nada —la interrumpe, pero aún no deja de mirarme—. No pasa nada. Mejor dime, ¿quién es la señorita?

De pronto, venir aquí se siente como la peor de las ideas. Como la más estúpida de mis decisiones y, a pesar de eso, me las arreglo para mantener mi gesto imperturbable mientras respondo:

—Tamara Herrán —mi voz suena tan resuelta, que no puedo creer que sea la mía. Que no puedo creer que aún tenga la capacidad de fingir de esta manera—. Soy la persona que está escribiendo la biografía del señor Avallone.

Llamarlo por su apellido se siente erróneo y doloroso, pero sé que no puedo llamarle de otra forma. Sé que, delante de esta gente, debo mantener una distancia prudente entre él y yo.

Un destello de algo oscuro se apodera de la mirada de Eugenia y alza el mentón en un gesto arrogante.

—Ya —ella asiente—. Supongo, entonces, que has venido a buscar a mi prometido.

Escucharla llamarle de esa manera, abre una brecha profunda en mí. Atrae un instinto primitivo, oscuro y salvaje.

—Así es —es mi turno de asentir y me las arreglo para sonar indiferente—. Vengo a tratar algo referente a la publicación del libro.

La cabeza de la mujer frente a mí se inclina ligeramente, en un gesto curioso.

—Creí que ya se habían acabado las reuniones entre ustedes —su voz es seda pura, pero su mirada es afilada. Casi venenosa...

Aprieto los dientes y reprimo las ganas que tengo de gritar de la frustración.

—Sí —digo, con cautela—, pero...

—Mira, Tamara —Eugenia me interrumpe justo cuanto trato de formular una oración que explique el motivo de mi presencia en este lugar—, en realidad, tengo muy poco interés en conocer el motivo de tu visita a este lugar. De hecho, no me importa en lo absoluto. Lo único que quiero pedirte, con todo el respeto del mundo, es que te marches.

Una punzada de coraje y vergüenza me atraviesa de lado a lado.

—Sé perfectamente qué clase de relación tuviste con Gael y la verdad es que me incomoda en demasía las libertades que te tomas a su alrededor —la manera determinante en la que habla hace que el pecho se me estruje—. Es por eso que voy a pedirte, de la manera más atenta que puedo, que dejes de buscarlo. Que dejes de intentar mantenerte rondando en su vida, porque es un hombre comprometido.

—No sé de qué clase de relación hablas, pero puedo asegurarte que mis intenciones con Gael no son más que estrictamente laborales —refuto, al tiempo que trato de controlar las ganas que tengo de escupirle que me importa un bledo lo que le incomoda o no.

—Y, de todos modos, no te quiero cerca de mi prometido —ella replica—. No quiero que vuelvas a buscarlo o a tomarte atribuciones que no te corresponden. Tu trabajo aquí ha terminado y ya no tienes absolutamente nada que tratar con él. Por favor, entiéndelo de una vez.

La humillación quema tanto en mi sistema, que quiero enterrar la cara en el suelo. Que quiero arrastrarme fuera de este lugar y no volver a acercarme nunca más; sin embargo, no le permito verme amedrentada. No le permito verme tan pequeña e indefensa como me siento.

—Lo que tenga o no que tratar con Gael, no es de tu incumbencia —digo, sin poder reprimir la irritación que me embarga—. Si mi trabajo ha terminado o no, tampoco lo es. Las inseguridades que sientas respecto a mi relación con el señor Avallone, me tienen completamente sin cuidado. Así que, lo siento mucho, pero no voy a marcharme sin hablar con él.

La mandíbula de la mujer se aprieta con fuerza y alza el mentón un poco más casi al instante.

—¿Camila? —dice, entonces, sin siquiera dignarse a mirarla—. Por favor, llama a seguridad. La señorita aquí necesita ser escoltada a la salida.

De reojo, miro a la chica que observa nuestra interacción desde su lugar de trabajo, y la expresión estupefacta que esboza en ese momento, no hace más que llenarme el cuerpo de una sensación extraña y viciosa.

La secretaria del magnate se queda quieta en su lugar, sin saber qué hacer o qué decir. Solo nos mira de hito en hito, con gesto contrariado.

Eugenia, quien no ha dejado de mirarme con el semblante desfigurado por el coraje que trata de contener, posa su atención en dirección en la chica.

El veneno que imprime a su mirada es tanto, que Camila espabila de inmediato y balbucea algo incoherente antes de tomar el teléfono en su escritorio.

La realización de lo que está a punto de ocurrir me golpea de lleno y una punzada de coraje e impotencia me llena el pecho. Eugenia de verdad va a hacer que un guardia de seguridad me escolte hasta la salida. De verdad va a humillarme de ese modo.

Una sonrisa incrédula y amarga se desliza en mis labios en ese momento, y me obligo a tragarme toda la humillación. Me obligo a tragarme todo el orgullo y el coraje.

—No hace falta que llames a nadie, Camila —digo, muy a mi pesar, para luego encarar a Eugenia y añadir con todo el veneno que puedo—: Por favor, dile a Gael que le llamo más tarde.

Entonces, me encamino hasta la salida del lugar.

La sensación de hundimiento me acompaña hasta que abandono el edificio de Grupo Avallone y un extraño dolor se apodera de mi pecho en el instante en el que el peso del desastre a nivel estratosférico que se avecina, cae sobre mis hombros. En el instante en el que me doy cuenta del poco control que tengo de la situación y del fatídico final que amenaza con caernos encima.

Un nudo se apodera de mi garganta en el instante en el que me echo a andar en dirección a la calle atestada de vehículos y personas que se dibuja delante de mis ojos, pero me las arreglo para mantenerlo a raya. Para no sucumbir ante él.

Estoy a punto de llegar a la parada del autobús. Estoy a punto de instalarme en ese pequeño espacio, presa de mis más horribles miedos, cuando lo siento...

Al principio, no logro reaccionar de inmediato, pero, cuando me doy cuenta de que la vibración que siento en el bolsillo trasero de mis vaqueros es real, me apresuro a sacar el aparato que descansa en esa zona.

El número desconocido que brilla en la pantalla hace que mi ceño se frunza ligeramente, pero de todos modos deslizo el dedo para responder.

—¿Diga?

—Señorita Herrán, buenas tardes —la voz afable de David Avallone inunda mis oídos y un regusto amargo se apodera de la punta de mi lengua—. ¿Cómo está? Dígame, ¿en qué puedo servirle? El señor Bautista se ha comunicado con mi equipo de trabajo solicitando una reunión a petición suya. Lamentablemente, ahora mismo me encuentro fuera del país, así que dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—Tiene que detener todo esto —digo, sin preámbulos—. Por favor, tiene que parar ya. Usted no tiene derecho alguno de publicar nada sin mi consentimiento. ¿Se da cuenta del problema tan grande en el que se meterá si el mundo se entera de que mandó a alguien a robar mi departamento? ¿Qué está mal con usted? ¿Por qué diablos no tiene respeto por nada ni por nadie?

Una risa ronca resuena del otro lado de la línea y un escalofrío de pura repulsión me recorre.

—Tamara, yo le dije que, por su bien, debía alejarse. Se lo dije a tiempo y no me escuchó. Le advertí de lo que era capaz y me desafió —dice, con frialdad y diversión—. Es tiempo de que afronte las consecuencias de sus actos. Es tiempo de que entienda que no puede ir por la vida haciendo su santa voluntad cuando se tiene un acuerdo de la magnitud del nuestro. Usted firmó un contrato para mí y un contrato para la editorial. Es momento de que cumpla con ambos. Se acabó, Tamara. Se acabó y yo tuve la última palabra. Disfrute las consecuencias de lo que ocasionó y afróntelas como se debe. Buenas tardes.

Acto seguido, finaliza la llamada.

El desasosiego que me invade luego de eso es angustiante y doloroso. La pesadez que se instala en mi pecho es tan aprehensiva, que no puedo respirar. Que no puedo hacer nada más que sentir cómo el peso del mundo cae sobre mis hombros poco a poco.

Esto se acabó. Estoy acabada. Estoy hecha pedazos y terminaré hecha polvo cuando el libro se publique. Cuando la fecha de caducidad finalmente nos alcance y Gael se dé cuenta de la monstruosidad que cometí.

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