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Av vianna_rain

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🎓En Storm Hill los horrores son humanos. Y se esconden tras sus muros. --- En lo alto de la montaña, se eri... Mer

*ADVERTENCIA DE CONTENIDO* Importantísimo.
¿Qué encontrarás en esta historia?
Himno del colegio Storm Hill
Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo
EXTRA: Escenas eliminadas o modificadas.
Buenas noticias!
DISEÑOS ARTÍSTICOS
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PELIS Y LIBROS DARK ACADEMIA

Capítulo 15

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Av vianna_rain

Un rato después, Leopold se detuvo íntegramente agitado, abrazándose a un árbol, cuesta arriba. Su piel estaba enrojecida por el frío y ajada. Su cuerpo delgado abrigado con su sobretodo del colegio temblaba con rabia. Era capaz de odiar el mundo por lo que era. Una y otra vez en su mente se repetía la escena que acababa de vivir. El novato saliendo por la puerta de la casa de Giovanna. ¡De ella, de su chica! Rasguñó la corteza áspera, lastimándose, pero no fue capaz de sentir el dolor de aquello.

Estaba seguro de que cuando lo viese el lunes por la mañana, no podría contenerse de golpearlo hasta que muriera. Iba a matarlo, a la vista de todos. ¿Ése era el secreto que él sabía que escondía dentro del colegio? Aunque Alexander parecía tan sorprendido como él. ¿Acaso la culpa la tenía ella?

Quizá Giovanna estaba jugando consigo desde hace mucho tiempo. Si apenas se podían acercar el uno al otro, y se amaban desde la distancia emocional, porque en sí físicamente, estaban muchas veces cerca el uno del otro, y hacían mil malabares para encontrarse sin que a él lo vieran. Absolutamente, se sentía el responsable de haberla perdido, por el conservadurismo de su colegio, en primer lugar, y ni hablar del de su propia madre que impedía esa relación a sus ojos desagradable a toda costa.

Necesitaba alejarse de Walddorf, necesitaba huir de Storm, quería evadir esos kilómetros que hacían de su vida un infierno. Pero... ¿a dónde iría? No tenía ningún lugar al cual escapar, no tenía un padre que viviera lejos. Solo existía su madre, su autoritaria madre, que le diría cuando lo viese "¿No te lo dije? Son todas iguales".

La adrenalina de su enfermiza rabia le había conducido con velocidad hasta el paredón donde siempre trepaba para salir al mundo. Sin quererlo, se había deslizado en tiempo record hasta la Cima.

Cuando hubo escalado los muros, de unos cinco metros de altura, a través de una antigua enredadera que tenía pequeños troncos incrustados en el húmedo ladrillo, musgo verdoso que teñía de colores del bosque el tono de éstos, espinas que astillaban sus manos de forma sacrificada cada vez que entraba o salía para verse con Giovanna, y fría nieve que se acumulaba lentamente en cada rincón —tantas metáforas escondidas de sufrimiento conllevaba ese paredón alto— se detuvo en lo alto a pensar en esas escaladas nocturnas, y aquellos pequeños peligros que Leopold estaba enfrentando en cada ocasión que bajaba, transgrediendo las reglas del Internado, la autoridad de su madre, el orgullo de su clase social, la bajeza de su amor, y de lo que era capaz de hacer por él, sin que nada más importase en el mundo.

Porque nada más que eso importaba en el mundo, sin el amor de Giovanna, Leopold no se sentía vivo. 

Incluso miró hacia el suelo, sopesando una inquietud que se abría ante sus ojos como una bienvenida novedad, pensó en arrojarse directamente al vacío, mientras su mente se cerraba y estrechaba tentadoramente ante la reveladora idea, bloqueándole cualquier otra posibilidad de meditar algo más racional.

Nadie en ese lugar podía sentirse peor que él en ese momento. Sus zapatos podían resbalar claramente con facilidad, y nadie detendría la colisión de su cabeza contra las piedras del suelo. Acabaría desesperadamente con ese dolor aterrador que le causaba Giovanna Esaguy en su alma, imposibilitándole pensar. Solo vio su imagen y la de él... la de Alexander Bizancio, el maldito novato, y la asquerosa imagen de ellos dos acostados entre caricias le revolvió el estómago de forma enfermiza. Se preparó mentalmente para caer, y acabar con aquella desesperación, y cerró los ojos, tragó saliva y escuchó el silbido helado del viento en sus oídos por última vez, antes de morir.

—¿Qué... mierda... es lo que piensas hacer?

Leopold abrió los ojos, desconcentrado, y echó un vistazo hacia abajo. La mirada paranoica de Elián con un cigarrillo brillando en sus labios le cortó el momento aterrador entre el paso de la vida a la muerte. Tenía las manos en los bolsillos de su abrigo y las solapas del saco hacia arriba, algunos copos de nieve estaban sobre su cabeza, humedeciendo su oscuro cabello, pero sus ojos azules brillaban con sorpresa pero también con inherente control.

Dio una calada a su cigarro, con despreocupación, como si lo que Leopold intentaba hacer, le importara en absoluto.

—Está nevando. ¿Sabes que puedes resbalar y caer? —dijo, de forma casual.

Claramente, Leopold estaba pensándolo mejor, y sus rodillas flaquearon, temiendo caer en contra de su voluntad. Tenía que estar decidido a realizarlo. Con Elián enfrente suyo no podía hacerlo. Optó por encontrar una mejor ocasión. Aunque antes, no dejaría vivo al novato. Iría hasta el fondo con él, hasta que pagara. Con dificultad, porque los nervios se le volvieron en contra y la distracción de su amigo, habían logrado relajarlo, bajó temblando como una hoja. Apretaba sus dientes con impotencia. Cayó de un pequeño salto al lado de Elián, y se aferró a las mangas de su saco, apretando y retorciéndolas, sin contener las lágrimas, lloró como un niño, escondiendo sus ojos del otro.

—Ven, vamos a tomar algo.

Los sonidos secos de sus pasos sobre la nieve densamente acumulada ocultaron la presencia de ambos, hasta que llegaron a la cocina, y Elián, de una alacena escondida entre bolsas gigantes de harina, extrajo una botella de brandy, que ya estaba abierta, la empinó en su boca, y se la pasó a Leopold, quien le imitó rápidamente bebiendo más de lo que podía aguantar su garganta en un trago. Y tosió la molestia que provocó la quemazón de su esófago. Volvieron a salir al exterior, y se ocultaron en las caballerizas oscuras, sentándose sobre una mata de heno fresco. Elián prendió un nuevo cigarrillo, sin decir nada, y dejó que el humo se escapara de sus labios dibujando arabescos que danzaban su propio ritmo bajo la claridad nocturna.

Al cabo de un rato, la botella estaba casi vacía.

—Voy a romper nuestro pacto —habló Leopold —Lo siento.

Elián no dijo una palabra, ni tampoco se atrevió a juzgarlo en sus pensamientos. Leopold necesitaba hablar con una persona, le pareció extraño que no fuese con André, con quien siempre había tenido mucha más confianza, pero había sido él, quien lo había encontrado en un momento de profunda debilidad, a punto de cometer una locura.

—Amo a alguien —confesó. Las palabras salieron calientes por el alcohol, fáciles, como si las hubiese soplado. Se agarró la cabeza con ambas manos, y removió su cabello lacio, con desesperación —Solo que ese alguien, está también con otra persona.

—Entiendo.

—No, no creo que lo entiendas. Porque están ciegos, André, y tú. Lo defienden todo el tiempo.

Elián hizo un silencio imposible, después de que apagó su cigarrillo de una pisada, procesando lo que Leopold le decía. Estaba hablando de Alexander. Su interés fue en aumento, solo que trató de refrenarlo. ¿Era tan obvio que lo miraba con otros ojos, aquellos que nunca miraron a nadie más en todo el colegio, porque eran esquivos y autistas?

—No se dan cuenta, que el novato esconde algo, que no es quien dice ser. Tiene un secreto. Y lo he descubierto. Está con mi novia.

—¿Novia? —repitió incrédulo Elián, observándole por primera vez.

—Sé las reglas del colegio, mejor que nadie Elián, no me reproches —se defendió sin ánimos.

—Jamás lo haría, me sorprende, es todo —comentó.

—¿Te sorprende que el hijo de la directora le lleve la contraria? ¿Quién quiere seguir las estúpidas reglas medievales de Storm? Estamos lejos, tan lejos de ese pasado. Aquí quieren revivirlo.

—Básicamente, lo siguen reproduciendo —suspiró.

Elián sonrió para sí mismo, él infringía cuanta regla podía, porque cada rebeldía tenía un mismo fin, solo que desde que Alexander había entrado en el colegio, el jovencito de grandes lentes y ropa abultada, también se había convertido en un objetivo, al cual intentaba someter, pero a su vez, le dominaba de una forma extraña, como si hubiera entre ellos una lucha invisible, que confundía sus sentimientos. Él no era el hijo de Käthe Beckerly Frank, para ser perdonado en última instancia. Y tampoco le harían sentir jamás como tal.

—¿Entiendes? André está...

—Sí, lo sé —le interrumpió Elián tajantemente. Lo sabía. Quería ignorarlo.

—Y tú...

—Yo nada, no te preocupes por mí. Nada me afecta en este colegio. Me preocupas tú, amigo —le palmeó el hombro, dándole ánimos.

—Yo... —murmuró Leopold —Saldré adelante...

—Hazlo.

—Lo haré.

—Ven.

—¿Dónde vamos? —preguntó Leopold poniéndose de pie, bastante mareado.

Ambos salieron del establo zigzagueando durante el camino. En el patio central del colegio, los dos venían cantando abrazados, con la botella agarrada del pico por Elián y riendo estúpidamente, hasta que se observaron en el reflejo de una de las ventanas de la biblioteca, y apagaron sus voces ante esas dos personas alteradas que les observaban desde el cristal.

—Mírate, pareces un desesperado —remarcó su amigo, señalándolos.

Leopold se estudió en el reflejo del vidrio, con su cabello despeinado, su mirada huidiza y dilatada, con profundas ojeras que le recordaron al propio Elián, quien era la única persona en el colegio capaz de verse en ese estado tanto de día como de noche. Su aspecto deslucido y abochornado, su desesperación gravada en su rostro como un horripilante molde.

—Toma —Elián le alcanzó la botella que llevaba.

—Está vacía —dijo Leopold, riéndose como un tonto, mientras intentaba que saliera algo de líquido del interior.

—No es para que bebas —le señaló con el mentón la ventana. Y su amigo abrió sus labios con sorpresa y adrenalina —Es para que te descargues.

Leopold agitó en el aire la botella de vidrio grueso, vacía. Como si removiese el líquido invisible. Y sus ojos se posaron en su propia imagen, cuando quiso volver a observarla, en su lugar, había un agujero que él mismo había hecho con un sonido de estruendo, cuando ambos cristales chocaron entre sí, pues Leopold había asestado toda su fuerza para que no quedara sano un cristal.

Se escuchó el aullido del perro del celador, y se prendieron algunas luces en varios puntos del castillo, en el piso superior.

—Ten —le dijo Elián alcanzándole una piedra que había recogido en el suelo, y él también tenía una en la mano, que descargó con fuerza sobre una segunda ventana de la biblioteca, y el ruido de vidrios rotos resonó en la oscuridad de la noche.

Leopold arrojó la suya sobre una tercera. Luego echaron a correr rumbo a los pasillos hacia sus respectivas habitaciones, agitados, y llenos de una energía explosiva que los hacía reír como locos en su desesperación por evadir a todas las autoridades del colegio que ya estaban recorriendo los lugares posibles donde el o los rebeldes estarían escondidos, encendiéndose las luces en todos los corredores.

Corrieron hasta que les salió al paso el celador, quien no tuvo misericordia, los muchachos se detuvieron entre tropezones, y el hombre no tuvo idea mejor que retenerlos por el cabello, tironeándoselos de una forma dolorosa y aguda, que hacía que las lágrimas de sus ojos salieran sin presión y emitieran gemidos lastimeros. Elián se mordió el labio para aguantar aquella tortura, pues venía el castigo, peor que cualquier otra cosa con lo que le harían pagar sus consecuencias.

El celador abrió la puerta del despacho de Dirección, soltando a los muchachos adentro, seguro de que no irían a ninguna parte. No había un lugar al que huir allí. Aunque por las dudas, se quedó del lado de afuera de la puerta.

Tanto Leopold como Elián, se observaron dentro del despacho vacío, girando en torno al escritorio de la directora, a la espera de lo que vendría. Elián sabía que a Leopold no le castigarían severamente, solo sabía que la pasaría mal él, aunque Käthe fuese la máxima autoridad, no expondría a su propio hijo a los rigores del colegio más extremista de Europa.

En eso, la puerta de madera se abrió, y la imponente figura de "El Director", se hizo palpable y llenaba todos los espacios vacíos con su presencia. Leopold y Elián aún apestaban a alcohol, evidentemente, porque la nariz de la mujer se levantó en el aire siguiendo el rastro de un aroma, y la frunció con repulsión, corroborando lo que era, luego sus ojos se clavaron en los dos muchachos, quietos, de pie, esperando su sentencia.

—Han llegado lejos, es lo que menos me esperaba de ambos —comentó, haciéndose paso hacia su sillón de escritorio —No quedará más que tomar las medidas necesarias.

—Madr... Directora —se corrigió inmediatamente Leopold —Lo lamento, lo lamentamos.

La mirada fría de su madre se imprimió en su hijo, sin un atisbo de pena, más a él le observó desgarrado y sufriente. Al contrario de su amigo, que con sus ojos despiertos, se enfrentaban a los suyos en un acto de rebeldía combativa. Se sonrió con pedantería y suficiencia y entrelazó los dedos de su mano, en actitud de elaborar un pensamiento.

—Bien, quisiera que me explicasen por qué han roto tres vitrinas de la biblioteca. ¿Leopold?

Dio un pequeño saltito en su lugar al escuchar su nombre, sin atreverse a observarla, Leopold revolvía su mente para buscar una explicación que llenara las expectativas de la autoridad. Le tenía pavor a su propia madre. Ella tenía la razón en cada una de sus palabras, desde que tenía uso de memoria. Y con respecto a Giovanna, tenía razón aún más. Lo lamento con el alma.

—Eran... eran todas iguales, madre. Tenías razón —murmuró de forma escueta, sin atreverse a llorar delante de ella, aquellas palabras lastimaron su garganta.

Käthe no pudo evitar una sonrisa de triunfo que apenas disimuló, regodeándose delante de su patético hijo. Se cruzó de brazos y asintió varias veces, abrazando la razón de sus pensamientos, y lo que le inculcó de niño, todo lo que él se oponía a acatar, y deseaba tirar por la borda. Saliendo con una muchachita judía.

—Comprendo, hijo —se suavizó ella, en su lenguaje y no en su postura —siempre te dije, que debías conocer a las mujeres adecuadas, para ti.

—Era... la adecuada para mí.

—Claro que no —le restó importancia la directora —Te habrá cegado su belleza, si es que lo era, o su astucia trapera. Pero créeme que no son las indicadas, los alumnos de Storm, merecen mujeres de alta cuna, como ellos.

Se paseó alrededor de los muchachos, meditabunda. Sus pasos atronaban el cerebro de los dos amigos. Se llevó los brazos a la espalda, entrelazando las manos. Observó el techo y el piso oscuro.

—Tengo una idea —se iluminó de repente  —Para evitar estas innecesarias salidas del colegio, haremos un baile de gala, me pondré en contacto con el Saint Louis. Y ahí tendrán todos ustedes —le dirigió una mirada a Elián particularmente efusiva —, la posibilidad de conocer jóvenes acorde a su clase. Leopold, no quiero que esto se repita ¿has escuchado?

—Sí, señora.

—Vete, que es de madrugada.

Leopold le dirigió una mirada a su amigo, de aliento mental por lo que le esperaría, antes de desaparecer por la puerta. Elián se quedó a solas con la Directora. Sus facciones se tensaron al instante, y se cruzó de brazos esperando su castigo. Todavía emanaba el brandy que había bebido, pero no perdió su cordura ni se aflojó cual gelatina. Se mantuvo rígido, mientras ella daba vueltas a su alrededor, sonriéndose.

—Estoy segura, que la idea fue suya.

—Así es —le contestó, sin la más mínima levedad en su voz.

—Pues no va a funcionar.

Elián se permitió una mirada de soslayo a la mujer, que seguía sonriéndose con petulancia. Estaba deseando tener la fuerza para lanzarse a su rostro y golpearla. Otra vez ganaba. Otra vez se interponía en su camino. Estaba atrapado. Los muros del colegio se alzaban al cielo cada vez que él quería hacer algo para quebrarlos. De pronto cruzó como un rayo Alexander en su cabeza, que estaba fuera de los muros de Storm, gozando de la libertad que a él le reprimían.

—¿Puedo retirarme?

—¿Se lo he ordenado, acaso?

Negó con su pálida cabeza, mordiéndose la boca, enfurecido.

—Quiero que sepa, que el baile será para todos los alumnos de Storm, excepto para usted, claro. Y los becados, que no pueden mezclarse con nuestra sociedad. Darán qué hablar, y eso no es bueno para la reputación del colegio.

Elián se aseguraría de estar presente, entonces, aunque comprendía el eufemismo de sus palabras. Y también se aseguraría de que los becados estuviesen allí.

—Puede irse —le ordenó, y aflojando todos los músculos de su cuerpo, Elián se apresuró a huir dentro de su habitación, donde se arrojó en su cama y apretó sus puños anudando las frazadas con desesperación y rabia. Solo allí, permitió que algunas lágrimas contenidas cayeran de sus ojos, congestionando su nariz.

°oOo°

Alexander, había regresado el lunes de madrugada al colegio, despertó a André, y lo instó a  alistarse  para el desayuno.

—¿¡Qué demonios le pasó a tu rostro, prodigium!? —exclamó André al verle el moretón inflamado color violáceo.

Alena negó varias veces, porque quería evitar hablar del tema, pero en el desayuno, sería el cotilleo de sus compañeros, y el objeto de la bronca de Leopold, si es que no le despedazaba como un lobo hambriento en medio del refectorio. Ella era más débil que él, pero el muchacho tenía todas las razones para querer cobrarse su osadía, con Alexander.

Si su hermano supiera en lo que se había metido, incluso le dejaría de dirigir la palabra, porque estaba dejándolo mal parado como alumno, siendo que él era el verdadero prodigio, y no ella.

Sus sentimientos eran contradictorios, claro que su odio provenía del Alexander que ella misma había inventado para Storm. El verdadero hubiese sembrado amigos desde el principio, y también, estaba completamente ajeno a cualquier venganza como la que Alena llevaba y trataba ahora de desprenderse a toda costa para poder adaptarse a las reglas del colegio.

Alex y André se sentaron en la mesa del comedor, aún con poca gente, pero que se susurraban cosas con respecto al rostro de Alexander Bizancio, y comenzaron a consumir vagamente sus alimentos.

La mirada de Alena estaba perdida y en su mundo privado. La verdad es que no sabía qué decirle a Leopold sin poner a riesgo que ella era una mujer. Quería encontrar una solución que explicara las cosas por fuera de su propio secreto. Si ella se dejaba ver no sabía si podía confiar en Leopold, ¿entendería? No estaba segura, y se debatía en su interior con una lucha de mil posibilidades, cuando de reojo observó que entraron los dos, Leopold y Elián caminando elegantemente como siempre, con la mirada al frente, serios, y sin dirigirle la palabra a nadie. Leopold no le miró, ni siquiera le hizo un gesto desagradable, y aquello la asustó, de seguro que estaría preparando algún plan macabro para dejarla en evidencia. Elián la miró fugazmente de reojo, sin decir nada, y tampoco se molestó en sentarse junto a ella y André, sino que ambos se alejaron buscando sus bandejas, y tomaron asiento en una mesada más alejada.

André después de verlos a ellos, la miró a Alena, que emanaba un aire asustado, sus pupilas titilaban brillantes, y su respiración había quedado suspendida, con los labios entreabiertos y temblorosos. Dejó caer su tenedor a un costado, y se agarró la cabeza, mirando hacia abajo, desquiciada.

—Creo que me debes una explicación, Alex —le dijo André por lo bajo, y se señaló en sí mismo, el mismo lugar donde Alena tenía el golpe hinchado.

°oOo°

Cuando terminó el desayuno, había varias cosas que quedaron latentes en la cabeza de los alumnos de Storm, una, era que Alexander Bizancio, el prodigio del colegio, becado, había tenido algún problema con alguien, y era propenso a las peleas, ya que tenía un moretón del tamaño de Rusia en su rostro; el otro asunto, era el baile que la Directora había anunciado con toda pompa, y por el cual todos aplaudieron y vitorearon con sorpresa y satisfacción. El último asunto, que bajó sus decibeles emocionales de manera abrupta y lapidaria fue que se comunicó el corte de relaciones con el exterior, es decir, con Walddorf. Dado que el vandalismo de la juventud del pueblo había contagiado las mentes puras de algunos de los alumnos del colegio, y se manifestó en la noche que se rompieron los ventanales de la biblioteca. Aunque no anunciaron quiénes habían sido ésos alumnos, ni las razones de su delito, André ya estaba enterado por Leopold. Y Alena lo había deducido sola, pues sabía qué justo motivo tenía el joven rubio para destrozar la propiedad escolar, después que la viese con Giovanna, y se sintió inmensamente culpable.

Varios alumnos maldijeron por lo bajo a los culpables de su mala suerte. Y rogaron porque fuera una medida temporaria.

—Nos endulzan con un baile —se indignó André, molesto con la medida que el cuerpo docente había tomado —Pero la verdad es que nos cortan las alas.

Ésa medida arruinaba el plan de Alena de acercarse a Elián como una mujer. Nunca más podría transformarse en ella misma. Estaba condenada a ser un chico, en un colegio retrógrado. Con gente que la odiaba.

Elián la evitaba. Lo hizo durante toda la clase, durante la hora de deportes, cuando se cambió de equipo en una actividad, y se alejó de Alex también durante el ensayo del coro, lo suficiente que pudo permitirse por el registro de su voz. Luego se sentó en otro rincón de la biblioteca, mientras ella y André estaban preparando sus exámenes. Los vidrios ya habían sido cambiados por la mañana. Pero a pesar que el frío no se colaba como cuando estuvieron rotos, Alena sintió el frío en su interior, ante su indiferencia, no pensó que le doliera tanto, pero claro, estaba enojado con Alexander, porque había engañado a Leopold y a él, involucrándose con Giovanna.

Leopold parecía un insensible soldado, erguido y desafiante, pero aquella coraza disfrazaba el destrozo interior, que no permitía que nadie en el colegio le viera, en esa forma tan humillante. Lo cierto, es que agonizaba en vida, y Elián estaba de su parte acompañándole.

¿No era eso lo que Alena Bizancio buscaba? Ahora lo tenía tan fácil. Y se detestó. No podía estar tan lejos de él, como quería, como Alena o como Alexander. Suspiró con la mirada posada en los libros de la biblioteca, y André contemplando su rostro con compasión. Todos estaban separados, por culpa de esa chica.

Al atardecer, cuando se dispusieron a volver a sus cuartos, Alexander decidió acudir a la capilla, necesitaba estar solo un momento. Se excusó con André y se alejó por el patio cubierto de nieve. Penetró el portal,  donde las luces tenues se dispersaban como pequeñas estrellas en cada columna y en cada imagen santa. Alena tomó asiento en uno de los bancos, sintiéndose miserable, contempló la imagen crucificada de Jesús, delante de ella. Respiró con tanto ahínco que pudo escucharse el eco dentro del lugar. Se había quedado sin fuerzas, y se pasó la mano suavemente por el rostro adolorido.

Alguien más entró en la iglesia, un rato después, y por lo que pudo oír por la cercanía de los pasos, se había sentado detrás de ella. Apenas pudo percibir su respiración, y no atinaba a darse la vuelta, para ver quién era.

—¿Estás enojado? —le preguntó a la persona que estaba detrás.

Elián recorrió con sus ojos despiertos la espalda de Alex, sus hombros, el borde de su camisa, su delicado cuello, y el comienzo de su cabello corto, en la base de la nuca. Y se reprimió a sí mismo, conteniendo sus confusas emociones, y lo que el prodigio le despertaba. Se arrodilló como para rezar, y sus labios quedaron cerca del oído de Alexander, acariciándole a través de palabras y aliento que hicieron cosquillas hasta la médula de Alena, sentada de forma estoica, sin atreverse a voltear.

—No estoy enojado, no sé cómo me siento. Pero lo de Leopold, es muy injusto.

—Es un malentendido —murmuró Alena, cabizbaja —Me siento fatal. Yo no estuve con ella.

—¿Y por qué él entonces interpretó las cosas de otra forma?

—Porque me quedé a dormir en su casa —se explicó, hundiéndose en un abismo.

—Eso confundiría a cualquiera.

—Es mi amiga.

Elián exhaló una risa por lo bajo, con incredulidad. Y Alena se sintió enfurecida, se acomodó los lentes con acritud. Era obvio que no le creía. Y se le reía en la cara por ello. Elián se recostó sobre su asiento y Alena se permitió girarse para observarlo. Tenía su uniforme desprolijo, sus ojeras demasiado marcadas, su piel pálida y su semblante había pasado de la gracia a la seriedad en un instante.

El joven se paró y caminó hacia la escalera que le conduciría al campanario. Alena se puso de pie y fue tras él. Aunque debería haberlo evitado. Él estaba enojado, quizá dolido, e indignado con Alexander. Cualquier excusa que ella le diese sonaba a broma de mal gusto. ¿Qué haría? Le contempló subiendo algunos ruidosos peldaños de la escalera caracol, y lo dejó ir, mientras se formaba un nudo en su garganta. Y se encaminó a la salida con rapidez, antes de que se arrepintiera y subiera a buscarlo.

 Pero quien se había arrepentido de evitarlo era Elián, pues estaba ya detrás de Alex abrazándolo con fuerza y lo giró violentamente incrustándole un beso descontrolado en los labios, escondiéndolos a ambos tras una columna, del lado del confesionario. Alena intentó soltarse, asustada por si alguien entraba, o salía de atrás del altar mayor. Le aferró las solapas del abrigo queriendo quitarlo pero a la vez acercándolo más a ella, con desesperación. Cuando la soltó, estaban completamente sin aliento, agitados.

—¿Quieres que nos saquen del colegio? ¿Por q-qué hiciste algo como eso?

—Porque estaba comprobando algo.

—¿Qué?

—Que aquello entre la muchacha de Leopold y tú... no existe.

Alexander se ruborizó al punto de hervir bajo su uniforme. Dejó escapar un suspiro de adrenalina y pasión. La estaba volviendo loca. Y si seguía así, la volvería más loca aún. ¿Cómo lo evitaría? Era incontrolable.

—Si nos ven, Elián, el castigo por esto será tan espantoso que temo imaginarlo, por favor... no lo hagas otra vez —pidió, temblando, no de miedo. Estaba eufórica, y no sabía cómo disimularlo —No quiero esos azotes en mi espalda de nuevo. Y tú me dijiste que solo a nosotros nos golpean físicamente de esa forma tan violenta.

—A ustedes, si. Pero te equivocas, el peor castigo de todos, lo tengo yo —le contestó con inesperada frialdad, y se alejó de allí antes que Alex, dejándole más confuso que antes.

¿Qué escondía?    

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Bueno, como siempre, agradezco más que votos comentarios, pero no duden en dejar su estrellita si el capi les gustó. =)

Fortsett å les

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