MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

By Itssamleon

25.6M 1.9M 949K

EN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. ... More

MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
¡Sigue leyendo!...
¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 40

380K 25K 9.3K
By Itssamleon



Una melodía suave se cuela en la bruma de mi sueño. Un gruñido profundo le sigue y lo corona una maldición adormilada.

Yo, en respuesta, me acurruco un poco más en el mar suave y sedoso en el que me encuentro envuelta; sin embargo, no consigo sumergirme una vez más en la inconsciencia. Al contrario, mi mente parece flotar otro poco hacia la superficie con cada uno de mis movimientos.

Algo se remueve a mi lado, y un quejido se me escapa cuando el cómodo nido en el que me encontraba es destruido por el frío que empieza a colarse en mi espalda, y trato, desesperadamente, de volver a mi estado de comodidad sin conseguirlo. Sin siquiera poder hacer nada para impedir que la conciencia tome terreno en mi cerebro.

Acto seguido, la melodía desaparece y la actividad junto a mí, regresa. Esta vez, es más impetuosa que antes. Más firme. Más segura...

Es hasta ese momento, que soy consciente de mí misma por completo. Es hasta ese momento, que soy capaz de distinguir que, lo que está envolviéndose alrededor de mi cintura y tira de mí hacia atrás, es un brazo cálido y fuerte.

Mi espalda choca con algo cálido, firme y blando al mismo tiempo. Otro sonido quejumbroso se me escapa en ese momento, pero la única respuesta que tengo a mi protesta, es un gruñido ronco y profundo que retumba en todo mi cuerpo.

Me remuevo con incomodidad otro poco, de modo que termino amoldándome a la superficie que se encuentra detrás de mí y, mientras lo hago, el brazo que me envuelve se desliza fuera de mi cintura. Acto seguido, una mano grande se ancla en mi cadera para impedir que siga moviéndome.

Otro sonido quejumbroso se escapa de mis labios y, en respuesta, los dedos que se han anclado en mi piel, se afianzan con más fuerza que antes.

—No tientes a tu suerte, Herrán —la voz ronca, profunda, pastosa y familiar que resuena en mis oídos, hace que mi corazón se estruje con violencia.

Sé, mucho antes de abrir los ojos, de quién se trata. Sé, desde el instante en el que siento su respiración golpeándome la oreja, que se trata de él...

Estoy despierta ahora. Muy despierta.

Mis párpados se sienten pesados y cansados, pero eso no impide que mire en la penumbra de la habitación en la que me encuentro y que las piezas empiecen a embonarse poco a poco.

Recuerdos salvajes y abrumadores se acumulan en mi cabeza en el instante en el que empiezo a revivir lo ocurrido la noche anterior, y siento como mi cuerpo entero se calienta en respuesta a las emociones vertiginosas que me hormiguean debajo de la piel. Siento como el bochorno y la euforia se mezclan en mi interior para abrirle paso a una emoción agradable, dulce y extraña al mismo tiempo. Una que envía pequeños escalofríos por toda mi espina y dibuja una sonrisa idiota en mis labios.

Mi cuerpo gira sobre su eje solo para encarar a la persona que se encuentra recostada detrás de mí y mi estómago da una voltereta cuando me topo de frente con la imagen desaliñada y adormilada del rostro de Gael.

A pesar de la poca iluminación que hay en la estancia, soy capaz de tener un vistazo de su cara. Soy capaz de mirar el desastre que es su cabello, la hinchazón de sus ojos y la sonrisa infantil y suave que lleva en los labios.

—Debería ser un delito despertar a la gente a esta hora de la madrugada —bromeo, con la voz enronquecida por la falta de uso, y su sonrisa se ensancha permitiéndome tener un vistazo de sus bonitos dientes.

—Son las seis de la mañana —dice—. No es tan temprano. A esta hora siempre me levanto para alcanzar a llegar a tiempo a la oficina.

—Pero es que tú no eres un empresario normal —suelto, medio escandalizada, medio risueña—. Eres un obseso del trabajo. Por eso te torturas de esa manera. Otro en tu lugar, se quedaría en la cama hasta que se le antojara hacerlo.

Una pequeña carcajada se le escapa en ese momento, al tiempo que envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me atrae todavía más cerca.

Soy plenamente consciente de que ambos estamos completamente desnudos y eso —sentirlo así de cerca—, envía un estremecimiento por todo mi cuerpo.

—Se supone que debería estar a punto de tomar una ducha —hace una mueca cargada de pesar—, pero no tengo intención alguna de poner un pie fuera de esta cama si estás tú en ella.

Un nudo se instala en la boca de mi estómago.

—¿Esta es la parte en la que esperas que te pida que no te vayas y que te quedes aquí conmigo todo el día? —digo, sin dejar de sonreír, al tiempo que cepillo su cabello con los dedos.

Él asiente.

—Pues, entonces, lamento romperte el corazón —digo—: No puedo quedarme.

El gesto de Gael pasa de ser juguetón a decepcionado en cuestión de segundos.

—¿Por qué no? —trata de sonar ligero, pero la desazón se cuela en su tono.

—Porque tengo que ir a la universidad a ponerme de acuerdo con unos compañeros para un proyecto del que dependerán dos de mis calificaciones finales —hago una mueca cargada de pesar—. De hecho, tengo que estar en el campus a eso de las ocho. Técnicamente, si nos ponemos a pensar en el tiempo que voy a hacer en trasladarme hasta allá, ya voy tarde.

El gesto desilusionado del magnate hace que, de inmediato, me arrepienta de lo que acabo de decir; sin embargo, no es una mentira. No he hecho otra cosa más que ser honesta con él respecto a lo miserable que es mi vida de estudiante y respecto al poco control que tengo sobre ella ahora mismo.

—No vayas —pide, al tiempo que esboza un puchero que se me antoja cómico y dulce al mismo tiempo—. Quédate aquí. Quédate aquí y vamos a pasar unos días tú y yo solos.

—Gael...

—A dónde tú quieras, Tam —me interrumpe—. A una cabaña, a la playa, al otro lado del jodido mundo si así lo deseas; pero, quédate...

Mi corazón aletea solo porque su mirada es suplicante y anhelante, pero trato de mantenerme firme. Trato de mantener los pies sobre la tierra, porque de verdad necesito quitarme de encima el pendiente que suponen mis calificaciones. Porque, de verdad, no puedo darme el lujo de faltar a clases a estas alturas del semestre solo para pasear con él.

—Gael, si no hago ese proyecto...

—Nadie ha dicho que tienes que dejarlo todo botado —me interrumpe una vez más—. Solo estoy pidiéndote que nos vayamos fuera de la ciudad dos días. El miércoles temprano, a lo sumo, estaremos de regreso. Lo prometo.

—El semestre terminará dentro de dos semanas —digo—. Dentro de dos semanas podemos irnos a donde tú quieras.

Él niega con la cabeza.

—Tam, tengo un viaje largo de negocios la próxima semana. Iré a Chicago a reunirme con unos accionistas; luego viajaré a Nueva York y después a Manchester a cerrar tratos con una empresa —dice—. Estaré fuera mucho tiempo. Posiblemente, semanas. Me voy a volver loco si no paso todo el tiempo que estaré aquí en México contigo. Necesito guardar de ti cuanto me sea posible, para así no echarte tanto de menos cuando no estés cerca.

Sus palabras me provocan una horrible sensación de vacío en el pecho, pero, a pesar de eso, trato de mantenerme firme a mis convicciones y responsabilidades.

—Gael, si no voy a ponerme de acuerdo con mis compañeros, harán el trabajo sin mí y reprobaré —digo, pero no sueno tan convencida de querer negarme a fugarme unos días con él.

A decir verdad, una parte de mí muere por decirle que sí desde el instante en el que lo propuso.

—Ve, reúnete con ellos y en cuanto te desocupes nos vamos —resuelve.

—¿Y tú trabajo?

Él se encoge de hombros.

—Cancelaré todas mis reuniones y le pediré a Camila que le niegue a todo el mundo las llamadas a mi oficina si me dices que sí —suena arrogante mientras habla y quiero golpearlo. Quiero golpearlo y besarle porque está dispuesto a dejarlo todo botado solo por mí. Solo por pasar tiempo conmigo.

—¿A dónde iríamos?

—A donde se nos pegue la gana, Tam —sonríe—. Lo único que quiero es estar contigo, así que, ¿francamente?, el lugar me importa un bledo.

—No tengo mucho dinero para eso, así que...

—Nadie está pidiéndote dinero —me corta de tajo—. Solo dime a dónde quieres ir y listo.

—No puedo permitir que...

Ni siquiera soy capaz de terminar la oración, ya que Gael interrumpe mi diatriba con un beso casto pero firme.

—Gael, escúchame. Esto es serio. No voy a dejar que... —comienzo a hablar, cuando él se aparta ligeramente, pero vuelve a hacerme callar con otro beso suave.

¡Gael! —esta vez, solo es una queja, pero de igual manera me interrumpe plantando sus labios sobre los míos.

—Deja de pensarlo tanto —murmura contra mi boca—. Solo di que sí. No te preocupes por el maldito dinero, o tu moral, o lo que sea que te detenga de aceptar algo que venga de mí. Por una vez en la vida deja la obstinación y déjame hacer las cosas a mi modo. Déjame consentirte como se me pegue la gana. Déjame hacer algo por ti y no sentir que vas a enloquecer por siquiera intentarlo.

Una punzada de algo cálido me atraviesa el pecho de lado a lado, pero sigo sin sentirme del todo conforme con la idea de él pagando cosas para mí.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—No quiero que pienses que estoy contigo por lo que puedas llegar a darme —digo, porque es cierto—. Me incomoda saber que tú tienes todo este dinero a tu alrededor y que puedan llegar a malinterpretarse mis intenciones debido a eso. Me rehúso completamente a que tengas esa percepción de mi persona.

—Tamara, en la primera entrevista que tuvimos para el libro, me dijiste, y cito: «Quédese con su dinero y váyase a la mierda». ¿Crees, de verdad, que puedo llegar a tener esa percepción de ti luego de que me escupiste eso en la cara? —es su turno de sacudir la cabeza en una negativa—. Deja de mortificarte por cosas que no valen la pena. La única a la que le pasa eso por la cabeza, es a ti —esta vez, su gesto se torna exasperado—. Por favor, solo... Solo déjame consentirte. Por esta ocasión, Tam. Por favor...

Otra sensación dolorosa y dulce me atraviesa el cuerpo, pero sigo sin sentirme del todo convencida.

—Gael, es que...

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—El veinte de septiembre —suelto, confundida—. ¿A qué viene mi cumpleaños con lo que estamos hablando?

—Faltan tres meses —dice, con aire resuelto—. Toma esto como mi regalo adelantado.

—No voy a dejar que me regales un viaje de dos días por mi cumpleaños —digo, tajante.

—¡Vale! ¡De acuerdo! Entonces, te compro un coche.

—¡No voy a dejar que me compres un coche! —chillo, escandalizada.

—Entonces déjame regalarte un jodido viaje de dos puñeteros días, Tamara —la exasperación y la desesperación en su tono es cada vez más intensa, y yo no puedo evitar sonreír como idiota cuando noto cuán exacerbado está poniéndose.

—¿Por qué siempre tienes que llevar todo al extremo? —digo, en medio de una pequeña risotada.

—Yo no estoy llevando nada a ningún lado —masculla—. Y, por favor, deja de burlarte de mí y de mi desgracia.

—¿Tú desgracia? ¿Estás diciendo que tener algo con una chica testaruda es una desgracia? —bromeo.

Él asiente.

—Es una completa calamidad —rueda los ojos al cielo—. Tener una novia necia, demandante y diez años más joven que yo, es un completo dolor en el culo.

No me pasa desapercibido el hecho de que me ha llamado su novia. Tampoco me pasa de noche el hecho de que algo en su tono ha cambiado en el momento en el que lo ha hecho.

—Pobre de ti —suelto, pero no dejo de sonreír—. Deberías dejarla.

Él sacude la cabeza en una negativa una vez más.

—No puedo —dice. Esta vez, suena más... dulce—. Enloquecería sin ella. Ya he intentado alejarme y, créeme: es imposible.

Mi corazón da una voltereta abrumadora con su declaración, pero me las arreglo para mantener mi gesto sereno.

—Lo estás dramatizando todo —digo, al tiempo que hago un gesto desdeñoso con una mano—. Por supuesto que es posible vivir sin alguien. Sobre todo, si ese «alguien» es tan insufrible como ella.

Él parece pensarlo unos segundos, pero asiente luego de hacerlo.

—Quizás tienes razón —dice—. Quizás lo estoy exagerando todo y no es imposible vivir sin ella... Pero la realidad es que, en estos momentos, la sola idea de dejarla ir me parece inconcebible —me mira directo a los ojos con ese gesto suyo tan serio y determinado—. Llámame imbécil, cursi o lo sea que se te ocurra, pero me siento pleno cuando estoy con ella. Me siento yo mismo... Y no quiero renunciar a eso.

Un millar de emociones colisionan entre sí dentro de mí y me quedo sin palabras. Me quedo completamente muda ante su declaración. Ante esa forma tan abierta que tiene de expresar lo que siente.

Jamás había estado con alguien tan dispuesto a abrirse de este modo. Tan dispuesto a ser franco consigo mismo y entregarse del modo en el que él lo hace.


—Estoy segura de que ella está loca por ti —digo, con un hilo de voz, al cabo de unos instantes de absoluto silencio.

Él esboza una sonrisa dulce y cálida.

—Y yo lo estoy por ella —dice, con la voz enronquecida por las emociones.

En ese momento, una sonrisa tímida se desliza en mis labios, pero no dejo que el poder de mis emociones me amedrente o me acobarde. Al contrario, me obligo a plantar un beso sobre su boca, para así demostrarle todo eso que no soy capaz de pronunciar en voz alta.


—¿Entonces? —dice, una vez que nos separamos—. ¿Vas a fugarte conmigo por unos días?

«Ve». Susurra una vocecilla ilusionada en mi cabeza. «Disfruta lo que estás sintiendo. Date la oportunidad de dejar de preocuparte por todo lo que pasa a tu alrededor y pásalo bien. Lo mereces. Lo merecen...».

—No lo sé... —digo, a pesar de que la idea ya no se siente tan descabellada como hace unos momentos.

—Vamos, preciosa —él insiste—. Piérdete conmigo. Vámonos de aquí. Vámonos lejos tú y yo, y olvidémonos de la pesadilla que mi padre nos hizo pasar.

Muerdo mi labio inferior.

«Anda. Sabes que deseas hacerlo. Sabes que deseas pasar unos días a solas con él». Insiste mi subconsciente y yo caigo otro poco en la pequeña emoción que ha comenzado a formarse en mi pecho.


que es insensato hacerlo. que debo negarme rotundamente y enfocarme en el final del semestre. que antes de cantar victoria de esa manera, debo asegurarme de que David Avallone no va a hacer nada en mi contra o en contra de mi familia... Y, a pesar de eso, quiero hacerlo.

Quiero ir con él.

Quiero olvidarme de todo por una vez en la vida y hacer lo que me venga en gana con él a mi lado; sin preocuparme por lo diferentes que son nuestros mundos, o la cantidad de obstáculos que se interponen entre nosotros. Quiero cerrar los ojos y estar con Gael: el hombre que disfruta de las motocicletas y la comida casera. Con el hombre que había alzado una fortaleza alrededor de sus sentimientos y su vida, y que la ha derrumbado solo para dejarme entrar en ella. Solo para dejarme mirar sus heridas de batalla. Sus cicatrices...

Quiero cerrar los ojos al mundo y mirarlo solo a él. Porque ya me cansé de huir. Ya me cansé de tratar de cerrarme lo que realmente siento. A lo que realmente provoca en mí.


—De acuerdo —digo, al cabo de un largo momento—. Vámonos. Vámonos fuera de la ciudad a donde te plazca.

La sonrisa que se abre paso en el rostro de Gael es tan grande, que temo que pueda partirle la cara en dos. Es tan grande, que no puedo evitar sonreírle de vuelta, porque es contagiosa. Porque es llamativa, dulce y efervescente.

¡Coño! ¡Gracias! —Gael suelta, medio exasperado y medio eufórico y, sin darme tiempo de decir nada, planta sus labios sobre los míos una vez más.

—Solo déjame llamar a la oficina, reservar algo rápido y nos vamos —dice y yo asiento.

—Mientras tú haces eso, yo llamaré a mis compañeros de la universidad e iré a casa por algo de ropa —digo.

—No necesitas algo de ropa —asegura—. Estaremos desnudos todo el tiempo. Eso te lo puedo asegurar.

El rubor se apodera de mi rostro en ese momento.

—Necesito hacer una maleta de todos modos —mascullo, en voz baja—. Uno nunca sabe cuándo se puede necesitar un cambio de ropa limpia.

Él rueda los ojos al cielo.

—Puedo comprarnos algo de ropa cuando lleguemos a nuestro destino.

—No dejaré que me compres ropa cuando tengo suficiente en mi armario —digo, tajante—. Ya te lo dije: iré a casa, haré una maleta rápida y regresaré. No tardaré demasiado. En un poco más de una hora estaré de regreso.

—No vas a irte a esta hora de la mañana tú sola —Gael refuta.

—Gael, no empieces con esto de nuevo —suelto, con advertencia.

—Que te lleve Almaraz —resuelve él, ignorando completamente mi tono quejumbroso—. Así estaré más tranquilo.

—Pero...

—Pero nada. Ya lo he resuelto: te llevará Almaraz.


Un suspiro largo y cansado escapa de mis labios en ese momento, solo porque sé que discutir con él ahora mismo va a ser inútil.

—¡De acuerdo! ¡Está bien! —suelto, con exasperación, al tiempo que ruedo los ojos una vez más—. Haremos las cosas a tu modo esta vez. Pero, de una vez te lo digo: no te acostumbres a ello.

Una carcajada ronca brota de los labios del magnate y yo hago un mohín.

—Trataré de no acostumbrarme —dice—. Lo prometo.

Entonces, sin darme tiempo de decir nada más, planta otro beso sobre mi boca.



~*~



Almaraz no habla en lo absoluto durante el trayecto a mi casa. Todo el camino se ha limitado a mantener la mirada fija en las calles por las que circulamos y no ha hecho ademán alguno de intentar entablar alguna clase de conversación conmigo.

No sé cómo sentirme al respecto.

Una parte de mí está completamente a la defensiva. Cree que, por ser empleado de David, va a correr a decirle que he pasado la noche en casa de su hijo tan pronto como tenga oportunidad. Otra, sin embargo, trata de no pensar mal. Trata de justificar su silencio con el hecho de que, quizás, involucrarse en la situación, no sea algo bueno para él y su situación laboral; y que ese es el motivo por el cual ha decidido guardar su distancia.

De cualquier modo, no he dejado de sentirme incómoda durante todo el viaje. No he dejado de hacer como que leo algo del libro que, hasta hace unos minutos, llevaba en el bolso. Antes de eso, tonteaba en el teléfono celular —el cual se me ha quedado sin pila luego de haber hablado con Fernanda y haber arreglado todo el asunto del trabajo en equipo que tengo que entregar la próxima semana—. Y, si el libro que llevo conmigo no es suficiente para mantenerme distraída o con la mirada fuera de Almaraz el resto del camino, estoy segura de que encontraré otra cosa en la cual entretenerme para no tener qué encararlo.


Estamos cerca de nuestro destino. Tan cerca, que apenas si puedo calcular dos o tres minutos más antes de que estemos aparcando afuera del pequeño complejo habitacional en el que vivo; es por eso que decido guardar el libro dentro de mi bolso antes de mirar por la ventana de manera distraída.

Nos toma apenas unos minutos llegar al lugar indicado.

Una vez ahí, Almaraz aparca en el espacio designado para el apartamento que comparto con Victoria y Alejandro, y apaga el vehículo. Yo, sin atreverme a mirarlo a la cara, le digo que volveré en unos minutos y, sin decir nada más, salgo del coche.

Gael le ha dado órdenes expresas de esperarme aquí el tiempo que sea necesario para que prepare una pequeña maleta, pero yo igual considero una falta de respeto tenerlo esperando por mí durante mucho tiempo. Es por eso que he decidido darme prisa y, una vez fuera del auto, me he echado a andar a toda velocidad en dirección a las escaleras.

Subo a toda velocidad los tres pisos que separan mi departamento del estacionamiento, pero no es hasta que estoy a pocos metros de distancia del lugar indicado, que me congelo en mi lugar cuando los veo...


Victoria y Alejandro están justo ahí, de pie al final de la escalinata que da al piso en el que vivimos. La vista de ambos viaja en mi dirección casi al instante en el que me detengo a observarlos y, justo cuando en el que nuestros ojos se encuentran, que algo va mal.

El gesto descompuesto que ambos llevan en el rostro lo delata todo. Victoria, incluso, parece como si hubiese estado llorando.

—Llevo casi una hora entera intentando llamándote —el reproche y el enojo en la voz de Victoria no me pasa desapercibido—. ¿Por qué demonios apagas el teléfono?

Niego con la cabeza, confundida y aturdida.

—Me quedé sin batería —balbuceo, pero sé que ella ya no está poniéndome la atención debida. De hecho, ya ni siquiera me mira. Se limita a desviar la mirada y sacudir la cabeza en una negativa, al tiempo que se cruza de brazos—. ¿Qué pasó? ¿Por qué están aquí afuera?

Alejandro, quien no ha apartado la vista de mí todavía, aprieta la mandíbula y deja escapar un suspiro largo y cansado.

Hay algo desencajado en su expresión. Algo angustiado y turbado...

—Se han metido a robar al departamento, Tamara —dice, con amargura y toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies.

¿Qué?...

Alejandro sacude la cabeza en una afirmación.


—Se llevaron todo lo de valor: computadoras, dinero en efectivo, unas alhajas de Victoria, mi Ipad, el televisor de la sala... —dice, con frustración, y un nudo se forma en la boca de mi estómago.

—¿Se llevaron mi computadora? —pregunto, a pesar de que sé qué es lo que va a responderme.

Alejandro se encoge de hombros, al tiempo que me dedica una negativa de cabeza.

—No lo sé. Supongo que sí. Te digo que se han llevado todas las pertenencias de valor de Victoria y mías.

—¿Pero cómo carajo ocurrió? — suelto, sintiéndome cada vez más alterada—.   ¿Cómo es que no se dieron cuenta de que...?

—Anoche me quedé a dormir en casa de una amiga —Victoria me interrumpe, al tiempo que me encara—. Alejandro se quedó hasta tarde estudiando con sus estúpidos amigos y no llegó a dormir tampoco —lo mira como si él fuese el culpable de todo.

—No me mires de esa manera, no es mi culpa que haya ocurrido —Alejandro suelta, cuando nota la manera en la que Victoria lo observa—. Ustedes dos tampoco durmieron aquí. No puedes recriminarme nada. No soy el portero oficial de nadie y...

Una carcajada carente de humor brota de la garganta de Victoria.

—¡Debiste decirme que no ibas a alcanzar a llegar! ¡Si me lo hubieras dicho, me habría venido a dormir a la casa y....! —mi compañera de habitación se detiene abruptamente.

—¡¿Y qué?! —Alejandro espeta—. ¡¿Qué diferencia hubiera hecho si te hubieras quedado?! ¡¿Que quizás te habrían hecho daño?! ¡¿Qué quizás esto no solo habría sido un robo, sino una violación o un asesinato también?!

—¡¿Por qué diablos tienes que exagerarlo todo?! ¡No estamos hablando de eso! ¡Estamos hablando de que se han llevado todo mi semestre! ¡Todos mis trabajos finales! ¡Absolutamente todo!

—¡¿Y crees que no se llevaron todo mi semestre?! ¡¿Todos mis trabajos?! ¡¿Todos mis temarios de estudio?! —Alejandro eleva el tono de su voz con cada palabra que pronuncia—. ¡No eres la única jodida aquí!

Victoria refuta algo en ese momento, pero ya no estoy escuchándola. No puedo hacerlo. No, cuando la angustia me ha atenazado el pecho. No, cuando el pánico se ha apoderado de mi cuerpo. No, cuando estoy casi completamente segura, de que todo esto ha sido obra de David Avallone.

No, cuando sé que, en esa computadora, está el archivo de la novela que escribí en base a su vida.

«Oh mierda...».


Continue Reading

You'll Also Like

5.2M 238K 66
Primera parte de la saga BeMT. Pueden encontrar la segunda parte llamada "el inicio del final". ... en la vida aparecen personas de alguna parte que...
166K 13.4K 38
Naruto uzumaki una noche de locura no recuerda nada al día siguiente y a los meses descubre que estaba embarazado Sasuke Uchiha un reconocido doctor...
1.2K 179 27
2da parte de " Esperanza ". Cuatro años han pasado desde su separación y sus caminos una vez más se cruzarán . ¿Podrá Vegeta redimirse por los error...
10K 1.6K 24
━━ ⦗ salvation! ⦘ ❝ una historia sobre la traición, la culpa y el amor. ❞ ███████████ 𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙣𝙙𝙚 ...