MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

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MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
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¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 38

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Itssamleon द्वारा



El rumor lejano de la música y el taconeo de mis zapatillas se mezclan entre sí y llegan a mis oídos hasta hacerme sentir inquieta. Hasta convertirse en una cantaleta incesante que lo único que consigue, es ponerme nerviosa.

No puedo dejar de pensar en lo que acaba de ocurrir en aquel salón. No puedo dejar de pensar en las consecuencias que traerá para mí el hecho de que Gael se ha enterado ya de —casi— todo.

Su padre debe estar furioso. De hecho, no me sorprendería para nada llegar a casa y descubrir que ya ha hecho algo para perjudicarme. Para hacerme pagar por lo que acaba de pasar...

Un nudo de incomodidad se instala en la boca de mi estómago en ese momento y un extraño sabor amargo me llena la punta de la lengua.


—Caminas demasiado aprisa —la voz femenina a mis espaldas hace que me congele en mi lugar, y detengo mi andar apresurado solo para girarme y encarar a la mujer que no recordaba que me acompañaba.

Vergüenza, bochorno y ansiedad se mezclan en mi pecho casi de inmediato, pero me las arreglo para esbozar una sonrisa cargada de disculpa.

—Lo lamento —digo, en voz baja—. Yo solo...

Nicole Astori, la madre de Gael, hace un gesto desdeñoso con una mano, al tiempo que acorta la distancia que nos separa.

—No estoy acostumbrada a andar en estas armas mortales —dice, al tiempo que hace un gesto en dirección a las zapatillas que lleva puestas.

El acento marcado con el que habla me abruma por completo, pero este, en comparación al de David Avallone o, incluso, al de Gael, es cálido y dulce. Amable y apacible.

—Yo tampoco —confieso, mientras esbozo una sonrisa un poco más honesta que la de hace unos segundos.

Ella me devuelve el gesto y yo no puedo evitar quedarme aquí, quieta, mientras contemplo la familiaridad de la mueca. Mientras me percato de que la sonrisa de Gael, es idéntica a la de su madre.

Avanzamos hacia la salida del hotel.

Durante un largo rato, ninguna de las dos dice nada. Nos limitamos a caminar la una junto a la otra hasta llegar a la entrada principal del lugar; y no es hasta que pido el coche de servicio y veo que llegará por mí dentro de siete minutos, que la voz de la mujer llega a mí una vez más:

—¿Cómo te llamas?

Mi corazón se salta un latido, aunque ni siquiera sé por qué lo hace.

—Tamara —digo, sin mirarla directamente.

—Tamara... —ella murmura, como si probase mi nombre en sus labios y eso no hace más que incrementar las ganas que tengo de salir corriendo—. ¿Qué clase de relación tienes con mi hijo, Tamara?

Su pregunta cae sobre mí como balde de agua helada. Ciertamente, no esperaba una confrontación así de directa. Siendo sincera, no sé qué era lo que esperaba de esta interacción; pero, definitivamente, no era algo como esto.

Me obligo a encararla.

—Su hijo y yo no somos nada —digo, porque es cierto.

—Pero tienen algo —no es una pregunta. Es una afirmación.

—Señora, yo...

—No —ella alza una mano para indicarme que me detenga—. Ahórrate las explicaciones. No las necesito. Francamente, tampoco las quiero. Solo... Solo necesito saber una cosa.

La miro directo a los ojos, pero no digo nada. No pronuncio palabra alguna. Solo espero a que ella suelte lo que sea que tiene atorado en la garganta.

—¿De verdad está comprometido? —pregunta, al cabo de unos instantes que se sienten eternos.

—Él dice que no —no pretendo sonar amarga, pero lo hago de todos modos.

—¿Y tú le crees? —pregunta, con aire enigmático.

Asiento, a pesar de que seguramente cree que soy una estúpida por hacerlo.

—Ahora lo hago —digo, con la voz enronquecida por las emociones.

En ese momento, la mirada que Nicole me dedica es tan aprehensiva como dulce y eso no hace más que estrujarme el corazón.

—Estás enamorada, ¿no es así? —suena... ¿pesarosa? —. Estás enamorada de Gael.

El torrente de emociones que se arremolina en mi pecho es tan intenso ahora, que no puedo contenerlo. Que no puedo hacer nada para evitar que los sentimientos se me desborden por los poros.

No respondo. No me atrevo a hacerlo...

Me limito a quedarme aquí, tratando de absorber su afirmación, mientras el mundo entero gira con violencia y se acomoda de una manera diferente. Una que me hace sentir completamente fuera de lugar.

Los ojos de la mujer frente a mí se llenan de algo que no logro descifrar del todo. De algo que raya entre la lástima y el anhelo, y me siento avergonzada. Me siento... expuesta.

—¿Te lo contó ya? —dice y el tono triste que utiliza me estruja el pecho.

—¿Sobre su pasado? —digo, en voz baja—. Sí. Lo ha hecho y...

Ella niega con la cabeza.

—No —me interrumpe—. Acerca de lo que está pasando. Acerca de Luciana...

Es mi turno de sacudir la cabeza en una negativa.

—¿Sobre Luciana? —balbuceo—. ¿Qué hay con Luciana? No entiendo...

Algo oscuro y desgarrador baña la mirada ambarina de Nicole —esa que es idéntica a la de su hijo— y enmudezco por completo.


—¿Puedo darte un consejo, Tamara? —dice, al cabo de unos instantes de completo silencio.

—Sí... —digo, con un hilo de voz.

—Nunca, por mucho que estés enamorada, aceptes las migajas de alguien más. Nunca, por mucho que las circunstancias se presten para ello, permitas que un hombre te esconda cosas —sus palabras me queman por dentro, pero no digo nada. Al contrario, me quedo completamente estática mientras la escucho continuar—: Mi hijo tiene mucho qué resolver. Tiene una carga inmensa sobre los hombros de la que debe deshacerse si quiere ser feliz de una vez por todas. No dejes que te arrastre a su mundo. Él tiene una batalla que lidiar, una con la que ni siquiera yo estoy familiarizada del todo, y tú no puedes estar en medio. No permitas que te ponga en medio.

—Y-Yo...

—Gael es un romántico empedernido —Nicole me interrumpe—. Gael es un hombre soñador, que ama con fuerza. Un hombre que es capaz de ir al mismísimo infierno por aquellos a los que ama... Y es por ese motivo, que tienes que dejarle pelear sus batallas. Porque va a llevarte al mismísimo infierno si te quedas a su lado en este momento.

No puedo responder. No puedo hacer otra cosa que no sea mirarla fijamente.

—Y quiero que quede bien clara una cosa: A mí todo esto —hace un gesto en dirección al hotel y al vestido que lleva puesto—, no me importa. No me interesa... Quiero que quede bien claro que no hablo con el afán de alejarte de él, como, supongo, mi ex marido hace. Lo hago con la intención de abrirte los ojos. De hacerte ver que, por mucho que yo quiera que mi hijo sea feliz con una buena mujer, ahora mismo no es tiempo para que él trate de hacerlo. Primero tiene que arreglar otras cosas. Así que, Tamara, te aconsejo, por tu bien y el de tus sentimientos, que dejes que mi hijo gane su batalla... O, en su defecto, que la pierda. Que le permitas resolver el caos que tiene alrededor, antes de que lo aceptes en tu vida.

La vibración en mi teléfono me hace saltar en mi lugar de la impresión.

En ese momento, mi vista viaja hacia el aparato que tengo en la mano y noto que alguien está llamándome.

Mi ceño se frunce ligeramente. No quiero responder. No quiero levantar la bocina porque el miedo que siento ahora mismo es tan grande, como la confusión que Nicole Astori ha plantado en mi pecho; pero, a pesar de eso, me obligo a mascullar una disculpa antes de responder:

—¿Sí?

—Buenas noches, ¿Con la señorita Tamara?

—Así es —sueno cautelosa. Casi horrorizada.

—Soy el conductor de Uber. Ya estoy afuera de la ubicación. ¿Dónde se encuentra usted?

En ese momento, me giro sobre mi eje, al tiempo que barro la vista por todo el espacio y me detengo justo a tiempo para mirar un coche detenido con las intermitentes prendidas.

Acto seguido, miro las placas del auto que me va a recoger en la aplicación y las comparo con las del vehículo.

—Ya te vi —digo, al cabo de unos instantes—. Ya voy para allá.

Entonces, finalizo la llamada.

—Tengo que irme —anuncio, mientras me giro para encarar a la madre de Gael.

Ella asiente, pero luce como si aún no hubiese terminado de hablarme. Como si aún tuviera muchas cosas que decirme.

—Ve con cuidado —pronuncia, a pesar de eso—. Y, ¿Tamara?, no eches en saco roto lo que te he dicho.

Yo, muy a mi pesar asiento y me echo a andar en dirección al coche de servicio.



~*~



Gael ha anunciado la terminación de su compromiso.

Esta mañana, mientras desayunaba con Victoria, lo leí en una de mis redes sociales. Durante unos instantes, creí que todo era una mentira publicada por un blog amarillista, pero, luego de ver varios artículos —y de indagar en Google otros veinte minutos— comencé a plantearme la posibilidad de que, quizás, era cierto.

Finalmente, luego de tener un debate interno y de preguntarme una y otra vez si era prudente acercarme con Gael para aclararme las dudas, él me llamó y me lo dijo.

No hizo muchos comentarios al respecto. De hecho, el motivo de su llamada fue para ponernos de acuerdo para vernos hoy. Me comentó que iba a tener un montón de trabajo durante todo el día y que, para coronarlo todo, había tenido que madrugar para llevar a su madre al aeropuerto porque, luego de lo ocurrido anoche, no le encontró objeto a quedarse en México. Me comentó que pasó parte de la madrugada haciendo llamadas telefónicas para conseguirle un vuelo a España a primera hora.

Así, pues, luego de contarme rápidamente su odisea nocturna, me dijo que podíamos reunirnos en su casa hoy alrededor de las siete.

Me comentó que no habría problema alguno con el vigilante del residencial, ya que le mencionaría que yo iría y, casi antes de despedirse de mí, me hizo saber que ya no voy a tener qué cuidarme sobre quién me ve con él y quién no. Fue en ese momento, cuando me dio la noticia. Fue en ese preciso instante, en el que me comentó que había dado por finalizada la farsa que su padre había montado.

No quise preguntar muchos detalles al respecto. Lo único con lo que me he quedado hasta ahora, es con todo lo que el mundo habla y especula.

Se ha dicho mucho en el transcurso del día respecto a la repentina separación, pero la verdad es que nadie se ha acercado ni un poco a lo que realmente ocurrió entre el magnate y su supuesta prometida. Los rumores más fuertes, sin embargo, hablan sobre una infidelidad por parte de Gael y sobre un matrimonio por interés.

Eugenia no ha hecho declaración alguna al respecto. De hecho, el silencio ha sido la única respuesta de ella, su familia y la familia Avallone en general. Incluso Gael ha hablado poco al respecto. Lo único que declaró, fue algo muy diplomático y respetuoso respecto a Eugenia, su relación con ella y lo mucho que esperaba que ella encontrara a la persona indicada.

En cuanto a David se refiere, no se ha comunicado conmigo para nada. Tampoco es como si esperara que lo hiciera luego del altercado de anoche; sin embargo, debo admitir que este extraño estado de calma en el que ha entrado toda la situación, me tiene con los nervios de punta. Sobre todo, tomando en cuenta que mi familia se encuentra en perfectas condiciones. Que, en la vida de Natalia y mis padres, todo va como se supone que debería de ir...


La familiaridad de las calles por las que me muevo me hace espabilar un poco y ponerme alerta a lo que veo a mi alrededor. Es en ese instante, en el que me percato que estoy muy cerca de llegar a mi destino; así que, sin esperar más tiempo me pongo de pie del asiento en el que me encuentro y me abro paso entre la gente que se encuentra atiborrada en el pasillo del autobús, hasta llegar a la puerta trasera.

Una vez ahí, espero a que mi parada llegue para bajarme.

Acto seguido, me echo a andar por la avenida en dirección al lugar al que me dirijo.

Me toma apenas unos minutos acortar la distancia que separa la parada del autobús de la caceta de vigilancia del residencial donde vive Gael. Me toma un poco menos acercarme a ella para llamar al oficial y que este me deje entrar.

Una vez ahí —dentro del fraccionamiento privado—, me abro paso sobre las preciosas aceras de las calles. Mientras avanzo, no puedo evitar echarle un vistazo a todo lo que me rodea. Los jardines cuidados y tratados a la perfección no hacen más que darle un aspecto irreal a todo el espacio; las inmensas residencias se alzan imponentes a cada lado de la calle y proyectan sombras extrañas en el suelo debido a que el sol ya está ocultándose.

Me tomo mi tiempo avanzando por las callejuelas, solo porque estoy nerviosa hasta la mierda.

He pasado todo el día tratando de no pensar en lo que va a pasar ahora mismo, pero no he tenido éxito alguno. Cientos de ideas y de distintos escenarios se han dibujado en mi cabeza a lo largo de la mañana y de la tarde, y ahora que estoy aquí, no puedo dejar de reproducirlos una y otra vez en mi memoria.

Tampoco puedo dejar de pensar en lo que Nicole Astori me dijo ayer por la noche, antes de que el auto del Uber pasara a recogerme. Eso, aunado a las decenas de escenas que me he inventado en la cabeza, apenas me permite concentrarme. Apenas me permite controlar la ansiedad que me embarga.

Estoy tan nerviosa. Tan asustada...


Al llegar a casa de Gael, lo primero que hago, es subir la escalinata que da a la entrada principal. Esa que rara vez utilicé antes porque el magnate era demasiado cuidadoso como para permitirme utilizarla.

Una vez ahí, hago sonar el timbre y espero.

Al cabo de unos minutos, vuelvo a intentarlo, pero nadie sale a recibirme. No me sorprende en lo absoluto. Sé, porque pasé aquí demasiado tiempo en el pasado, que la gente de servicio no está aquí todo el tiempo porque a Gael no le gusta que lo hagan. Porque le gusta su privacidad y, tener unos momentos a solas al día, es lo más preciado que tiene.

Así, pues, a sabiendas de todo esto, dejo escapar un suspiro y tomo mi teléfono para enviarle un mensaje.

Estoy justo a la mitad del mensaje que voy a mandarle, cuando ocurre...

Un vehículo familiar aparece en mi campo de visión y avanza en dirección al garaje de la casa. Yo, en ese momento, me apresuro escalinata abajo para encaminarme hasta allá.

La puerta automática de la cochera está a punto de cerrarse, cuando me cuelo en el interior. Entonces, espero ahí, de pie, a que él baje del coche. A que la figura imponente del magnate aparezca en mi campo de visión.

Gael abre la puerta del vehículo y baja de él a los pocos segundos de haberlo apagado y es hasta ese momento, que se percata de mi presencia.

Una palabrota se le escapa en el instante en el que lo hace y, por el gesto que esboza, me doy cuenta de que le he metido un susto de muerte. Yo, sin poder evitarlo, esbozo una sonrisa boba.

—Casi me provocas un ataque al corazón —dice, al tiempo que cierra los ojos unos segundos—. ¿Cómo entraste a aquí? ¿Tienes mucho tiempo esperando?

Niego con la cabeza.

—Casi acabo de llegar —digo, porque es cierto—. Entré justo detrás de ti, por la puerta del garaje. Te vi llegar y solo te seguí hasta aquí.

Una sonrisa que se me antoja nerviosa se desliza en sus labios, pero asiente en aprobación.

—Nota mental —dice, en tono socarrón—: Hay que cuidarse de Tamara. Se le da bien el stalking.

—Vete a la mierda —refuto, pero la sonrisa que llevo en los labios es grande y avergonzada.

Él, en respuesta, me guiña un ojo, pero no dice nada más. Se limita a hacer un gesto de cabeza en dirección a las escaleras que dan a la entrada de la cocina de su casa.

Acto seguido, se echa a andar y yo lo sigo a pocos pasos. Una vez frente a la puerta, rebusca en sus bolsillos y, una vez abierto el cerrojo, empuja la puerta.

No dice nada. De hecho, lo único que hace, es mirarme fijamente, con ese gesto suyo tan enigmático y suave.

La sonrisa en su rostro no se ha desvanecido del todo y calidez en su expresión me hace sentir segura. Tranquila y cómoda, a pesar del nudo de ansiedad y nerviosismo que me atenaza el estómago. Es por eso que, a pesar de la revolución que tenía en la cabeza hace unos instantes, no dudo ni unos instantes en avanzar hacia el interior de la casa. Es por eso que, a pesar del latir desbocado y doloroso de mi corazón, me obligo a adentrarme en este espacio que es tan suyo.

En el instante en el que pongo un pie dentro, y mi vista recorre todo el lugar, una decena de recuerdos me llena la cabeza. Puedo recordarme ahí, sentada sobre la isla, con él asentado entre mis piernas y sus labios sobre los míos. Puedo recordarme allá, en aquel sillón que se ve a lo lejos, con la cabeza recostada sobre su regazo. Puedo recordarme en aquel otro sillón —ese del que apenas tengo un vistazo recortado—, completamente desnuda, a su merced, sintiéndome como hacía mucho no lo hacía. Incluso, puedo verme a mí misma caminando descalza sobre mis puntas una tarde de no hace mucho tiempo, solo para no arruinar el piso recién limpiado de todo el espacio; con él justo detrás de mí, diciéndome que no pasaba nada si la mujer de la limpieza tenía que volver a trapear al día siguiente...


El sonido de la puerta siendo cerrada detrás de mí me hace pegar un brinco de la impresión y una nueva clase de nerviosismo me invade; sin embargo, a pesar de eso, me obligo a girar sobre mi eje.

Los ojos ambarinos de Gael están fijos en mí, y hay algo tan salvaje en ellos, que me siento abrumada. Cohibida...

—Creí que nunca te tendría aquí de nuevo —dice, con la voz enronquecida por las emociones, y el nudo en mi estómago se aprieta.

Trago duro.

—Yo también creí que nunca más pondría un pie en este lugar —admito y la mirada del magnate se ensombrece en ese momento.

—Es bueno saber que ambos nos equivocamos —dice, y su voz suena aún más áspera que antes.

En ese momento, se hace el silencio.

En ese momento, las palabras se acaban solo para abrirle paso a las preguntas sin pronunciar. Al peso de lo que ha ocurrido con su padre y a la cantidad de cosas que ambos nos hemos ocultado el uno del otro.

Yo no sé qué decir. No sé cómo enfrentarlo. Cómo explicarle todo lo que pasó sin ganarme su desprecio o su lástima. Sin ganarme su odio por haber accedido a escribir un libro que bien podría destruirlo. Que bien podría arruinarle para siempre...

—Gael, yo... —trato de comenzar, pero el magnate me interrumpe con una negativa de cabeza.

Entonces, enmudezco y contemplo la imagen que me proyecta. Contemplo sus ojos ambarinos y su ceño fruncido; su postura elegante y sus hombros encogidos en un gesto nervioso.

—Tamara, lo siento tanto... —dice, con un hilo de voz—. Todo esto... —niega una vez más—. Toda esta locura... ha sido culpa mía —hace una pequeña pausa, pero no deja de mirarme a los ojos con aquel gesto arrepentido y suplicante que está rompiéndome la voluntad—. Yo te orillé a la desconfianza. A la poca fe... Y lo lamento tanto. Tanto...

Quiero besarlo. Quiero gritar. Quiero borrarle del rostro ese gesto torturado.

—Debí decírtelo —respondo, con la voz entrecortada por las emociones—. Debí actuar cuando aún era tiempo. Cuando aún... —«cuando aún David no me obligaba a firmarle un contrato de mierda»—. Cuando aún no me sentía entre la espada y la pared.

La distancia que nos separa es acortada por sus zancadas largas y, en menos tiempo de lo que espero, se encuentra aquí, delante de mí, con la punta de sus zapatos caros rozando la punta de mis Converse sucios.

Entonces, una de sus manos grandes ahueca un lado de mi cara. Mis ojos se cierran casi al instante y mi corazón aletea con una emoción violenta y dulce. Con un sentimiento poderoso y aterrador al mismo tiempo.

—Aún es tiempo, Tam —Gael suelta, en un susurro cálido y mi pecho duele en respuesta. Mi pecho se estruja con violencia debido al nerviosismo y la ansiedad que me invaden— Aún puedes decírmelo todo. Aún puedo ayudarte...

Mis ojos se cierran con fuerza y una oleada de terror me llena el pecho.

Me aterra pensar en las consecuencias que todo esto traerá para ambos. Me horroriza pensar que, quizás, Gael no pueda hacer nada para detener a su padre y que lo único que consiga, sea hundirse conmigo.

«El sigue ocultándote cosas. Él tiene que contártelo todo a ti también si quiere tu confianza». Susurra la insidiosa voz de mi cabeza, pero trato de empujarla lo más lejos posible.

—Tengo tanto miedo... —admito, en un susurro roto y tembloroso.

Mi rostro es acunado entre sus manos y es alzado de modo que, cuando me atrevo a mirarlo, soy capaz de hacerlo directamente.

—¿A qué le tienes miedo, Tam? —suelta él, en voz baja y ronca, y un nudo de sentimientos se forma en mi garganta.

«A que esto sea tan efímero y pasajero como el día y la noche. A que los obstáculos siempre se antepongan sobre nosotros. A que lo que siento por ti acabe conmigo. A que te des cuenta de que preferí salvar a mi familia en vez de salvar tu reputación...».

Anhelo, súplica y una emoción más intensa e indescriptible surcan el rostro del magnate y no puedo moverme. No puedo hacer otra cosa más que contemplarle. Más que sentirle, así, tan cerca de mí, y tan lejos al mismo tiempo...


—Tam, sé que las palabras se las lleva el viento —dice, al cabo de unos instantes—. Sé que soy la persona menos indicada para hacer alguna clase de promesa, pero quiero que sepas que voy a hacer todo lo que esté en mis manos para impedir que mi padre te haga algo a ti o a quien sea de tu familia —Gael asegura, pero el pánico, el remordimiento y la desconfianza no se van. No disminuyen ni un poco—. Haré todo lo que pueda por mantenerlo lejos de ti; así que, por favor, habla conmigo...

Incertidumbre, miedo, vergüenza... Todo se arremolina dentro de mi pecho y me hacen difícil pensar con claridad. Me hacen difícil ponerle un orden a mis pensamientos.

No puedo decirle sobre el libro que empecé a escribir sobre él. No puedo confesarle que accedí a hacerlo porque me avergüenza. Porque me hace querer desaparecer de la faz de la tierra... Y tampoco puedo ocultárselo. No puedo mantenerlo en la oscuridad, porque si se entera, todo esto se irá al caño.

«No se lo digas». Susurra mi subconsciente y la idea me aterroriza por completo. «Elimina el archivo y no se lo digas. No puedes hacerlo. Dudará de ti si lo haces. Dudará de tu lealtad si se lo cuentas».

El nudo en mi garganta se atenaza otro poco y, debido a eso, apenas puedo respirar. Apenas puedo mantener a raya las ganas que tengo de gritar de la frustración.

—Tam... —Gael comienza, pero lo interrumpo con una negativa de cabeza.

«Él tampoco te ha dicho toda la verdad. Él tampoco ha sido honesto del todo contigo. Su misma madre te lo dijo. Si él no te lo cuenta todo, tú tampoco lo hagas. Elimina el archivo y ya está».

Cierro los ojos con fuerza.

—Tam, por favor...

—D-De acuerdo —digo, con un hilo de voz—. Te lo diré. Te lo diré todo.

Entonces, sin darle tiempo de replicar nada más, empiezo a hablar.

Le hablo acerca de las amenazas que su padre hizo hacia mi familia. Del modo en el que, poco a poco, empezó su juego de manipulación y de cómo, luego de haberme probado cuán en serio hablaba, empecé a acatar sus órdenes y peticiones.

Le cuento, también, sobre el contrato que me hizo firmar; sin embargo, no le hablo sobre el libro estipulado en él. No le hablo sobre el documento que me hizo empezar a redactar. Se lo cuento todo menos eso.

En su lugar, le digo que el contrato únicamente estipula que debo mantenerme alejada de él y que, de faltar a lo acordado, mi familia sufrirá las consecuencias.

Mientras lo hago —mientras omito los detalles de mi trato con su padre—, me digo a mí misma que destruiré ese documento. Que lo eliminaré y que absolutamente nadie sabrá que algún día existió.


Para cuando termino de hablar, mi pecho está lleno de sentimientos encontrados. De sensaciones y emociones que colisionan entre sí y me hacen difícil discernir entre mis buenas y malas decisiones. Entre mis miedos absurdos y los reales. Y, con todo y eso, no puedo dejar de sentirme aliviada. No puedo dejar de sentirme liberada de un peso gigantesco.

A pesar de que no le dicho toda la verdad a Gael, hablarle a alguien sobre cuán aterrorizada y amedrentada me sentía, es liberador. Es maravilloso en formas extrañas y retorcidas...

El silencio se apodera del ambiente en el instante en el que las palabras mueren en mi boca.

Gael, quien no ha dejado de mirarme fijamente mientras hablo, se encuentra ahí, a pocos pasos de distancia de mí —distancia que no sé en qué momento impusimos, pero que ahora está aquí y nos separa—, con el gesto descompuesto por las emociones, la mandíbula apretada y las manos hechas puño.

El nudo en mi garganta apenas me permite respirar. Apenas me permite tomar un par de inspiraciones profundas para relajarme y, a pesar de eso —a pesar de la angustia que siento en este momento—, me las arreglo para devolverle la mirada. Para no apartar mi vista de la suya.

Una negativa sacude la cabeza del magnate.

—Tam, lo lamento tanto...

Es mi turno de negar.

—No es tu culpa —digo, con un hilo de voz.

Gael cierra los ojos con fuerza.

—Por supuesto que lo es —dice, una vez que vuelve a encararme—. Lo es porque puse los ojos en ti. Porque no escuché a mi razón cuando me decía que no debía involucrarme contigo. Porque, a pesar de que yo sabía que eras peligrosa para mí, decidí jugar con fuego. Decidí meter las manos y quemarme... —hace una pequeña pausa y da un paso en mi dirección—. Yo sabía, Tam, que tenía que mantener mi distancia contigo. Lo supe desde el primer momento... Y, de todos modos, ignoré todas las señales de advertencia... Te metí en mi mundo de mierda y estas son las consecuencias de eso. Estas son las consecuencias de mi necedad.

—Gael, tú no me metiste en ningún lado —digo, porque es cierto—. Yo también decidí. Yo también jugué con fuego. Me arriesgué aun sabiendo lo que significaba estar contigo.

—No entiendo cómo es que, a estas alturas no te has arrepentido —suelta, con amargura y mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Y de qué se supone que tendría que arrepentirme?

—De haberte metido conmigo.

—Pues no lo hago —digo y, entonces, Gael da otro paso en mi dirección—. No me arrepiento en lo absoluto de haberme cruzado en tu camino.

—Yo si lo hago —dice él y mi corazón duele cuando pronuncia esas palabras—. Yo si me arrepiento de haberme involucrado contigo creyendo que iba a conseguir una aventura. Creyendo que no iba a sentir nada por ti... Porque, a estas alturas, Tam, no puedo seguir negándomelo a mí mismo. No, luego de la tortura que fue estar cerca de ti todo este tiempo y no poder besarte. No poder tocarte. No, luego de tener que aguantarme las ganas de gritarle al mundo que la distancia entre nosotros estaba volviéndome loco... —traga duro y, finalmente, acorta el pequeño espacio que nos separa—; y si no te lo digo ahora... Si no lo saco de mi sistema, no voy a poder estar tranquilo jamás.

—Gael...

—Estoy loco por ti, Tamara —Gael me interrumpe—. Estoy colado por ti. Hasta los malditos huesos. Y no me importa si tú no sientes lo mismo. A estas puñeteras alturas, me importa una reverenda mierda si tú no sientes lo que yo —sacude la cabeza en una negativa frenética—, porque si no te lo digo ahora, Tam, no sé si luego podré hacerlo. Porque si no te confieso ahora mismo cuán jodidamente enamorado estoy de ti, puede que luego la vida no me lo permita.

Mi corazón late con fuerza contra mis costillas, mis manos tiemblan incontrolablemente y el nudo que tenía en la garganta se aprieta con violencia.

No puedo hablar. No puedo tragarme el mar de emociones que me embargan porque sé, hasta el fondo de mi corazón, que yo siento lo mismo. Que no importa cuánto trate de negarlo o de diluirlo, porque el sentimiento ahí está. Porque desde hace mucho, por más que trato, no puedo sacármelo de la cabeza. De los sentimientos. Del corazón... Y, a estas alturas del partido, ya ni siquiera sé si puedo hacerlo.

Trago duro.

Quiero decirle que él no tiene ni idea de lo que siento. Que ni siquiera le pasa por el pensamiento la cantidad de cosas que provoca en mí solo con su cercanía..., pero no lo consigo. De hecho, no puedo hablar en lo absoluto. No puedo hacer otra cosa que no sea acortar la distancia que nos separa y plantar mis labios en los suyos en un beso urgente. Uno que consigue arrancar de mi cabeza todos los malos pensamientos. Todos los sentimientos oscuros que me invadían hace apenas unos instantes...


No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a apartarme de él; pero, cuando lo hago, uno mi frente a la suya y sostengo su rostro con mis manos para mantenerlo ahí para mí.

Entonces, cuando su aliento se mezcla con el mío entrecortado, planto un beso casto sobre sus labios y susurro, en voz baja y queda:

—Estoy enamorada de ti, Gael. Tan enamorada, que siento que voy a enloquecer si me aparto de ti una vez más.

—No habrá una vez más, Tam —promete él y quiero protestar. Quiero decirle que no puede hacer esa clase de promesas; sin embargo, no puedo decir nada. No, cuando sus labios han acallado cualquier protesta de los míos con un beso lento y profundo. No, cuando todo mi ser se encuentra aquí, entre sus brazos y a su merced, siendo presa del sabor dulce de sus besos y del tacto cálido de sus manos. No, cuando el mundo entero parece haberse detenido en este momento y deseo tanto aprovecharlo.

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