Luz que no se apaga

By SILVIADEFALCO6

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NOVELA CRISTIANA Esta antigua novela de 1960 cautivó mi vida en la adolescencia y fue de mucho ánimo y desafí... More

Capítulo 1: El Refugio Winelmann
Capítulo 2: Ronny
Capítulo 3: Convicciones Firmes
Capitulo 4: Conflictos Familiares
Capítulo 5: Haciendo Amigos
Capítulo 6: Brillando
Capítulo 7: Adolescentitis
Capítulo 8: El incidente
Capítulo 9: Luz Apagada
Capítulo 10: Un oscuro secreto
Capítulo 11: Lágrimas y dolor
Capítulo 12: Despedida
Capítulo 13: El Misterio Revelado
Capítulo 14: Otra Oportunidad
Capítulo 15: Últimos días en el Refugio
Capítulo 16: La Carta
Capítulo 17: La Despedida
Capítulo 18: En casa
Capítulo 19: Malas Noticias
Capítulo 21: Lo imposible
Capítulo 22: Amor que duele
Capítulo 23: Reencuentro en el Refugio

Capítulo 20: Dos Largos Años

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By SILVIADEFALCO6


Y la vida siguió su curso. Muchos capítulos más podrían escribirse para contar cómo pasaron los años de Julieta, que era ahora una hermosa jovencita de 19 años. Pero no era necesario escribir capítulos enteros para decir que la muchacha convertida en joven no cambió en ningún momento el lema de "brillar por el Señor en todo tiempo y lugar". En toda la casa sonaba su vocecita, que había ganado mucho en melodía y firmeza:

Enciende una luz, déjala brillar, la luz de Jesús

Que brille en todo lugar, no la puedes esconder

No te puedes callar, ante tal necesidad

Enciende una luz en la oscuridad.

Aquel día triste en que recibió la noticia de la muerte de Ronny fue para ella más que un golpe, un poderoso estímulo espiritual que la decidió más que nunca a alcanzar con el mensaje de luz a cuantos le rodeaban.

Varias veces invitó a Érica a una serie de reuniones especiales que se realizaban en un salón del centro, y una de esas noches tuvo la inmensísima alegría de ver a su profesora pasar adelante aceptando emocionada la invitación que el predicador hacía de recibir el perdón del Señor. Y así pasó muchas otras experiencias lindas, y también feas.

Hubo alegrías y penas, pero "todo ayudaba a bien", y la familia del pastor Spendi vivía feliz trabajando y sirviendo en la obra del Señor. Y así entramos a un nuevo episodio.

—¡Zztriingg! ¡Ztrinngg! El timbre de la calle hizo saltar a Mariel de una silla. Se pasó una mano por los cabellos y fue a abrir. Un joven alto y elegante se inclinó galantemente diciendo: —Buenas tarde, señorita Spendi.

—¿Peter? ¿Cuándo llegaste?

—Esta mañana bien temprano.

—¿Ya... definitivamente?

—Eso te pone muy feliz ¿Verdad?

—Solo preguntaba... pasa... ya llamo a mi hermana— dijo en forma indiferente.

—Aunque lo disimules... sé que estás feliz de que venga a vivir a Córdoba...

—Como tú digas... —respondió a lo lejos la muchacha.

Julieta corrió sonriente al comedor luego que Mariel le avisara la llegada de su amigo.

—¡¡Doctor Winelmann!!

—Señorita Spendi.

Dijeron bromeando mientras se saludaban.

—Oficialmente me mude hoy.

—¡Viva! ¡Me alegra tanto! —exclamó Julieta

—El director de la clínica estaba interesado en que comience cuanto antes a trabajar... Fue un verdadero milagro conseguir este trabajo.

—¡Son las respuestas a nuestras oraciones!

—¡Seguro, con esa fe tan tenaz que tienes! —agregó el joven sonriendo— Amiga... quería pedirte tu ayuda para hacer unas compras... La verdad que no tengo idea de los precios y supermercados de la zona... Así que... pensé que una buena vecina me acompañaría...

—Seguro...

—Mi heladera y alacena están vacías... y aunque estoy cansado con la mudanza, quería comprar un par de cosas antes del fin de semana... Esperaba con ansias tener una casa fija y propia.

—¡Me imagino! Estos últimos meses de idas y vueltas no han sido fáciles para ti, viviendo en Buenos Aires y viajando a entrevistas de trabajo mientras terminabas tu residencia...

—Sí, ya sabes que era mucho más sencillo conseguir un puesto en Córdoba... Allá en la capital está super saturado de médicos...

—Me alegro tanto de que sea así... si no te hubieras quedado lejos amigo... En cambio ahora...

—¡Me tendrás a solo tres cuadras!

—¡Por fin podrás tener un ministerio en la iglesia!... ¡Y cantar en el coro! —Agregó sonriente.

—Ya veremos... Dios dirá... —respondió Peter— ¿Sabes una cosa, Juli? ¿A que no adivinas a quién me crucé en plena calle antes de venir para Córdoba? —exclamó— ¡Cáete de espaldas! ¡Con el ricachón de Porterdín!

—¿Porterdín? ¿Dónde? ¿Cómo está?

—No pude hablar mucho con él... solo nos saludamos de lejos... Está flaco como siempre. Me reconoció enseguida.

—¡Oh! Yo quiero verlo. Me gustaría tanto poder hablar con él... ¡Como me hace recordar cuando estuve allá! Parece mentira que ya pasaron más de dos años ¿verdad?

—Y sucedieron tantas cosas —intervino Peter pensativo.

—Sí— Julieta dio un hondo suspiro —¿Nunca tuviste noticias del Sr. Herman?

—No... Le escribí a Frankfurt, a la dirección que me había dejado Ronny. Yo debía escribirle primero para darle mi nueva dirección. Pero me vino la carta de vuelta con un sello de correo que decía: "Desconocido". Así que no sé nada de él. Espero que haya podido encontrarse con Carlota.

—¿Quién sabe lo que habrá sido para esa mujer ver llegar a su esposo, que la abandonó y engañó, con la noticia de que su hijo ha muerto? —murmuró Juli.

—Terrible... seguramente un golpe mortal para la pobre Carlota... Pensar en estas cosas me da mucha tristeza... Son mi familia... Con todos sus defectos y errores... son familia... A veces extraño tanto a Ronny...

Un silencio se hizo en el ambiente.

La ausencia era sentida por los dos.

—¿Irás a la reunión del domingo a la noche? —preguntó Juli cambiando de tema.

—¡Sí! ¡Por supuesto! Allí estaré —respondió con entusiasmo— ¿Quién predica?

—Pedro González... ¡Ay! Me olvidé que tengo que ir a su casa. Hay reunión de la comisión de jóvenes —Julieta se levantó de un salto— ¿Qué hora es?

—Las seis y media —contestó Peter.

—¡Oh! ¡Es a las siete! ¡Voy volando!...

—¿Y mis compras...? Dijiste que me acompañarías...

—¡Mariel! ¡Mariel! —gritó Juli a todo pulmón.

La muchacha entró al comedor ante el llamado.

—Necesito que acompañes a Peter al supermercado... ¿Puede ser?... El pobre necesita ayuda y yo tengo que ir a una reunión... Por favor...

—Sí... Por favor... —rogó Peter a la joven.

—Okey... Pero esto no va a ser gratis —dijo levantando su dedo y señalando a Peter— Tendrás que pagarme...

—¿Uuun... helado?— sugirió el chico riendo.

—Sí, me gusta... voy por mi bolso y vamos.

Mariel salió corriendo hacia el dormitorio y poco después volvió lista para salir.

—Gracias hermanita... ¡Yo también te debo una!

Los tres salieron de prisa.

Mariel y Peter al supermercado, y Julieta a su reunión.

Llegó a la casa de la familia González. Ya estaban allí todos sus amigos. Los saludó con un alegre, "Buenas tardes" para no interrumpir la charla que ya había comenzado.

—Siéntate aquí, Juli —dijo Guillermo, el joven dueño de casa, ofreciendo un asiento a su lado.

Julieta se sentó y comenzó la reunión con un corto devocional. Luego pasaron a tratar el asunto que los convocaba. Tenían que organizar una reunión especial para el día del amigo. Las ideas y diversos propósitos fueron planteados y discutidos con entusiasmo.

— ¡Muy bien! —intervino Guillermo— Hay tantas ideas y propuestas que sería mejor anotarlas. Mi secretaria —aquí se volvió hacia Julieta con una inclinación de cabeza— Ella va a llevar nota de todo.

—¡Vamos, Guillermo! —intervino Priscila riendo— Julieta es secretaria de la comisión de jóvenes; no tuya.

Una carcajada general acogió sus palabras. Guillermo miró a Julieta que estaba un poco ruborizada y le sonrió.

Así pasaron los minutos en cordial intercambio de ideas, y al fin quedó organizado. Todos se fueron retirando y Julieta y Priscila quedaron últimas para terminar algunos detalles junto con Guillermo.

—Bueno, espérame un momento, Julieta. Nos iremos juntas —Priscila se levantó— Tengo que hablar un momento con tu mamá, Guillermo.

—¡Oh, sí! Pasa, Priscila —Guillermo también se levantó, llevó a la joven a la cocina donde estaba la Sra. González y luego volvió al living.

—¿Falta mucho? —preguntó cordialmente. Julieta terminó de poner su firma y luego cerró el cuaderno dando un suspiro exagerado.

—¡Terminé! —dijo— Quedó todo listo y organizado... ¿Demorará mucho Priscila?

—No sé. Ya sabes que cuando mi mamá charla... —Guillermo sacudió una mano en el aire— Pero si demora, mejor ¿Verdad?

—No sé —Julieta bajó la vista. Realmente no tenía muchos deseos de estar con Guillermo.

—"¿No sé"? ¿Todavía estás con tu "no sé"? —El joven clavó sus ojos en Julieta— Hace un mes que oramos. ¿Tanto tarda el Señor en darte la respuesta?

—¿Tú ya la tienes? —replicó Julieta alzando la vista.

El joven se sentó frente a ella y habló firmemente.

—Te quiero con todo el corazón. Ya lo sabes. He orado mucho antes de decírtelo, y después, mucho más. Le he pedido al Señor que si no has de ser para mí, que de alguna manera me saque este sentimiento. Pero al contrario, te quiero cada vez más y creo que el Señor quiere que seas mi novia.

—Cuidado, Guillermo. No hay que apurarse a decir que esto o aquello es la voluntad del Señor —Julieta hablaba con calma— Si me has querido desde que éramos chicos, naturalmente no dejarás de quererme en un mes. Quizás tus sentimientos estén en conformidad con el Señor y los míos anden divagando. Pero sea lo que sea, creo que debemos orar más y esperar.

—Pero, ¿qué sientes? Francamente, ¿no me quieres? ¿Te parece que el Señor no me ha destinado para ti? —preguntó Guillermo con un dejo de ansiedad en la voz.

Julieta lo miró. Sentía que una lucha terrible se entablaba en su corazón.

«—¿Por qué no quererlo? —pensaba— ¡Tan bueno, tan espiritual! Fuerte y varonil. Si él decía que la quería, podía estar segura que era así verdaderamente. Ella también, en el tiempo de sus 14 años le parecía que lo quería. Pero....» Siempre ese "pero" inexplicable se alzaba en su corazón.

—Mira, Guillermo —dijo al fin en voz alta— Te diré francamente lo que siento. Me atrae tu personalidad, tu carácter. Sé que me quieres, no puedo dudarlo, y sé que eres capaz de hacer completamente feliz a la chica que sea tuya... Por momentos deseo con toda mi alma corresponderte. Pero algo en mí no me deja... no puedo. Pide al Señor que me ayude, que me enseñe si estoy poniendo impedimentos a nuestra felicidad. Pero no puedo. Es algo inexplicable. Ni yo sé por qué, pero no te amo.

—Pero ¿qué? ¿Qué es? ¿No puedes encontrar el motivo? —Guillermo ahora no ocultaba su ansiedad— ¿Quizás quieras a algún otro?

—No. De eso puedes estar seguro, no hay nadie más —contestó Julieta firmemente.

—¿Crees que el Señor tiene otro para ti? —preguntó otra vez Guillermo.

—No sé. Eso sí que no sé. Siento que... cuando sea el correcto... lo sabré... no habrá dudas... y tendré paz... cosas que ahora no siento.

—Parece que llega Priscila... —Guillermo dio una ligera mirada de fastidio— Pero debemos seguir esta conversación otra vez. Debemos aclarar bien todo. ¿No te parece?

—Estoy anhelando hacerlo —contestó Julieta— Mientras tanto oremos, Guillermo, y cuidemos que nuestros sentimientos no predominen. Que digamos "sea hecha tu voluntad", y estemos dispuestos verdaderamente a ello.

—Sí, Julieta, aunque la respuesta nos rompa el corazón.

—No, Guillermo. El Señor siempre tiene lo mejor para aquellos que le obedecen fielmente —Julieta se puso de pie al sentir que se abría la puerta.

—¿Vamos, Juli? Creo que se nos hizo tarde —dijo Priscila apareciendo.

—Sí, vamos. Espero no quedarme sin cena. Chau, ¡hasta mañana!

—Adiós, secretaria. Saludos por tu casa. —Guillermo abrió la puerta caballerosamente.

Poco después ambas chicas viajaban en colectivo rumbo a su barrio.

—Te dijo algo, ¿verdad? —preguntó Priscila ya en el colectivo.

—Sí, otra vez... —contestó Julieta— Yo quisiera evitar esas conversaciones con él.

—¿Por qué? ¿No lo quieres?

—¡No preguntes! —respondió tapándose la cara y meneando la cabeza— Es que no sé... no sé... En el fondo de mi corazón hay algo inexplicable que me impide quererlo. Es como si quisieras levantarte de una silla y te tiraran del vestido...

—¿Esperas a otro?

—Quizás espere tácitamente a otro, pero no sé a quién...

—¡Oh! ¡Vaya dilema! —exclamó Priscila— ¡Vamos amiga! Arriba ese ánimo, no tienes por qué afligirte. El Señor guiará todo.

—Claro que sí —contestó Julieta— Su voluntad es lo mejor. Mira a Laura... ya casada y con un hijo... Ella está segura que Roberto es el muchacho que el Señor tenía para ella y ya ves, es de lo más feliz y enamorada, y hace tres años que se casó.

—¡Ay, sí! Nachito, ¡es amoroso, precioso! —dijo Priscila efusivamente— Oye... Peter y Mariel... ¿Qué hay?

—Nada. No hay que adelantarse.

—Mmm... Eso puede interpretarse de dos maneras —Priscila miró a Julieta significativamente y ella rió de buena gana.

—¿Por mí? ¡No te preocupes! —dijo— Solo será mi cuñado.

—No sé. Francamente me parece que ese Peter... —Priscila guiñó un ojo con picardía.

—¡Bah! No digas locuras, Pri...

—¿Por qué no? Quizás no puedes corresponder a Guillermo porque estas enamorada de Peter... aunque no puedes admitirlo.

—Peter es solo un amigo... casi como un hermano... No puedo verlo de otra manera.

—Ya tengo que bajarme, es mi parada... ¡Hasta mañana!

—¡Hasta mañana!

Las chicas se despidieron hasta el día siguiente.

En efecto, el día domingo volvieron a encontrarse en la iglesia. La familia Spendi completa llegó temprano para abrir la iglesia y recibir a los miembros que llegarían aquel templado día de otoño.

Peter se sentó junto a Mariel que estaba en uno de los primeros bancos y saludó con una inclinación de cabeza a Juli, que estaba un poco más atrás en la otra fila.

Julieta sonrió al mirar a su amigo y a su hermana mayor conversando tan animadamente.

Al parecer aquella salida al supermercado los había unido extrañamente.

La reunión comenzó puntual con un hermoso tiempo de alabanza.

Nachito, el hijito de Laura y Roberto, estaba bastante molesto y llorando en la reunión.

Laura caminó por el pasillo para salir con el niño.

—¿Quieres que lo lleve afuera? —ofreció Julieta— puedes quedarte y disfrutar de la reunión.

—¡Gracias Julieta! —respondió.

El niño extendió sus pequeños bracitos llorando y diciendo: —Tía.

—No llores, Nachito. ¿Qué te pasa? —Juli acunó en sus brazos el pequeñín y lo paseó caminando por el jardín de la iglesia. El aire templado de abril hacía agradable ese rincón sombreado.

—Mamá... mamá —balbuceó el chiquito entre hondos suspiros.

—Ya vendrá... Está en la iglesia... ¿No quieres a la tía Juli?

—Uli... tía Uli —y se acurrucó en los brazos de Julieta y siguió suspirando otro poco.

—No tiene que llorar el nene en la reunión —dijo Julieta.

Acunó al niño entre sus brazos, lo acomodó mejor y dejó que se durmiera.

Desde allí se oía claramente la voz del Sr. González predicando, porque ya había terminado la apertura.

Julise sentó en el marco de la ventana. Notó que la gente que pasaba por la vereda caminando indiferente, alguno echaba una mirada al interior del templo, pero la mayoría pasaba como si nada.

— ¡Pobre gente! A un paso de encontrar la verdad de Salvación y siguen de largo... Solo algunos miran con más interés... ¡Cuántos cultos en ese día y en esta misma hora estarán abiertos, y en cuántos lugares se predicará el mensaje de salvación!

Julieta levantó la vista al oír entre otros ruidos de la calle una motocicleta que se detuvo de pronto junto a la vereda. Vio que su ocupante, un joven (a juzgar por su silueta fuerte y erguida) miraba el lugar atentamente.

«¿Quién será?» Julieta pensó casi instintivamente en Guillermo quien esa noche no había asistido. «Pero no. ¿Cómo podría ser él?»

Trató de verlo mejor, pero no pudo distinguirlo bien a causa de que se hallaba en una parte sombreada y con el casco puesto.

En ese momento se oía la voz del predicador de fondo por el parlante diciendo: —Ven a Jesús, él te invita a venir a un encuentro con él.

Julieta se dio cuenta de que el joven de la moto estaba escuchando.

¡Oh, Señor!—oró en su corazón— ¿Será un alma atormentada? Voy a invitarlo a pasar.

Se levantó con suavidad, cuidando de no despertar a Ignacio que dormía en sus brazos. Se acercó a la puerta de rejas, pero en ese momento rugió el motor y la motocicleta salió perdiéndose en seguida en el tráfico.

—¡Qué lástima! ¿Habré hecho mal en venir? —Julieta volvió otra vez a la ventana y durante el resto de la reunión su corazón se elevó a cada momento en muda oración por "el joven de la moto".


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