Capítulo 17: La Despedida

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—¡Me quedo! ¡Me quedo hasta mañana! Por la tormenta, el aeropuerto reprogramó nuestros vuelos y saldremos el martes a la tarde—Julieta se detuvo al notar el cansancio reflejado en el rostro de Peter que se hallaba sentado abandonadamente en un sillón de la biblioteca

— ¿Qué te pasa? ¿No has dormido bien anoche?

—No me acosté en toda la noche—contestó el muchacho.

—¿Qué pasó?

—Mi tía Ana está muy enferma, empeoró. Anoche necesitó vigilancia médica y me quedé a atenderla. Estoy muy contento de que hayas ido ayer. Mi tío Herman me dijo que te dejó entrar porque como eres una niña simpática podrías distraer a su señora. Yo creo que Dios te abrió las puertas.

—Bueno, no hice nada, casi. Me hubiera gustado poder hablarle, leerle la Biblia.

—¡Vamos!—interrumpió Peter seriamente—. ¿No eres tú la que siempre estás cantando eso de "Nunca esperes... "? ¿Cómo es?

—¡Bah! ¿No te acuerdas?—rió Julieta y luego lo cantó:

Nunca esperes el momento de una grande acción,

Ni que lejos pueda ir tu luz;

En la vida a los pequeños actos da atención,

Brilla en el sitio donde estés.

—Muy bien. Esa era mi respuesta—dijo Peter.

—¡Vaya! Me hiciste acordar a Mariel. Te pareciste a ella.

—¿Mariel?—Peter suspiró dramáticamente— Bueno, dos personas que se aman se parecen. ¿No lo sabías?

—¡Peter!¡Qué cosas dices! Solo la viste en foto.

—Bueno si se parece a ti... va a gustarme.

—¡Peter!

—Solo que aún no me invitas a tu casa...

—Ya sabes que estás invitado. Si vas algún día a Córdoba tienes que ir... ¿No?

—Seguro. ¿Para qué crees que tengo tu dirección aprendida de memoria?—Peter entrecerró los ojos y observó a Julieta.

—Oye, Peter. ¿Y tus padres? ¿Dónde viven?—preguntó

—¿Mis padres? Son dos viejos paseanderos. Actualmente están en Perú. Mi papá se llama Günter y mi madre Estela ¿Nunca me habías preguntado por ellos? Está bien... tienes que ir conociendo a tus suegros. Yo soy hijo único.

—¡Peter! ¿Qué te pasa hoy?

—Perdona—dijo luego ahogando un bostezo— Estoy cansado y me desahogo diciendo tonterías....

—¿Y cómo andan las cosas?—preguntó Julieta casi en voz baja. Peter dio un ruidoso suspiro.

—Ya pasó la principal tormenta—dijo— Ahora hay que ver los resultados. Por mi parte he aprendido grandes lecciones, y caí en cuenta de que hasta ahora mantuve mi luz escondida, egoístamente creyente para mí solo, sin pensar mucho en los que me rodean.

—Y es tan feo eso. ¿Verdad? Mi papá siempre dice: "Hay tanta oscuridad en este mundo, que el Señor busca urgentemente luces grandes y chicas, de todos tamaños." ¡Lástima que haya tan pocas a veces!

—Tengo que hacerte un pedido, Julieta.

—¿A mí?

—Sí—Peter se cruzó de brazos—necesito que me dejes los folletos que tengas para poder repartirlos.

Luz que no se apagaWhere stories live. Discover now