Capítulo 15: Últimos días en el Refugio

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Quiero ser más como tú, Ver la vida como tú

Saturarme de tu espíritu, Y reflejar al mundo tu amor.

Julieta, brincando lo más rápido posible, cantaba con toda su alma mientras atravesaba el parquecito de pinos y abedules rumbo a la casilla de deportes.

Esa mañana volvía a brillar la sonrisa quizás más que antes en el rostro de la joven deseosa de reponer los días de silencio y frialdad que había pasado.

En la casilla, Peter, ajeno a todo, arreglaba y revisaba los equipos deportivos. Este era un trabajo que le tocaba a Ronny generalmente, pero el muchachito estaba en cama vencido por la febril preocupación, las emociones y el cansancio de esas noches sin acostarse.

La arruga que surcaba la frente de Peter parecía haberse acentuado más, y el brillo alegre de sus ojos había desaparecido para dejar lugar a una sombra de honda preocupación. Alguien golpeó a la puerta, y el muchacho, sin levantar la mirada, contestó:

—Pase...

—¡Peter! ¡Hola, Peter!—Julieta avanzó sonriente con las dos manos extendidas.

—¡Juli!—Peter la miró sorprendido y luego le tomó con fuerza ambas manos— ¡Verte otra vez así, sonriendo! ¿Qué ha pasado? ¡Oh! ¡Ahhh!—De pronto Peter perdió el entusiasmo y agregó tristemente— Te vas, ¿no? Por eso...

—¡No, no!—le interrumpió Julieta enérgicamente— No es por eso. Al contrario, casi que no me da gana de irme mañana. Pasó algo muy lindo, ¿sabes? Me pasó algo lindo en el corazón. ¿Tienes mucho que hacer? ¿Puedo contarte ahora?

—¿Contarme? Te escucho—contestó Peter, y luego de sacudir ruidosamente un cajón, lo colocó boca abajo y se lo ofreció a Julieta—¡Vamos! Siéntate. No es muy cómodo, pero aquí estaremos tranquilos. Yo me acomodaré acá y me contarás hasta lo último que haya pasado—Peter se sentó sobre un tambor de keroseno y se quedó esperando intrigado.

Julieta reía feliz y comenzó a hablar con entusiasmo

—Bueno... ¿Sabes lo que pasó con Ronny aquella tarde?

—Sí... él me lo dijo...

—Bueno, te podrás imaginar, para mí fue algo muy feo. No sé, no puedo explicarlo.

—No lo expliques...—intervino Peter con una amplia sonrisa fraternal.

—Bueno, mejor—siguió Julieta— En una palabra te diré que fue como un balde de agua fría o un fuego que me arrancó todo por dentro. Y yo estaba tan, pero tan ofendida que les tomé rabia a todos.

Julieta siguió contando de la amargura y la confusión que había sentido toda esa semana en que había dejado de brillar

—Mira, yo me daba cuenta que andaba mal y espiritualmente me iba cada vez más abajo. Hasta dejé de orar y leer la Biblia, porque yo sabía que estaba pecando, pero no quería admitirlo. Me descentré completamente. Pero al fin, ayer no aguantaba más. ¡Uno es tan infeliz cuando anda lejos del Señor! ¿Verdad?

—¡Seguro! ¿Y qué pasó después?

—¿Después?—Julieta sonrió y le contó ese mensaje que envió su amiga Priscila y llegó a despertarla de su decadencia espiritual—Y al fin el Señor me acomodó el corazón. Me perdonó y estoy tan contenta. Ahora perdono a Ronny y a todos. ¡Es tan lindo sentirse así! ¡Estoy como nueva!

—¡Gracias a Dios!—exclamó Peter— Si supieras qué feliz me hace sentirte hablar así. No te imaginas cómo se sintió en todos lados tu cambio. Quizás no te hayas dado cuenta, pero con tu sonrisa, con tu cara siempre alegre, eras un rayito de sol para todos. Y de pronto... te apagaste.

Luz que no se apagaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu