Capítulo 21: Lo imposible

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—Julieta, ¿seguro que podrás? —preguntó Laura a su amiga.

—Vayan ustedes tranquilos que yo me ocupo de Ignacio —respondió con firmeza.

—¡Eres una gran amiga! Prometo que regresaremos pronto —agregó Roberto— Iremos al médico y luego a hacer unas compras, antes de las ocho estaremos de vuela.

—Si quieres puedes llevarlo a la plaza —sugirió Laura— Le encanta pasear en coche y el tiempo se te pasará más rápido.

—Me gusta la idea, vayan, vayan que la tía Juli se queda con Nachito.

—ía Uli... —exclamó el niño sonriendo.

—Adiós mi pequeño —dijo Laura dando un beso en la frente del niño.

Una vez que los padres se alejaron Julieta tomó el bolso y lo acomodó en la parte baja del coche, sentó a Ignacio, le puso el cinturón y se encaminó hacia la plaza.

Iba alegremente cantando:

El Dios que hizo los cielos y la tierra

Con el poder de su palabra y reina con autoridad

El Dios que aun los vientos le obedecen

Una palabra es suficiente para los muertos levantar.

Nadie es como él oh gran Yo Soy

Eres el Dios que adoramos...

Llegaron a la plaza de Alta Córdoba, que quedaba a unas cuadras de la casa de Laura.

Juli también vivía por la zona y ahora Peter.

La iglesia estaba a unas doce cuadras y Julieta podía recordar miles de veces que cuando era niña sus padres la habían llevado a jugar a esa hermosa plaza.

—Vamos a sentarnos un ratito. ¿Quieres? —dijo empujando el coche. Fueron hasta un banco a la sombra de un añoso nogal.

Bajó a Ignacio del coche y lo sentó a su lado dándole unos pequeños juguetes.

Juli echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. En realidad seguía orando de todo corazón por Guillermo. No quería equivocarse. Sus sentimientos eran tan confusos.

Podía oír el "brrr" de su sobrinito jugando cerca de ella con un autito y de vez en cuando las pisadas de alguien que pasaba por el camino más allá.

—ía, nono.... nono— dijo Nachito apoyando su cabecita en las rodillas de Julieta.

—No, la tía no está haciendo nono —dijo ella suspirando.

—Nene... nono —dijo el pequeño refregando sus ojitos.

—Oh... ¿Tienes sueño?

Julieta lo tomó en sus brazos, se puso de pie y comenzó a arrullarlo. El pequeño cerró los ojos y trató de seguirla en el canto:

Dios cuida de mí, Dios cuida de mí.

De noche y de Día, Dios cuida de mí.

—¿Te gusta?... ¿Otra vez?

—Ota... ve —contestó Nachito.

—Ahora canta tú. ¿A ver? —Julieta volvió a cantar y el niño intentaba seguirla.

Alguien pasaba por el sendero y ella sonrió divertida mirando solamente a Ignacio sin levantar la vista.

—Su niño es hermoso, señora —dijo una voz que vibró en sus oídos sobresaltándola. Una voz que hizo temblar hasta el mismo suelo.

Luz que no se apagaWhere stories live. Discover now