Luz que no se apaga

By SILVIADEFALCO6

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NOVELA CRISTIANA Esta antigua novela de 1960 cautivó mi vida en la adolescencia y fue de mucho ánimo y desafí... More

Capítulo 1: El Refugio Winelmann
Capítulo 2: Ronny
Capítulo 3: Convicciones Firmes
Capitulo 4: Conflictos Familiares
Capítulo 5: Haciendo Amigos
Capítulo 6: Brillando
Capítulo 7: Adolescentitis
Capítulo 8: El incidente
Capítulo 9: Luz Apagada
Capítulo 10: Un oscuro secreto
Capítulo 11: Lágrimas y dolor
Capítulo 12: Despedida
Capítulo 13: El Misterio Revelado
Capítulo 14: Otra Oportunidad
Capítulo 15: Últimos días en el Refugio
Capítulo 17: La Despedida
Capítulo 18: En casa
Capítulo 19: Malas Noticias
Capítulo 20: Dos Largos Años
Capítulo 21: Lo imposible
Capítulo 22: Amor que duele
Capítulo 23: Reencuentro en el Refugio

Capítulo 16: La Carta

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By SILVIADEFALCO6


Ronny abrió los ojos y suspiró soñoliento. Miró su reloj. ¡Las cinco de la tarde! Se incorporó en un codo y luego de un momento se levantó. Con aquel pijama celeste que le quedaba un poco corto y sin importarle su aspecto, salió con su toalla al hombro dispuesto a tomarse una ducha.

Se pasó una mano por sus cabellos rubios y desordenados. Parecía casi un niño por momentos, y Peter así lo pensó al salirle al encuentro en el pasillo.

—Oye, Ronny, he sabido algo que será tu más firme base para recuperar la carta de tu madre.

—¿Qué? ¿De dónde sacaste? ¿Quién te dijo?

—Me dijo Julieta, ella...

—¿Julieta?—Ronny endureció la mirada— ¿Cómo sabes? ¿Qué sabe ella?

—No sabe nada. Solo mencionamos a Ana y ella me contó que la noche del baile...—Peter relató rápidamente todo lo que le dijera Julieta.

—Pero ¿y cómo? ¿Dónde está Julieta?—Ronny se colgó la toalla al cuello y su rostro estaba tenso— ¡No puede ser! ¿Dónde está Julieta Spendi?

—En la biblioteca. Pero ¿Qué? ¿Dónde vas? ¡Ronny! ¡No seas imprudente! Ella no...

—¡Me importa un comino! Solo quiero saber lo de la carta.

Peter se tomó la cabeza y a pasos mesurados lo siguió tratando de explicarle, pero este ya había cruzado todo el pasillo sin escucharlo.

Julieta, sentada frente a una inmensa ventana que daba sobre el patio, leía un libro aprovechando un tiempo antes de la merienda.

—Hola...—rugió la voz de Ronny a sus espaldas. Julieta se volvió y quedó desconcertada, sin poder hablar—¿Qué viste aquella noche del baile?—interrogó imperiosamente mirándola con superioridad desde su altura.

Julieta lo miró sorprendida, el muchacho estaba desalineado, en piyamas y a pesar de hallarse perpleja, no pudo dejar de encontrar comicidad a la escena. Por eso inclinó la cabeza y volvió a sentarse para ocultar sus grandes deseos de reír.

—¡Habla! No te morirás si me diriges una palabra—masculló Ronny secamente.

Julieta levantó la vista.

—No tengo intención de no hablarte. Solo que me asusté y ahora me dio risa ¿Has visto lo que llevas puesto?—dijo sencillamente.

Peter desde la puerta dio un suspiro de alivio. Esta vez fue Ronny quien quedó callado mirando a la niña.

—Eso no importa... No voy a ir a una fiesta ni nada... Solo dime.

—Bueno. ¿Qué tengo que decirte? —interrogó ella sonriendo.

—Lo que viste desde la escalera—contestó él.

Peter le interrumpió con una advertencia en alemán, pero Ronny no lo escuchó y repitió la pregunta.

—¿Qué viste?

—¿La noche del baile? Bueno... —Julieta, a pesar de su confusión, iba a hablar pero el muchacho la detuvo con un gesto.

—Espera—dijo— No hagas mucha historia inútil. Dime solamente lo que viste. Y por favor, no agregues.

—No tengo costumbre de agregar —contestó Julieta con suavidad mirando al muchacho directamente a los ojos. Él pestañeó ligeramente y se sentó en el brazo del sillón que ocupaba Peter.

Julieta comenzó a hablar. No había ya sombras en sus grandes ojos límpidos, llenos de simpatía. Se dirigía al muchacho como si nunca hubiera pasado nada desagradable entre ellos. A medida que escuchaba, Ronny parecía ir perdiendo esa expresión tensa. Pero la amargura en sus labios se acentuó cuando hubo escuchado todo.

—Muy bien—murmuró bajando la vista— Se acabó entonces mi lucha. Ya sé quién tiene la carta...

—¿Necesitas algo más?—preguntó poniéndose de pie.

—Esperen un momento... ¡El timbre!—Peter se levantó con fastidio y fue a atender el teléfono que sonaba en el escritorio.

Julieta se dirigió a la puerta.

—Gracias por tu valiosa información y compasión—murmuró Ronny deteniéndola— Pero no te esfuerces en sonreír. Todo acabó. ¿Entiendes? No te sacrifiques en vano.

—No me sacrifico, ni sonrío por compasión ni por fuerza —interrumpió Julieta firmemente— Pasó algo mejor. Dios me hizo ver cuán mala y orgullosa fui al no querer perdonarte...

—¡Ah! ¿Ahora me perdonas?—Ronny soltó una carcajada burlona— Ya sabía yo que tu corazón se compadece de los desdichados como yo.

—No entiendo... ¿Qué quieres decir?—intervino Julieta.

—No finjas... Bien sabes tú lo que pasa. Peter te debe haber contado todo. Ahora te compadeces de un desdichado como yo... Te agradezco nuevamente tu información, aunque hubiera preferido recibirla de otro...

—No sé de qué hablas... Peter no...

—Está bien... Da igual...

—Lo siento Ronny... lamento que todo terminara así...

—Te vas mañana, ¿verdad?

—Sí, pero antes quiero decirte que...

—No hay más nada que decir—interrumpió el muchacho con altivez—Adiós. Que seas feliz.

Julieta aceptó la mano que se le extendía, pero no podía hablar. No entendía nada de lo que pasaba, sin embargo un nudo de culpa y pena le cerraba la garganta. ¿Habría hecho un mal que no tenía remedio?

—Pero no, Ronny... yo... Es muy distinto lo que me pasó a lo que tú crees—dijo al fin. Pero el muchachito la miró con ojos fríos e indiferentes, mientras le decía:

—¡Por Dios, Julieta! Déjame solo el recuerdo de tu dulzura. No quiero ver tus labios manchados con mentiras piadosas. Vete con Dios, sé feliz, y si quieres ora o reza por mí.

Ronny pronunció lo último con voz ronca y desapareció apresuradamente por una puerta del pasillo.

—¡Click!—Peter colgó el teléfono y volvió. Se sorprendió al no ver a Ronny, pero no dio importancia al asunto hasta que vio a Julieta que venía a su encuentro con los ojos un poco llorosos y la expresión perpleja.

—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?—exclamó tomándola de la mano como para protegerla.

—No... no entiendo nada—Julieta habló con voz ahogada—Solo que él... no sé... se cree que yo... que yo le tengo lástima o algo así... que le sonrío por fuerza. Pero yo no entiendo. "¿Qué pasa?"le pregunté...Me dijo que yo sabía, que tú me habías contado. Pero yo no entiendo. ¿Qué hay con eso de la noche del baile? ¿Qué deberías contarme?—Julieta calló al ver que Peter inclinaba la cabeza y la arruga en su frente aparecía.

—No te conté nada de lo que él cree—murmuró lentamente el muchacho. Se daba cuenta que debía dar una respuesta, y realmente la verdadera respuesta hubiera sido contarle la segunda, la más triste parte de la historia de Ronny. Pero no, ¿Cómo iba a contar algo tan íntimo a ella? Ronny había obrado imprudentemente, creyendo que ella sabía. «Pero eso no me autoriza lo suficiente como para revelar algo tan reservado por ahora.»

Peter miró a Julieta, deseoso de hacer algo para arreglar el asunto. Ella descubrió que algún drama se escondía en la familia, y poniendo su mano sobre el brazo del muchacho dijo comprensivamente:

—No importa, Peter. No me cuentes nada. Dile a Ronny que no sé nada. Yo voy a orar para que se solucione pronto todo lo que pase.

—Gracias por comprender—murmuró Peter— Quizás algún día él mismo pueda contarte todo lo sucedido. Sigue brillando. Hay mucha oscuridad aquí.

—Brillemos juntos, Peter—dijo Julieta.

—Sí, yo también—asintió el muchacho pensativo. Luego agregó— ¿Tienes que irte mañana necesariamente?

—Sí, ya tenemos los boletos sacados. El regreso será en avión y sale el lunes a primera hora. Es increíble, pero ahora deseo quedarme... Ya se me acaba el día y no hice nada. Y me tengo que ir mañana por la tarde. ¡Oh, Peter! ¿Qué hago ahora?—A Julieta se le iban empañando los ojos a medida que hablaba. Peter le puso una mano sobre el hombro.

—¡Vamos, Juli! Aún no acabó el día. No te ahogues en un vaso de agua. ¿No tienes confianza que Dios pueda obrar aún?

—Sí—murmuró Julieta— Bueno, me voy ahora a arreglar mis cosas y a orar mucho por Ronny.

—Muy bien. Esta noche nos reunimos en la biblioteca y después iremos a cantar un poco.

—¡Oh, sí! Necesito un poco de música. ¡Hasta luego, entonces!—y se alejó por el pasillo.

Érica, bien abrigada y con la nariz un poco colorada, iba acomodando ropa en sus valijas.

—Buenas tardes. ¿Qué tal, Érica?—Julieta entró y quedó parada mirando los preparativos.

—Muy bien. ¿Y tú? Ya tendrás todo listo. Llegó tu hora ansiada, ¿no?—Érica levantó la cabeza, pero quedó sorprendida al ver la carita triste de su alumna— ¡Cómo! ¿No estás contenta?

—Sí. Pero me da pena tener que irme tan pronto, ahora.

—¿Verdad? Yo creía que estarías contentísima. Pero realmente da pena irse, ¿no? ¡Y bueno! Vendremos el año que viene. ¿Qué te parece?

—Muy difícil—contestó Julieta suspirando.

—¿Quién sabe? ¡Ah!—Érica se detuvo agarrándose la cabeza— ¡Me olvidé saludar a la Sra. Winelmann! ¿No me harías un favor?

—Sí, cómo no—Vete hasta la casa y pregunta si se puede ver a la señora. Si es así, iré esta noche, ¿eh?

—Bueno—Julieta se abrigó y bajó.

Se sentía triste y desanimada.

«He hecho un mal sin remedio y mañana me voy. ¡Qué semana perdida! ¡Qué remordimiento!»

Al salir le llovieron pequeños copos helados. Estaba nevando otra vez. Julieta llegó a la casa de los Winelmann, llamó, esperó un momento y sintió que la puerta se abría.

—Buenas tardes—Herman la miró interrogativamente.

—La señora ¿puede recibir visitas?

—Sí, pase.

—No, no. Yo solo venía a preguntar.

—Pase. Está nevando mucho.

El Sr. Herman se hizo a un lado. Julieta entró tímidamente en el living alumbrado solo por un velador de pie. El Sr. Herman cerró la puerta y haciéndole seña para que lo siguiera comenzó a subir la escalera a paso moderado.

Julieta sentía que el corazón comenzaba a latirle con fuerza. ¿Qué iba a hacer ella allí con esa mujer que no conocía?

—"Brilla en el sitio donde estés"—La frase repercutió en su mente y el corazón le dio un vuelco—Señor, ¿tendré que hablarle? ¿Qué haré? ¡Oh, Señor! Concédeme que haga algo, siquiera algo antes de irme. Si no, no me voy.

—Aquí estamos —murmuró el Sr. Herman en ese momento, y golpeando levemente la puerta dijo algo en alemán. Una voz enojada de mujer le contestó en el mismo idioma, pero él, abriendo completamente la puerta hizo pasar a Julieta. La mujer desde su cama le echó una mirada chispeante y Julieta, a pesar de sus deseos de salir disparando, sonrió y se acercó.

—Buenas tardes—dijo— Mañana nos vamos y queríamos despedirnos de Usted.

El Sr. Herman le indicó un taburete cerca de la cama y luego se fue.

—¿Eres la alumna de Érica?—preguntó la mujer.

—Sí.

—¿Así que se van mañana?

—Sí, señora. Érica vendrá un momento esta noche, si usted se siente bien.

—Sí, que venga—respondió, y con mano temblorosa intentó tomar un vaso de agua de la mesa de luz.

Julieta se apresuró a alcanzárselo. La mujer bebió varios tragos y luego se lo entregó otra vez a Julieta que sintió una extraña impresión al ver la palidez y delgadez de la mujer.

—¿Se siente mal, señora?—preguntó en tono suave— ¿Necesita algo?

—No—contestó roncamente.

—Permiso. ¡Ah! Está con visitas. ¡Muy bien!—La joven enfermera se asomó sonriendo— ¿Durmió la siesta?

—Sí, estoy bien. Gracias.

—Muy bien. Estaré abajo. Si necesita algo, me llama.

La muchacha desapareció cerrando la puerta suavemente. La Sra. Ana miró a Julieta.

—Oye, ¿Está nevando afuera?

—Bastante. ¿Quiere que corra las cortinas?

—Sí, abre.

Julieta se levantó y las corrió dando un suspiro. Realmente había demasiada penumbra en la habitación.

—Es muy lindo ver nevar, ¿cierto? Caen con tanta suavidad los copitos. ¿Los ve bien, señora, o quiere que corra más?

—Está bien. Ahora siéntate y léeme un poco de ese libro de poesías, en las páginas que está marcadas. —La Sra. Ana señaló el libro.

Julieta se sorprendió al ver una sonrisa extraña, casi sarcástica en el rostro de la mujer, pero obedeció en silencio mientras en su interior elevaba una ansiosa oración. Abrió el libro en el lugar señalado y sintió un temblor involuntario al leer el título: "Poema Negro". Ella había oído algo de esa poesía.

—Señora, esta poesía es muy... desesperada—dijo.

—Léela; a mí me gusta—contestó la mujer mientras tomaba otro trago del vaso. Julieta sentía miedo. Esa mujer, esa penumbra y ese poema. Era algo demasiado extraño, demasiado oscuro.

Señor—oró en su corazón—Ayúdame a hablar de ti, a alumbrar de alguna manera.

—Señora, no me gusta esta poesía. A usted le va a hacer mal—dijo suavemente— ¿No quiere que lea otra cosa más linda?

—¿Y qué quieres leer?—murmuró la Sra. Ana en tono soñoliento.

Julieta sintió que el corazón le latía furiosamente. ¡Allí estaba la oportunidad!

—¿Tiene una Biblia?—preguntó.

—¿Una Biblia?—La mujer soltó una débil carcajada— Tengo una que me dio mi sobrino, pero aún no la he abierto, ni pienso hacerlo.

—¿Por qué? ¡Hay cosas tan lindas!—dijo Julieta— A mi abuelita, cuando está enferma, yo voy a leerle...

—Pero yo no soy tu abuelita—replicó la mujer burlonamente.

—Ya sé. Usted es más joven también, pero...—Julieta vaciló un momento y luego, conteniendo su carcajada alegre, preguntó graciosamente— ¿Juguemos a que es mi abuelita?

La Sra. Ana la miró sorprendida y luego dejó oír su seca carcajada.

—Eres simpática—dijo—Me haces acordar mucho a una hermana que tengo en Alemania.

—¡Oh! ¿Quién viene?

La enferma volvió a su actitud extraña cuando oyó tres golpes fuertes en la puerta. Julieta se levantó, y al abrir sintió que se le aflojaron las piernas.

—¿Tú? ¿Qué haces aquí?—exclamó Ronny, fulminándola con la mirada.

Pero inmediatamente calló y entró a la habitación.

La Sra. Ana se incorporó con el rostro crispado. Ronny dijo algo en alemán y miró a la mujer con tal desprecio y autoridad que Julieta se sintió sobrecogida de una pena inexplicable. ¡Qué triste era todo esto!

«¡La mira como si no fuera la madre! ¡Pobre mujer! Será mala, pero me da lástima.»

Julieta comprendió que debía retirarse. Esperó a que la señora dejara de hablar, luego se acercó a la cama.

—Bueno, me voy—dijo mientras sentía sobre sí la mirada profunda de Ronny.

La Sra. Ana le extendió la mano mientras le decía fríamente:—Muchas gracias. Fuiste muy amable.

Julieta tomó esa mano nerviosa entre las suyas y sintió la angustiosa necesidad de decir algo, pero no se le ocurría nada, absolutamente nada. Entonces se inclinó y besó suavemente la mejilla enjuta de la mujer.

—Que el Señor la bendiga. Yo oraré mucho por usted, para que se ponga bien—murmuró en seguida, y su mano se vio retenida sorpresivamente por las de la mujer. Hubo un instante de silencio y de pronto las manos de Julieta quedaron en libertad y la voz extrañamente enronquecida de la Sra. Ana murmuró: —Gracias.

Julieta se irguió, sonrió a Ronny y se dirigió a la puerta.

El muchacho se adelantó a ella y abriéndola hizo una leve inclinación de cabeza. Poco después, Julieta se encontraba afuera sin haber visto a nadie más en su regreso. Cuando llegó al hotel corrió en busca de Peter para contarle todo. Eran las seis de la tarde.

En el dormitorio de la Sra. Ana, Ronny, con los puños crispados, repetía una frase como un latigazo.

—¡Te han visto! ¡Sé que la tienes! ¡Tengo la prueba que me pedías! Te han visto la noche del baile cuando se desmayó Pablo. Tú recogiste el sobre que cayó de sus...

—¡Basta! ¡Basta! ¡Me has vencido! ¡Me venció Carlota! ¡No me atormentes más! ¡Toma!—La Sra. Ana se arrancó el colgante con la llavecita colgada y lo tiró violentamente contra el piso

—Están en el cajón. Y ahora, vete y no vuelvas más para echarme en cara tu desprecio.

—No te desprecio—murmuró el muchacho, acercándose a la cama— ¡Te odio! Y a mi padre sí lo desprecio como al más vil gusano.

La habitación estaba apenas alumbrada por un velador, cuando Ronny tiró de un cajón del elegante escritorio y poco después temblaba en sus manos un sobre amarillento, con la inconfundible letra alargada: "Para Ronaldo David".

Otro sobre quedaba en el cajón, dirigido a "Herman". Ronny lo tomó también y poco después lo arrojaba sobre el escritorio de su padre mientras le decía con amargo desprecio:

—Aquí tienes, eres despreciable... peor de lo que pensaba... ¡No lo mereces!

Las sombras de la noche fueron cubriendo todo. Solo había luz en una habitación del hotel donde un muchachito leía y releía dos hojas amarillentas.

En la habitación de la Sra. Ana, un joven practicante, ayudado por una enfermera y un hombre de sombrío rostro, luchaban con calmantes y distintos medios para aplacar una crisis histérica de la enferma.

En ambas habitaciones se desentrañaba un drama que durante más de quince años había quedado encubierto.

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