Luz que no se apaga

By SILVIADEFALCO6

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NOVELA CRISTIANA Esta antigua novela de 1960 cautivó mi vida en la adolescencia y fue de mucho ánimo y desafí... More

Capítulo 1: El Refugio Winelmann
Capítulo 2: Ronny
Capítulo 3: Convicciones Firmes
Capitulo 4: Conflictos Familiares
Capítulo 5: Haciendo Amigos
Capítulo 6: Brillando
Capítulo 7: Adolescentitis
Capítulo 8: El incidente
Capítulo 9: Luz Apagada
Capítulo 10: Un oscuro secreto
Capítulo 11: Lágrimas y dolor
Capítulo 12: Despedida
Capítulo 13: El Misterio Revelado
Capítulo 14: Otra Oportunidad
Capítulo 16: La Carta
Capítulo 17: La Despedida
Capítulo 18: En casa
Capítulo 19: Malas Noticias
Capítulo 20: Dos Largos Años
Capítulo 21: Lo imposible
Capítulo 22: Amor que duele
Capítulo 23: Reencuentro en el Refugio

Capítulo 15: Últimos días en el Refugio

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By SILVIADEFALCO6

Quiero ser más como tú, Ver la vida como tú

Saturarme de tu espíritu, Y reflejar al mundo tu amor.

Julieta, brincando lo más rápido posible, cantaba con toda su alma mientras atravesaba el parquecito de pinos y abedules rumbo a la casilla de deportes.

Esa mañana volvía a brillar la sonrisa quizás más que antes en el rostro de la joven deseosa de reponer los días de silencio y frialdad que había pasado.

En la casilla, Peter, ajeno a todo, arreglaba y revisaba los equipos deportivos. Este era un trabajo que le tocaba a Ronny generalmente, pero el muchachito estaba en cama vencido por la febril preocupación, las emociones y el cansancio de esas noches sin acostarse.

La arruga que surcaba la frente de Peter parecía haberse acentuado más, y el brillo alegre de sus ojos había desaparecido para dejar lugar a una sombra de honda preocupación. Alguien golpeó a la puerta, y el muchacho, sin levantar la mirada, contestó:

—Pase...

—¡Peter! ¡Hola, Peter!—Julieta avanzó sonriente con las dos manos extendidas.

—¡Juli!—Peter la miró sorprendido y luego le tomó con fuerza ambas manos— ¡Verte otra vez así, sonriendo! ¿Qué ha pasado? ¡Oh! ¡Ahhh!—De pronto Peter perdió el entusiasmo y agregó tristemente— Te vas, ¿no? Por eso...

—¡No, no!—le interrumpió Julieta enérgicamente— No es por eso. Al contrario, casi que no me da gana de irme mañana. Pasó algo muy lindo, ¿sabes? Me pasó algo lindo en el corazón. ¿Tienes mucho que hacer? ¿Puedo contarte ahora?

—¿Contarme? Te escucho—contestó Peter, y luego de sacudir ruidosamente un cajón, lo colocó boca abajo y se lo ofreció a Julieta—¡Vamos! Siéntate. No es muy cómodo, pero aquí estaremos tranquilos. Yo me acomodaré acá y me contarás hasta lo último que haya pasado—Peter se sentó sobre un tambor de keroseno y se quedó esperando intrigado.

Julieta reía feliz y comenzó a hablar con entusiasmo

—Bueno... ¿Sabes lo que pasó con Ronny aquella tarde?

—Sí... él me lo dijo...

—Bueno, te podrás imaginar, para mí fue algo muy feo. No sé, no puedo explicarlo.

—No lo expliques...—intervino Peter con una amplia sonrisa fraternal.

—Bueno, mejor—siguió Julieta— En una palabra te diré que fue como un balde de agua fría o un fuego que me arrancó todo por dentro. Y yo estaba tan, pero tan ofendida que les tomé rabia a todos.

Julieta siguió contando de la amargura y la confusión que había sentido toda esa semana en que había dejado de brillar

—Mira, yo me daba cuenta que andaba mal y espiritualmente me iba cada vez más abajo. Hasta dejé de orar y leer la Biblia, porque yo sabía que estaba pecando, pero no quería admitirlo. Me descentré completamente. Pero al fin, ayer no aguantaba más. ¡Uno es tan infeliz cuando anda lejos del Señor! ¿Verdad?

—¡Seguro! ¿Y qué pasó después?

—¿Después?—Julieta sonrió y le contó ese mensaje que envió su amiga Priscila y llegó a despertarla de su decadencia espiritual—Y al fin el Señor me acomodó el corazón. Me perdonó y estoy tan contenta. Ahora perdono a Ronny y a todos. ¡Es tan lindo sentirse así! ¡Estoy como nueva!

—¡Gracias a Dios!—exclamó Peter— Si supieras qué feliz me hace sentirte hablar así. No te imaginas cómo se sintió en todos lados tu cambio. Quizás no te hayas dado cuenta, pero con tu sonrisa, con tu cara siempre alegre, eras un rayito de sol para todos. Y de pronto... te apagaste.

—Ya sé. Ya sé, Peter. ¡Hice tanto mal! Cada vez que pienso me horrorizo—Julieta sentía que un rubor de vergüenza le cubría las mejillas mientras que le contaba a Peter, entre otras cosas, su cobardía cuando no dio el tratado a Tamara—¡Peter! ¿No tienes su dirección? Jamás estaré tranquila hasta que no le mande ese tratado. Quiero restaurar en alguna manera el mal que hice, y tú me tienes que ayudar. Peter, cuando pienso que me tengo que ir mañana, me desespero. ¿Y con Ronny? ¿Qué hago con Ronny?

—¡Ah, queridísima! Hace un momento estaba casi desesperado pensando que no había más nada que hacer. Y de pronto llegas con esto, con tu lucecita encendida—Peter sonreía visiblemente aliviado—Sí, has hecho mucho mal, Julieta. Es una verdad que no se puede ocultar. Pero ahora, con la ayuda del Señor, comenzará la obra de restauración. ¿Verdad? Bueno, ante todo trataremos lo más grave: Ronny.

—Sí, sí—Julieta se acomodó mejor en su cajón.

—Te explicaré principalmente por qué Ronny procedió así esa tarde—Peter describió en breves palabras cómo fue criado Ronny: sin cariño, sin apoyo en el hogar— Yo tampoco lo comprendía. Es rebelde y altivo. Yo solo veía eso. Lo reprendí muchas veces al ver cómo sentía tanto fastidio y aversión a sus padres. El mundo lo reprendía. Fue entonces cuando llegaste tú, Julieta. Sin saber su condición, lo trataste siempre con amabilidad sincera, genuina, aunque él era tan antipático.

—Sí —intervino Julieta— Yo trataba de mirar, como dice papá "más allá de la cara", es decir, ver en cada persona, sea como sea, un alma oscura y llena de pecados, y yo entonces me hice el lema de brillar de todas formas.

—¡Eso! Y es verdad... el Señor te utilizó de tal manera que Ronny comenzó a cambiar. Se dio cuenta de ese "algo" distinto que tú tenías. Tú vives rodeada de cariño, en un hogar cristiano, envuelta en pureza y felicidad, y te has criado acostumbrada a amar y ser amada. Por eso quizás te sea difícil comprender hasta qué punto llegaba al corazón de Ronny tu actitud natural, siempre alegre, pura, completamente sencilla, sin fingimiento. Aunque le mostraban simpatía (como Tamara), no era una simpatía pura, y tú fuiste... bueno, me entiendes.

—Creo que sí, comprendo—Julieta miraba pensativa a Peter— ¡Pobre Ronny! ¿Por qué le tratan tan mal sus padres? ¿La madre también es así mala con él?

—Ya te dije, no encontró verdadero cariño en el hogar—contestó Peter inclinándose para patear una madera.

—Pero la madre... ¿No es una señora rubia? —preguntó Julieta, y sin darse cuenta del silencio de Peter, prosiguió—¿Sabes? Yo la vi la noche del baile. ¡Tan linda! Tiene un cabello...

—¿Qué noche dijiste? —interrumpió Peter levantando de pronto la vista.

—Del baile. ¿No te acuerdas que hablamos por teléfono?

—Sí, ¿y dónde la viste?—Peter miraba fijamente a la niña, la obsevaba mientras ella le refería su ataque de "adolescentitis" y todo lo visto desde la escalera.

—Bueno—concluyó Julieta— la cosa es que el pobre hombre se desmayó y yo me llevé un susto jefe y me arrepentí mil veces de haber ido.

—¿Y eso no más viste?—interrogó Peter extrañamente serio.

—Sí.... ¡Ah! Cuando el hombre se desmayó, ella se inclinó y alzó un sobre que había caído de las manos de él; y por eso te digo que fue la única vez que vi a la madre de Ronny, y me pareció muy linda. Fíjate que creí que era una señorita. —Julieta soltó una carcajada.

—¿Y qué hizo la señora con la carta que alzó?—Peter sonrió para ocultar su inquietud.

—Bueno, yo creo que la guardó en su cartera. Pero yo no vi más. ¿Por qué?

—No puedo explicarte demasiado... hay muchas cosas complicadas en la vida de mi primo en este momento...

—Yo estoy tan arrepentida de haberlo tratado así. Más ahora que sé que en el hogar no tiene cariño —dijo Julieta tristemente— Mira, algo me dijo él aquella tarde sobre esto, pero yo no lo escuché, quería contarme más sobre su familia y yo lo dejé hablando solo y me fui...

—Y mejor que no hayas sabido nada —intervino Peter con firmeza— Me alegro también que no sepas otras cosas. Si no, lo perdonarías por compasión al ver las circunstancias y no hubieras pasado por esa saludable experiencia de convencerte sola de que obrabas mal y de que debías perdonar y olvidar. Lo que vale es que fuiste movida solo por el Señor... ¿sabes? Él piensa que eres igual a los demás y que todo en lo que crees y de lo que le hablaste es mentira también... Actualmente está pasando por una crisis, por algunos líos de familia y unas cuantas cosas juntas que lo han amargado mucho, completamente. Pero ahora, si tu lucecita empieza a brillar otra vez, comenzará la obra de restauración, ¿verdad?

—Sí, sí, Peter. Pero si está tan así, yo no sé cómo hacer. No sé cómo tratarlo ahora.

—¡Vamos!—exclamó Peter— Si el Señor te ayudó a perdonarlo completamente, y si tú tienes tantos deseos de rectificar tu actitud, no hay por qué preocuparse tanto. Debes tratarlo con toda la comprensión y cariño que tengas por él. Y ante todo, pide sabiduría al Señor. Porque Ronny seguirá adherido a ti, más ahora en estas circunstancias si encuentra de nuevo una lucecita.

—Sí, oremos, Peter. No quisiera irme mañana. No tengo tiempo de nada. Le voy a rogar al Señor que me deje siquiera un día más.

Julieta ocultó la cara entre las manos y Peter inclinó la cabeza. Primero oró ella, luego él. Cuando terminaron se miraron sonriendo.

—Bueno, ¡al ataque!—exclamó Julieta, poniéndose en pie— Voy a buscar la dirección de Tamara en la guía.

—Cuando se despierte Ronny te aviso, a ver si podemos hacer algo, ¿sabes?—dijo Peter— Siento el corazón hecho una pluma de livianito. Bueno, vete, lucecita. Yo te acompaño con mi oración.

—Gracias. ¡Hasta luego!—Julieta salió corriendo y otra vez comenzó a cantar:

Enciende una luz, déjala brillar, a luz de Jesús que brille en todo lugar, lo la puedes esconder, no te puedes callar, ante tal necesidad, enciende una luz... en la oscuridad.

—¡Qué contenta va la señorita!—exclamó el Sr. Porterdín, que venía cruzando el bosquecito junto con Hans.

—¡Oh! ¡Qué bueno es verle de nuevo por aquí señor Porterdín! Me alegra que regresara antes de que me fuera... ¿Quieren que les dé el secreto de la felicidad?

—¡Cómo no! —contestó Hans, siguiendo lo que él creía que era una broma. Pero Julieta sacó unos folletos de su bolsillo y se los entregó a ambos.

—Aquí tienen. Léanlos y encontrarán algo que es el secreto de la felicidad —dijo alegremente—. Lo van a leer, ¿cierto?

—¡Sí, cómo no! ¡Muchas gracias!

Ambos hombres miraban sorprendidos a la niña, luego agradeciendo nuevamente se alejaron caminando con lentitud, porque iban leyendo.

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