Luz que no se apaga

By SILVIADEFALCO6

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NOVELA CRISTIANA Esta antigua novela de 1960 cautivó mi vida en la adolescencia y fue de mucho ánimo y desafí... More

Capítulo 1: El Refugio Winelmann
Capítulo 2: Ronny
Capítulo 3: Convicciones Firmes
Capitulo 4: Conflictos Familiares
Capítulo 5: Haciendo Amigos
Capítulo 6: Brillando
Capítulo 7: Adolescentitis
Capítulo 8: El incidente
Capítulo 9: Luz Apagada
Capítulo 10: Un oscuro secreto
Capítulo 11: Lágrimas y dolor
Capítulo 12: Despedida
Capítulo 14: Otra Oportunidad
Capítulo 15: Últimos días en el Refugio
Capítulo 16: La Carta
Capítulo 17: La Despedida
Capítulo 18: En casa
Capítulo 19: Malas Noticias
Capítulo 20: Dos Largos Años
Capítulo 21: Lo imposible
Capítulo 22: Amor que duele
Capítulo 23: Reencuentro en el Refugio

Capítulo 13: El Misterio Revelado

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By SILVIADEFALCO6

"Este papel llegará a tus manos a la una de la madrugada de este día 1º de junio. Dios haga justicia y venganza por mí y Carlota... se ha movido el reloj del tiempo y tú, Ronaldo David, debes saber el secreto que por quince años se te ocultó. Yo, Pablo Winelmann, con la misión de revelártelo, te espero mañana, junto a la cabaña del bar, a la hora en que más almas vuelan a la inmortalidad. No faltes muchacho, sé que tienes muchas preguntas y yo puedo darte todas las respuestas y abrir tus ojos para que sepas el engaño en que has vivido todos estos años... Nos veremos sobrino" Firma: P. W.

Este papel temblaba en las manos de Ronny que lo miraba perplejo y confundido. Eran las diez y media de la noche. Cuando fue a cerrar la ventana levantó el papel para limpiar con él su lapicera, y al desarrugarlo quedó el mensaje ante sus ojos atónitos. Lo leyó varias veces. Hasta le daba trabajo entender el alemán fluido en que estaba escrito.

—Pero esto... esto es inexplicable—Ronny se detuvo. Los pensamientos pasaban vertiginosamente por su cabeza.

—¡Pablo! ¡Pablo Winelmann! ¿Mi tío? ¿Será posible? ¿No será una broma de Peter? No, no puede ser.

Ronny se acercó al pequeño velador prendido en su mesa, y volvió a leer el papel.

—¡A la una!¡A la una de la madrugada!—El muchacho se puso en pie de un salto—¡A la una! ¡Lo que dijo mi madre! "Alguien que se deslizaba pegado a la pared, como un ladrón", y vino hasta mi ventana. ¡Es él, Pablo! (A menos que yo esté loco). Es evidente, pero inexplicable. Un secreto que por 15 años se me ha ocultado. ¿No decía yo? Debe ser algo que me ocultan ellos, mis padres, y... si esto es verdad aclararé de una vez ese maldito misterio.

El rostro del muchacho iba transformándose a medida que reflexionaba. De pronto se apoderó de él una excitación que nunca antes había sentido.

Ronny en silencio y alumbrado por la linterna de su celular bajaba a un sótano en el pasillo. Poco después volvió a su habitación y cerró la puerta tras él. Se acercó a la mesa y comenzó a revisar con sumo cuidado un revólver.

—Por las dudas—murmuró mientras lo cargaba. Miró su reloj—Las once. Faltan dos horas. Pues me imagino que 'la hora en que las almas pasan a la inmortalidad' debe ser la una. Pablo también vino a la una. Veo algo demasiado raro en esto. Quizás sea un tipo demente.

Ronny acarició nervioso el revólver colocándolo en la parte trasera de su pantalón.

Los minutos pasaban lentamente y el muchacho no podía dominarse más. Una especie de fiebre brillaba en sus ojos claros cuando a media noche, dejando la luz prendida, abandonó su habitación, caminó silenciosamente por los pasillos y salas, y salió por la puerta principal.

La luna se ocultaba tras los nubarrones densos y Ronny dio una vuelta alrededor del hotel y de su casa, para corroborar que no había ninguna luz prendida salvo la de su habitación, que apenas se filtraba al exterior.

—Todos duermen—murmuró observando cómo la oscuridad se cernía por todos lados. Comenzó a caminar lentamente, llegó a la puerta de hierro, la abrió con sumo cuidado y salió. Se cerró la campera de cuero y se subió el cuello de piel. Mientras se dirigía hacia Mi Cabaña encendió un cigarrillo.

Miles de pensamientos le pasaban por la mente. Se apoyó contra la pared más oscura y esperó. Tenía una mano apoyada en el cinturón sobre el revólver, y el cigarrillo colgaba de sus labios un poco irónicos. Doce y cuarto... doce y media. Pasaban los minutos. Ya llegaba el momento señalado, pero para Ronny parecía no llegar jamás. Al fin pudo ver las agujas de su reloj que llegaban a la una. Tiró el cigarrillo y avanzó unos pasos escudriñando la oscuridad. No se sentía ningún ruido. La luna se había ocultado completamente. Ronny prendió su linterna del celular y alumbró un poco, pero solo vio la tranquila quietud blanca de la nieve. Dio una vuelta alrededor de la cabaña, volvió otra vez a su puesto y esperó. Pasaron cinco minutos. El muchacho encendió otro cigarrillo y luego volvió a caminar alrededor. El frío comenzaba a hacerse sentir y para contrarrestarlo siguió caminando.

Los minutos seguían pasando demasiado rápidos para Ronny, que dudaba. ¡La una y media! El rayo de la linterna volvió a alumbrar los alrededores. De pronto Ronny se encogió de hombros y soltó una breve carcajada.

—¿Qué hago acá esperando? ¡Quizás fue un chiste de alguien? Contraeré una regia neumonía.

Ronny guardó el celular porque la luna volvía a aparecer y emprendió el regreso. Caminaba lentamente con la cabeza erguida. Tenía la mirada fija en una ventana del primer piso en el hotel.

—Hasta ella era algo demasiado bueno para ser verdad—murmuró con amargura.

Tiró con furia el cigarrillo, y súbitamente se paró en seco y giró sobre sí mismo. ¿Había pronunciado su nombre?

Esperó en silencio, y de pronto se oyó nítidamente una voz grave y ronca que parecía venir de la cabaña:

—Ronaldo.

Ronny quedó tenso. Casi involuntariamente llevó la mano al revólver, y luego avanzó sigilosamente hacia la cabaña. Volvió a detenerse al oír otra vez la voz:

—Ronaldo, Ronaldo David: ¿No has venido?—La frase fue dicha en alemán. Ronny contuvo la respiración al divisar algo que se movía a la sombra de la cabaña, y...

—¿Pablo, eres tú?—preguntó en el mismo idioma, y aunque no quiso, la voz le salió con un leve temblor.

—¡Ronaldo! ¿Dónde estás?

Fue un grito ahogado, desgarrador, y la sombra avanzó tambaleante. Ronny no vaciló más y fue a su encuentro. Pronto quedaron frente a frente, ambos callados e inmóviles. La luz de la luna alumbró un rostro desencajado de hombre, de ojos desorbitados que parecían deslumbrarse de algo increíble.

—¿Eres Pablo Winelmann?—Ronny tomó al hombre por un brazo y lo sacudió y de pronto lo vio reaccionar.

—¡Ronaldo! ¡Pequeño Ronaldo! Es cierto... —La voz se quebró en un sollozo y Ronny se vio aprisionado en unos brazos como garras que lo apretaban desesperadamente.

—Sí, soy yo, ¿y tú? ¿Eres Pablo? No te violentes. Leí... leí el mensaje y vine.

—¡Oh! ¡Gracias a Dios que viniste!... ¡Quince años he esperado este momento! ¡Quince años he esperado para al fin contarte toda la verdad! ¿Seguro eres tú? ¿O será otro de mis espejismos...?

—¡Soy yo, claro que sí!—replicó Ronny con energía— Soy Ronaldo, en carne y huesos, y si no me sueltas pronto te golpearé. Me estás quebrando un brazo. Tranquilízate... ¿Quieres un cigarrillo?

—¿Un cigarrillo? ¿Fumas?... ¿Ya fumas?—El hombre lanzó otra exclamación y de pronto aflojó los brazos y casi cae desplomado al suelo.

Ronny, lo arrastró hasta un tronco que se hallaba más allá de la cabaña, a la sombra de dos pinos inmensos. Lo hizo sentar y le ofreció cigarrillos, pero el hombre estaba como en éxtasis y hablaba incoherencias y frases sueltas que apenas podía entender.

—Bueno... ¡habla! ¡Habla por favor! —Ronny no podía dominarse más.

Todo le parecía ahora un sueño, y algo como un fuego lo ahogaba por dentro. El hombre había quedado callado mirándolo incesantemente.

—¿Cuál es el secreto? ¿Cómo llegaste acá? ¿De dónde vienes?—preguntó con insistencia.

—Ronaldo, no hay duda. Eres tú—el hombre habló con voz ahogada— Siéntate, Ronaldo. Es una historia larga y cruel. Siéntate, muchacho.

Ronny obedeció en silencio. Pablo dejó caer la cabeza sobre el pecho y parecía meditar profundamente. Parecía un gigante vencido. Cuando al fin levantó otra vez la cabeza, comenzó a hablar con una extraña calma:

—Yo soy Pablo, hermano menor de tu padre Herman. Salí de Alemania, vagando por el mundo durante seis años. Luego vine acá a la Argentina y esperé otros siete años. Estaba esperando que tú crecieras y tuvieras la suficiente edad para comprender. En ese tiempo (hace dos años) vine a buscarte, pero me impidieron verte... Tu padre me lo impidió... Me hizo internar en un hospital de enfermos mentales. ¡Enfermo mental!—el hombre soltó una seca carcajada— Sí, estaba loco. Estoy loco. ¿Entiendes? Y la culpa es de Herman maldito y de su mujer. Pero esta vez no me pueden detener. Me escapé de ese horrendo hospital donde siempre me tenían drogado... Escribí una carta para ti... varias cartas que seguramente jamás llegaron a tu poder... Así lo despisté a Herman. Mientras llegan las cartas él cree que estoy allá en Buenos Aires... Y estoy acá... y te tengo...

—¿Qu.. Qué quieres decir? ¿Qué te han hecho mi padre y mi madre? ¡Habla, pronto, di todo de una vez!—Ronny volvió a sacudirlo con ansiedad.

—¡Tu padre, sí, pero tu madre, no! ¡Ana no es tu madre! ¿Entiendes? ¡No es tu madre esa maldita! ¡No es tu madre!—el hombre se había puesto de pie con los brazos en alto.

—¿Que Ana no es mi madre? ¿Qué? ¿Qué dices?—Ronny lo miró incrédulo.

—Ana no es tu madre, Ronaldo. Ana es... era... mi esposa—Pablo cayó otra vez sobre el asiento, mientras Ronny lo miraba sin poder articular palabra. Y de pronto, en medio del silencio y la oscuridad, surgió una historia guardada celosamente a través de los años:

—Hace quince años vivíamos allá en Alemania, en Frankfurt, tu padre Herman y yo. Ambos estábamos casados, yo con Ana, y él con una mujer hermosa y digna, pero demasiado buena y dulce para él, Carlota.

—¿Mi... mi madre?—murmuró el muchacho.

El hombre asintió en silencio y luego prosiguió:

—Sí, tu madre, Carlota. Yo estaba casado con Ana, que era también una mujer hermosa, pero su corazón es perverso. ¡Maldita sea! Ella siempre quiso a Herman. Cuando él se casó con Carlota, yo... yo creí que lo había olvidado y le pedí que fuera mi esposa. Aceptó. Marchaba todo muy bien. Ambos llevábamos buenos matrimonios. Yo era actor de cine y teníamos buen dinero. Herman tenía un buen trabajo y Carlota ella era de una familia muy adinerada que le dejaría una gran herencia, casa, edificios y un gran Hotel en la Argentina. Ana no podía tener hijos, y cuando tu madre te tuvo, la odió y envidió con todas sus fuerzas... Ella, a quien yo quería con locura... era un sepulcro blanqueado. ¡Una arpía venenosa! Sedujo a mi hermano, hicieron pasar a tu madre por loca y la internaron en un hospital en Alemania y le quitaron lo que más amaba en la vida: a ti.

El hombre lanzó una blasfemia y su voz comenzó a elevarse, como una sentencia de ultratumba.

—Herman, despreciable, necio, maldito; su fin será amargo. Bien lo dice el Dios de los ejércitos en las Escrituras: "La mujer mala, lo sometió con la mucha suavidad de sus palabras..."

El hombre calló un momento y miró a Ronny que tenía la cabeza escondida entre las manos.

—Muchacho—siguió con voz más suave— esta es tu historia. Herman y Ana acordaron venirse a América para casarse. Con un indigno abogado a quien sobornó con dinero, arreglaron los divorcios silenciosamente. ¡Traidores malditos! Ana fue una noche a visitar a Carlota y te pidió "por un día" para llevarte "a pasear". Tu madre, una santa, accedió y con sus propias manos inocentes preparó un poco de ropa. ¡Pobre Carlota! Esa noche esperó en vano que regresaras. Tu padre y Ana estaban ya fuera de la frontera contigo. Mientras los médicos llegaron a la casa y la apresaban justificando que estaba desequilibrada ya que clamaba como loca por su hijo. La pobre lleva años internada. Yo estaba en Berlín ignorando todo. Cuando volví, me encontré con semejante desastre. Nadie me creyó. Fui al juez. Pero no había nada que hacer. No me creían, no tenía abogado; ellos sí. Fui a la policía de la capital, pero en ese tiempo los comunistas estaban apretando su cortina de hierro. No pude hacer nada. ¡Malditos sean todos!... Herman se quedó con el Hotel... todo esto es de tu madre... y por herencia te pertenece... Ellos saben que cuando cumplas 18 años, todos los bienes de Carlota, los de aquí y de Alemania serán tuyos... y de ellos... ¡¡Su avaricia no tiene límites!!... Roger... el abogado apoderado de tu madre en Frankfurt... es el único que me cree. ¡Te juro Ronaldo que quise hacer algo!... Intenté ayudar a tu madre... No pude... Ellos la internaron... La hicieron pasar por loca... Solo me entregó una carta, escrita de su propia mano para ti... ¡Pobre desgraciada sin esperanza! ¡Y todo por culpa de tu padre y de esa mujer! Todo fue por...

—¡Basta! ¡Basta! ¡No hables más! Esto es demasiado—Ronny se había puesto de pie y tomó al hombre por los hombros con fuerza convulsiva— ¡No es verdad! ¡No puede ser verdad! Tú estás loco, Pablo. ¿Qué pruebas tienes?

—¡¡Busca la carta!!

—¿Dónde está? ¡Dámela!—ordenó Ronny, enronquecido por la emoción.

—No la tengo... Ana la tiene... Seguro me la arrebató—dijo llorando con desesperación—¡Oh, mi corazón!—se quejó llevándose las manos al pecho—¡Ay! Mi hora ha llegado... Ya cumplí mi promesa... sabes toda la verdad... Déjame ir... déjame descansar en paz...

—¡No! ¡No te irás! Escúchame bien, si no me entregas esa carta te mato—Ronny encañonó el revólver contra el pecho de Pablo— ¡Dame la carta! ¡Dame algo! Quiero saber si es verdad, o me volveré loco yo también—Ronny sostenía el revólver firmemente.

El hombre se secó las lágrimas con las manos y comenzó a buscar en los bolsillos de su ropa. Sacaba boletos, papeles, pequeños objetos, fósforos, hasta que al fin lanzó una exclamación. Ronny se acercó más con su linterna. La oscuridad era completa. El cielo se había cubierto densamente. El muchacho tendió su mano que temblaba de excitación y recogió la foto que extendía Pablo

—¿Quién es? ¿Es .... es mi madre?—Ronny se olvidó del revólver que cayó al suelo y se sentó sin apartar sus ojos de un rostro de mujer, dulce y hermoso, que parecía sonreírle a él directamente desde el retrato. El muchacho la miraba deslumbrado, ansioso—Yo... yo la he visto antes—murmuró llorando— Es un rostro que he visto. Lo recuerdo, como en sueños. ¿Es ella, Pablo? ¿Es... mamá?

—Lee, lee atrás—balbuceó Pablo, y luego se dobló hacia adelante sin fuerzas, pero Ronny no lo levantó. Se hallaba haciendo esfuerzos por leer la inscripción semi-borrada por los años. Era una letra de formas alargadas. Comenzaba diciendo: "Querido Herman". Luego la letra era ilegible, borroneada. Se entendían cosas sueltas: "nuestra felicidad", "hijito", "Dios bueno". La frase de despedida no se entendía, y más abajo el tiempo había respetado la firma sencilla clara: "Carlota".

—¡Es mi madre! ¡Es ella! ¡Júralo por algo!—Ronny sacudió al hombre, que permanecía en silencio abandonado sobre la nieve— ¡Maldición! ¿Qué le pasa ahora? ¡Pablo! ¡Pablo! —el muchacho, sin soltar la foto, se arrodilló junto al hombre y le tomó la cabeza entre las manos. Lo acomodó mejor hasta dejarlo apoyado contra el tronco.

—Se ha desmayado—Ronny miró al hombre y luego se puso en pie— Desmayado, como la noche del baile, ¿eh? No me dejaron verlo aquella vez, y después mi padre dijo que era un demente. ¿Más pruebas? ¡Se descubrió el misterio de la crisis nerviosa! ¡Buen susto se habrá llevado!—Ronny sentía que la mente le trabajaba como una máquina. Salió corriendo y luego de cinco minutos de lucha logró abrir la ventana de Mi Cabaña, entró y sacó una botella de wiskey. Tomo varios tragos e inmediatamente saltó afuera. Alumbró con la linterna al hombre que yacía inmóvil. Eran las dos y media de la mañana y el frío se hacía cada vez más intenso. Ronny arrodillado al lado de Pablo trataba de hacerlo reaccionar. Le echó la cabeza hacia atrás y logró hacerle tragar un poco de bebida, luego comenzó a moverle con energía brazos y piernas. Trabajaba con ansiedad febril. Al fin se detuvo cansado. Volvió a alumbrar el rostro pálido del hombre que esta vez parecía reaccionar, abrió los ojos, movió la boca, pero no articuló sonido. Ronny le dio a beber otro poco de licor.

—¿Qué pasa, Pablo? ¡Vamos! ¡Reacciona! Te llevaré a mi habitación. Debes contarme más de... de mi madre.

—No... déjame, déjame ir—la voz salió entrecortada— Me voy, Ronaldo. El corazón... ¡ay!... fue dema...siado grande esto... Ve a verla a tu ... madre... Busca a Roger Branger... es el apoderado... Te ayudará... Dile quien eres... dile que yo te envié ... y ... y ¡Busca la carta!...

—¡No! ¡No, Pablo! ¡No te vayas! Toma un poco más de esto que te hará bien—Ronny pasó un brazo por detrás de la cabeza del hombre quien rechazó la bebida.

—No—murmuró jadeante—ahora que he...cumplido.... Cree Ronaldo... Lo que te conté... es la verdad... pura verdad... No estoy loco... y ahora viene.... la muerte.... —El hombre se incorporó desesperado y luego cayó otra vez sin fuerzas.

Ronny ahogado por la angustia no hablaba y solo atinó a mojarle los labios con licor.

—Me llama... La muerte está a mi puerta—La voz casi no se oía, pero la desesperación daba fuerzas a las manos del hombre que se crispaban sobre su rostro lastimándolo—Dime algo. ¡No quiero... morir! ¡Me pierdo para... siempre!

—¡Gran Dios! ¡Se muere en serio! ¿Qué le digo?...Julieta, ella podría... pero... no... ¿Qué hago?—Un gemido grave se desprendió desde lo más hondo del pecho de Pablo—"Venid a mí, los que estáis atribulados, que yo os daré descanso"—las palabras entrecortadas del texto salieron de pronto de los labios temblorosos de Ronny.

—Mi buen Jesús, es él que me lo dice... desde el cielo... ya sé...—el hombre abrió los ojos desmesuradamente —. Dios... Señor... ten misericor... dia... de... —la voz se cortó.

—¡No! ¡No te vayas ahora! ¡Eres a quien más necesito!—Ronny despertaba de pronto a la realidad. Ese hombre, ese Pablo le había hablado de aquel ser que dormía ignorado en su corazón: su madre.

—¡Cuéntame de ella! ¡Reacciona! ¡Pablo, por favor!

—Señor... Señ—el hombre se llevó una mano al corazón repentinamente. Un débil temblor sacudió el cuerpo.

Ronny se inclinó sobre el rostro, luego sobre el pecho del hombre. Pero no había ya aliento y el corazón se detenía poco a poco, dio un golpe fuerte y luego quedó quieto para siempre.

Eran cerca de las tres de la madrugada. La oscuridad densa y sepulcral se veía surcada por pequeños mensajeros blancos. Caía la nieve lentamente, y en medio del silencio, la figura de un muchachito, un adolescente arrodillado junto a un cuerpo inerte, era sacudida por sollozos incontenibles.

Las puertas de la verdad se habían abierto bruscamente y la luz que penetraba en la vida de Ronny descubría en él al niño abandonado, al niño ansioso de cariño que clamaba ahora por la madre que se lo podía dar. Pero ella estaba lejos... quince años... un inmenso mar. Otras tierras, otros mundos la separaban de él completamente.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Qué pobre y desgraciado soy! ¡Qué cruel es todo! ¡Perversos! ¡Oh, mamá! Te vengaré. Me vengaré.

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