Cómo conquistar a un escritor...

By Nozomi7

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Ella tiene como crush un escritor; siempre ha querido conocerlo. Cuando tenga que vivir y trabajar con él, su... More

Sinopsis
Dedicatoria
Epígrafe
02/01/2019
Prefacio
Capítulo 0
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
¡Volvemos!
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Nueva portada
Capítulo 33

Capítulo 4

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By Nozomi7

*********

Había pasado cerca de un mes desde la última vez que había hablado en persona con Valeria. Y mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados desde aquella.

Con los ahorros que tenía, pude agenciarme para poder pagar un mes más del cuarto en donde vivía, pero el dinero se me estaba agotando. Como mi editora me adelantara, la cantidad mensual que ahora recibía por mis regalías no llegaba a la suficiente para poder mantenerme por mi cuenta. Y los apremios económicos comenzaban a ahogarme.

No recordaba que hubiera pasado unas navidades tan tristes como las de estas fechas. Después de los exámenes finales, mis amigos se habían ido a más de una discoteca para celebrar el fin del semestre, sino habían organizado más de una reunión social o de intercambios de regalos para Navidad, pero había tenido que desistir de todos ellos. No me podía dar el lujo de gastar dinero sabiendo que se venían épocas muy duras. Aunque no les había dicho lo que me pasaba —mi orgullo y vanidad me lo impedían—, sino que había inventado una y mil excusas para no participar de sus actividades. 

Inclusive, mis planes de querer llevar alguna materia en el verano, para adelantar cursos, tendrían que verse relegados. Papá me había dicho que no podía pagarme la pensión de los cursos de verano, que preferiría ahorrar durante estos tres meses para poder cubrir la matrícula y la pensión del siguiente semestre; pero que si, yo quería, "y sabiendo que su hija era la autora peruana más joven en ser una súperventas, podría matricularme por mi cuenta con el dinero que yo ganaba. Total, dinero era lo que me sobraba". Más lejos de la realidad...

En el plano de la escritura, las cosas no auspiciaban nada bueno. Tal y como presagiara Valeria, en efecto, mi popularidad en Wattpad había decaído.

Desde que publicara el primer capítulo de "Because of you 2" (ok, no me maten, reconozco que no me rompí mucho el cerebro para crear un nuevo título), la suerte no había estado de mi lado. A la fecha, tenía quince capítulos publicados y mi historia no despegaba. Según recordaba del día anterior que había entrado a Wattpad —en lo que yo llamaba mi tortura diaria— mi historia arrojaba la triste cifra de solo 5,235 lecturas en un mes de llevar publicada. ¡Solo eso!

Como bien decía Valeria, para un escritor novato o cualquier otro, esa cifra podría representar un buen augurio y sería motivo suficiente para celebrar. Para mí, que debía terminar mi historia cuanto antes y necesitaba asegurarme de que aquella fuera un boom de ventas para tentar suerte con alguna editorial—con el apremio económico a la vuelta de la esquina—, esas cifras eran un fracaso. ¡Un fracaso! Y yo, no sabía si estaba próxima a seguir golpeándome contra la pared de mi destino, que solo parecía estar llena de papeles que decían "Eres una perdedora".

Peor todavía, desde que había anunciado la continuación de "Because of you", había recibido una serie de críticas muy negativas en los blogs literarios de reseñas. La mayoría de los calificativos pasaban a decir que "no podían imaginarse que yo podría continuar aquel bodrio" hasta que "le haría un bien a la humanidad si decidiera jubilarme de la escritura". 

Ok, era cierto que el argumento de la primera novela estaba lleno de clichés y de incoherencias, mas ahora, que me estaba esforzando por mejorar la trama y darle el enfoque debido, estaban siendo igual o más que crueles conmigo. Incluso, más de un crítico admitía que no había leído el primer capítulo de mi nueva historia, pero que para el caso era lo mismo, ya que "no iba a perder su tiempo leyendo algo que le sangrara los ojos" —tal cual lo decía en su blog.

¿Por qué se ensañaban conmigo? ¿Era acaso que no merecía una segunda oportunidad? ¿Acaso no se daban cuenta de que, detrás de un libro criticado —aunque tuvieran toda la razón del mundo— había una joven como yo, con sueños e ilusiones como todo el mundo, que sentía y lloraba como ahora? ¿No conocían acaso lo que era la amabilidad y empatía?

Valeria me había dicho más de una vez que debía estar preparada para las críticas negativas, cierto. Que estas podrían ser lapidarias, crueles y destructivas, y que no debería hacerles caso, porque bueno... si hasta los más mentados y famosos escritores habían sido criticados negativamente, ¿por qué sería la excepción en mi caso? Esta era la consecuencia irremediable de exponer tu trabajo al público y debía ser consciente de ello. Y aunque tiempo atrás había llorado en innumerables ocasiones como ahora, por alguna razón, el sentimiento de frustración y de soledad que experimentaba dentro de mí era más grande desde que recordaba.

Quizá sería porque entonces no estaba sola. El vivir con alguien, desahogar tus penas, luego escuchar las palabras de aliento que tanto una necesitaba escuchar, menguaba el gran vacío que una sentía. Y entonces, por muchas críticas negativas que recibiese, mis sueños estaban intactos, al creer que las ventas de mi libro iban bien, que mis próximas novelas serían bien recibidas y que podría forjarme un camino brillante como escritora. Pero ahora, encerrada en la pared de mi habitación, mientras mis lágrimas bañaban la carta que acababa de recibir de mi arrendataria —en donde me avisaba que hacía una semana que se había vencido mi pago de alquiler, y que, si no me ponía al día, debía desalojar— me hallaba entre la espada y la pared. ¡No sabía qué hacer!

Papá me había llamado en la mañana, muy animado, para preguntarme cuándo viajaría a mi pueblo para Navidad. Me había contado que había estado criando un lechón justo para la cena de Nochebuena, conocedor de que prefería la carne de este animal sobre el tradicional pavo. A su vez que, a pesar de que las ventas en la bodega habían disminuido —debido a que la empresa extranjera, que se había instalado en mi pueblo, había retirado sus instalaciones el mes pasado— había hecho un gran esfuerzo para darme un obsequio.

Muerta de la curiosidad, le había preguntado en qué consistía. Y él se sinceró. Había querido comprarme ropa para regalarme, pero que había preferido mejor darme el dinero para que yo la comprara en las tiendas de la capital cuando regresara, porque no conocía ni mis gustos ni mis tallas. Cuando le pregunté cuánto tenía pensado darme (S/. 80.00), intenté convencerle de que fuera un poco más, ya que supuestamente había subido de peso, la ropa que tenía ya no me quedaba y me venía bien una muda de ropa. El me argumentó diciendo que, de ser el caso, mejor yo hiciera uso de mi sueldo —el cual riendo "sabía que era mayor al suyo"—, así que no debía preocuparme, ya que su regalo era algo simbólico, solo para darse todavía el gusto de poder obsequiarle algo a su única hija. ¡Ay, papá, si tú supieras la realidad!

Por poco estuve a punto de contarle todo lo que me pasaba, pero me contuve. Si le confiaba lo mal que me iba económicamente, sumado a la disminución actual de sus ingresos, sabía que no dudaría ni un segundo en decirme que regresara con ellos. Pero esto no era una salida que pudiera tomar todavía, no.

¡Todavía me faltaban cuatro años para terminar mi carrera! Era demasiado pronto para darme por vencida, ¿ok? Sabía que debería haber una solución de luz al final del túnel. Pero ¿cuál, Dios mío? ¿Cuál?

También había pensado en buscar trabajo, pero esto había sido infructuoso. Debido a que todavía era menor de edad y requería del permiso de mis papás para trabajar, no podía aspirar a tener un trabajo bien pagado, ya que si conseguía uno, sería fuera de la ley, si cabía la palabra. Y de esto se aprovechaba la gente para ofrecerme trabajos indecentes, otros no tanto, pero todos con algo en común: estaban por debajo del salario promedio, el cual, si hacía cuentas, tampoco cubriría mis gastos necesarios. Solo en alquiler del cuarto se me iban S/. 350.00 al mes, y el sueldo más alto que había conseguido en un trabajo que me aceptasen era de S/. 400. Con esto, ni aun haciendo malabares, podría llegar a final del mes.

Con todo esto, me encontraba entre la espada y la pared, y había resuelto tomar una decisión.

Esa tarde, luego de desahogarme y llorar en soledad, decidí informarle a mi arrendataria que ya no le alquilaría más el cuarto. Tenía mis maletas ya listas para mi mudanza. Había resuelto que, lo único que me quedaba era regresar a casa y sincerarme con mis padres sobre lo que me pasaba. Y ya, cuando mi situación económica familiar mejorase, pues optaría por regresar a Lima y seguir con mi sueño de ser una escritora. Pero, por el momento, debía ser realista y aceptar mi situación. Mas, antes de retirarme, tenía un asunto pendiente todavía.

Era veintiuno de diciembre. Muchos seguro que se encontrarían en celebraciones y almuerzos en sus trabajos o con amigos, como preámbulo de la Navidad más cercana. En cambio, yo, tenía que ir a ver a mi editora por última vez. Y en el transcurso de este mes, muchas cosas habían cambiado.

Gracias a que fuera recomendada por Gael y a sus contactos en el sector editorial, la empresa que se había hecho de los derechos de varios de los libros de Dreamers House —entre ellos, el mío— había contratado a Valeria como editora en su sello de novela juvenil. Y como tal, pues me tocaba trabajar con ella como antes, aunque estaba en una disyuntiva.

¡Aún me sentía traicionada por su falta de confianza en mí! Sin embargo, el tiempo y la distancia me habían servido para dejar atrás mi orgullo y ver prioridades.

Recordaba que, después de todo, ella se había portado bien y había querido ofrecerme una oportunidad para mi futuro durante la última charla que tuvimos. Pero yo, dolida como estaba, no le había dado la chance para que hablara. Mas, ahora, tal y como me encontraba, podría preguntarle a qué se había querido referir. Y, de ser el caso, quizá, solo quizá, podría ver la última luz de esperanza al final del túnel.

*********

J. P. Ediciones, la editorial que había comprado los derechos de mi libro, iba a entrar de vacaciones de fin de año el día de mañana. Y como tal, su personal había adelantado la liquidación del pago mensual a sus escritores.

Yo podría haber cobrado lo que me tocaba ese mes (S/. 45.50, según vi en el correo electrónico que me habían mandado) en cualquier oficina de un banco. Sin embargo, quería encontrarme con Valeria para ver cómo le iba, limar malentendidos, recobrar nuestra amistad y, lo más importante, sincerarme con ella, pedirle disculpas y preguntarle qué era aquello que había querido ofrecerme.

Cuando llegué a las oficinas, de inmediato me di cuenta del cambio de aires. ¡Solo el área de recepción de J. P. Ediciones era el doble de tamaño de la de Dreamers House! Más todavía, lo que me dejaba alucinada era la decoración de la misma, la cual no escatimaba en lujo alguno.

Una gran pileta de agua, construida a base de lo que se asemejaba a ¿mármol?, con una pequeña estatua de un ángel que escupía una blanquecina agua, adornaba la parte de atrás del mueble de la recepcionista. Este, a su vez, estaba hecho con unos acabados tan finos, solo semejantes a los que había visto en las películas de Hollywood. Por otro lado, varias de sus paredes tenían retratos de portadas de sus publicaciones, entre ellos, libros clásicos en la literatura peruana y mundial desde la década del cincuenta, así como portadas de diversas populares revistas de tirada nacional.

Grande debió de ser mi sorpresa al ver tanto lujo, que no sé por cuánto tiempo me estuvo llamando la recepcionista, que no fue hasta cuando un guardia de seguridad se acercó hacia mí y, con una señal en el rostro, me hizo saber que me requerían, que recién me di cuenta de todo.

—Señorita, buenas tardes —dijo una mujer, de largo cabello castaño y una sonrisa amable—. ¿Me puede decir qué se le ofrece? ¿Tiene cita con alguien?

—Esteeee, yo... —respondí al tiempo que mis ojos dejaban de observar el área de espera, la cual estaba compuesta por finos sofás, quienes rodeaban una elegante mesa de cristal, que estaba apoyada sobre una alfombra ¿persa?

¡Madre santa! Había escuchado que esta editorial era más grande que Dreamers House, cierto. Pero nunca me hubiera imaginado que fuera de tal magnitud.

—¿Señorita? —insistió, observándome inquisitiva.

—Ah, sí. —Pasé saliva y traté de volver a la realidad—. Me llamo Eli. —Tosí—. Elizabeth Lund. Quisiera ver a Valeria Campos, mi editora.

—¿Usted es escritora? —preguntó dubitativa y enarcando la ceja.

Sonreí nerviosa.

¿Acaso no parecía escritora? Bien, quizá mi pinta bohemia (ese día había vestido unos pantalones bombachos multicolores, junto con unas ojotas y una camiseta negra pegada al cuerpo), no ayudara mucho. Pero ¡trabajaba para esta editorial desde hacía casi un mes, maldita sea! Ella debía estar al tanto de quiénes eran los escritores de la empresa, ¿o no? Mas, cuando le insistí que, en efecto, debía ver a Valeria porque era mi editora, continuaba sin estar poco convencida.

—Mire, solo llámela por el intercomunicador, ¿sí? —dije indicándola con la cabeza su teléfono.

—Uhm... —Se retiró los lentes que tenía y me miró con desconfianza. ¿En dónde había quedado la amable señorita que se había mostrado segundos antes?

—Dígale que Eli ha venido. Ella me dará la razón. —Me acerqué hacia el mostrador a tal punto de que ambas estábamos a pocos metros la una de la otra—. Hágalo, por favor.

Me contempló con una mirada que me provocó un sudor frío en la espalda. Demonios, ¿qué se creía esta tipa?

Transcurrieron unos segundos de tensa espera que me parecieron eternos. Pero, cuando moví mi cabeza en dirección al teléfono, más decidida que nunca, por fin, la tipa daba la batalla por vencida.

—Está bien. —Mostró una falsa sonrisa.

De inmediato, cogió el teléfono y se comunicó con quien buscaba. Y en menos de lo que cantaba un gallo, con falsa amabilidad, me acompañó hacia la oficina 302, asignada a mi editora.

*****

Cuando entré a la oficina de Valeria, todo era tan distinto a como recordaba de la que tenía en Dreamers House. Para empezar, ¿en dónde estaban los muebles tan peculiares y característicos con la personalidad friki de Valeria?

—Se lo sugerí a mi superior, el editor en jefe —dijo ella encogiéndose de hombros—. Pero me informó que, quitando simples cosas como fotografías y demás cosas parecidas, no estaba dispuesto a cambiar la decoración de las oficinas de la empresa.

—Ya veo —hablé poco convencida mientras contemplaba todo a mi alrededor.

Decir que echaba de menos el cojín de Gollum sería mentir.

—¿Y bien? ¿Cómo te ha ido? —me preguntó con su amabilidad característica.

Me observó de una manera tan cálida, de amiga, de hermana, de mentora, aún a pesar del malentendido que habíamos tenido, que me sentí culpable por no dejarla terminar de hablar en aquella ocasión. Y fue ahí, al darme cuenta de que Valeria seguía siendo la misma persona que me había brindado una mano amiga tiempo atrás, que toda una ola de culpa y de arrepentimiento, sumada a la pena, frustración y desesperanza que me embargaban hasta ahora, se convirtieron en una bola de sensaciones gigantescas difíciles de asimilar, las cuales golpearon mi alma sin piedad.

Había dicho que yo no lloraría, era cierto. Mas, todo lo que había estado guardando durante ese mes, fingiendo ante mis amigos y mis padres que todo iba bien, terminó por desembocar en las miles de lágrimas que derramé sin parar.

Le conté todo, todo, no me guardé nada. A su vez, le pedí perdón por actuar de manera tan ingrata e inmadura. Y no tuve reparos en comerme mi orgullo y decirle que, si tenía alguna salida para mi situación tan crítica, estaba dispuesta a tomarla, sin importar los esfuerzos que tuviera que hacer.

—Bueeeeeno, sí la hay —dijo contemplándome de manera paciente al tiempo que apoyaba su mentón sobre su mano derecha.

Esbozó una pequeña sonrisa, aunque sabía que no era de burla.

—¿Y cuál es? —pregunté mientras me limpiaba las lágrimas que seguían saliendo de mi rostro.

—Voy a ser sincera contigo. Antes de que cerrara Dreamers House, J. P. Ediciones me había hecho una oferta laboral. El cierre de la editorial solo adelantó mi cambio de trabajo.

—¿Cómo? —hablé de tal forma, que me pareció que mi quijada tocaba el suelo.

Según me confesó, J. P. Ediciones había seguido muy de cerca la apuesta que Dreamers House había hecho por nuevos escritores que se habían convertido en un boom años atrás, como era mi caso. Y al descubrir que, quien estaba detrás de estos, Valeria, tenía buen ojo, habían decidido hacerle llegar una oferta laboral muy interesante; mas, esta había sido desechada por ella durante mucho tiempo, debido a la gran lealtad que le tenía a Gael, por todo lo que él la había ayudado. Sin embargo, al llegar a un punto tan crítico en la empresa, no tuvo reparo en aceptar, de inmediato, la oferta laboral que seguía pendiente. Tenía muchas cuentas que pagar, sobre todo la cuota mensual de la hipoteca de su departamento, la cual el banco no le esperaría.

Así que, más que por recomendación de Gael, en J. P. Ediciones habían estado encantadísimos de tener a Valeria en su plantilla desde hacía tiempo atrás. Y cuando, por fin, se concretó esto, tenían muchas esperanzas de que los nuevos aires que trajera ella ayudarían a un mayor índice de ventas en la empresa.

—Vaya, me alegro mucho por ti.

—El mundo editorial es muy pequeño, Eli. Y varios con los que he estudiado o trabajado antes, están en diversas editoriales; pero, a fin de cuentas, nos movemos en el mismo círculo y nos enteramos de todo lo que ocurre. Es por esto que, hace tiempo tuve conocimiento de un caso muy particular de un escritor de la editorial, que muy pocos asumirían, ciertamente, pero que, cuando me enteré del cierre de Dreamers House y de mi inminente traslado acá, conociendo tu potencial y tu manera de ser, decidí que tú me podrías ayudar con él en J. P. ¿Te animarías? —habló sonriente.

Arrugué la frente pensativa.

—¿Qué quieres decir?

—¿Has escuchado del Síndrome de Hikikomori? —dijo entrelazando sus manos y observándome de manera seria.

Me encogí de hombros.

¿Hikikomori? ¿Y eso con qué se comía? ¿Era parecido al sushi? 

*******

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