Y te encontré en Tokio

By lovilmi

3.8K 239 96

Hace tres años que Alicia decidió iniciar una nueva vida en Japón. A pesar de ser un país con una cultura com... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5 (Parte 1)
Capítulo 5 (Parte 2)
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9

Capítulo 3

273 23 7
By lovilmi


-Terminé -digo al fin y me doy golpecitos en los hombros.

-A ver -se asoma Eri desde el escritorio continuo. Verifica minuciosamente el informe y mueve la cabeza afirmativamente-. Perfecto, llévalo de inmediato al salón R6. Probablemente no haya nadie, aún así déjalo en el escritorio de Bessette san, el francés.

-Claro, ya vengo.

En estos últimos días he sobrevivido con orgullo a las exigencias y perfeccionismo del jefe Tanaka, el cumplir un horario, las tediosas horas extras y los informes de última hora como éstos. Miro a mi alrededor, ya casi todos se han marchado. Vida de dibujante, me lamento.

Al menos Eri ha hecho de cada día algo entretenido. Me identificó los talentosos y renombrados arquitectos, los extranjeros mujeriegos rompe corazones, las historias sin resolver y algunos tríos amorosos del pasado. Es muy divertida, entre ingenua y audaz, en especial cuando da sus teorías e interpretaciones románticas de las cosas. Eri siempre tiene algo que contar, para ella todo es noticia.

Camino por el pasillo de cristal, como le llaman, rodeado de salas de reuniones y proyectos exclusivos. Todo de vidrio y estampados opacos.

Salón R6: Mirai Tower.

-Sumimasen -digo al entrar.

No sé dónde va a parar mi mandíbula, es casi como mi primer encuentro con Shibuya. Doy unos pasos y agradezco no tener testigos.

El proyecto es simplemente sensacional. La construcción de un rascacielos de novecientos metros de altura en pleno Yokohama, en Minato Mirai. Literalmente será La Torre del Futuro si la firma gana el concurso. Vidrios, luz y verde. Terrazas en desniveles y estructuras blancas. ¿Podré llegar a diseñar algo mejor que esto? Lo dudo, me conformo con un edificio. O una casa. O una casa en el árbol. Algo.

Miro el informe que tengo entre las manos con desilusión. Y suspiro.

Mi primer viernes y yo aún en la empresa.

Camino alrededor de aquel mesón central observando con curiosidad las maquetas y algunos bocetos de la fachada. Una serie de visualizaciones 3D empapelan una de las paredes, muy llamativas. Por los costados están los escritorios de los creativos. Todo de lujo, todo a otro nivel. Confirmo sus nombres en las placas, al parecer todos son hombres, avanzo hasta el último escritorio, Vincent Bessette. ¿Será tan fiestero como lo pinta Eri?

Dejo el informe con cuidado y procuro no tocar nada. Y nuevamente lamento mi nula participación creativa. Nada desafiante. Nada brillante. Vida de dibujante.

Sin pensarlo dos veces me siento en aquella silla de cuero roja de contextura exquisita. Deposito mis brazos en el escritorio y cierro los ojos. Necesito sentir algo, una pizca de inspiración. Algo que me...

-¿Te puedo ayudar en algo? -escucho a mis espaldas.

Me paro de un salto y empujo la silla en su lugar.

Al ver quién está apoyado en el marco de la puerta quedo muda, quieta como una estatua. Esos profundos ojos azules. Aquel mentón anguloso. Y esos labios... Madre mía.

Max.

Luce distinto, más serio con ese peinado perfecto y traje gris a medida. Paso por alto lo empaquetado y elegante que está, y sin poder reprimirlo esbozo una sonrisa.

-¿Qué estás haciendo aquí? -me para con brusquedad.

Me remuevo aterrada a su mirada punzante. No necesita palabras para decirlo. Soy una intrusa, una extraña que no recuerda.

-Yo, eh, trabajo aquí. Vi-vine a dejar un informe para Bessette. Me dijeron que era urgente.

-¿Quién?

-¿Eh? -balbuceo desde la distancia.

-¿Quién te envió para acá?

Me quedo de piedra, con el rostro en llamas. No sé qué decir.

-Si no te has dado cuenta estás en una zona restringida y en un horario cuestionable.

Atónita. ¿Me confunde con una delincuente?

-¿Qué estás insinuando? -alzo la voz y me muevo lentamente hacia él.

-Por ahora nada. Sólo confirmo que lo que dices sea cierto. ¿Cómo te llamas?

Retrocedo un poco, aturdida por este extraño encuentro. Bajo la vista a aquella maqueta de ensueño sintiendo con pesar que aquel hombre es realmente un completo extraño.

-Alicia Roa.

En cuanto pronuncio mi nombre cierra levemente los ojos. No alcanzo a interpretarlo, rápidamente se vuelve a su celular.

-Llegaste esta semana. Chilena. Trabajas para Tanaka san y tu tutora es Hamasaki san -recita rápidamente y me mira de reojo mientras mueve su dedo por la pantalla-. Dibujante. Arquitecta con escasa experiencia. Maestría en la Universidad de Tokio. De acuerdo al sistema ya firmaste el contrato de confidencialidad con la firma. ¿Estoy en lo correcto?

-Sí, pero...

-Y supongo que tienes claro las consecuencias legales si reproduces y/o compartes nuestros diseños. ¿Cierto?

Mi cuerpo vibra, bombea una furia desconocida. ¡Quién mierda es este tipo!

-¿Me estás llamando ladrona? -exclamo extremadamente ofendida.

-No, sólo...

-Pues déjame decirte dos cosas. Primero, tú no me conoces -intenta decir algo pero no me importa, lo apunto con más firmeza y alzo la voz-. Segundo, y déjame terminar, que has hablado bastante. Te recomiendo investigar antes de hablar, que lo que has dicho es gravísimo. No puedes andar por ahí basureando a la gente, y peor aún sin motivos. ¿Es que acaso no te enseñaron modales?

Pestañea con lentitud, boquiabierto.

-¿Sin motivos? Te recuerdo que la intrusa aquí eres tú -¿¡Intrusa!? Grito para mis adentros mientras me atraviesa con una mirada inquisidora del horror-. ¿Qué hacías en ese escritorio?

Río enfurecida. ¿Por qué debo darle explicaciones? Cruzo los brazos, completamente decidida a guardar el secreto hasta la tumba.

-Insisto, ¿Qué hacías en ese escritorio?

Mendigaba inspiración, ¿Y? ¿Algún problema?

-Ya te lo dije, vine a dejar un informe. Es ese -señalo el borde del escritorio-, el de la carpeta traslúcida.

-¿Y para eso tenías que estar hurgueteando sus cosas?

-¡Pero si no hice nada!

-¿Y por qué debería creerte?

Tengo que morderme la lengua para no bombardearlo con mis garabatos chilenos vip. ¡Qué rabia!

-Shitsureishimasu -escuchamos desde un costado.

Allí está Eri. Saludando con su habitual simpatía, mirándonos sin entender nuestra sintonía.

-¿Quién te crees que eres para tratarme de esa manera? -digo sin apartar mi indignación de aquella azul y gélida mirada.

-Max Vossen -contesta al instante, tajante.

-¡¿Y?!

-¡Alicia! -grita Eri y me agarra del brazo-. Disculpe, es nueva.

Y por primera vez veo a Eri comportarse como una japonesa tradicional. Su inclinación en noventa grados es tan perfecta que llego a asustarme.

-Vossen san es uno de los jefes de productos. Está a cargo de este proyecto.

¿Jefe de pro...

Oh, mierda.

El mundo se detiene. Retrocede. Da un giro completo, explota y vuelve a su sitio.

-¿Realmente ella trabaja con nosotros? -pregunta él a ella.

-Sí, disculpe las molestias. Pensé que estaba al tanto de su ingreso.

-En absoluto. Hablaré con Tanaka san. No me gustaría repetir una situación tan desagradable como ésta -agrega él mirándome fugazmente-. Por cierto, ¿Qué hacías en ese escritorio? -abro los ojos como plato, balbuceo-. Ah, ya veo. Ahora eres tímida.

¡Muero, muero!

-Le pedí que entregara el informe con los avances semanales -asegura Eri en mi ayuda-. ¿Hay algún problema? Tanaka san nos informó que el lunes tendrán una reunión con la sede central a primera hora. El trabajo tenía que estar listo hoy día.

Silencio.

Las miradas vienen y van. Eri parece confundida pero este tipo es impenetrable, tiene una cara de póker que no sé si entenderla como siniestra o amenazadora. O peor, ambas.

¿Realmente eres el hombre de retrato?

-Confirmaré esta información. Pueden retirarse -nos ordena y se aparta de la puerta.

-Sí -recita Eri con obediencia y me empuja cuando vuelve a inclinarse-. Disculpe por el malentendido.

Y aún con la mirada azulina clavada en mí salimos disparadas y mudas por el pasillo.

Me mantengo en movimiento. Una lluvia de ideas estalla en mi cabeza dejándome sensible al sinfín de sensaciones que me provocó volver a verle.

-¡Oh, Dios mío! ¡No lo puedo creer! -exclama Eri en voz baja, mirando a nuestro alrededor como si huyésemos de un gran delito-. ¿Qué pasó? No entiendo nada. ¡Cuéntame!

Tras unos minutos Eri está con los ojos como plato y la mandíbula desencajada.

-Realmente lo siento. Es mi culpa, se me olvidó hablarte de él. Estaba de viaje y tenía entendido que volvía el lunes.

-No, no es tu culpa.

-Si gustas hablo con Tanaka san por si pasa algo.

-¿Algo como qué? ¿Me podría despedir?

Su mueca de dolor habla por sí sola. Eri es especial, más expresiva y sincera que muchas japonesas. No sé si es algo familiar, o su evidente tendencia a lo occidental o simplemente Okinawa, su lugar de origen. Pero que es cariñosa, lo es. A su manera.

-No lo sé... -se queda muda unos segundos, mirándome como quien mira a un niño perdido-. Vossen san tiene la influencia para hacer y deshacer cualquier cosa. Se cuenta que hace un par de años tuvo que ver con un despido injustificado de un arquitecto renombrado. Por poco se filtró en los medios -confiesa mirando a nuestro alrededor-. Unas chicas de relaciones públicas me contaron que al parecer la sede central calló el escándalo con mucho dinero.

-¿En serio? -abro los ojos con espanto-. Eso quiere decir...

-No hay nada confirmado -duda un momento y me mira con otra de sus muecas-. Tal vez sea cierto, no lo sé.

Necesito este empleo. La visa. Ni siquiera tengo dinero para el pasaje de regreso.

¡No, regresar ni siquiera es una opción!

-Tranquila -y por poco me toca el hombro-. Eres nueva y obviamente pasarás por situaciones difíciles, en especial en tu primer año. Además Vossen san es un buen jefe, estoy segura que todo esto pasará muy pronto al olvido.

¿Ah? Como si fuese tan fácil gritonear al jefecito y salir ilesa del espectáculo... ¡Yo y mi bocota!

-Ojalá tengas razón -sonrío falsamente y ordeno rápidamente mis cosas-. Por cierto, gracias. Si no hubieras llegado no sé qué habría pasado, te debo una. Una grande.

-¿Y si te la cobro de inmediato? ¿Me acompañarías a cenar? Tengo muchas ganas de comer soba.

-¡Claro! Creo que me podría comer una vaca.

-¿Una vaca? -pone los ojos en blanco-. Yo, eh... creo que no...

-Ay, Eri. Es una forma de decir que tengo hambre. ¡Y mucha!

-¡Ahhhh! -ríe con dulzura-. ¡Vamos!


A la mañana siguiente despierto con un suave y agradable sol primaveral. Hundo mi cabeza en la almohada, saboreo la tibia temperatura del plumón en mi piel y aquel rico aroma a nardos. Sábado al fin, agradezco para mis adentros. Abro lentamente los ojos, consciente de lo mucho que deseo disfrutar lo que aquellas cortinas me ocultan.

Primavera es mi estación favorita. De niña he valorado la naturaleza a mi alrededor, el agua y la libertad de explorar. Me acerco al ventanal y mi atención va directamente a esos esplendorosos cerezos blanquecinos para no olvidar. Estoy allí unos minutos, inmersa en el movimiento de las ramas y en el andar de una anciana de gorra y largos guantes oscuros en bicicleta. Me arropo y voy a la cocina por mi habitual té de jazmín en hoja.

-Buenos días -aparece Oliver en buzo y tapándose el bostezo.

-Hola -saludo con simpatía mientras muelo palta y caliento pan-. ¿Cómo te fue anoche?

-Bien, creo. Me conseguí dos números.

Alzo las cejas y asiento con lentitud. Río para mis adentros de todas aquellas anécdotas tragicómicas que él insiste en narrarme y que a estas alturas, después de tres años y decenas de novias y amores eternos en su prontuario, ya no deseo saber con tanto detalle.

-¿Y no me preguntarás nada más? Te prometo que no es nada obsceno.

-¿Quieres salir con alguna de ellas?

-Por supuesto, con ambas -confiesa sin culpas.

-Con ambas -lo imito en ese acento británico que tanta gracia me produce-. Entonces no tengo nada que escuchar -y le doy un mordisco a mi tostada.

-Uy, qué seria. ¿Estás bien?

Mastico con lentitud, intentando encontrar las palabras adecuadas.

-Tal vez... -y espero unos segundos antes de continuar-. ¿Sería muy peligroso haber tenido una pelea con un jefe en el trabajo?

-¿Qué hiciste ahora?

-¡Nada! Es decir, algo... pequeñito, creo. Digamos que fue un encuentro verbal ajetreado ¿Ok? Un malentendido. Él fue muy grosero y se lo merecía.

-Ay, tú y tu bocota -y entrecierra su mirada de manera reprobatoria-. ¿Y con quién?

-Uhm, con... un jefe de proyecto...

-¿Qué? Ya, dime qué mierda pasó.

Unos minutos más tarde Oliver medita qué decirme. Me tapo con el tazón y espero atenta a su cruda visión.

-Necesitas disculparte -revela finalmente.

-¿Yo? -alego ofendida-. El tipo ese insinuó que era una ladrona. Oliver, admítelo. Tú habrías hecho lo mismo, o algo peor.

-A mi me importaría una mierda que mi jefe me trate como el culo si de eso depende mi estadía acá. ¿O es que acaso quieres terminar como profesora de inglés? -se señala a sí mismo, asintiendo burlonamente-. Si fuera tú iría a primera hora del lunes a disculparme con ese viejo.

-¡Ni muerta! Ese tipo no se merece ninguno de mis respetos -enfatizo, sintiendo el eco de intrusa en mi cabeza. Sus labios, su rostro-. Y no es ningún viejo, el estúpido ese es extremadamente...

Atractivo.

-Ah, creo que ya estoy entendiendo -dice con picardía-. Descríbemelo.

-¡Por favor! -exclamo mientras saco la loza-. No me harás caer en tu jueguito, ¿Vale?

-Vaya, qué andas sensible -bromea-, ¿Estás en tus días?

-Siempre -y le tiro el paño de cocina.

Pensé que un poco de rutina de fin de semana me ayudaría a mirar con optimismo mi empleo. Pero ni el aseo o la piscina me ayudaron a superar aquel fatídico episodio. Incluso probé los videojuegos con Oliver, eso sí que es un milagro. Y cuando entendí que mis triunfos habían sido regalados estratégicamente por mi rival me di por vencida, agarré mi bolso y salí a tomar aire.

Adoro Shimokitazawa. Una red de calles estrechas y de estilo alternativo, una mezcla entre barrio artesanal y bohemio. Me pierdo con frecuencia entre las cafeterías, bares y boutiques con decoraciones antiguas de sello hipster. Cotizo precios, converso con las vendedoras y saco fotos.

-Un café latte tamaño mediano por favor -le pido a una chica del café Darwin Room, un sitio temático, colapsado de libros, madera, plantas y animales disecados. Pago y luego de unos segundos me siento en la barra de madera junto al ventanal.

Me gusta esta visión, de estar prácticamente frente a una vitrina con peatones e historias por descifrar. Las parejas que no parecen pareja o las risueñas que van tomadas de la mano. Los grupos de chicas que se visten casi igual o aquellos músicos con sus instrumentos a sus espaldas. Suspiro. Me vuelvo a mi celular y por hábito abro Facebook. Recorro los estados de mis familiares y amigos hasta que mi curiosidad teclea un nombre ahora conocido.

Max.

Vossen.

Lo encuentro de inmediato. Recorro lo poco que puedo ver de su perfil público con una sensación extraña, entre ansiosa y temerosa. ¡Y es que aún no creo lo pesado que es! Lo googleo y exploro su perfil en Linkedin, una extensa y brillante hoja de vida con decenas de excelentes referencias. ¿Habla cinco idiomas? Espera, ¿Ese es su Instagram? Pero no me sorprendo cuando descubro su cuenta privada. Bebo lo último de mi latte y quedo en blanco al volver a recrearle en mi mente. Cierro los ojos y por una extraña razón no dejo de estar en caída libre.

Innumerables veces fantaseé nuestro encuentro. Nos imaginé en el metro, en el Starbucks de Shibuya, en karaokes y en clubs. Qué vergüenza, incluso insistí en ir a bares y al día del Rey en un bar en Ginza. Cuando finalmente entendí que no volvería a verle acepté la sugerencia de Oliver de "abrir mis posibilidades"...

¡Estúpidas citas!

Si no hubiese sido por la vibración de mi celular, mi decepción se habría elevado a más metros de altura. Veo la pantalla y mi buen humor desaparece enseguida. Miro la hora y se me pasan al menos cinco fatídicas opciones por las que Camila, mi hermana mayor, podría querer contactarme a las seis de su madrugada. Rápidamente agarro mis cosas, salgo del café y conecto a toda velocidad los audífonos. Me escabullo en la callecita vacía y aún muerta de miedo deslizo mi dedo ante aquella video llamada.

-¡Hola! -exclama mi eufórica hermana desde la parcela de mis padres. Camila, de mirada parda y cabellos lisos es mi otra mejor amiga. Aún a la distancia, mi hermana me hace sentir especial y necesitada, obligándome a dar señales de vida, en especial a mis padres-. ¿Estai bien? No me pongai esa cara de cadáver, que por aquí todo está bien. ¿Me escuchaste?

-¿Y los papás?

-Que están bien, oh -insiste con una cara chistosa-. ¡Te tengo un notición! Prepárate que es la noticia del año... -hace una pausa a propósito, sonriendo con el rostro absolutamente resplandeciente de felicidad. Estira el brazo y muestra su mano-. ¡El Seba me pidió matrimonio! ¡Mira esta roca!

No sé qué tan fuerte exclamo pero una pareja no muy lejos mío llega a saltar con mi euforia. Río de inmediato, la felicito y admiro aquel ostentoso anillo de oro blanco. Su centro tiene una protuberante piedra cristalina, muy del estilo de mi hermana, la pretenciosa de la familia. Y no esperaba menos, Camila y el Seba han estado juntos prácticamente toda la vida. Doce años de novios y cuatro de convivencia. Uy.

-¡Ali, es que fue demasiado romántico! Fue en las orillas del lago, en el mismo lugar de nuestro primer beso -confiesa entre risitas-. Y ya elegimos fecha, nos casamos el ocho de diciembre, en nuestro aniversario. ¿Ali?

-Sí, eh. Diciembre -en ocho meses-. Genial.

-¡Ah, no! ¡Conozco esa cara y esta vez no te me escapas! ¡Te juro por Nico que si no vienes, y escúchame bien, si no te dignas a venir dejo de ser tu hermana! Estai advertida.

Hace tres años que no he vuelto a mi país, tres años en los que intento creer que mi vida lejos de Chile es mejor. Sin penas ni culpas. Que estando a miles de kilómetros, en otra cultura y formas de entender la vida puedo olvidar.

Respirar.

Y lo he logrado. Bueno, en gran parte del tiempo.

-No la presiones -escucho la suave voz de mi papá a su lado-, ¿Puedo?

-Más rato te envío un audio -propone Cami-. Tengo mil cosas que organizar, ¿Te conté que haremos un asado en la tarde? ¡Encargué tres corderos al palo! Ya, te dejo que aquí me están mirando raro. Y ya sabes, ocho de diciembre. ¡No lo olvides!

-Por supuesto que no, tonta -le guiño el ojo-. ¡Felicitaciones! Envíale mis cariños al Seba. Te quiero.

-¡Y yo a ti! -y me lanza un beso sonoro.

La extraño.

Los extraño.

Crecí en el sur de mi país, en Puerto Varas, según yo lo más bello del fin del mundo. Bosques, ganado, lluvia, lagos, volcanes y salmones. En el mejor paraíso.

-Hola hija, ¿Cómo estás? -aparece mi papá sosteniendo su iPad con experticia.

Benjamín Roa es todo un personaje. Su aspecto de pianista filósofo hippie es inconfundible, de cabello ondulado y gafas redondas. Resulta casi imposible imaginar que tras aquel sweater de lana de oveja se esconde un reconocido empresario salmonero de la décima región.

-Uy, papá. ¡Qué carita! -bromeo-. Buenos días.

-Ni me digas, tú hermana nos despertó como si se fuese a acabar el mundo -ríe al entrar en aquella casa con vigas de madera y ventanales panorámicos. Se quita la boina y mira para todos lados, baja la voz-. Si por aquí el show está por comenzar. Tu hermana quiere invitar a medio Puerto Varas a un asado. Por si fuera poco, tu madre ya está ideando nombres para sus hipotéticos nietos.

No aguanto la risa. Definitivamente eso es muy típico de ellas.

-¿Cómo has estado? -continua-. Últimamente no hemos sabido de ti ¿Todo bien?

-Sí -me ordeno el cabello-. Es decir, he estado bastante ocupada con la mudanza, compra de muebles y el trabajo. Creo que aún no me acostumbro a mi nueva rutina.

-¿Tu trabajo es muy demandante? No te vayas a enfermar.

-Ay, papá. No exageres -y le sonrío-. Es sólo cuestión de tiempo. Ya verás que dentro de poco me acostumbro y...

-¡Alicia, monita mía! -aparece mi mamá secándose las manos con un paño de cocina. Se ve feliz, con una sonrisa triunfal que no veía en años. Se acerca a la pantalla y cierra levemente sus ojos pardos-. Espera, que no veo nada -se levanta y vuelve casi de inmediato con sus gafas-. Monita, ¿Te estás alimentando bien? ¡Estás muy pálida!

-Sí, mamá. Hola -le sonrío con cariño-, ¿Cómo estás?

Marcela, mi mamá, es la mujer más exagerada que conozco. Todo le afecta, en especial la alimentación. Desde que tengo uso de razón entendí que mi madre es el tipo de mujer que justifica en la comida el remedio de todos los males.

-¿No tendrás anemia? -arquea una ceja-. ¿Estás comiendo verduras y proteínas? ¡Es que no puedo creer que sigas en esa isla radiactiva comiendo qué cosa!

-Mamá, tranquila. Estoy muy bien, sabes que me cuido.

-Estás hermosa, hija. Como siempre -enfatiza mi padre con esa mirada conciliadora que hace que mi mamá quede muda al instante-. ¿Cómo está Oliver?

-¡Ay, sí! Mándale muchos cariños nuestros -agrega ella con absoluta devoción-. Dile que aún espero su visita. ¿Y si viene para el matrimonio de la Camilita?

Interpreto perfectamente el mensaje oculto de sus palabras. Sé que en el fondo mi familia sospecha un romance secreto con Oliver. Me limito a sonreír, años explicándoles porque no es mi tipo y que yo tampoco el suyo. En fin, si no quieren escuchar, problema de ellos.

-Le preguntaré, pero no prometo nada.

-¡Perfecto! -exclama mi mamá.

-¿Y que tal tu trabajo? -interviene mi papá, el salvavidas perfecto-. ¿Te gusta?

Resumo mi primera semana en Ralph Morris Associates con una entonación positiva y esperanzadora, destacando el talento de mis compañeros y la inspiración creativa de trabajar con ellos. Omito que un jefe de proyecto guapetón y grosero me odia, por lo que mi discurso es sin dudas convincente.

-¡Felicitaciones hija! -exclama mi mamá refregándose los ojos-, no sabes lo orgullosos que estamos. No hallo la hora que vuelvas y pueda abrazarte -articula con la voz quebrada-. Disculpa, ya vengo.

Se para y desaparece de mi vista.

-Discúlpala, han sido días sensibles -continua mi papá con una expresión tan triste que me deja la piel de gallina-. Hija, recuerda que estamos siempre contigo.

-Lo sé -murmuro con la mandíbula temblorosa, haciendo mi mejor esfuerzo por aquella media sonrisa que necesito mostrar-. La distancia es como el viento ¿No?

-Así es. Como el viento -repite, y me observa en silencio.

Nos quedamos un buen rato mirándonos el uno al otro, alejando aquel dolor que no queremos sacar a la luz.

-¿Eres feliz? -me pregunta.

De inmediato se me viene a la mente esa anhelada sonrisa y esos adorables hoyuelos en las mejillas. Se me aprieta la garganta y sonrío aún más.

-Eso intento.

¡Hola, muchas gracias por leer el tercer capítulo de "Y te encontré en Tokio"! Si les gusta mi trabajo y quieren apoyarme virtualmente, no duden en votarme y comentar. ¡Esa es mi mejor motivación! 

¡Muchas gracias! Con cariño, V.


Inspiraciones del capítulo 3: Barrio Shimokitazawa, Tokio.

Continue Reading

You'll Also Like

79.6K 4.7K 46
¿Qué nos perdimos entre Martin y Juanjo cuando no había cámaras? Basándome en cosas reales, imagino momentos y conversaciones que pudieron ocurrir. L...
111K 13.9K 35
la Soltera Samanun Anuntrakul mejor conocida como Sam, es una diseñadora de moda reconocida de todo Bangkok, una casanova incorregible con un ego po...
307K 12.6K 41
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
268K 37.7K 44
*Fueron los libros los que me hacían sentir que quizá no estaba completamente sola, y tú me enseñaste que el amor solo es una debilidad.* Isis descub...