MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

By Itssamleon

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MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
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¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 23

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By Itssamleon




Gael brilló por su ausencia todo el fin de semana.

Luego de verlo el sábado por la mañana en su casa, desapareció de la faz de la tierra. Únicamente recibí una llamada de su secretaria informándome que, debido a compromisos familiares, no podría recibirme en nuestra cita habitual ese día.

No me sorprendió en lo absoluto recibir la noticia. Ya había empezado a sospecharlo luego de la conversación que le escuché tener con su padre. Lo que sí me sacó de balance por completo, fue su falta de comunicación conmigo. Fue la falta de atención que tuvo al no ser él quien me llamara para cancelarme.

El domingo tampoco tuve noticias suyas, así que, para el lunes por la mañana, cuando recibí un mensaje de texto de su número personal, decidí no contestarle. Decidí hacer caso omiso al teléfono para dedicarme enteramente a la escritura de un proyecto que ha venido rondándome la cabeza desde hace meses.

Para la tarde del martes, tuve alrededor de cinco mensajes suyos. Mensajes que tampoco respondí.

El miércoles —ayer— lo pasé en casa de mis padres. Para mi buena fortuna, Natalia y Fabián no estaban ahí, así que pude disfrutar de una tarde de mimos paternales sin sentir ganas de asesinar a nadie. Y cuando llegué a casa por la noche, me di cuenta de que tenía dos llamadas perdidas de su número personal y una de su oficina. Tampoco me molesté en devolverle esas llamadas.

Esta mañana, cuando desperté y revisé el teléfono, me di cuenta de que me envió un mensaje muy temprano. En este mensaje, me preguntaba si todo estaba bien.

Tampoco le contesté.

A estas alturas del partido, ni siquiera sé por qué estoy evitándolo. A estas alturas, ni siquiera sé por qué no quiero enfrentarlo. No es como si las cosas entre nosotros hubieran ido mal la última vez que nos encontramos; pero, de igual modo, me siento reticente a su cercanía. Me encuentro renuente a su presencia a mi alrededor.

Victoria dice que se debe a las omisiones que ha tenido conmigo. Que, inconscientemente, estoy molesta con él por no ser capaz de ser honesto conmigo. Yo, sin embargo, se lo atribuyo a otra cosa.

Yo creo, más bien, que lo que sucede es que aún no he logrado decidir qué es lo que quiero hacer. Creo que, lo que ocurre, es que todavía no sé qué demonios voy a hacer con lo que siento por él. Que todavía no logro ponerle un orden al centenar de sentimientos encontrados que me embargan.

Se siente como si estuviese parada justo a la mitad del camino entre él y sus objetivos. Como si fuese un obstáculo que no esperaba. Uno al que él ha decidido aferrarse, a pesar de que ambos sabemos que es imposible que lo haga durante mucho tiempo.

En algún momento va a tener que elegir. En algún momento va a tener que escoger entre lo que quiere y lo que tiene qué hacer y, cuando eso ocurra, sé que seré yo quien lleve todas las de perder...

Cierro los ojos con fuerza y dejo escapar un suspiro largo, al tiempo que me dejo caer de espaldas sobre mi cama.


La vibración de mi teléfono en mi mano, me hace pegar un salto debido a la impresión e, inmediatamente, miro la pantalla iluminada del aparato.

En ella, el ícono que indica que he recibido un mensaje de texto, brilla; y, justo debajo de él, se encuentra el nombre de Gael Avallone.

En ese momento, mi estómago cae en picada.

A pesar de eso, me obligo a incorporarme en una posición sentada y a abrir el mensaje para leer:

«Me ha quedado más que claro, desde hace días, 

que estás evitándome. No se necesita tener más de media neuronapara darse cuenta. Sin embargo, espero que podamos vernos hoy,en mi oficina, como todos los jueves, para hablar. Si has cambiado de opinión respecto a mí, si la situación en la que me encuentro es demasiado para ti, lo entiendo. Lo único que quiero, es que seas honesta conmigo yme lo digas. No estoy enojado. No pretendo ponerte enuna situación incómoda. Sólo quiero hablarlo, ¿vale?...Te espero a las seis, Tam.»

Toda la sangre de mi cuerpo se me agolpa en los pies en ese instante y me quedo aquí, sentada al borde de mi cama, con el corazón latiéndome a toda velocidad y un nudo de nerviosismo asentándose en la boca de mi estómago.

Cierro los ojos con fuerza una vez más.

Otro suspiro largo se me escapa de los labios en ese momento y, cuando me armo de valor, leo el mensaje una vez más solo para torturarme otro poco.

Un millar de sentimientos se agolpan dentro de mí y colisionan con violencia. Quiero gritar. Quiero golpear la cabeza contra la pared para deshacerme de esta horrible confusión. Quiero lanzar el teléfono lejos y destrozarlo, solo para no tener que hacer frente a la actitud infantil que he tomado toda la semana. Solo para no tener que decidir si debo responderle o no.

que no está bien lo que estoy haciendo. que debo enfrentarlo y tomar una decisión respecto a lo que estoy dispuesta a entregar. que tengo que aclararme de una maldita vez por todas y decidir si quiero o no aceptar las consecuencias que va a traerme el involucrarme con alguien como Gael... Pero aún no estoy lista para hacerlo. Aún no estoy lista para afrontar las consecuencias de lo que va a pasar cuando elija...


Me dejo caer sobre la cama y fijo la mirada en el techo de la estancia.

Una decena de pensamientos se arremolinan dentro de mí y, de pronto, me encuentro dándole vueltas al asunto una vez más. De pronto, me encuentro diciéndome a mí misma, que lo mejor que puedo hacer, es alejarme de él.

«Por tu bienestar emocional, poner distancia entre él y tú, es lo mejor que puedes hacer.» Digo, para mí misma, pero no logro convencerme. No logro empujarme a dar ese paso y decírselo a él...

«No puedes cerrar los ojos y pretender que el abismo que los separa no existe.» Me reprimo a mí misma, pero una parte de mí sigue sin querer aceptarlo. Sigue sin querer afrontar que la elección será inevitable. «Gael y tú pertenecen a dos mundos completamente diferentes. Dos mundos que no pueden coexistir el uno con el otro durante mucho tiempo. Tarde o temprano, van a tener que elegir y sabes que él no va a elegirte a ti.»

Trago duro y leo el mensaje una vez más.

En ese momento, una montón de recuerdos comienzan a flotar en la superficie de mi memoria y, de pronto, me encuentro aquí, recostada en mi cama, con la imagen de Gael en la cabeza y un puñado de nuestras interacciones danzando alrededor de ella. De pronto, me encuentro aquí, torturándome a mí misma con todas y cada una de sus palabras. Con la fascinación que me hacía sentir cuando no tenía idea de la carga que lleva sobre los hombros y con la admiración que me provoca conocer su fortaleza...

Gael Avallone es un hombre de mundo en todos los sentidos. Un hombre que conoce la carencia y el trabajo duro. Que conoce el lado oscuro de la vida y la claridad de la superación. Un hombre con el carácter suficiente como para anteponer su voluntad y sus ganas de ser mejor, a cualquier clase de obstáculo, y nunca voy a dejar de admirarlo por eso; sin embargo, no puedo pasar por alto el hecho de que, a pesar de que conoce lo que es venir de un lugar oscuro, ahora vive en un universo plagado de comodidades. Un universo en el que los intereses pesan más que los sentimientos. Pesan más que lo que el corazón dicta o lo que el alma pide...

Gael y yo estamos parados en lugares muy diferentes. En todos los aspectos posibles y eso, tarde o temprano, va a poder más que cualquier clase de cosa que esté empezando a formarse entre nosotros.

Él tiene mucho que perder y yo no estoy dispuesta a ceder. No estoy dispuesta a ser un secreto más en su vida, porque no lo merezco. Porque nadie merece serlo... Y porque tampoco voy a obligarlo a dejarlo todo por mí. A desafiar a su padre solo para que esté conmigo el tiempo que el destino nos lo permita.

Me niego a ser la perdición de Gael Avallone. Me niego a ser su verdugo. A ser quien lo haga renunciar a todo por algo que puede ser tan efímero como nuestro tiempo en la tierra...

Otro suspiro se me escapa.

«Tienes que hablar con él. Tienes que ser clara de una vez por todas y acabar con esto. Por tu bien y por el suyo, tienes que hacerlo.» Susurra la voz en mi cabeza y , por sobre todas las cosas, que tiene razón. que es lo que debo hacer, así que, a pesar de la dolorosa opresión que ha comenzado a invadirme el pecho, tomo mi teléfono y tecleo:

«Nos vemos a las seis.»

Entonces, envío el mensaje.



~*~



Gael me ha llamado seis veces la última hora y la insistencia está poniéndome de nervios.

No he respondido a ninguna de sus llamadas porque no quiero hablar con él por teléfono. Quiero hacerlo en persona; sin embargo, el simple hecho de ver su nombre brillando en la pantalla cada diez minutos, ha comenzado a hacer estragos en mi estado nervioso.

Quiero pensar que su insistencia se debe a la ansiedad que debe provocarle el creer que no voy a presentarme a su oficina y que voy a seguir evitándolo; pero, a pesar de que lo entiendo, he estado pensando muy seriamente en la posibilidad de apagar el aparato para no tener que volver a escuchar el timbre de llamada. Para no tener que volver a ver su nombre en mi pantalla, porque eso está enviándome al borde de mis cabales...


Son casi las seis de la tarde ya y estoy muy cerca ya del edificio de Grupo Avallone. Apenas unas cuantas calles me separan de la parada del autobús en la que debo bajarme y, a pesar de eso, se siente como si aún me faltase una eternidad para llegar. Como si todavía me quedasen kilómetros de camino por recorrer.

Pasan alrededor de diez minutos antes de que, finalmente, tenga que levantarme de mi asiento para bajar del transporte público y emprender mi usual caminata hacia las oficinas de Gael.

Al llegar al edificio, lo primero que hago es acercarme a la recepción para anunciar mi llegada. Como siempre, la mujer en la recepción del edificio me indica que puedo subir al piso donde Gael tiene su oficina y yo, sin perder un solo minuto, me encamino hasta el elevador.

Cuando bajo de él, lo primero que me recibe, es la enorme estancia que se encuentra justo afuera de la oficina del magnate. Para ese momento, mi corazón ya está latiendo como loco. Para ese momento, mis nervios se han alterado al punto de no recordar una mierda del discurso mental que había venido ensayando todo el camino.

Camila, la secretaria del magnate, me mira con gesto confundido, mientras me encamino hacia su escritorio, pero eso no impide que me dedique una sonrisa amable. Una que, por supuesto, no soy capaz de responder.

—Señorita Herrán, qué gusto verla —dice y, de pronto, un regusto amargo se apodera de mi boca. Una sensación incómoda se cuela entre mis huesos y se afianza a ellos con fuerza.

Yo, a pesar del repele que siento, me obligo a esbozar una sonrisa que se me antoja forzada.

—Buenas tardes —mi voz suena distante, pero amable al mismo tiempo—. Tengo una cita con Gael... —me detengo en seco al darme cuenta de que acabo de llamarlo por su nombre de pila delante de ella, y me aclaro la garganta antes de corregirme—: Con el señor Avallone, dentro de unos minutos.

Un brillo extraño se apodera de la mirada de Camila y sé, de inmediato, que no le ha pasado desapercibido el pequeño desliz que he tenido.

—Me temo que es probable que el señor Avallone no pueda recibirla, señorita Herrán —no puedo pasar por alto el filo hostil que, de pronto, se ha apoderado de su voz. Tampoco puedo pasar por alto el hecho de que acaba de negarme la entrada a la oficina del magnate.

—¿En serio? —trato de sonar casual mientras hablo, pero yo también sueno un poco hostil ahora—. Es curioso, porque él mismo me ha llamado esta mañana para confirmar nuestra reunión.

Ella asiente, pero eso que se apoderó de su mirada y que ahora no puedo dejar de identificar como enojo, no se marcha de su rostro.

—Lo sé —dice—. Lo que ocurre, es que le ha surgido un compromiso al que no puede faltar. Se va dentro de unos minutos. Me sorprende que el señor Avallone no le haya avisado. Dijo que lo haría.

En ese momento, la resolución cae sobre mí como balde de agua helada. Cae sobre mí y se asienta sobre mis hombros.

Él me llamó.

Un montón de veces.

Seguro iba a cancelar la cita y yo no quise contestarle por miedo a tener una conversación seria por teléfono. Por miedo a que tratase de obligarme a darle respuestas de un modo que se siente incorrecto...

«Ella está mintiendo. Él pudo haberte enviado un mensaje de texto.» Susurra la voz insidiosa de mi cabeza. «Si Gael realmente quería cancelarte, pudo haberte enviado un mensaje.»

Oh... —digo, porque no sé qué otra cosa decir. Porque, en este momento, mi cerebro está maquinando mil y un escenarios en los cuales, la mujer que tengo enfrente miente y trata de conseguir que Gael y yo no nos veamos.

—De todos modos, le diré al señor Avallone que has venido —Camila habla y, de inmediato, noto cómo ha dejado de hablarme de «usted».

En ese momento, una punzada de coraje me atraviesa el pecho, pero ni siquiera sé por qué lo hace. Ni siquiera sé cuál es el motivo del sentimiento oscuro que ha comenzado a apoderarse de mí.

«No va a decirle una mierda. Dudo mucho que esté diciendo la verdad respecto al dichoso compromiso del que habla...» Susurra la vocecilla en mi cabeza y, de pronto, un centenar de emociones colisionan en mi interior. Un centenar de sensaciones se apoderan de mí y amenazan con colapsarme de adentro hacia afuera. «No puedes irte así como así. Tienes que verlo y comprobar que lo que Camila dice es verdad. Tienes que entrar a esa oficina y escuchar de boca de Gael todo lo que esta mujer ha dicho.»


—¿Te molesta si paso yo a avisarle que he venido? —digo, al tiempo que señalo las puertas dobles de la oficina y empiezo a avanzar en dirección a ellas.

—¡Señorita Herrán! ¡El señor Avallone no se encuentra allí dentro! ¡Está en una videoconferencia con un accionista! ¡Está...! —Camila habla, pero yo ya he empujado ambas puertas para abrirlas e introducirme en la estancia. Yo ya he hecho mi camino dentro de la espaciosa oficina solo para detenerme en seco en el instante en el que los veo...

Mi corazón se salta un latido, toda la sangre se me agolpa en los pies, mi pulso acelera su marcha y golpea con violencia detrás de mis orejas, y me falta el aliento durante unos instantes. Me falta la respiración durante unos dolorosos segundos porque aquí, justo delante de mis ojos, sentados en los sillones de piel que Gael tiene dentro de la oficina, se encuentran seis personas. Seis personas que me miran con condescendencia, arrogancia, fastidio y confusión.

De inmediato, soy capaz de reconocer a David Avallone. No podría olvidar jamás ese cabello entrecano, ni esa mirada dura y fuerte que comparte con Gael. Mucho menos podría olvidar ese gesto de superioridad que parece estar tallado en su rostro.

Junto a él, se encuentran otros tres hombres. Uno que luce igual de viejo que él y dos que parecen ser un poco más jóvenes; y, justo frente a ellos, dos mujeres enfundadas en preciosos vestidos, me miran con gesto confundido.


—¡Dios mío! ¡Lo siento mucho, señor Avallone! —Camila urge, en un tartamudeo, al tiempo que me toma por la muñeca para tirar de mí en dirección a la salida—. De verdad, no sabe cuánto lamento esto. Discúlpeme. Y-Yo...

David Avallone hace un gesto de mano e, inmediatamente, Camila deja de hablar. Acto seguido, clava sus ojos en mí antes de ponerse de pie.

—¿Se puede saber quién es usted y quién le dijo que podía entrar a mi oficina sin anunciarse antes? —dice y la vergüenza —la cual ya había comenzado a filtrarse en mis venas—, incrementa considerablemente.

No me pasa desapercibido el hecho de que le ha llamado «mi oficina» al espacio en el que nos encontramos. No me pasa desapercibido el hecho de que él sigue considerando este lugar como suyo, y no como el de Gael.

Mi corazón da un vuelco furioso y, por un doloroso momento, no me atrevo a moverme. No me atrevo, siquiera, a respirar. Me quedo quieta durante un largo rato, hasta que el silencio que se apodera del lugar es denso e incómodo.

Una ceja es alzada con arrogancia en el rostro del hombre delante de mí y noto, cuando miro de soslayo hacia la gente que lo acompaña, como todos ellos esbozan gestos confundidos y reprobatorios.

En ese momento, algo dentro de mí parece activarse y, por acto reflejo, alzo el mentón. Entonces, enderezo un poco la espalda y, sin más, me obligo a ponerme esa máscara de seguridad que había empezado a evitar usar en este lugar.

Acto seguido, me deshago del agarre de Camila y avanzo en dirección a donde David Avallone se encuentra para extender una mano y estrechársela, antes de regalarle mi mejor sonrisa.

—Tamara Herrán —me presento, pero él no toma mi mano—. Vengo de parte de la Editorial Edén. Soy la persona que está trabajando en la biografía del señor Gael Avallone. Tenía una reunión con él esta tarde, pero creo que se le ha pasado avisarme que estaría ocupado.

Siento la mirada de todo el mundo puesta en mí y, por unos instantes, me siento como una completa idiota. Me siento como una completa imbécil porque estoy aquí, de pie, en una habitación repleta de gente pretenciosa, con la mano extendida y una sonrisa ridícula pintada en la cara.

David Avallone me recorre de pies a cabeza con la mirada, como si estuviese evaluándome. Como si estuviese tratando de decidir si valgo o no su tiempo y una punzada de irritación se mezcla con el sentimiento de humillación que ha comenzado a recorrerme.

No me devuelve el gesto. Me deja aquí, con la mano en el aire, el orgullo hecho trizas y un regusto amargo y denso en la punta de la lengua.

Cierro el puño y me obligo a alzar el mentón un poco más mientras aparto la mano.

Un puñado de palabrotas se arremolina en mi boca, pero me muerdo la parte interna de la mejilla para no soltarlas. Me muerdo la parte de mi lengua para no cometer una estupidez más grande que la de hace unos instantes, cuando se me ocurrió la grandiosa idea de entrar aquí sin consentimiento de nadie.


—No tenía idea de que Gael iba a tener un libro biográfico —una de las mujeres habla y poso mi atención en ella justo a tiempo para verla esbozar una sonrisa socarrona.

—Parece ser que a nuestro hermanito se le está subiendo la popularidad a la cabeza —uno de los hombres bufa y, de inmediato, sé que la mujer que acaba de hablar y él, son los hermanos de Gael.

Así pues, les echo otra ojeada para no olvidar sus rostros.

Ella luce más joven de lo que esperaba. Gael me había dicho que le llevan bastantes años, pero, francamente, ella no luce de cuarenta años. Luce mucho más joven.

Diana Avallone es, sin dudas, una mujer hermosa: alta y esbelta; de cabello oscuro que cae lacio hasta sus hombros; de piel bronceada, como si acabase de volver de la playa, y mirada fuerte y penetrante.

Todo eso en combinación con el precioso vestido azul marino que lleva, le hacen lucir como una mujer elegante, guapa e imponente por sobre todas las cosas.

Él, por otro lado, luce un poco más grande de edad y no se parece a Gael en lo absoluto. De hecho, tampoco se parece a David. Su aspecto es más descuidado y desgarbado y, definitivamente, carece del porte y la elegancia que caracterizan tanto a Gael como a su padre; sin embargo, a pesar de que no comparte facciones con ninguno de los dos, Antonio Avallone luce, de alguna manera, parecido a Diana; quien es, sin duda alguna, una versión femenina, añejada y delicada de Gael.

No obstante a todo eso, es hasta este momento, en el que los miro a los tres juntos —a David, Diana y Antonio—, que puedo darme cuenta de esas características de Gael que son diferentes de ellos. Que puedo darme cuenta de que los ojos ambarinos que el magnate tiene, deben ser herencia de su madre; al igual que las ondas alborotadas en las que se transforma su cabello cuando pasa las manos una y otra vez sobre él. Que puedo darme cuenta de que, a pesar de que, físicamente son muy parecidos, Gael se diferencia de ellos de una manera extraña. De una que aún no logro comprender...


—¿Vas a permitirle publicar una biografía de su vida, papá? —la voz de Diana me saca de mis cavilaciones y poso mi atención en ella, al tiempo que parpadeo un par de veces, para espabilar.

—Va a ser muy interesante leer lo que Gael tiene qué decir sobre su pasado, ¿no es así, papá? —Antonio insiste y siento como todo mi cuerpo se tensa cuando la mirada de David Avallone se clava en mí una vez más.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal en el instante en el que lo hace y, de pronto, me encuentro queriendo echarme a correr. Me encuentro queriendo encogerme sobre mí misma y desaparecer; sin embargo, en su lugar, enderezo un poco más la espalda y cuadro los hombros.

No voy a dejar que este hombre me amedrente. No voy a dejar que nadie en este lugar me haga sentir cohibida.

Acto seguido, hace un gesto para indicarle a sus hijos —quienes no han dejado de hablar entre cuchicheos sobre la biografía de Gael—, que guarden silencio. Ellos, inmediatamente, le obedecen.


—Como puede ver, señorita.... —David Avallone habla, con ese acento golpeado suyo, y se queda en el aire, al tiempo que me mira con el entrecejo fruncido, tratando de recordar mi nombre; como si no se lo hubiese dicho hace menos de un minuto.

—Herrán —suelto, pero sueno arrogante. Soberbia...

Herrán... —la manera en la que pronuncia mi apellido me provoca querer estrellar mi mano en su rostro, porque lo ha dicho con sorna. Como si se tratase de una palabra sucia. Indigna de sus labios—. Señorita Herrán —repite y, de nuevo, la manera en la que habla, me hace querer rascarme todo el cuerpo debido a la incomodidad que me causa—, Gael no se encuentra aquí y, en el momento en el que termine con el pendiente que tiene, saldremos —la fingida amabilidad de David Avallone me escuece las entrañas—. Así que me temo que su cita no podrá concretarse el día de hoy. Es una pena que haya tenido que venir hasta acá en vano.

Esbozo una sonrisa que no toca mis ojos.

—No se preocupe, señor Avallone. Lamento mucho el inconveniente. Me retiro, entonces —en ese momento me giro sobre mis talones y, justo cuando estoy a punto de echarme a andar, la voz del padre de Gael inunda mis oídos una vez más.

—¿Señorita Herrán? —dice y me congelo en mi lugar unos segundos, antes de mirarlo por encima del hombro—. ¿Le puedo dar un consejo?

Lo encaro y, sin responderle nada, lo miro fijamente.

—La próxima vez, asegúrese de anunciar su llegada con la secretaria —hace un gesto de cabeza hacia Camila—. En esta ocasión, como en la otra en la que nos vimos —sé que habla de aquella vez en la que entré furiosa a la oficina de Gael. Sé que habla de nuestro primer encuentro y toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies, solo porque ha sido capaz de recordarme. Solo porque creía que no lo había hecho—, estamos nosotros: gente de confianza; sin embargo, si tiene la costumbre de entrar sin anunciarse, puede causar bastantes inconvenientes para nosotros en el futuro. Así que, si no quiere meterse en problemas, espere allá afuera hasta que le permitan entrar.

Vergüenza, coraje y humillación se mezclan dentro de mí, pero me las arreglo a mantener mi expresión en blanco cuando asiento y murmuro una disculpa que no suena sincera en lo absoluto.

Acto seguido, el hombre me observa de pies a cabeza una vez más, como si tratase de evaluarme una vez más y, entonces, luego de lucir satisfecho con lo que ve, hace un gesto en dirección a la puerta de la oficina.

—Puede retirarse —habla con amabilidad, pero se siente como si estuviese echándome a patadas.

Otro asentimiento es dado por mi cabeza y, acto seguido, haciendo acopio de toda mi dignidad, me encamino hacia la salida de la estancia.


Me toma apenas unos segundos abandonar la espaciosa habitación, y toma todo de mí no echarme a correr en dirección al elevador una vez fuera de ella.

La humillación y la sensación de incomodidad que se ha arraigado dentro de mí son tan intensas ahora, que no puedo sacudírmelas. No puedo deshacerme de ellas por más que trato de hacerlo...

Mi corazón no ha dejado de latir a toda velocidad, mis manos no han dejado de temblar incontrolablemente y la quemazón previa a las lágrimas que me ha invadido la garganta, no me deja hacer otra cosa más que tragar duro para aminorarla.

Quiero echarme a llorar. Quiero gritar. Quiero poner cuanta distancia sea posible entre estas personas y yo y, al mismo tiempo, quiero volver ahí y recibir otra bofetada de realidad. Quiero volver ahí para que, de una vez por todas, me quede claro cuán sentenciado al fracaso está lo que sea que ha empezado a ocurrir entre Gael y yo. Cuán erróneo es todo lo que estamos haciendo el uno con el otro.

Acelero el paso.

Ni siquiera me molesto en decir nada en dirección a la secretaria de Gael. Tampoco hago nada por disculparme o por pretender que la interacción que acabo de tener con la familia de Gael, no me ha afectado en lo absoluto. Me limito a echarme a andar a toda marcha en dirección al ascensor.

Una vez ahí, presiono el botón para llamarlo y, luego de unos tortuosos instantes, las puertas se abren.

Entonces, me congelo en mi lugar.

Entonces, me quedo muy quieta, mientras absorbo la imagen que se forma delante de mis ojos.

Ahí está Gael. Ahí, dentro del reducido espacio, está él... Pero no está solo.

A su lado, está una mujer. Una mujer joven a la que reconozco de inmediato, porque es imposible no hacerlo. Porque es imposible no asociar su precioso cabello rubio, con el de la chica con la que Gael fue fotografiado hace un tiempo. Porque es imposible no comparar el porte con el que se mueve y lo esbelto de su alta figura, con la de la mujer en la fotografía que vi en un blog hace un tiempo. Ese en el que un reportero amarillista hablaba acerca de cómo había seguido al magnate hasta un restaurante, solo para fotografiarlo con una mujer.

Viste un precioso vestido rosa pastel que le llega un par de dedos por debajo de las rodillas, y lleva el cabello recogido en una media cascada ondulada. El maquillaje perfecto que cubre su rostro, la hace lucir como muñeca de porcelana y, de pronto, soy hiper-consciente de que llevo puestos unos vaqueros rotos en uno de los muslos y una playera de una de mis bandas favoritas. Soy hiper-consciente de que llevo unos Converse desgastados y un moño deshecho en la cima de mi cabeza.

Gael, por otro lado, viste un traje azul marino, una camisa blanca y una corbata color vino. Luce atractivo hasta la mierda... Y luce perfectamente bien con la mujer que tiene a un lado. Como si ambos hubiesen sido mandados a hacer el uno para el otro. Como si hubiesen sido escogidos por una revista para posar juntos y vender lo que sea que llevan puesto.

Una punzada de dolor me atraviesa el pecho en ese momento y, de pronto, me falta el aliento. De pronto, me encuentro luchando con todas mis fuerzas contra la sensación de vértigo que me invade.

Los ojos de Gael se posan en mí.

Inmediatamente, algo en su mirada cambia. Algo en sus ojos se transforma y estos se llenan de una intensidad que no se encontraba ahí antes, pero que es abrumadora. Pesada e intensa por sobre todas las cosas...

Mi corazón se estruja otro poco y, por acto reflejo, los miro de pies a cabeza y, es hasta ese instante, cuando me percato de la forma en la que ella envuelve un brazo alrededor del suyo. Es hasta ese momento, que noto cómo él mantiene el suyo flexionado, para que ella pueda afianzarse de él con más comodidad. Es hasta ese momento, cuando la realidad de lo que está ocurriendo me golpea con brutalidad. Es hasta ese momento, que el peso de lo que está pasando ahora mismo, cae sobre mis hombros y me deja sin aliento. Me deja con un puñado de piedras asentándose en la boca de mi estómago y una sola idea llenándome la cabeza:

Esta mujer es la misma con la que Gael ha anunciado su compromiso. Esta es la mujer con la que fue fotografiado hace unos meses. Esta es la mujer con la que su padre espera que se case.


Algo en mi interior se rasga. Algo se rompe en fragmentos y me hiere con violencia y, a pesar de eso, me las arreglo para mantener mi expresión en blanco. Me las arreglo para pintarme la cara de indiferencia.

—Buenas tardes, señor Avallone —mi voz sale fría, distante y monocorde y, en ese momento me aparto del camino para que ambos puedan salir.

Gael no se mueve. Se queda ahí, con la mirada clavada en mí y gesto desencajado; sin embargo, no dice nada.

—¿Pasa algo? —la chica a su lado habla. Suena divertida y confundida al mismo tiempo—. Nos están esperando, ¿sabías?

En ese momento, noto cómo la nuez de Adán del magnate sube y baja cuando traga saliva. Entonces, asiente hacia el pasillo.

—¿Puedes adelantarte? —dice, con la voz enronquecida por las emociones, sin dejar de mirarme—. Tengo que hablar antes con la señorita Herrán.

—No se preocupe, señor Avallone —digo, al tiempo que esbozo una sonrisa tensa. Una sonrisa que se siente temblorosa e inestable. A punto de convertirse en una mueca dolida—. Ya no hace falta.

—Tamara...

—¿Gael? —la voz familiar de David Avallone, resuena a mis espaldas y aprieto la mandíbula y los puños, solo para reprimir las ganas que tengo de encogerme sobre mí misma hasta desaparecer—. ¿Nos vamos ya?

Los ojos de Gael se posan en un punto a mis espaldas y, acto seguido, vuelven a posarse en mí con intensidad.

—En un minuto —dice, al tiempo que se pone de pie al filo de las puertas del elevador, solo para impedir que esas se cierren.

—No tenemos un minuto —David Avallone suelta con hostilidad y un destello furibundo se apodera de la mirada de Gael.

—¿Qué pasa? —Eugenia, quien suena ahora más confundida que otra cosa, insiste, pero Gael ni siquiera la mira.

—Gael... —la advertencia en el tono de David Avallone hace que mis ojos se cierren durante unos instantes y, por primera vez, me permito bajar la mirada unos segundos, solo para que el hombre delante de mí no sea capaz de ver cuán afectada me siento ahora mismo.

—Buenas tardes, señor Avallone —digo, con la voz enronquecida, sin siquiera atreverme a mirarlo y, entonces, me obligo a introducirme al elevador a la fuerza.

Acto seguido empujo el cuerpo de Gael ligeramente para apartarlo de la entrada y presiono el botón para cerrar las puertas.

Una vez hecho eso, me obligo a alzar la vista. Me obligo a mirar en dirección al magnate solo para encontrarme con esos ojos ambarinos clavados en mí. Solo para encontrarme de lleno con un gesto cargado de frustración, angustia y preocupación.

Entonces, las puertas del ascensor se cierran.

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