Y te encontré en Tokio

By lovilmi

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Hace tres años que Alicia decidió iniciar una nueva vida en Japón. A pesar de ser un país con una cultura com... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5 (Parte 1)
Capítulo 5 (Parte 2)
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9

Capítulo 2

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By lovilmi


Un año después


-¿Ya volviste? -dice sin despegar su mirada del televisor.

-¿Todavía sigues en lo mismo? Han pasado casi dos horas, Oliver -contesto al sacar palillos y vasos del mueble de cocina-. ¿Tienes hambre? Traje obentos.

-Dame cinco minutos -y vuelve a apretar los botones a una rapidez, a mi juicio, incoherente.

Cada vez que Oliver se sumerge en sus consolas se transforma. Vuelve a ser un niño, pero de aquellos que no saben perder. Que son capaces de intentarlo cuantas veces sea necesario con tal de ganar y llamar la atención. En eso se parece al Oliver adulto, el economista inglés que adora sacar ganancias de su imagen. Suspiros femeninos, oxígeno a su vil ego.

Hace dos semanas que nos mudamos a un segundo piso de una casa cercana a la estación Shimokitazawa, un barrio bohemio y juvenil. El departamento, de paredes blancas y piso de madera clara, tiene todo lo que había deseado. Dos dormitorios de tamaño razonable, un baño, una diminuta cocina americana conectada a un living comedor con vista a una pequeña terraza. ¡Lo adoro!

Aún cuando el departamento está casi vacío, con Oliver estamos muy orgullosos de haberlo arrendado. Los últimos tres años tuvimos malas experiencias viviendo en multitud. Odiamos el dormitorio de la universidad, los tiempos y visitas restringidas, la lejanía con todo. Y cuando intentamos vivir en una casa compartida no calculamos bien los problemas de convivir en multitud. Algunas personas fueron sucias y otras muy ruidosas, y no faltó la enamoradiza que vio en Oliver su príncipe azul. En fin, de ahí que decidimos ahorrar por algo mejor, privado y bien ubicado.

-Estoy hambrienta, comenzaré sola entonces.

-¡Ahh! -pausa el juego y su cara de espanto se vuelve en esa risa burlona que bien conozco-, ¡No me digas que fuiste así!

-¿Así cómo?

-Ay, Alicia. ¿Te has mirado al espejo? -se sienta a mi lado, alrededor de la mesita de centro y me mira como si mi pregunta fuese tonta-. Pensé que te habrías librado de una vez por todas de esa sudadera. No sé, podrías ir a nadar con algo más provocador, mostrar el traser...

-¡Tú no cambias! -lo fulmino con la mirada. Sé que mi carita de piscina y mi tenida no es la más favorecedora. Calzas, una larga sudadera con capucha y un moño loco. Pero no tengo ganas ni tiempo para escuchar sus discursos-. ¡Itadakimasu!

-¡Ah comehr! -dice él en un español raro que me hace sonreír de inmediato.

Oliver Smith es mi mejor amigo en este país. Llevamos prácticamente tres años juntos, tres años en los que este ruliento colorín de oscura mirada insiste en encontrarme pareja. Pese a que muchas veces se comporta como un ogro luce como esos personajes de cuentos épicos, pero de los malvados.

-Tampoco te digo que vayas de peto.

-Oliver...

-Nunca se sabe -y me guiña el ojo-. Te daré un ejemplo. ¿Te acuerdas de Keiko?

-¿La chef?

-Esa era Mai. Keiko, la doctora celosa...

-Ahh, la que me amenazó por Line. Cómo olvidarla -digo en un tono sarcástico-. Espera, no me digas que volviste con ella.

-¡No! ¿Estás loca? ¿Recuerdas cómo la conocí?

-No quiero escuchar tus historias pervertidas. Intento comer ¿Vale? -y me lleno la boca. Estoy realmente hambrienta. Después de una hora de intensa piscina creo poder comer por dos fácilmente.

-Estábamos en la Maratón de Tokio del año pasado, ella era voluntaria. Y bueno, una cosa llevó a la otra. Tú sabes.

-Ya ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

-Lo que intento decir es que nunca se sabe dónde puedes conocer a alguien interesante.

-¿Interesante? No me vengas con estupideces, esa tipa era una desquiciada.

-¿Y? No me arrepiento. Fueron meses intensos -ríe y estoy segura que se muere por contarme detalles calientes de sus aventuras-. La clave está en lo que proyectas...

-Oliver, no. Ahora no -lo miro con cariño. Su charla motivacional de andar de pasarela por Tokio la he escuchado cientos de veces-. Necesito concentrarme para mañana. Dormir bien. Sabes que es un día importante.

-¡El graaaan lunes! -me imita con exageración.

-¡Noooo! ¿Tan mal me veo?

-Lo harás bien, tranquila. Sólo intenta ser más sociable, reírte con más frecuencia. No vaya a ser que termines almorzando sola.

-Qué bonito. ¿Tan poca fé me tienes? Puedo ser muy adorable cuando quiero -pestañeo con gracia.

-Ese es el problema Alicia, sólo cuando quieres.

-Oh... golpe bajo.

Nos reímos.

-¿Hora para Battlefield 3? -y señala la pantalla del televisor-. Siempre he tenido la esperanza que juegues conmigo. Te serviría para liberar tensiones.

-No, gracias. La piscina fue más que suficiente. Y no creo que tus bombas y metralletas me ayuden en nada. Creo que me iré a dormir -y me incorporo-. Tú deberías hacer lo mismo. ¿A qué hora entras?

-A las siete cuarenta -suspira y frunce los labios con una mueca infantil-, horario de profesor.

-Al menos sales temprano -respondo desde la cocina, botando aquella bonita bandeja de obento negra con pétalos rosados. Qué desperdicio, pienso.

-Algo bueno que tenga este empleo ¿No?

-No seas tan negativo, debe ser entretenido trabajar con niños.

-Si es que te gustan -y hace una mueca irónica-. De todas maneras ahora que tengo visa puedo buscar un empleo a mi altura.

-¿A tu altura? Vaya, hace tiempo que no decías un comentario tan...

-¿Profundo? -me interrumpe con esa sonrisa boba-. ¿Honesto?

-¡Pedante!

-Lo tomaré como un cumplido, gracias.

-Buenas noches.

-Suerte mañana, anda guapa. Muy guapa. ¡Despampanante!

-Sí, jefe.

Camino al baño lo vuelvo a escuchar.

-¡Y sonríe!

A la mañana siguiente, cuando se abren las puertas del tren, un tumulto de gente desciende ordenada y silenciosamente por el andén de la estación de Shimokitazawa. No me opongo a la presión corporal, a cómo de lugar entraría a ese vagón.

Sé que muchos estarían extasiados por la locura y movimiento de Tokio, pero de vez en cuando la sensación de vivir en una galaxia paralela me aturde. Todo este orden y protocolo de convivencia es asombroso. Tal vez yo soy el problema, claro. Me agarro a un toma manos, bajo la vista y no me sorprende ver a todas esas personas dormidas o ensimismadas en sus celulares. Se cierran las puertas, y poco a poco olvido el sonido de los rieles. Un silencio absoluto me envuelve, recordándome hacia donde me dirijo.

Hoy es mi primer día de trabajo y debe ser perfecto.

«Próxima estación, Shinjuku. Las puertas se abrirán por la derecha»

En cuanto puedo me muevo rápidamente con la ola. No se puede desperdiciar tiempo, en especial en este lugar, lejos la estación más complicada que me ha tocado descifrar. Miles de personas propagándose como una onda sísmica, a gran velocidad y en todas direcciones. Luchando por llegar a tiempo a uno de los casi cuarenta andenes, o como yo, tratando de salir con agilidad por una de sus doscientas salidas. Un caos, pero de los ordenados.

Dirección oeste y salgo. Camino con paso decidido, esta ruta la tengo más que memorizada. Aprovecho de contemplar el paisaje arquitectónico, enormes y clásicos edificios de planta rectangular cubiertos de vidrio y terminaciones grises. Por un momento me siento pequeña e insignificante, pero mi ánimo mejora al recordar las tediosas y estresantes pruebas, entrevistas y meses que esperé por este empleo.

-Oliver, creo que deberé cancelar mi regreso a Chile -le dije en aquel entonces entre asombro y miedo-. Me acaban de llamar...

-¿De qué hablas?

-Me aceptó la firma de arquitectos... -me detengo unos segundos, mi corazón trabaja a mil por hora-. Comienzo en abril.

-¡Oh-Dios-mío! ¿Entonces te quedas? ¡Te quedas!

Desde ese día pude afirmar que trabajaría para la famosa firma extranjera Ralph Morris Associates. Y hoy, cuatro de abril, es el gran día.

Levanto la vista y me enfrento al Tokyo Coccoon Tower, aquel sensacional y monumental edificio curvo de cincuenta plantas cubierto de vidrios, espejos y demarcaciones entrelazadas. ¡Fantástico! Cruzo las puertas automáticas y observo agradecida el magnífico espectáculo que me espera en su interior. Una luz radiante y primaveral inunda un hall minimalista, muy moderno, de baldosas y paredes claras.

El flujo de gente es imparable. Olas de trabajadores caminan con determinación hacia los ascensores, distribuidos tres por cada diez pisos. Y hasta me tengo que mover a un costado para no colisionar con algunos hombres de trajes oscuros, ellos no pierden su tiempo. Miro la hora, vaya, debo apurarme.

Piso dieciocho. Salgo junto a un par de chicas de peinados perfectos al vestíbulo de Ralph Morris Associates. Me pican las palmas de las manos. Rayos, tengo la misma sensación de mi primer día de colegio ¿Lo haría bien? ¿Y si no me gusta? Me muerdo el labio, al menos no exigían uniforme.

Llevo un fino y holgado jersey blanco invierno, pantalones y tacos a juego, de un rojo llamativo. Mi cabello, suelto en delicadas ondas castañas cae más allá de mi pecho, dándome esa chispa salvaje que tanto me gusta. Me he arreglado más de lo habitual, maquillaje en tonos corales, manicura a la francesa y pendientes brillantes apenas visibles. Déjalo, te ves bien, me animo a mí misma.

-Ohayou gozaimasu -me sobresalta un hermoso sonido femenino.

Una recepcionista japonesa de amable sonrisa se inclina con delicadeza dándome los buenos días. Suelto una risita contenida por mis nervios y le respondo con la misma cordialidad y respeto. Me dirijo a la pared de vidrio, saco mi credencial con torpeza, la acerco al sensor y accedo.

Y quedo sin aliento. Anonadada. El lugar es mucho mejor que las fotos que había visto en internet. La combinación de metal, vidrio y madera le dan ese toque contemporáneo propio del sello de la firma. Pero lo mejor es esa maravillosa vista panorámica de Tokio, una fotografía impagable.

-¿Roa Alicia san?

Automáticamente inclino mi cabeza.

El protocolo de saludos y disculpas en este país es toda una experiencia, en mi caso un hábito. Cada vez que me dirijo a alguien, independiente de quien sea, estoy predispuesta a disculparme, a inclinar mi cabeza y emanar cordialidad. Creo que ese es uno de los secretos de Japón, la interacción con el otro debe ser afectuosa desde la distancia.

-Buenos días -saludo a un japonés de estilo bohemio de gafas redondas, muy llamativas. ¿Tanaka san? ¡Mi jefe!-. Trabajaré muy duro -me inclino de golpe dejando mi torso en cuarenta y cinco grados.

-Bienvenida -contesta cordial, manteniendo las formalidades y distancia-. Te presento a Eri Hamasaki, tu tutora -señala a una japonesa de belleza natural. Pálida, de ojos perlados, cabello liso y flequillos-. Ella es Alicia Roa.

-Mucho gusto -su sonrisa es cautivadora, muy linda.

-Encantada.

La tutoría es una etapa indispensable. Tenía entendido que alguien con experiencia sería el responsable de mis primeros meses en esta empresa. Pero jamás se me pasó por la cabeza que alguien de mi edad fuese mi guía. Posiblemente fuese una dibujante erudita, la miro con respeto.

-Entonces las dejo -añade Tanaka san mirando su reloj-. Hamasaki san, cualquier duda estaré en el salón R10. Que tengan un buen día, permiso.

Y de un momento a otro nuestro acelerado jefe se pierde de nuestra vista.

-¿Cómo estás? -me sorprende mi tutora en inglés-. El primer día es inolvidable, intenta disfrutarlo.

-Sí -musito-, gracias.

-¿Comencemos? -sugiere con dulzura y hace un gesto con su mano para que la siga a través de aquella oficina de ensueño-. Esta es la zona principal, aquí está la mayor parte de los arquitectos, diseñadores, ingenieros calculistas y sismólogos. Los geógrafos, paisajistas y sociólogos se encuentran allá lejos, cerca de la cafetería. Más tarde te la enseño, te encantará.

Camino a su lado, muda, intentando memorizar cada detalle. Cada sensación. Las siluetas que poco a poco cobran colorido. Las cabelleras asimétricas y multicolores. Los extranjeros. Las salas de reuniones con paredes de vidrio y aquel penetrante aroma a café recién hecho.

-Somos alrededor de ciento cincuenta personas -continúa-. Ralph Morris Associates Japan es un estudio pequeño en comparación con la sede central, en Ámsterdam, pero en cuanto a productividad y proyectos ganados, aún somos la sede más fuerte en Asia.

Algunas miradas se percatan de mi presencia. Un par de extranjeros me saludan con la mano y algunos asiáticos inclinan levemente sus cabezas. Saludo con más entusiasmo. Varios trabajan en sus computadores, otros diagraman, algunos evalúan planos y más allá, arquitectos con delantales y guantes trabajando en maquetas y otros en impresiones 3D. ¡¡Ma-ra-vi-llo-so!!

-Y este es tu escritorio.

Nos detenemos frente a un cubículo de madera y terminaciones de metal. Tiene un iMac, una caja con innumerables materiales de dibujo y una amplia mesa de luz para planos. Me siento en el cielo, como una niña abriendo regalos de navidad. ¡Oliver no me lo creerá!

-¿Está todo lo que necesitas? -pregunta Hamasaki san al revisar algo en su iPad-. Según el sistema sólo faltarían tus tarjetas de presentación. Llegarán durante la semana.

-Todo está en orden -intento reprimir esa ridícula sonrisa de satisfacción imborrable pero para variar no puedo-, muchas gracias.

Me mira de reojo, divertida.

-Por cierto, ¿Cómo prefieres que te llame? ¿Roa san o Alicia san?

Abro los ojos como plato. La jerarquía implica respeto, sumisión. Pero mi tutora está rompiendo todos los códigos que tanto había estudiado para sobrevivir en una empresa en Japón. Claro, nunca analicé cómo sería mi vida en una empresa extranjera o quizás con una japonesa como ella.

-Alicia estaría bien, gracias.

-Alicia entonces -sonríe entusiasmada-. Llámame Eri, ¿Ok?

Eri, repito en mi fuero interno.

-Ok -contesto finalmente con mi mejor sonrisa.

Durante el resto del día, Eri me colapsó de tareas y pruebas a mis conocimientos. Me hizo dibujar diagramaciones de distintas complejidades, preguntándome con sumo cuidado el nombre de varios tecnicismos. Y no sentí que mi capacidad estuviese siendo criticada, sabía muy bien a lo que había postulado. Dibujante.

Obviamente aspiraba a más, ganar experiencia y encontrar mi propio estilo. Formar parte de un equipo creativo, y quizás algún día, llegar a ser jefa de un proyecto. O mejor aún, formar mi propio estudio.

Pero la realidad es otra.

No tengo gran experiencia, tampoco contactos, necesito aprender y si puedo hacerlo de los mejores no me importaba hacerlo desde un cargo técnico. Tomar el camino largo, como diría mi papá. Sonrío de sólo recordar sus charlas en el lago y aquel silencio necesario al pescar. Lo extraño.

Cuando dan las siete y media, aquel espíritu vigoroso y determinado pide a gritos mi cama. ¡Estoy exhausta!. Agarro mi cartera y me despido con formalidad, tal como lo había ensayado. Camino victoriosa, recordando algunos sacrificios y esfuerzos por llegar y mantenerme en este país. La beca de la maestría. Aquellas interminables noches memorizando tarjetas con símbolos japoneses. Oliver. El trabajo a medio tiempo en el bar latino. Mi familia. Chile. Este trabajo. No ha sido fácil.

Todo por un gran cambio.

En cuanto el ascensor abre sus puertas se llena a tal punto que soy la última en entrar. Me giro de cara a ellas, alzo la vista y sólo tengo ojos a una mirada azulina. Un hombre extranjero de peinado perfecto me mira con curiosidad. Pestañeo con lentitud. Me parece familiar. Ladeo la cabeza y cierro los ojos levemente. Dónde...

El hombre curioso me imita.

Ese rostro.

¡Él!

Y se cierran las puertas.

Mi frecuencia cardiaca estalla y se me hace un nudo en la garganta. ¿El tipo del Starbucks? Nuevamente el recuerdo de estar corriendo en su búsqueda se me viene de golpe a la mente. Mi frustración. Ese cabello radiante. Sus labios. Su mirada. ¡¿Es él?! Apenas me puedo mover. ¡Mierda! ¿Trabajaría allí? Quiero verlo, al menos con una vez más me bastaría. Contemplarlo y rectificar que es un hombre común y corriente, no aquel exquisito rostro borroso que mi imaginación insistía en recordar.

El descenso se me hace eterno. Durante meses fui en secreto a buscarle. Y durante meses me sentí una estúpida por creer en lo imposible, en algo que nunca fue. ¡Patética! No se lo conté a Oliver ni a mi hermana, a nadie. Lo mantenía como otro gran secreto, otro archivo clasificado de eventos innombrables.

Y tenía que pasar esto y justo hoy. ¡Aquí!

Primer piso.

Salgo a toda prisa y me ubico cerca de una pared. Son tres ascensores para los pisos del doce al veintidós, si era él vendría en uno de ellos. Poco a poco salen los trabajadores. Ni rastro de él. ¿Qué le digo? ¿Le hablaría? Pongo los ojos en blanco. No. No sé. Creo.

Tal vez esa atracción nunca existió, quizás todo era producto de mi imaginación. Una malinterpretación. Quizás él sólo jugaba... y yo la tonta que le había creído y esperaba. ¡Qué hago aquí!

-¿Alicia? -escucho una voz masculina a mis espaldas.

Abro los ojos como plato. Mierda, mierda, mierda.

Me giro lentamente y gran es mi desconcierto al tener frente mío a ese colorín de rostro familiar.

-¿Y tú qué haces acá? -exclamo horrorizada.

-¿Sorpresa? -murmura Oliver y da un paso atrás-. ¿Aquí trabajas? Vaya, es genial.

No puedo seguir escuchando, mis sentidos trabajan como nunca antes. Miro nuevamente los ascensores, nada.

-¿Esperas a alguien?

-Sí -susurro-. Es decir, no. No. Sólo confirmaba la hora. ¿Qué haces acá?

-¿Estás bien?

-Sí... -vuelvo a mirar los ascensores. Ya debería haber bajado, pienso-. Ha sido un día largo, lleno de sorpresas.

-Espero que de las buenas -dice él con esa cara policial que tanto temo.

Un año...

No sé si sonreír esperanzada o amargarme por la patética situación en la que estaba. Decenas, cientos y creo que miles de personas pasaron frente a mí. Miles de razones por las que debía recordar este día como otro archivo innombrable de mi vida. Vuelvo a mirar la hora. Y caigo en la cuenta que probablemente mi capacidad creativa estuviese en alza, viendo rostros donde no los había. Mal, muy mal.

Un año desde ese día.

-¿Y te hiciste alguna amiga? -pregunta con su mirada puesta en nuestro alrededor.

-Alguna amiga guapa, querrás decir -lo corrijo. Y me devuelve esa sonrisa cómplice que me hace entender de inmediato el motivo de su visita-. ¡Eres un baboso! -río y lo empujo a la salida-. Vamos, te contaré todo.

Todo menos eso.

¡Hola, muchas gracias por leer el segundo capítulo de "Y te encontré en Tokio"! Si les gusta mi trabajo y quieren apoyarme virtualmente, no duden en votarme y comentar. ¡Esa es mi mejor motivación! 

¡Muchas gracias! Con cariño, V.


Inspiraciones del capítulo 2: Edificio Mode Gakuen Coccoon Tower en Shinjuku, el cual es en la realidad un edificio con fines educativos.

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