MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

By Itssamleon

25.6M 1.9M 949K

EN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. ... More

MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
¡Sigue leyendo!...
¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 10

538K 46.7K 20.1K
By Itssamleon



El sonido de mi respiración agitada y entrecortada es lo único que soy capaz de escuchar. Los labios del hombre que me sostiene el rostro se mueven y pronuncian palabras, pero estas no llegan a mí. Me dicen cosas que no logro entender porque estoy demasiado alterada. Demasiado ansiosa. Demasiado asustada...

Lágrimas calientes me nublan la vista y mi boca se abre para jadear en busca de aire cuando mi nariz es incapaz de conseguir suficiente. El terror que me provoca no poder respirar, hace que comience a revolverme en mi lugar, pero Gael —quien no ha dejado de hablarme— me sostiene donde me encuentro.

Mis manos se apoderan de las suyas —las cuales no han abandonado mi cara ni un solo momento— y las estrujo con violencia. Si no me mordiese las uñas, seguramente ya le habría dejado marcas de lo fuerte que estoy apretándole.

La ansiedad, la frustración y el pánico me hunden. Me dominan y me hacen imposible pensar en nada. Me hacen imposible dejar de respirar como si el aire existente en el mundo no fuese suficiente para mí.

Cierro los ojos.

Lágrimas pesadas se deslizan por mis mejillas y, en ese momento, siento como la frente de Gael se une a la mía. Siento como su aliento cálido me golpea la boca de lleno y, de pronto, el aroma fresco y varonil del perfume caro que utiliza, inunda mis fosas nasales. Algo intenso, desconocido y abrumador aletea en mi pecho y me aferro a él. Me aferro a él porque es lo único que puedo sentir ahora mismo. Es lo único, además del pánico, que puedo procesar.

Un pulgar acaricia mi mejilla. Unos nudillos me rozan la mandíbula en una caricia dulce y un escalofrío me recorre de pies a cabeza.

Mis manos se deslizan por los brazos del magnate —quien no deja de desperdigar caricias dulces en mi rostro— hasta llegar a su pecho. Entonces, cierro los dedos para aferrarme al material del saco que lleva puesto. En respuesta, lo único que consigo, es que se acerque un poco más.

En ese momento, agacho la cara, de modo que mi frente queda presionada contra su barbilla. Gael desliza su tacto hasta posarlo sobre mis hombros y, entonces, envuelve los brazos a mi alrededor.

El abrazo es doloroso. Es incómodo y, por extraño que parezca, es... liberador. No puedo describirlo de otra manera. Es como si estuviese expulsando fuera de mí toda la tensión nerviosa que llevo acumulada. Es como si, por medio de la presión excesiva, Gael estuviese tratando de liberarme del terror que se cuela en mis huesos.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que, poco a poco, sea capaz de percibir algo más que el sonido entrecortado de mi respiración. Antes de que el sonido de mi pulso disminuya y me permita darme cuenta de que el hombre que me sostiene en brazos, no ha dejado de susurrar palabras tranquilizadoras para mí.

El tono melifluo que utiliza no hace otra cosa más que introducirme en un estado de extraño sopor. Un extraño estado de tranquilidad ansiosa que soy incapaz de sacudir fuera de mi sistema.

—Eso es, Tam... —la voz de Gael llena mis oídos y me sobrecoge el tono protector y dulce que utiliza—. Respira profundo. Así...

Y así lo hago.

Como puedo, y al ritmo que él impone, inhalo y exhalo largas bocanadas de aire. Inhalo y exhalo largas bocanadas de estrés, miedo y angustia.


El tiempo pasa lento... Quizás lo hace rápido. No lo sé. Lo único que sé ahora mismo, es que no puedo —quiero— apartarme. Lo único que sé es que, sea lo que sea que está haciendo el hombre que me sostiene, está funcionando. Está consiguiendo mantener a raya el pánico insistente que me atenazaba el cuerpo hace apenas unos instantes.

—Todo está bien, Tam —Gael susurra y, esta vez, soy capaz de sentir cómo los cabellos sueltos alrededor de mi oreja, se mecen con el ritmo de su aliento—. No pasa nada. Estoy aquí contigo. Estás bien.

Otro escalofrío me recorre.

—Vamos, Tamara —insiste, en el mismo tono suave y dulce de hace un rato—. Respira. Respira hondo...


No sé cuánto tiempo pasa antes de que mi respiración se acompase. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que lo único que se escuche, sea el sonido de los susurros amables de Gael. Mucho menos sé cuánto tiempo pasa antes de que, poco a poco, la bruma a mi alrededor se disipe un poco y me permita ser un poco más consciente de mi entorno. Se siente como si hubiese sido una eternidad. Como si el mundo entero hubiese detenido su marcha solo para esperarme.

Nadie dice nada. Nadie se mueve. Entonces, con mucha lentitud, el peso de lo que acaba de suceder comienza a asentarse sobre mis huesos.

De pronto, me siento avergonzada hasta la mierda. De pronto, me siento humillada en formas que ni siquiera yo misma soy capaz de comprender y quiero disculparme. Quiero pedir perdón una y otra vez por este episodio tan desagradable por el que acabo de pasar y, al mismo tiempo, quiero gritarle a Gael Avallone por haberme obligado a venir a verlo. Por haberme obligado a salir de mi casa cuando no debí hacerlo en primer lugar; sin embargo, en lugar de hacer todo aquello, me quedo aquí, quieta, aferrando mis entumecidos dedos al saco caro que lleva puesto. Aferrando la poca dignidad que me queda a lo que me queda de compostura en el cuerpo.


La fuerza del abrazo de Gael ha disminuido considerablemente —ahora es solo un gesto que se me antoja... dulce—, el temblor de mis manos ha desaparecido casi por completo y la sensación de asfixia que me llenaba de pánico hace unos instantes, se ha convertido en la sombra sorda de un dolor en la garganta.

Trago duro.

Una de las manos que me sostiene abandona el abrazo en el que he sido envuelta y, sin más, se dedica a apartar mechones rebeldes que vuelan sueltos fuera del moño despeinado que llevo en la cabeza.

El gesto envía un dulce choque eléctrico por todo mi cuerpo y me quedo quieta —muy quieta— mientras absorbo la forma en la que los dedos largos de Gael colocan mi cabello detrás de mi oreja.


—¿Mejor? —el magnate susurra, al cabo de un largo momento de absoluto silencio.

No respondo. Me limito a asentir con lentitud, al tiempo que me aparto un poco. En ese momento, siento cómo la tensión en los hombros del magnate disminuye considerablemente.

—Llamaré al médico del edificio.

¡No! —el disparo de ansiedad que me recorre en ese momento es tanto, que no puedo contenerlo. Tanto, que temo que pueda ponerme a hiperventilar de nuevo en cualquier momento.

—¿Por qué no? Tamara, acabas de tener una crisis nerviosa. Necesitas...

—Por favor, no... —suplico con un hilo de voz, sin siquiera atreverme a mirarlo a la cara—. Por favor. Solo quiero ir a casa...

Gael no dice nada. De hecho, tampoco se mueve durante lo que se siente como una eternidad y, cuando por fin lo hace, es para apartarse de mí por completo.

El vacío que dejan sus brazos en mí es tan palpable, que de pronto me siento vulnerable. Me siento inestable...


No me atrevo a alzar la vista del suelo. Estoy tan avergonzada, aturdida y humillada, que no me permito el lujo de mirar al magnate. Mucho menos ahora que me he dado cuenta de que estoy sentada en el suelo de su espaciosa oficina.

«¿Cómo demonios llegué al suelo?»

Mis ojos se cierran con fuerza una vez más y soy capaz de sentir cómo la humedad de las pestañas me moja la parte alta de los pómulos. En ese momento, la humillación y la vergüenza incrementan otro poco.

Como puedo, y haciendo acopio de la poca dignidad que me queda, me pongo de pie. Mis piernas se sienten temblorosas y débiles, pero trato de no hacerlo notar al tiempo que, sin siquiera alzar la vista de la duela que cubre el despacho, ubico mis cosas —las cuales están regadas por todo el suelo de la habitación—.

Rápidamente, me arrodillo para tomarlas, pero una mano fuerte y firme me sostiene por el codo de un movimiento suave pero firme. Mi vista viaja en ese momento a la figura que, poco a poco, se acuclilla a mi lado, y mi corazón se salta un latido cuando, sin siquiera dedicarme una mirada, Gael comienza a recoger mis cosas del suelo.

Un centenar de emociones intensas, dolorosas y abrumadoras colisionan en mi interior y de pronto no puedo hacer nada más que mirarlo. No puedo hacer otra cosa más que admirar la línea dura que dibuja su mandíbula apretada mientras introduce todas mis pertenencias en el bolso que traje conmigo.

Se pone de pie.

Yo, sin saber muy bien qué hacer, lo imito. Esta vez, no me molesto en fingir que no me siento afectada por sus acciones. Me permito mostrarme tan sorprendida y aturdida como me es posible porque es así como me siento ahora mismo.

—Gracias —digo, con la voz temblorosa e inestable, al tiempo que estiro mi mano para alcanzar el bolso que Gael sostiene.

No me permite tomarlo.

—Siéntate. Voy a traerte un vaso con agua antes de que te vayas —dice, al tiempo que me dedica una mirada dura, pero preocupada.

Mi corazón se estruja una vez más.

—Realmente me gustaría irme ya —digo, porque es cierto.

La duda surca la expresión del magnate durante unos largos instantes pero, finalmente, asiente.

—Bien —dice—. Vamos, entonces.

¿Qué?

—Voy a llevarte hasta la puerta de tu casa, Tamara.

Mi cabeza se sacude en una negativa incrédula.

—No es necesario. De verdad —digo.

Esta vez, la dureza en la mirada de Gael es tanta, que tengo que reprimir el impulso que tengo de encogerme sobre mí misma.

—No estoy preguntándote si quieres o no que te lleve —dice, con determinación—. No puedo dejar que te marches en este estado. Si no quieres esperar a que venga un médico a revisarte y ni siquiera quieres esperar a que te recuperes del todo, lo menos que puedo hacer, es llevarte hasta la puerta de tu casa.

Un nudo comienza a instalarse en mi garganta y no sé cómo sentirme. No sé si quiero pedirle que me deje en paz o agradecer la preocupación que siente por mí en este momento. Ni siquiera sé cómo mirarlo a la cara sin querer que la tierra se abra y me trague.

—Déjame llevarte hasta tu casa, Tamara —el tono dulce que utiliza me saca de balance—. Por favor...

Cierro los ojos con fuerza y desvío la mirada.

Una inspiración profunda es inhalada por mi nariz y la indecisión se apodera de mis huesos. Una parte de mí dice que dejarlo adentrarse de esta manera en mi vida no es una decisión inteligente; sin embargo, la otra no deja de susurrarme una y otra vez que lo único que Gael quiere es ayudar. Es cerciorarse de que me encuentro bien.

—Gael...

—Tamara, solo quiero asegurarme de que llegues bien. No te estoy pidiendo que me dejes llevarte a un hospital. Tampoco estoy pidiéndote explicaciones de nada. Solo déjame llevarte hasta la puerta de tu casa —pide, en voz baja y ronca—. Por el puñetero bien de mis nervios, déjame llevarte a tu casa. No voy a dormir tranquilo si no lo hago.

Trago duro.

—Por favor... —insiste, en voz tan baja, que apenas puedo escucharlo.

—De acuerdo —digo, al cabo de unos instantes.

En ese momento y sin perder un solo segundo, Gael asiente y se apresura a tomar el maletín que se encuentra colgado en el perchero de la estancia. Luego de eso, se encamina hasta donde me encuentro y, sin soltar mis pertenencias, señala en dirección a la salida de la oficina en un claro gesto de retirada.

Yo, sin esperar a que diga nada, avanzo hasta la salida.


Llegar al estacionamiento del edificio es sencillo. Localizar el auto costoso en el que se mueve el magnate lo es más. Es el único coche en este lugar que pareciera como si pudiese gastarse si lo miras demasiado. No sé mucho de autos, pero estoy casi segura de que es un BMW. Si no lo es, se parece demasiado al modelo que mi padre y Fabián estaban admirando la otra noche por internet.

Gael, sin decir nada, abre la puerta del copiloto para mí. Yo, sin pensarlo, me introduzco en el vehículo. Acto seguido, la puerta es cerrada a mi lado y la figura del magnate aparece en mi campo de visión, mientras rodea el coche para llegar a la puerta del conductor.

Cuando el hombre se sienta a mi lado, lanza su maletín y mi bolso en el asiento trasero.

—Cinturón —dice, en un tono tan demandante, que me saca de balance. Entonces, comienza a ponerse él el suyo. Yo, luego de unos instantes de absoluto aturdimiento, lo imito.

El rugido del imponente motor al encender, hace que la sombra de un recuerdo oscuro salga a la superficie, pero me las arreglo para empujarlo lejos lo mejor que puedo.

—¿Hacia dónde vamos? —Gael pregunta, al tiempo que ajusta el espejo retrovisor antes de echar el coche en reversa.

—La colonia se llama Jardines del Sur —digo, en un susurro que se me antoja tímido.

—No la conozco —dice, al tiempo que hace una mueca de disculpa.

—No importa —digo—. Yo te guío.

Gael asiente y, sin más, sale del estacionamiento subterráneo del edificio y se direcciona hacia la avenida más cercana.


El camino hasta mi casa es silencioso. El único momento en el que la quietud y el silencio son interrumpidos, es cuando le doy indicaciones sobre el camino que debe tomar.

De vez en cuando, me tomo el atrevimiento de mirarlo de reojo conduciendo y no puedo evitar preguntarme el motivo por el cual no tiene un chofer a su servicio. Me digo a mí misma que, cuando sea el tiempo y las circunstancias se den, le preguntaré al respecto. Solo así, soy capaz de enfocar mi atención en el camino que recorremos.


Nos toma alrededor de cuarenta y cinco minutos llegar al edificio departamental en el que vivo, pero no es hasta que aparca en uno de los reducidos espacios del estacionamiento, que la realización de lo que está ocurriendo cae sobre mí como balde de agua helada.

Gael Avallone está aquí, afuera de mi casa. En un lugar al que no pertenece en lo absoluto. En una zona de la ciudad que jamás habría pisado de no ser por mí, y eso, por sobre todas las cosas, me hace sentir incómoda. Avergonzada...

Si bien este lugar no entra en los estándares de lo peligroso, ni en los de bajos recursos, no puedo evitar notar cuánto desentona su coche con los del resto del mundo aquí.

Seguramente, en la zona en la que vive, es normal ver este estilo de coches rondando por todos lados; sin embargo, aquí, en una colonia de clase media baja, luce ostentoso por sobre todas las cosas. Llamativo a más no poder.

Y no se trata solo del auto. Se trata de él. Del tipo de persona que es. Gael Avallone no pertenece a lugares como este. Gael desentona en este tipo de mundo —mi mundo—, y eso me incomoda de sobre manera. Me molesta por sobre todas las cosas...

«¿Por qué te molesta tanto?...»


—¿Vives sola? —la voz ronca de Gael me saca de golpe de mis cavilaciones.

Al cabo de unos segundos, niego con la cabeza. Sigo sin atreverme a mirarlo.

—Vivo con una chica y un chico. Estudiantes también —digo, a pesar de que sé que le debo explicaciones de nada. No se siente como si se las estuviese dando de todos modos.

Por el rabillo del ojo, lo veo asentir.

—¿La zona es segura?

La confusión me invade en ese momento y no puedo evitar posar toda mi atención en él.

—Tan segura como lo puede ser cualquier colonia de la ciudad —digo. El aturdimiento y el desconcierto son palpables en mi tono.

Gael no despega la vista del edificio que se encuentra delante de nosotros, pero asiente una vez más. Me da la impresión de que está evitando mirarme.

«¿Por qué?...»

—¿No tienes coche?

—No.

No me atrevo a apostar, pero creo haberlo visto apretar los dedos alrededor del volante.

—¿Viajas desde aquí hasta mis oficinas cuando tienes nuestras reuniones?

Mi ceño se frunce en un gesto perplejo.

—A veces lo hago desde el trabajo. Otras desde la escuela y unas cuantas desde aquí —digo, sin saber a dónde quiere llegar con el interrogatorio.

Su mandíbula se aprieta.

El silencio que le sigue a mis palabras es tenso y tirante, pero ninguno de los dos hace nada por romperlo.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que, sintiéndome más incómoda que nunca, me aclare la garganta.

—Gracias por traerme —digo, en voz baja, a manera de despedida cordial.

No responde.

—Nos vemos luego —insisto, al cabo de unos segundos de silencio y, entonces, me deshago del cinturón de seguridad que me mantiene fija en el asiento. Acto seguido, tomo mi bolso del sillón trasero y abro la puerta del vehículo.

—Voy a asignarte un chofer —la voz de Gael llena mis oídos en el instante en el que pongo un pie fuera del coche y me congelo por completo.

Toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies y mi corazón hace una pirueta violenta.

¿Qué?

La mirada dura y preocupada de Gael Avallone se fija en mí en ese momento y mi estómago se estruja ante la intensidad con la que me observa.

—Voy a asignarte un chofer que te traiga a casa luego de nuestras reuniones —dice y una emoción extraña e indescriptible me calienta el pecho.

—De ninguna manera —digo tajante, pero, de alguna manera, logro sonar avergonzada y temerosa.

—No está a discusión, Tamara —dice él, pero no suena como si tratase de imponer su voluntad. Al contrario, se siente como si estuviese pidiéndome permiso para hacerlo.

—No necesito un chofer —refuto—. No quiero uno.

—Vives muy lejos.

—Tus oficinas son las que se encuentran al otro lado de la ciudad —sueno más indignada de lo que me gustaría—, pero ese no es el punto. El punto aquí, es que no me debes nada. No hay necesidad alguna de que me asignes un chofer —sacudo la cabeza—. ¡Ni siquiera somos amigos, por el amor de Dios!

—Tamara...

—No, Gael —lo interrumpo—. No te equivoques conmigo. No quiero nada que tenga que ver con tu dinero. No necesito que hagas nada por mí. No sé con qué clase de mujeres estás acostumbrado a tratar que permiten que les des todo, pero yo no soy así. El día que necesite volver a casa temprano, tomaré un Uber, un taxi o cualquier otra cosa. Agradezco las buenas intenciones, pero no me sentiré bien conmigo misma si te permito hacer esa clase de cosas por mí.

Algo salvaje se apoderada del rostro del magnate en ese momento y la emoción extraña en mi pecho ruge en respuesta.

—Me preocupo por ti, Tamara —dice y un puñado de rocas se asientan en mi estómago.

—Y lo agradezco —asiento. Trato de sonar resuelta, pero sé que no lo consigo del todo—, pero eso no quiere decir que voy a permitirte hacer esa clase de cosas por mí.

Una negativa sacude la cabeza del magnate.

—¿Por qué no puedes ser como todas las demás? —dice, pero no suena como si estuviese hablando conmigo—. ¿Por qué, en el jodido infierno, tienes que ser de esta manera?

Me encojo de hombros, en un gesto que pretende ser despreocupado.

—Tengo que irme —digo, evitando responder a sus preguntas, al cabo de unos instantes de silencio.

—¿Te veré pronto? —el tono ansioso que escucho en su voz hace que otro puñado de rocas caiga en mi estómago.

—Sí.

Él asiente.

—Estaré esperándolo con ansias —dice y, sin que pueda evitarlo, una pequeña sonrisa se desliza en mis labios.

—Yo también, Gael —admito, y mi pecho se llena de una sensación abrumadora e intensa. Sin embargo, antes de que pueda ponerme a analizarla, la empujo lejos de mi sistema.

Entonces, cierro la puerta del coche y me encamino hasta la entrada del edificio departamental en el que vivo. Una vez ahí, me detengo unos instantes solo para mirar hacia atrás y comprobar que el magnate aún no se ha marchado.

Una sonrisa eufórica amenaza con abandonarme cuando me doy cuenta de que sigue aquí, pero la contengo como puedo y, haciendo acopio de mi dignidad y mi serenidad fingida, me echo a andar escaleras arriba, en dirección al apartamento en el que vivo.

Continue Reading

You'll Also Like

116K 14.4K 36
la Soltera Samanun Anuntrakul mejor conocida como Sam, es una diseñadora de moda reconocida de todo Bangkok, una casanova incorregible con un ego po...
228K 8.7K 33
Después de una noche juntos, Marinette y Adrien se convierten en algo más que solo amigos, pero después de un corto amorío terminan su relación de un...
38.2K 6.7K 75
Artoria: Artorius, mi amado hijo, el orgullo de toda Gran Bretaña. Como Príncipe, debes heredar todo de mí. Mi trono, mis posesiones, mi lanza sagrad...
9.7K 980 48
Historia #1 de la Biología "Secretos". Destiny Maher se cataloga a ella misma como alguien insegura y deseosa de aventuras. A sabiendas de esta mal...