MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

By Itssamleon

25.6M 1.9M 949K

EN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. ... More

MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
¡Sigue leyendo!...
¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 8

548K 46.5K 14.3K
By Itssamleon



El señor Bautista me ha llamado a su oficina.

, de antemano, qué es lo que quiere tratar conmigo. perfectamente de qué quiere hablarme. que ha visto el pequeño desplegado que ha aparecido en los periódicos esta mañana y, a pesar de eso, no puedo mentalizarme. No puedo armarme de valor para llamar a su puerta y poner mi mejor cara. No puedo adentrarme en su oficina porque sé qué es lo que va a decirme si lo hago...


Esta mañana desperté con un correo electrónico de Gael Avallone. En él, solo venía escrita una palabra:

«Hecho.»

En ese momento, lo primero que hice fue teclear el nombre del magnate en mi buscador de internet.

No me sorprendió en lo absoluto darme cuenta de que todos los blogs, entradas en revistas virtuales y tirajes de revistas amarillistas donde aparecían las fotografías en las que me encuentro con el magnate, han desaparecido. Todos ellos —absolutamente todos—, han sido reemplazados por un recuadro de apenas unos centímetros de ancho y unos cuantos más de largo, en el cual se desmienten los rumores y se hace el anuncio oficial del acuerdo editorial entre Gael Avallone y Editorial Edén.

Así mismo, se habla un poco acerca de la «joven y prometedora» chica de veintiún años que ha sido elegida para escribir el proyecto y, como si eso no fuese suficiente, aparece mi nombre, la fotografía que me tomaron en la universidad para la credencial y un breve y conciso texto donde se desmiente cualquier clase de relación sentimental entre el magnate y yo.

Y así, sin necesidad de explicar nada más, mi vida volvió a la normalidad. La mañana transcurrió como si nada del escándalo previo hubiese ocurrido. Como si la semana más tortuosa de mi vida, no hubiese existido nunca. Como si las llamadas a horas tempranas, las alertas de mensajes de mi correo electrónico y los periodistas afuera de la escuela, solo hubiesen sido producto de mi imaginación.

De hecho, de no ser por la cantidad de felicitaciones que he recibido por todos lados, habría jurado que todo fue un mal sueño.

Es abrumadora la cantidad de personas desconocidas que se han acercado a mí en la escuela solo para felicitarme por el logro conseguido. Es aún más abrumadora la cantidad de comentarios desagradables que he escuchado hechos a mis espaldas; esos de personas que dicen que no tengo la capacidad de escribir un libro y que mi narrativa deja mucho que desear.

Es increíble el modo en el que cambia la manera en la que la gente te mira de la noche a la mañana. Todo aquel que me llamaba «zorra» o «interesada», no ha dejado de felicitarme por la oportunidad que me dieron, y aquellos que me defendían de la gente que me insultaba, no han dejado de decir a mis espaldas que no tengo la capacidad necesaria para llegar a donde quiero llegar.

Así, pues, mi día se ha convertido en un constante ir y venir emocional. En un constante agradecer y sonreír incómodamente.


—¿Tamara? —Gloria, la secretaria de Román Bautista, habla detrás de mí—. ¿Estás bien?

Mi cuerpo gira sobre su eje para encararla y esbozo una sonrisa tranquilizadora en su dirección. Estoy nerviosa hasta la mierda, pero siempre se me ha dado bien lucir fresca y despreocupada en mis peores momentos.

—Sí —digo, pero ni siquiera yo misma puedo comprarme la débil afirmación.

—¿Estás segura? —suena entretenida, y mi sonrisa se ensancha.

—No —admito y suelto una pequeña risa nerviosa—. El señor Bautista va a matarme.

Gloria alza una ceja, al tiempo que sonríe.

—¿En qué lío te has metido ahora?

—En ninguno —dudo unos instantes—. Técnicamente.

¿Técnicamente?

Una risa nerviosa escapa de mis labios en ese momento, pero no digo nada más. Me limito a encogerme de hombros en un gesto que se me antoja inocente.

Sé que Gloria no se ha tragado en lo absoluto mi vago intento por aparentar normalidad, pero no dice nada. Se limita a sacudir la cabeza en una negativa.

—Pasa ya que tiene rato esperando por ti.

Asiento.


Mis manos empujan la puerta de la espaciosa oficina.

La imagen de su amplio escritorio y de las acojinadas sillas es lo primero que me recibe al entrar. Sin embargo, el señor Bautista no se encuentra acomodado en el espacio. Está de pie, justo junto a la ventana que da hacia la calle, con aspecto meditabundo y gesto concentrado.

Tengo que aclarar mi garganta para que se percate de mi presencia, pero, cuando posa su vista en mí, apenas si lo hace unos instantes. No me pasa desapercibido el tinte indiferente que noto en sus facciones en el proceso y es debido a esto que no hago nada por entablar una conversación casual con él.

Sé que está molesto conmigo. Sé que está decepcionado de mí por la manera en la que boté todo el proyecto de la biografía y lo entiendo a la perfección. Si yo fuese él, estaría furiosa. Si yo fuese él, hace mucho que me habría despedido.

De hecho, no puedo creer que no lo haya hecho aún. No me sorprendería en lo absoluto que estuviese a punto de hacerlo.


El hombre de cabellos entrecanos y nariz aguileña que se encuentra frente a la ventana, deja escapar un suspiro largo y cansado antes de girarse a encararme. Su expresión seria y molesta no hace más que incrementar las ganas que tengo de salir de la habitación para esconderme debajo de mi escritorio.

No dice nada. De hecho, no se mueve en lo absoluto. Se queda ahí, de pie, mirándome con gesto inescrutable y mirada desilusionada.

«Se acabó.» Digo, para mis adentros. «Estoy despedida. Estoy segura.»


El señor Bautista señala en dirección al escritorio que se encuentra al centro de la estancia y luego se encamina hasta él. Yo no me muevo de donde estoy hasta que lo veo sentarse frente a la silla principal.

Una vez más, su mirada se posa en mí.

El nudo de ansiedad que ha empezado a formarse en mi estómago se aprieta otro poco, pero me las arreglo para caminar y sentarme delante de él, en una de las sillas que se encuentran dispuestas frente al escritorio.

—Quiero que sepas que estoy muy decepcionado de ti, Tamara —mi jefe habla, sin siquiera molestarse en formalidades o en saludos innecesarios—. Quiero que sepas, también que no estoy nada conforme con la forma en la que has manejado la situación en la que te metiste. Si puedo ser sincero, de ser por mí, ahora mismo estarías despedida.

Mis manos se cierran en puños en mi regazo y la quemazón dolorosa en mi pecho —esa que es provocada por el dolor y el arrepentimiento— me escuece con violencia.

Trago duro.

Acto seguido, el señor Bautista empuja una carpeta en mi dirección. En ese momento, mi estómago cae a mis pies.

Cientos de escenarios fatalistas se instalan en mi cerebro cuando comienzo a imaginar el contenido de este y un nudo se instala en mi garganta.

«Ya está. Estás despedida. Esa es tu carta de despido.»

—El señor Avallone se comunicó conmigo ayer por la tarde —el señor Bautista continúa. Su tono de voz es neutral, pero severo al mismo tiempo—. Dijo que había hablado contigo y que habían llegado a un acuerdo de trabajo. Yo le dije que no estaba contento con la idea de que siguieras dentro del proyecto, dada tu falta de profesionalismo, claro está —me dedica una mirada dura y molesta, y un nudo comienza a formarse en mi garganta—. Él, sin embargo, dijo que no quería que nadie más escribiera su libro. Dijo que, si no lo escribías tú, que ni siquiera nos molestáramos en buscar a nadie más. Que estaba en toda la disposición de enviar a sus abogados para realizar una rescisión de contrato —hace una pausa, permitiéndome absorber el peso de sus palabras—. Así que, Tamara, el proyecto sigue siendo tuyo.

Culpa, alivio, arrepentimiento... todo se arremolina dentro de mí y colisiona con violencia, pero me las arreglo para mantener mi expresión en blanco.

—He estado pensando mucho en la situación —Román Bautista continúa y se cruza de brazos sin dejar de mirarme—. He pasado la noche entera y lo que va del día pensando en las medidas que deben ser tomadas contigo respecto a todo lo que ha ocurrido.

Trago duro una vez más, pero sigo sin refutar nada. No hay nada qué decir a mi favor en este momento, así que quedarme callada es lo mejor que puedo hacer.

—Me queda claro que esto no puede quedarse así —el hombre frente a mí sigue con su diatriba—. Hay un precio qué pagar por la falta de profesionalismo y responsabilidad. Es por eso que he seguido la sugerencia del señor Avallone y he tomado la decisión de recurrir a medidas un poco más... drásticas —en ese momento, señala la carpeta que descansa delante de mí y dice—: He decidido contactar a nuestros abogados para redactar un contrato para ti. Este contrato estipula que no podrás prescindir de la escritura de la biografía de Gael Avallone. No sin recibir una penalización monetaria. Estipula, también, que deberás realizar informes bimestrales sobre el avance de la obra y que, en seis meses a partir de la firma del contrato, deberás enviar una parte del primer borrador para revisión editorial —hace una pequeña pausa—. Dice, también, que tienes un lapso máximo de un año para concluir con la escritura en su totalidad y que, por ningún motivo, habrá prórrogas de entrega. Un año es demasiado tiempo, así que no vamos a permitirte retrasos de ninguna clase.

Mi vista se clava en la carpeta delante de mis ojos y un peso gigantesco se asienta sobre mis hombros.

—Ese de ahí es un borrador del contrato. Léelo en casa con calma y, si tienes alguna duda, no dudes en consultármelo. Tienes hasta el viernes para venir a realizar la firma. De no presentarte a hacerlo, Editorial Edén prescindirá de tus servicios como correctora —sus palabras caen sobre mí como balde de agua helada—. E, independientemente de lo estipulado en este contrato, aprovecho para informarte que estás en periodo de prueba. De este proyecto depende tu puesto dentro de la editorial. Todas las obras bajo tu revisión pasarán a manos de otros correctores para que te enfoques en la biografía al cien por ciento, así que no hay pretextos, Tamara. Demuéstrame y demuéstrate a ti misma que eres una persona responsable.

El nudo en mi garganta es intenso ahora, pero no hay lágrimas en mis ojos. Solo una inmensa y abrumadora sensación de ahogamiento.

— ¿Tienes alguna pregunta?

Niego con la cabeza, porque no puedo hablar ahora mismo. Porque, si trato de hacerlo, el señor Bautista notará las ganas tan inmensas que tengo de echarme a llorar.

—Bien —asiente—. Puedes retirarte, entonces.

Yo, sin perder un solo segundo, me pongo de pie, tomo la carpeta con el contrato y salgo de la oficina con el corazón hecho un nudo.



~*~



El sonido del teléfono que descansa sobre la cómoda de mi habitación, me hace pegar un salto en mi lugar. Una palabrota escapa de mis labios en ese momento, al tiempo que tomo la computadora portátil que se encuentra sobre mis muslos y la coloco sobre la cama para levantarme a contestar.

En mi camino a la cómoda, piso el cargador del teléfono y el dolor hace que reprima unas cuantas maldiciones mientras que, a brincos, llego al mueble de madera.

Acto seguido, tomo el teléfono, deslizo mi dedo sobre la pantalla sin mirarla realmente y coloco el aparato en mi oreja.

—¿Sí? —sueno irritada mientras hablo, pero no puedo evitarlo. La planta de mi pie aún palpita debido al daño provocado con el maldito cargador.

—Buenas noches, Tamara —la voz ronca y profunda del otro lado del teléfono hace que mi estómago se revuelva con violencia.

Mi corazón hace una pirueta extraña en ese momento y, de pronto, lo único que puedo hacer, es imaginarme al magnate sentado en la enorme silla frente a su escritorio, con el teléfono pegado a la oreja, aspecto desgarbado y una sonrisa juguetona pintada en los labios.

«¡Maldita seas! ¡Maldita seas tú y tu odiosa imaginación, Tamara Herrán!»

—Buenas noches, Gael —digo, porque es lo único que se me ocurre en estos momentos. Porque es lo único que mis jodidas neuronas —las cuales están muy ocupadas dibujando las facciones del hijo de puta al otro lado del teléfono— pueden formular.

—¿Leíste ya las notas periodísticas? —a pesar de que no soy capaz de verlo, sé que está sonriendo como idiota. El sonido divertido en su voz lo delata—. Me encargué de que lo publicasen en todos los periódicos y revistas.

—La verdad es que no he tenido tiempo —miento—. He estado muy ocupada.

—¿Haciendo qué? —la diversión incrementa en su tono—. ¿Leyendo el contrato que le sugerí al señor Bautista que redactara para ti? ¿Recabando información sobre mí para empezar de lleno con el proyecto de la biografía?

Un destello de puro coraje se detona en mi interior en ese instante y, de pronto, lo único que quiero hacer es colgarle.

—¿Solo me llamaste para regodearte en mi miseria? —sueno más enojada de lo que me gustaría—, porque si es así, debo irme ya. Tengo mejores cosas qué hacer que perder mi tiempo contigo.

Una suave risa resuena en el auricular y, muy a mí pesar, mi pecho se calienta con una emoción extraña y salvaje.

—Es una lástima enterarme que pasar el tiempo conmigo te parece un desperdicio —dice, con fingido pesar—, porque no vas a librarte de mí tan fácilmente, ¿lo sabías, Tamara?

—Sabes que podría mandarlo todo a la mierda ahora mismo, ¿verdad? —digo, al tiempo que vuelvo sobre mis pasos y me siento sobre la cama. Para este momento, el dolor de mi pie ha sido olvidado por completo—. Podría dejar tu proyecto de lado ahora que lo has desmentido todo sin darte absolutamente nada a cambio.

—Pero no lo harás.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque eres demasiado orgullosa —dice—. Sabes que rehusarte a escribir la biografía sería como dejarme ganar. Como rendirte ante mí.

—No soy orgullosa —me defiendo, pero una pequeña sonrisa ha comenzado a tirar de las comisuras de mis labios—. Lo que pasa es que me has declarado la guerra. No puedo quedarme de brazos cruzados ante tal amenaza, ¿estás de acuerdo?

Una risa ronca retumba en el auricular.

—¿Qué clase de criatura eres, Tamara Herrán? —dice, pero me da la impresión de que habla más para sí mismo que para mí.

—¿Qué es lo que quieres, Gael? —digo, ignorando por completo su pregunta—. ¿A qué has llamado?

—Te llamaba para dos cosas —dice, en un tono un poco menos juguetón que antes—, pero ahora que te tengo en la línea, se me ocurre que podría decirte unas cuantas más.

Me tiro de espaldas sobre la cama, teniendo el cuidado suficiente de no recostarme sobre mi computadora.

—Adelante —digo, con aire aburrido, aunque en realidad estoy muy entretenida—. Suéltalo todo.

—La primera, es para informarte que estoy llamándote de mi teléfono personal —dice y, en ese momento, aparto el teléfono de mi oreja solo para mirar el número en la pantalla y corroborar que es uno visible y no uno privado—. La segunda, es para hacer de tu conocimiento que este jueves tendré un viaje de negocios a Estados Unidos y no volveré hasta el próximo lunes.

—De acuerdo —digo—. Sin ningún problema puedo esperar hasta el próximo jueves para verte.

—En realidad tenía en mente otra opción.

Mis cejas se disparan al cielo.

— ¿Qué opción?

—Adelantar nuestra reunión —dice—. Tengo tiempo mañana mismo si así lo prefieres.

—Creí que eras un hombre ocupado, Gael Avallone.

—Lo soy —dice—. Pero también soy un hombre de intereses claros.

—¿Intereses claros? —me burlo, en medio de un bufido—. ¿Qué interés puede tener un hombre como tú en alguien como yo?

—No eres tú quien me interesa, Tamara —puntualiza y ruedo los ojos al cielo—. Es tu trabajo.

—Mi trabajo no va a ir a ningún lado, Gael —digo—. No le veo objeto a adelantar nuestra sesión si de todos modos podemos vernos la próxima semana. No llevo prisas. Además, agradecería muchísimo no tener que verte esta semana, ¿sabes?, tengo tanta tarea que podría hacer montañas con ella. Tener esta semana libre para terminar con mis pendientes me haría mucho bien.

El silencio del otro lado de la línea me hace saber que está sopesando mis palabras.


—De acuerdo —dice, finalmente, al cabo de un largo rato—. Lo haremos a tu modo esta vez. Nos vemos hasta el próximo jueves.

—Bien —digo y, de pronto, como caída del cielo, me viene una idea a la cabeza. De pronto, como venido desde un lugar maravilloso y alegre, me viene la mente un pensamiento que se me antoja brillante así que, antes de que lo olvide añado—: Para ese día tendré listo el contrato que quiero que firmes para mí.

Una risotada incrédula escapa de la garganta del magnate.

—No te rías —digo, pero soy yo quien está a punto de romper a carcajadas—. Estoy hablando en serio.

—No voy a firmarte una mierda, Tamara.

—Entonces yo tampoco voy a firmarte una mierda a ti.

—No es a mí a quien vas a firmarle ese contrato, Tamara.

—Es a ti a quien voy a firmárselo, porque tú se lo sugeriste a mi jefe, Gael.

—Bautista va a despedirte.

—Qué lo haga —sueno resuelta, pero solo pensar en la posibilidad de quedarme sin trabajo, me revuelve el estómago—. No es el único empleo del mundo, ¿sabes?

Otro silencio.

—¿Qué clase de contrato es el que quieres que te firme? —trata de sonar resuelto, pero el tono nervioso en su voz lo delata.

—No es nada del otro mundo, Gael —digo, con descaro, al tiempo que una sonrisa cargada de suficiencia se dibuja en mis labios—. Solo tendrás que comprometerte a contarme absolutamente todo lo que yo quiera saber sobre ti. Cada detalle —hago una pequeña pausa—. Yo también tengo condiciones para trabajar, señor Avallone —me aseguro de que las palabras «señor» y «Avallone» suenen socarronas. Burlescas por sobre todas las cosas.

—Me pides demasiado, Tamara.

—Nada que no puedas darme, Gael —digo, imitando el tono descarado con el que inició la llamada. Mi sonrisa se extiende con cada palabra que digo—. En fin. Tengo que irme. Nos vemos luego.

—Tamara... —la advertencia en su tono hace que la euforia y la victoria se alcen en mi pecho.

—Ha sido un placer hablar contigo, Gael.

—Tamara... —repite, pero lo ignoro por completo.

—Buenas noches —digo y, sin darle tiempo de hablar, finalizo la llamada.

Una sonrisa radiante, ansiosa y eufórica se apodera de mi rostro y, sin más, me incorporo, tomo mi computadora, abro un nuevo documento y tecleo «contrato» en la parte superior. Entonces, empiezo a trabajar.

Continue Reading

You'll Also Like

348 137 15
Nunca, ni en mis más locos sueños, imaginé que mi tranquila y aburrida vida se vería trastocada por la aparición de un guapo acosador que dice ser mi...
4.9K 550 20
Keita Yagami, un chico común en una sociedad donde el 80% de la población del mundo tienen dones o "koseis", pero este joven nació con un kosei pecul...
5.2M 238K 66
Primera parte de la saga BeMT. Pueden encontrar la segunda parte llamada "el inicio del final". ... en la vida aparecen personas de alguna parte que...
4.9K 421 26
La primera vez que mire bien a jungwon no le di importancia ya que lo veía como un amigo pero después vi que tenía algo que me llamo la atención pero...