Los eternos malditos ✔️ [El c...

By Marta_Cuchelo

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¡YA EN FISICO! Tras escapar de las garras de su señor, Wendy solo piensa en vengarse. Al borde de la muerte... More

¡LEM en físico!
~Presentación~
1. Derecho de pernada
2. Venganza
3. El deber de un hijo
4. Frenesí [+18]
5. Rëlsa
6. Proscrito
7. La Cuna del Saber
8. Huida
Apéndice: Tratado de Paz
9. El Vizconde Isley
10. Un pacto ineludible
11. Saikre-Ritan
12. Caprichos de vieja
13. Furia
14. La amante [+18]
15. Angustia
16. Partida
17. Los gritos que trajo el viento
18. Mathilde
19. Consecuencias
20. El Puerto Negro
21. Vokul
22. La Reina de Hielo
23. El Cazador
24. Condenado
25. La invitación
26. Trebana
27. Animal
28. Confesiones al anochecer
29. Lazos de sangre
30. Bruma ponzoñosa
31. Aliados
32. La frontera
33. La marca de Vlad y la luna llena
35. Dragosta
36. El baile de los malditos
37. El nieto
38. El muchacho bajo la lluvia
39. Todos los vampiros
40. Los tesoros perdidos
41. Mascarada (parte 1)
41. Mascarada (parte 2)
42. Manos ensangrentadas
43. A su merced [+18]
44. Lealtad (parte 1)
44. Lealtad (parte 2)
45. Travesía al Ocaso
46. El mausoleo
Epílogo. El prisionero del abismo
~Árbol genealógico y encuesta~
~Agradecimientos~
Extra. Capítulo 1 narrado por William

34. El capitán de La Brigitte

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By Marta_Cuchelo

Bruma volvió a tirar de los cordones de su corsé y Elliot resopló al verla.

—Concéntrate... —la reprendió.

Caminaban calle arriba hacia el centro de Trebana, con destino a La Corona Quebrada. El vampiro había cambiado sus ropas habituales por prendas propias de piratas; pero no se comparaba con el vestido escotado que llevaba ahora la licántropa. Sabía que era un mal necesario, pero no había dejado de quejarse desde que se lo puso.

—Lo intento, pero es complicado si no puedo respirar —protestó—. ¿Quién en su sano juicio elegiría esto por encima de unos pantalones y una camisa?

Elliot puso los ojos en blanco evitando mirar su escote cuando se lo señaló.

—Deja de aflojar los cordones. Ya está demasiado abierto, incluso para una prostituta.

—Es peor que los grilletes que me pusieron los esclavistas.

—No exageres. Todas las mujeres llevan corsés y ello no les impide respirar. He visto a alguna desmayarse en la corte... Pero creo que es para llamar la atención de posibles pretendientes.

—¡Ja! Te reto a ponerte uno de estos. Veremos si sigues pensando lo mismo.

—Ya estamos aquí—replicó al ver La Corona Quebrada emerger al final de la calle—. Por favor te lo pido, disimula.

Los farolillos iluminaban los jardines que rodeaban el palacete y creaban la ilusión de que sus paredes rojizas estaban en llamas. Incluso a distancia, podía oírse la música y el jolgorio de los piratas resonando en su interior.

—¿Preparado? —susurró Bruma.

—No nos queda otra. ¿Te echaste las gotas de cierla en los ojos? —Lo último que necesitaban es que sus iris brillaran como dos luciérnagas y la delataran.

—¿Tú qué crees?

Elliot no contestó.

Caminaron directos a las puertas del palacete. Cuando estuvieron a la vista de los guardias, Bruma se colgó de su brazo y apoyó la cabeza sobre su hombro. Intento sonreír de forma coqueta como hacía Milena, pero todo lo que vio Elliot fue la hilera de blancos dientes que podían tornarse en colmillos. Había algo salvaje en ella y era imposible ocultarlo.

Los guardias lo detuvieron en las verjas que daban al jardín.

—¿Quién va? —preguntó uno.

Por toda respuesta, Elliot se arremangó y mostró la marca de Vlad en su antebrazo derecho. El guardia que había hablado se acercó para examinarla. Durante los siguientes minutos, recorrió los trazos con detenimiento. Inquieto por su escrutinio, carraspeó:

—¿Podemos entrar de una vez? —dijo, imprimiendo a su voz la autoridad que había aprendido de su padre—. Si estáis tan borracho como para no reconocer la marca de uno de los Seis Señores Pirata, tal vez deba buscar otro sitio donde pasar la noche con esta hermosa dama.

Bruma le dio un ligero codazo y Elliot supo enseguida por qué: ningún pirata se referiría a una prostituta como "hermosa dama", mucho menos con un tono más propio de la corte que de cualquiera de los burdeles de Trebana.

Tragó saliva y llevó la mano al trasero de la licántropa para darle un azote. Los hombres soltaron una risotada y él intentó que no se le notara la culpabilidad en el rostro.

—Pasad —dijo el guardia soltando por fin su brazo.

Abrieron las verjas y recorrieron el camino que dividía los jardines hasta la puerta de La Corona Quebrada.

—Lo siento por... ya sabes —susurró.

—Ya lo creo que lo sientes —resopló Bruma—. Tienes suerte de que estuvieran más ocupados mirando mi escote que prestando atención a lo que decías. Rezumas modales de señorito por toda la piel —se burló.

Se toparon con más soldados, pero les permitieron pasar con un solo vistazo de su marca. Atravesaron el umbral y entraron a un pasillo de piedra al final del cual estaba el origen de los gritos y la música.

Sus expectativas eran encontrarse con algo similar a los burdeles de Trebana, pero frente a ellos se abría un patio interior rodeado de amplias balconadas de hasta cuatro pisos de altura. El marardiente se derramaba de los vasos al ritmo de la música rápida, animada y sugerente que resonaba por todo el palacete. No había ni un hombre o mujer solos y, en ocasiones, había más que parejas.

Esa noche, La Corona Quebrada era el burdel más lujoso y libertino de toda Trebana.

—Interesante —se limitó a decir Bruma.

—Deberíamos separarnos y buscar a alguien de la tripulación de Smirnova Hurwood que pueda llevarnos ante ella. ¿Recuerdas su bandera?

La licántropa puso los ojos en blanco.

—¡Cómo si me hubieras dejado olvidarla!

—Vale. Te veo luego.

—Elliot —dijo antes de que se alejara.

Al volverse, se sorprendió al encontrar su rostro cerca del suyo.

—¿Qué?

—Deja esa cara de amargado, recuerda no llamar la atención —susurró en su oído—. Tómate unos tragos de marardiente y empieza preguntando a alguna chica.

Acto seguido se apartó de él y se sumergió de lleno en la fiesta.

Aturdido, Elliot se hizo con una pinta de marardiente y fingió beber; era mejor mantenerse sobrio.

Caminó alrededor del patio y subió al primer piso de balconadas. Desde allí pudo ver a casi todos piratas, aunque sus marcas eran más difíciles de atisbar. Tras varios minutos intentándolo desde las alturas, admitió para sí que no le quedaba más remedio que seguir el ejemplo de Bruma y mezclarse con la multitud.

No había puesto ni un pie en el primer escalón cuando unas manos lo agarraron desde atrás y tiraron de él. Elliot se revolvió con todas sus fuerzas, pero no pudo hacer nada contra los vampiros que lo aprisionaban.

—¡Soltadme!

Intentó desenvainar a Radomis, pero se lo impidieron atándole las muñecas antes de desarmarlo.

—¡Soy miembro de la flota de Vlad Sinsangre! —exclamó, pero solo sirvió para llamar la atención de quienes se encontraban en el patio, entre ellos, Bruma.

La licántropa lo miraba estupefacta, pero pronto su expresión se tornó iracunda. Vio que hacía ademán de subir para ayudarlo y negó con la cabeza; lo último que necesitaban era que los arrestaran a ambos.

Lo arrastraron hasta el piso más alto del palacete y tomaron uno de los corredores que llevaban al ala norte. Allí había numerosos guardias y ni rastro de la fiesta que tenía lugar abajo.

Lo empujaron a una amplia sala en penumbra sin ventanas, eso le dio una idea de la naturaleza de su captor. Sus sospechas fueron confirmadas cuando, por encima del olor a incienso que nublaba la estancia, percibió la fragancia de la sangre.

Lo condujeron hasta el final y lo obligaron a arrodillarse frente a unos escalones. En lo alto había un diván y, sobre él, un hombre repantigado. Su rostro era joven, pero con los vampiros nunca se sabía.

—¿Quién eres? —Su voz no era áspera ni gutural, sino melodiosa y grandilocuente, como si disfrutara oyéndose hablar.

—Soy Elliot, miembro de la flota de Vlad Sinsangre —contestó con la voz firme y decidida.

De la oscuridad emergió una risa y el hombre se inclinó hacia delante. Su rostro quedó expuesto a la luz de las velas y su pelo negro creó la ilusión de que flotaba entre las sombras.

—No te creo porque yo soy Vlad Sinsangre y solo le otorgo mi marca a mis capitanes. El resto de mi tripulación lleva una variante de menor nivel, pero tú no eres ni lo uno ni lo otro.

Una amplia colección de maldiciones acudieron a su mente, pero se mordió la lengua a tiempo. No había nada inteligente que pudiera decir para salir airoso.

—El guardia que te dejó entrar me asegura que es auténtica. Pero no lo creo posible... —Vlad se puso en pie y bajó los escalones hasta detenerse frente a él—. Sin embargo, cuando me lo dijo, ordené que te trajeran ante mí. Quiero verla con mis propios ojos, ¿puedo? —preguntó extendiendo una mano hacia él.

—Estoy atado, mi señor.

Vlad chistó y les hizo una señal a los guardias que lo liberaron de inmediato. Elliot se frotó las muñecas adoloridas, pero se apresuró a extender el brazo derecho cuando lo oyó carraspear. El señor pirata lo tomó con fuerza y le subió la manga. Examinó la marca con el ceño fruncido; cuanto más miraba, más ira concentraban sus ojos hasta que un gruñido escapó de su boca.

—¡Todos fuera! —ordenó.

El salón se llenó de pasos apresurados y miradas esquivas. Cuando los soldados se marcharon, el eco de sus pisadas tardó unos segundos en extinguirse.

—¿Quién eres? Y esta vez responde con la verdad —dijo mientras cercaba su cuello con los dedos.

—Elliot... Smith, mi señor —respondió con dificultad—. No soy nadie. No tengo posesiones más allá de lo que llevo encima.

—Mientes, o no tendrías mi marca. ¿Quién te la hizo?

—Un vampiro llamado William.

Creyó que revelar su nombre de pila sería inofensivo y Vlad no sabría a quién se refería, pero cuando la ira iluminó sus ojos oscuros, supo que estaba equivocado.

Las manos se cerraron con más fuerza alrededor de su cuello antes de soltarlo de golpe. Elliot tosió y boqueó en busca de aire.

—William... —siseó el señor pirata dando pasos nerviosos por la sala—. ¿Planea regresar?

—¿Regresar? —susurró Elliot, aún con la garganta adolorida.

—Sí, volver para tomar lo que es mío —dijo con los ojos muy abiertos—. Lo que un día fue suyo.

Antes de marcharse de Isley, Elliot sospechó que William fue alguien importante en Vasilia, suficiente como para tener una nikté; también sabía que había pasado cuatro décadas suplantando al vizconde... ¿Ahora resultaba que hace tiempo controló La Mandíbula? Fuera a donde fuera, siempre ocupaba posiciones de poder.

—¿Y bien, Smith? —insistió Vlad impaciente al ver que no contestaba.

A decir verdad, Elliot no tenía ni la más remota idea de lo que William pretendía hacer con su eternidad, pero no le pareció que tuviera intenciones de viajar a La Mandíbula y mucho menos se lo imaginaba trayendo a Wendolyn a semejante lugar.

—No —contestó y esperó no encontrárselo jamás en las calles de Trebana o sufriría la ira de Vlad Sinsangre.

—No, ¿eh? —dijo el pirata con una sonrisa torcida—. Entonces, ¿por qué te ha mandado a ti aquí?

—No me ha mandado, mi señor. Yo quería viajar a La Mandíbula y él me proporcionó los medios.

—¿Y cómo alguien que no es nadie consiguió su ayuda? —preguntó con la sospecha impregnando las palabras.

—Alguien a quien él aprecia le pidió que me ayudara.

—¡Maldición! No es como si pudiera matarte, ¿verdad? —siseó Vlad—. Nadie, y menos yo, querría provocar la ira de William —dijo entre dientes.

Subió las escaleras y volvió a sentarse en el diván. Esta vez mantuvo una postura tensa y las sombras le otorgaban a su rostro una expresión inquietante cuando lo miró.

—No tengo sitio en mi tripulación para un niñato como tú, pero tampoco puedo dejar que vayas por ahí extendiendo falsos rumores... ¿Qué debería hacer, Elliot Smith?

Antes de poder contestar, las puertas se abrieron y por ellas entró una mujer alta con pasos firmes y rostro altivo. Si Elliot no gozara de una excelente visión, habría creído que era un hombre, pues vestía pantalones, botas altas y una casaca que ocultaba sus curvas. Su melena castaña y revuelta por la brisa costera se arremolinaba alrededor de su rostro de facciones angulares.

—¿Qué haces aquí? —siseó Vlad Sinsangre.

Ella ni siquiera parpadeó cuando la miró con ojos iracundos. Tenía mérito pues Elliot no tardó en percatarse de que era humana.

—Vi a tus guardias llevarse a este apuesto joven y sentía curiosidad. Pensaba que tal vez hubieran cambiado tus gustos...

—Mis gustos siguen siendo los mismos. Vuelve a la fiesta.

—En ese caso, ¿me lo das? —dijo con voz dulce—. Te oí decir que no tienes sitio para él en tu tripulación, pero yo sí puedo darle utilidad —añadió mirando a Elliot de arriba a abajo.

—No es un esclavo que puedas comprar... —siseó Vlad.

—No pretendo comprarlo, eres tú el que tiene una deuda conmigo —dijo divertida—. Si lo dejas libre y permites que se una a mi tripulación, la doy por saldada.

La mirada de Elliot iba de uno a otro mientras tenía lugar el combate verbal. Se sentía como una damisela que ambos se estuvieran disputando, pero lo mejor era dejar a un lado su orgullo y cerrar la boca.

—¿Para qué lo quieres? No es nadie.

—Yo también fui nadie una vez —le recordó ella.

Vlad pasó la mirada en el joven y soltó un gruñido bajo.

—Es tuyo, pero...

—¿Pero? —preguntó ella.

Sin embargo, Vlad no la miraba a ella cuando dijo:

—Si te atreves siquiera a mencionar a ya sabes quién, te mataré.

Elliot tragó saliva y se inclinó ante él.

—Ya he olvidado su nombre, mi señor.

—Más te vale... Puedes llevártelo —le dijo a la mujer.

La pirata dio media vuelta y salió del salón seguida por Elliot. Cuando se cruzaron con los guardias, reclamó sus pertenencias y respiró tranquilo cuando Radomis volvió a colgar de su cinto.

—Disculpad —dijo poniéndose a la altura de la mujer—. ¿Quién sois?

—Nova Hurwood, capitana de La Viuda —contestó sin dejar de caminar—. Me dijeron que me buscarías.

Elliot se detuvo en seco.

—¿Smirnova Hurwood? —exclamó—. ¿Una de los Seis Señores Piratas?

Ella se volvió a mirarlo con una ceja enarcada.

—¿Acaso crees que cualquiera podría hablarle así a Vlad y vivir para contarlo?

—Supongo que no.

—Estás muy verde. Sígueme.

Lo condujo hasta otra ala del palacete y se detuvo frente a una puerta de madera.

—Entra —le ordenó.

Cruzaron el umbral hasta un salón repleto de mullidos divanes, cortinas de terciopelo, alfombras vasilianas y un pequeño festín en una mesa junto a la chimenea. Pero lo que le hizo frenar en seco fue descubrir que no estaban solos.

Había una decena de guardias y, retenida por ellos, estaba Bruma. Su rostro aún era humano pero Elliot vio un brillo salvaje en su mirada y supo que no tardaría en liberar a la bestia. Por fortuna, el brillo se apagó al verlo.

—Podéis soltarla —dijo Nova a los soldados—. Mi tripulación la detuvo cuando intentó seguirte. Antes de eso, había estado haciendo preguntas... curiosas.

Bruma se reunió con Elliot y este comprobó de un vistazo que no estuviera herida. No le sorprendió verla ilesa, a fin de cuentas, era una licántropa.

—Comed algo y sentaos para que hablemos —dijo señalando la mesa repleta de víveres.

Elliot tenía la garganta seca pero el estómago cerrado. Se limitó a coger una copa llena de vino y siguió a Bruma que fue directa a sentarse en un diván frente a la capitana. Le dio un par de tragos y, aunque no sació su sed, le ayudó a hablar:

—¿Por qué estamos aquí?

Nova enarcó una ceja.

—¿Acaso no queréis uniros a mi tripulación? —dijo fingiendo sorpresa.

Elliot y Bruma intercambiaron una mirada llena de sospecha.

—¿Cómo lo sabéis? —dijo el vampiro.

La capitana resopló.

—Dejémonos de preguntas estúpidas. Sé por qué estáis aquí y qué os ha llevado a buscarme.

—Entonces, ¿conocéis a Gabriela?

—¿Qué acabo de decir sobre preguntas estúpidas? Obviamente, ella es quien me ha dicho que vendríais a buscarme.

—¿Trabajas para ella? —siseó Elliot.

—Yo no trabajo para nadie y mucho menos para una sierva. Lo que yo tengo es una alianza mutuamente beneficiosa con su ama. Por el motivo que sea, mi socia os considera necesarios para nuestros planes. Ella no se encuentra en Trebana por lo que Gabriela se ha encargado de traeros frente a mí.

—¿En qué consisten esos planes? —intervino Bruma por primera vez.

—La obtención de poder, por supuesto, ¿qué otra cosa podríamos querer?

—¿Y por qué habríamos de aceptar? —intervino Elliot—. Nosotros no buscamos lo mismo.

La capitana Hurwood les dirigió una sonrisa condescendiente.

—Si no estoy mal informada, Gabriela se ha encargado de daros los suficientes alicientes para uniros a nuestra empresa.

Bruma gruñó tan bajo que solo Elliot pudo oírla. Le lanzó una mirada de advertencia antes de preguntar:

—¿Y dónde está ahora?

—No en Trebana.

—¿Qué? —exclamó.

—Se marchó hace unos días y no volverá hasta dentro de una semana.

—¿Una semana? —dijo incrédulo.

—Más o menos —corroboró Nova—. Pero no te preocupes, cuando regrese se pondrá en contacto para verte. A los dos —añadió mirando a Bruma.

—¿Y qué le hace pensar que nos vamos a quedar esperando de brazos cruzados? —dijo la licántropa.

—No sé qué os ha prometido, pero Gabriela parecía bastante confiada en que no os marcharíais —dijo con una sonrisa divertida.

Elliot no podía irse y dar tumbos por toda Skhädell buscándola. Si de verdad iba a regresar en una semana, su única opción era esperar. Miró a Bruma y vio que dudaba; a fin de cuentas, ella tenía otro plan antes de que Gabriela afirmara poder darle lo que buscaba.

—¿Qué harás? —preguntó mirándola solo a ella.

La licántropa se volvió hacia él y Elliot vio que sus ojos volvían a ser dorados.

—Me quedaré.

—¡Bien! —exclamó la capitana Hurwood dando una palmada que los sobresaltó a ambos—. Como miembros de la tripulación de La Viuda, dispondréis de alojamiento en La Corona Quebrada. Mis guardias os escoltarán ahora mismo.

—Esperad —dijo Elliot cuando lo obligaron a levantarse—. ¿Y mi caballo?

Nova lo miró sorprendida.

—¿Qué caballo?

—El mío. Está en los establos de la posada donde me alojo. Es un ejemplar vasiliano magnífico y...

—No hace falta que me vendas a tu animal —lo interrumpió—. Ve a recogerlo y llévalo a las caballerizas del palacete. Allí se harán cargo de él.

—Os lo agradezco —dijo y se inclinó ante ella.

—Las gracias no me sirven de nada, Elliot de Wiktoria.

El joven se congeló sobre su asiento y Bruma lo miró estupefacta. Fue a replicar, pero la capitana lo interrumpió antes de pronunciar palabra.

—No te esfuerces en mentir, es más, no lo intentes nunca. No tolero que mi tripulación me mienta —le advirtió con una mirada peligrosa. Era sorprendente cómo una simple humana podía asustarlo—. Desconozco el uso que piensa darte Gabriela y su señora, pero apostaría la mitad de mi botín a que tiene relación con tu apellido.

—Mi apellido ya no vale nada. Si vuestra intención es usar mi influencia, sabed que la perdí el día en que Gabriela me convirtió.

—Y tú deberías saber que si no eres útil, se desharán de ti. Por mi parte espero que el día en que seas duque, recuerdes mi amabilidad.

—Un vampiro no puede ser duque de Svetlïa —replicó de inmediato.

—Nunca se sabe, los tiempos cambian... —dijo con una sonrisa—. Ahora marchaos, me estoy perdiendo la celebración.

Los aposentos no eran tan amplios como los que ocupó en Isley y no podían compararse con los que un día fueron suyos en el palacio ducal de Wirna, pero constaba de tres estancias y dos camas, mucho mejor que cualquier habitación de posada.

Bruma se sentó sobre una silla y se cruzó de brazos.

—¿Qué hacemos? —preguntó mirándolo.

—¿Qué?

—¿Cuál es el plan? —insistió frunciendo el ceño.

—Ya lo has oído: esperar a que Gabriela vuelva —dijo mientras se quitaba el cinto y depositaba a Radomis sobre una mesa.

—No puedes ser tan inocente como para pensar que podrás matarla en su terreno. Tu espada no servirá de nada contra ella —añadió señalándola.

—Sí servirá. Cuando embadurne su filo con resina de mirlakrim, será letal —dijo acariciando la hoja de acero.

La licántropa enarcó una ceja.

—¿Y de dónde vas a sacar algo tan valioso?

Elliot se volvió a mirarla.

—Ya la tengo.

Bruma silbó con admiración.

—Vaya, los nobles sí que tenéis recursos.

—¿A qué viene eso? —preguntó al notar el tono afilado de sus palabras.

—A nada, solo no esperaba que fueras hijo de un duque.

—Ya sabías que era un noble.

—Sí, pero esperaba algo como barón o vizconde a lo sumo. Estás solo por debajo del rey de Svetlïa.

—Estaba —la corrigió.

Fue a sentarse en la cama, pero ella se le adelantó.

—Yo quería la cama más cerca de la ventana...

—Te aguantas. Después de los nervios que me hiciste pasar cuando te atraparon, lo mínimo que puedes hacer es cedérmela. Se me ha acelerado tanto el pulso que he tenido a todos los vampiros siguiéndome con la mirada.

Elliot resopló, pero no replicó y Bruma se tumbó con una sonrisa satisfecha.

—Voy a darme un baño —dijo el joven.

—¿Nos han dejado agua?

—Espero que sí...

—Tendrás que pedir que la calienten.

—No hace falta. Me vendrá bien para despejarme.

—Te vas a helar.

—Da igual, los vampiros no podemos enfermar.

Bruma suspiró.

—Lo sé. Los licántropos tampoco.

Él la miró sorprendido.

—¿De verdad? Pensaba que erais más humanos que nosotros.

—Bueno, podemos, pero solo si estamos muy debilitados. Somos más resistentes que los mortales y también vivimos más tiempo, aunque no como los vampiros.

—No lo sabía.

—Los únicos que saben algo de nosotros son los enemigos que lucharon con mis antepasados hace siglos.

Cuando Bruma hablaba del pasado de los licántropos, no sabía qué contestar. No podía decirle que le apenaba su derrota; pero tampoco podía alegrarse por su exterminio, sobre todo después de lo que le contó acerca de Artiom y su muerte a manos de Drago el Sanguinario.

—Vuelvo en un rato.

Ella se limitó a asentir y Elliot se retiró al baño. Como había pensado, había un barril lleno de agua. Utilizó una parte para llenar la bañera y dejó el resto por si Bruma deseaba asearse.

Se desnudó con rapidez y su piel se erizó de frío. Aún no era invierno en La Mandíbula, pero las temperaturas habían bajado drásticamente desde que llegó.

Cuando sus pies se sumergieron en el agua helada, tuvo que darle la razón a Bruma. Sentía punzadas en la piel de lo fría que estaba. Inspiró hondo y se sumergió por completo. Tomó una pastilla de jabón y se frotó con fuerza y rapidez, aunque solo fuera para entrar en calor. Decidió no lavarse el pelo, pues tardaría una eternidad en secarse y sentía que podría congelársele la cabeza. De todas formas, sus rizos rubios no habían vuelto a ser lo que eran desde que no lo cuidaba como cuando era humano. En lugar de tirabuzones gruesos y dorados, ahora se veían encrespados y de un tono pajizo.

Terminó de asearse en menos de diez minutos y salió tiritando de la bañera. Tomó una toalla y se apresuró a secarse. Su piel helada enrojeció cuando la frotó, pero no recuperó el calor.

Todas sus prendas estaban en la posada, junto con sus escasas pertenencias. Por suerte, encontró ropa de dormir y no se vio obligado a vestir la que había usado durante el día. En Wirna, Elliot tenía un guardarropa enorme, con suficientes trajes para no repetir durante meses. Ahora apenas tenía dos recambios y ni siquiera después de tanto tiempo en el camino, había logrado acostumbrarse a la escasa higiene. Procuraba lavarse todos los días, aunque las veces que había dormido al raso con Ratza-Mûn fue imposible.

No quería pecar de superficial, pero echaba de menos su vida en palacio: saber que jamás le faltaría comida, poder darse un baño caliente todos los días, con jabones de las más exquisitas fragancias y dormir entre sábanas de seda.

Regresó al dormitorio aún con los labios azulados. Estaba seguro de que escucharía un "te lo dije" por parte de Bruma, pero se la encontró dormida, hecha un ovillo sobre la cama. Nunca la había visto dormir tan plácidamente. Sintió envidia, pues él sufría insomnio desde que dejó de ser humano y no estaba seguro de cuánto tiempo podría paliar la falta de sueño bebiendo sangre.

Caminó hasta la ventana y con dedos trémulos, abrió una rendija. El viento frío se coló de inmediato y las llamas de los candelabros titilaron hasta apagarse.

—Voy a por ti, Gabriela —susurró a la noche.

Esperaba que el viento le llevara sus palabras dondequiera que estuviera y las depositara en su oído como una suave amenaza. Susurraría lo mismo todas las noches hasta que al fin pudiera hundir a Radomis en su oscuro corazón.

¿Soy la única que piensa que Elliot y Bruma hacen una pareja divertida? Jajaja. Bruma es uno de los últimos personajes que imaginé par ala historia y sobre todo lo hice porque sentía que Elliot necesitaba un contrapunto a su personalidad y, la verdad, ambos son muy contrarios, por eso me divierto tanto escribiendo sus escenas.

Pero Bruma guarda un oscuro secreto (más aún de lo que los antiguos lectores saben). Sabremos un poco de eso en este libro, pero lo descubriremos todo en la secuela "la locura de la bestia" (os recuerdo que empezaré a subirla nada más termine LEM así que agregadla a la biblioteca para que os lleguen las notificaciones ;)

¿Alguien adivinó lo de William? Había una pista en el nombre del barco de Vlad Sinsangre (se llama La Brigitte) y en que era raro que él pudiera otorgar la marca de Vlad jeje. ¿Sabéis por qué lo llaman "Sinsangre"?

¡Nos vemos este finde!

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