Un beso bajo la lluvia

By vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... More

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FELIX
La antología de un destino

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By vhaldai

—Hola, papi.

La voz emanó de mí con una inocencia poco usual, digna de una grabación para enseñarla en los videos cómicos del programa de TV que daban los viernes por la noche. Bien sabía yo que ese tono llevaba por título «estoy en problemas», pero mi lado llego de positivismo quería creer lo contrario. Todo adolescente sabe que una llamada de sus padres, después de haberle dicho una mentira, significaba problemas.

—Floyd —contestó papá, ¿dónde estás?

—Voy a camino a casa, por el parque.

—Perfecto. —Fue tan seco que instantáneamente empecé a sudar frío. Agrandé mis ojos como si viese una película de terror, expresión que sumó a Jo en la intriga de saber qué decía—. No pares en ningún sitio, ven a casa, hay cosas serias de qué hablar.

Así como sus palabras, cortó de la nada. Nada de despedidas, nada de tener cuidado en el camino.

Tras cinco segundos de la confirmación de mi pronta muerte —porque vaya que tenía la soga en el cuello—, Felix guardó su celular, metió sus manos al bolsillo y continuó caminando.

—¿Para qué te llamaban? —quise saber siguiéndole el paso, con Joseff.

—Quieren que vaya a tu casa —se dirigió a mí—, para hablar.

—¡Ay, no! —exclamé apretando mis mejillas— ¡Estamos muertos!

Joseff fue el único que se echó a reír, tan fuerte que su risa despertó la curiosidad de algunos transeúntes que recorrían la plaza.

—Creo que sí —comentó finalmente—. ¿Necesitan ayuda con algo?

—Ayudarías si no tuvieses esa sonrisa burlona —objeté con desdén. Mis drásticos cambios de humor tenían muchos factores, uno de ellos era que la arena y el olor a mar me estaban matando.

—Lo digo en serio.

—No hay nada que puedas hacer, Jo —asumí con el peso de la derrota alojándose sobre mis hombros. De pronto, una idea de lo que pudo pasar llegó a mi cabeza como un chispazo de horror—. ¿Y si alguien nos fotografió en la playa? O... no sé. ¿Y si había un conocido de nuestros padres en la boda y nos reconoció, vio cuando montamos el espectáculo y les dijo?

—¿"Nos"? —espetó sagaz el Poste—. Yo solo dije que me oponía, tú hiciste el resto.

Tenía razón, el vómito verbal corría por mi cuenta.

—Chicos, chicos —llamó Jo agitando sus brazos—. Primero, nadie andaba por la playa; y segundo, si eso llega a ser cierto, entonces sí están fritos.

Felix resopló.

—Gracias por confirmarlo —dijo con sarcasmo—, no lo había supuesto.

—Tengamos la esperanza que nos reuniremos para otra cosa.

Quería tener esa esperanza, pero a medida que avanzaba hacia casa, todo indicaba lo contrario. La maraña de pensamientos pesimistas y posibles castigos por emitir tantas mentiras no saldría barato. Cada paso se asimilaba al proceso donde la guillotina me aguardaba. Oh sí, ya veía lo que ocurriría luego. Una reunión, sentados en la mesa, aguantando las miradas acusadoras de todos.

Ya a unos metros de casa, me detuve de golpe.

—Espera, Felix. —A varios pasos, el chico inexpresivo se detuvo viéndose tan calmado que lo envidié—. Si llegamos juntos sospecharán.

—¿Y?

—Que estaremos en más problemas.

—Tenemos la soga en el cuello, McFly. Pero si insistes...

Una sonrisa surcó mis labios sin preverlo. Jamás creí que aceptaría.

—Ve tu primero —le indiqué, señalando el camino restante—, en unos minutos llegaré yo.

Felix blanqueó los ojos accediendo. Dio media vuelta y en un par de minutos, desapareció adentrándose en mi casa, el lugar donde alguna vez residió. Ya pasados algunos minutos, decidí retomar el paso para luego golpear la puerta. El padre de Felix fue quien me abrió, cargaba a Carlotte mientras la arrullaba.

—Están en el comedor —me informó.

Asentí adentrándome a la casa. Los latidos de mi corazón resonaban dentro de mi cabeza, mis oídos se taparon. Sentí que alguien taladraba mi sien. Cutro, gato malcriado, no llegó a darme la acostumbrada bienvenida, estaba embobado, meciendo su cola de lado a lado, sentado junto a la silla donde Felix se encontraba.

—Hola —saludé a la audiencia que vio mi llegada. Mamá indicó dónde sentarme con su mano, tan seria como nunca la vi. La sangre se me heló hasta cosquillear mi nuca—. ¿Qué pasa?

Papá, a la cabeza de la mesa, espero a que estuviese sentada para hablar.

—La confianza es frágil y las mentiras ayudan para que esto así sea —comenzó diciendo—. Ayer te dimos permiso para reunirte con los chicos del club, hasta ahí no hay ningún problema. Sin embargo, llamaste más tarde a tu madre diciéndole que te quedarías en casa de las gemelas. Hoy por la mañana, ellas y dos de tus amigas vinieron a buscarte para salir a comer cuando se suponía que tú estabas con ellas.

—Puedo explicarlo...

Me calló alzando su mano. Al instante, volví a cerrar mi boca haciéndome una bolita en mi asiento.

—Aún no termino con este festín de mentiras, Floyd. Resulta que Felix —arrastré mis ojos por sobre la mesa hacia el chico sentado frente a mí, quien lucía más preocupado por el felino a su lado que el enfrentamiento de nuestros padres— le dijo a sus padres que parecía en casa de un amigo, pero cuando llamaron a su casa la madre del chico dijo que estaría en casa de Felix.

Con lo último, Felix por fin alzó la vista detonando preocupación en ella. La señora Frederick entrecerró los ojos al notar el gesto de su hijo, como si buscara, de alguna forma, entrar en su cabeza y sacarle toda la información.

—¿Qué es lo que quieren saber? —preguntó Felix con una indiferencia mal lograda.

—Resulta que de alguna u otra forma las mentiras logran salir a la luz —manifestó ella—, así también las travesuras. —La madre de Felix nos enseñó un video de YouTube, uno en el que una chica de vestido celeste salía parloteando, cual loro con cafeína, sobre la tradición en la boda y lo emotivo que la vuelve escuchar a los novios dar motivos por los que se aman. Era yo. Yo divagando para que no me corrieran la de boda. A unos metros de mí, Felix estaba de pie—. Es tendencia —añadió—. Y salió en el noticiero del mediodía.

Ponerle pausa fue un alivio para mi sistema.

—¿Por qué, además de mentirnos descaradamente, van a la boda de alguien desconocido para arruinarla? —interrogo esta vez mamá, la única que no tenía ese semblante de querer despellejarnos vivos.

Felix y yo nos miramos como cuestionándonos si era correcto explicarles los verdaderos motivos o quedar como revoltosos arruina-bodas.

—Y también expliquen por qué huelen a mar —ordenó papá, olfateando con disgusto el ambiente.

Recordé el entrenamiento previo del día anterior, en caso de que tuviese que mentirles hacia dónde iba y qué haría; pero Felix se adelantó a mis intenciones.

—Yo se lo pedí —confesó sin remordimiento—. Yo quería hacerlo y la convencí, también a los otros. Quería colarme en la boda de un desconocido y oponerme. Experimentar la adrenalina. Así que les pedí que me acompañaran a esa boda para ayudarme, pero terminaron corriéndonos.

La alarma sonó en mi cabeza, se estaba tornando muy, pero muuuuuy peligroso el camino de la explicación. Si mis padres se enteraban de que metí a una playa desnuda, no habría libertad de expresión que me salvara.

—¿Y esto? —insistió mamá, sacando de mi cabello un seco trozo de alga.

—Nos metimos a la playa —respondió Felix, el portavoz.

—¿Ustedes dos? —Su madre arrugó tanto el ceño que llegó a parecerse a su madre, la mujer que vi cuando Carlotte nació.

—Sí —respondí con la voz baja.

Agaché la cabeza ocultando la vergüenza de un encuentro con la libertad que tuvimos el día anterior, ese instante en que la existencia de los demás no bastó para dejarme en la arena, sino que impulsó a desnudarme sin pudor. Estando consciente de mi acción —que a todas luces no haría otra vez si la consecuencia se reducía a una charla paternal— solo quería volverme invisible, disipar cada una de las imágenes anteriores. Vaya curso de anatomía la que cursé.

—¿Pasaron la noche juntos? —Esa interrogante la emitió el padre de Felix, quien apareció en escena.

—Te-te-técnicamente en la misma habitación —aclaré formulando una risita llena de nervios.

—Yo quiero saber algo —se pronunció papá—. Será lo último que pregunte. ¿Qué pasa entre ustedes dos? No, quiero saber qué está pasando.

Un choque de miradas entre Felix y yo, desencadenó una turbia de colores rojizos en nuestras mejillas. Por un momento ambos nos cohibimos de nuestro encuentro en la distancia, sabiendo todo lo que hasta ahora había acontecido, sobre todo en los mismos terrenos de la casa.

—Te lo dije, ¡están saliendo! —señaló el señor Frederick a papá, con una sonrisa torcida y arrogante—. ¿Dónde está mi dinero?

—Bien, tú ganas —dijo de pronto papá, con rendición en su tono de voz.

De pronto, el ambiente tenso tuvo una fractura que permitió la llegada de un ambiente confusamente relajado. El espectáculo serio se había vuelto un escenario totalmente opuesto al anterior, donde mamá hablaba con la señora Frederick y papá sacaba billetes para entregárselo su amigo que, a duras penas, cargaba a su pequeña hija. Un signo de interrogación me fue estampado en plena cabeza. ¿Acaso no estaban enfadados hace un momento? ¿Por qué sentía como si nos hubiesen engañado?

—¿Qué está pasando? —necesité saber así borraba la vana idea de que me volvía loca. O tal vez que morí por el devastador interrogatorio.

—Eso deben saberlo ustedes mejor que nosotros —se aventuró en anunciar mamá con una sonrisa en el rostro.

Escéptica, busqué los medios para saciar mi confusión, entonces pregunté:

—¿No están molestos?

Pero Felix no permitió que la respuesta fuera dicha. En su lugar, aclaró la clase de relación que él y yo teníamos dejando a nuestros padres en silencio.

—Ella y yo no estamos saliendo —dijo, en el mismo tono y con la misma seriedad que el viejo malentendido de hace un tiempo atrás, cuando seguían viviendo con nosotros.

—Así es, solo...

—Hay que ser un tonto para fijarse en la niña inquieta y traviesa que no dejaba de hacer bromas pesadas, de mal gusto, y se destapaba riendo hasta las lágrimas con las tragedias de otros. Hay que ser un idiota al sentir aprecio por una chica testaruda con pésimos chistes, que vive tropezando al caminar; a la que siempre se le pilla el vestido y enseña sus bragas sin percatarse. Hay que ser muy estúpido para interesarte en una chica que no puede mentir sin hipar y guardarse los nervios sin desparramar palabras incoherentes. Pero sería un imbécil si negara que, a pesar de todos sus defectos, son sus virtudes lo que la hacen especial; que tiene una forma inexplicable de alegrar la existencia de otros, que es su dramático optimismo lo que destaca por sobre todas las cosas, que siempre se repone a las tragedias y que me encantaría ser algo más para ella. No una "salida" quiero ser la entrada a una aventura en su vida, así como ella lo es en la mía.

El silencio fue rotundo. ¡Esa era la declaración más osada que había escuchado en mi vida! Felix Frederick, el inexpresivo hijo del mejor amigo de papá había profesado su amor hacia mí, de una forma muy particular, ¡pero así fue!

—Eso ya es un hecho —pronuncié esculpiendo una sonrisa.

—Un momento. —Papá rompió la extraña atmósfera que se formó, así también con todos los divagues que ya formaba mi cabeza sobre mi futuro con Felix, porque vamos, mi lado soñador seguía presente y ante cualquier gesto me ilusionaba con facilidad, más con toooodo lo que él y yo atravesamos—. ¿Acaso esto es una especie de propuesta de matrimonio o algo por el estilo? —La sola idea de un matrimonio con su única hija, provocó que los celos paternales del Gran Mika McFly salieran a flote.

—Estoy diciendo que quiero tener una relación con ella —puntualizó Felix—, como pareja.

Mi respuesta fue clara.

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