Un beso bajo la lluvia

Par vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... Plus

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FELIX
La antología de un destino

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El día lunes, a primera hora de la mañana en Historia, el silencio se asimilaba al cementerio de noche; sin grillos ni crujidos extraños, claro. Se sintió como estar bajo el agua con los oídos bien tapados, sumida bajo toda esa presión que se vuelve desesperante con el transcurso de cada segundo.

Mittler nos entregó el resultado de la última prueba y la mayoría de los estudiantes tuvo una nota insuficiente. La materia que apareció en la prueba trató justamente sobre la clase en que todos decidimos marcharnos. No me sorprendí cuando alguien dijo que fue a propósito. La persona con mejor nota fue Felix, a quien Mittler felicitó por ser también el mejor promedio, sin embargo, también se mostró inconforme por marcharse de clase.

Después de un largo discurso sobre responsabilidad, Mittler nos ofreció un examen que promediaría con la nota de la prueba, así nadie reprobaría en su clase.

El problema de esto fue conseguir que Felix se animara y nos enseñara Historia. El inexpresivo chico fue perseguido durante todo el primer recreo no solo por sus admiradoras, sino también por los chicos que buscaban subir sus promedios, incluyendo al gallinero. Y a mí; el resultado de mi última prueba me dejó pensando en la idea de Martha en quemar la hoja para que nadie la viera.

Después que Felix accediera a enseñarnos, invité a todos los chicos a casa para gastar la tarde estudiando mientras mis padres no estaban.

Casi la mitad del curso regresaba conmigo a casa por el largo camino del parque donde tantas cosas ocurrieron durante el año escolar. Parecía mentira que faltara tan poco para la muerte de aquella rutina de años.

En medio de un suspiro me detuve a la espera de Felix, que iba acompañado de Joseff.

—¿Cómo lo hiciste? —le pregunté luego de que Joseff me pisara el talón izquierdo, sin querer obviamente. El chico Batman estaba demasiado distraído hablando de una nueva serie. Omití responder a su pregunta y me enfoqué en mi ferviente duda.

Felix alzó una ceja.

—¿Para?

—Tener el mejor promedio de la clase y además en Historia, ¡ni hablar de la prueba!

—No te incumbe.

—Oh —exclamó Jo con sorpresa—, ahí está de nuevo el Señor Noteincumbe.

Apreté los puños alcanzando al inexpresivo chico.

—Claro que sí. Si vas a enseñarme debo conocer tus métodos de aprendizaje, tal vez hiciste trampa o... —me acerqué confidente— usaste las estrategias de Jax.

Ambos sabíamos de muy buena fuente qué tan descarado podía llegar a ser el amigo de nuestro padre, con quien un par de veces tuvimos nuestros encuentros. «No me llamen tío, solo díganme Jax», nos decía siempre.

—No soy como Jax.

—Uhm, no sé, no sé...

—Es simple —se atrevió a decir por fin el Poste—: me basta con leer una vez las cosas para memorizarlas. Como papá.

Mis esperanzas —y al parecer también las de Jo— se destruyeron.

—¡Qué envidia! ¿Puedes recordar todo con lujo y detalles? Yo no podría, en serio siento envidia. ¿Por qué mis padres no son así? ¡Es como una clase de don!

—Creo que no es hereditaria —dijo Jo con los hombros bajos y la espalda encorvada, yo terminé aún más encorvada que él—. Pero sí una especie de superpoder. Es decir, debería entrar en esa categoría, ¿no creen?

—No es la gran cosa —pronunció Felix adelantándose a nosotros, no quería que los demás voltearan para saber qué tanto exclamábamos.

—Oh, estás siendo modesto. Tú no eres así.

—Son ruidosos.

Ya estando en casa todos nos logramos acomodar en la sala con cuaderno y lápiz en mano. Feliz estaba de pie, justo delante de fotografías mías enmarcadas que colgaban de la pared de las que más de alguno se rió. La clase con Felix y los chicos era más que divertida, las preguntas obtenían su respuesta por parte del "profesor suplente" —como fue apodado el inexpresivo Poste— y las bromas no se quedaron atrás. Sin Mittler y los compañeros indeseables todo era más relajado.

Felix resultó ser más audaz sabiendo la forma de trabajo de Mittler en las pruebas y las cosas que siempre solía preguntar; como preguntas que fuesen más redacción y compresión lectora, nada de fechas. También nos dijo que siempre dejaba pistas en la pregunta, por eso solían ser tan largas.

En cierto punto, el mismo Poste con patas se volvió en mi distracción, pero como en todas las clases de Historia, en ésta también me llamaron la atención. Como castigo tuve que responder una serie de preguntas. Luego todos fueron interrogados pues me quejé de que estaba siendo imparcial.

Al llegar al punto de ebullición en la clase improvisada, con nuestra tripa exigiendo comida, la apuesta que perdí en el cementerio volvió a resurgir.

—Si tiene hambre, yo conozco a alguien que me debe una pizza.

—Nuestra Hurón se pondrá con las pizzas —soltó Fabi tras un largo «aw» que les fue contagiado al resto del gallinero.

—¡¿Pizzas?! —Sacudí la cabeza como un bicho anduviese encima—.No, no, no. Era una, y para Felix. Y por cierto —me dirigí al inexpresivo de brazos cruzados—, no especificaste tamaño, así que planeaba comprarte una personal de queso y tomate nada más.

La multitud enloqueció. Algo debía llenar nuestros estómagos. Mi cereal no alcanzaba para todos, no había sobrado comida del almuerzo, prácticamente la despensa estaba vacía y la comida para el horroroso animal de papá no era una opción. Tuve que ser misericordiosa y ordenar una pizza familiar.

Finalmente, luego de llenar un cuarenta por ciento nuestros estómagos, acabamos la clase con satisfacción. Todos se despidieron en la entrada agradeciendo a Felix por haberlos ayudado en entender la materia de un semestre entero, también le sugirieron ser profesor. Yo apoyé esa noción, y si no fuera por esa mirada insinuante por parte de las gemelas, jamás hubiese entendido qué quería decir Felix cuando dijo que lo recogerían más tarde.

Ya sabía yo que dos chicos que se gustan, con una casa para ellos solos significa que algo ocurrirá.

Por supuesto, Felix siendo el inexpresivo de siempre no dijo mucho tras cerrar la puerta. Yo y mis nervios hicimos ese trabajo solo para llenar ese espacio incómodo que se alojó en el ambiente.

—La casa no está muy cambiada desde que se fueron.

—Así veo.

—Se siente el hueco que se mudaron.

—Era de esperarse —habló con arrogancia empezando a recorrer la sala.

—Y Cutro sigue por aquí.

—Oh. —Se detuvo.

—¿Qué se siente estar de nuevo aquí?

—A veces extraño estarlo, todavía no me acostumbro a la nueva casa. Justo cuando ya me estaba acomodando aquí tuvimos que mudarnos. Y a la cama. Y al gato.

Me eché a reír.

—Tu habitación está igual a como la dejaste antes de irte.

—Ordenada. ¿Puedo...?

—¿Verla? —concluí—. Claro.

«Siempre y cuando sea esa habitación y no el basural que está hecha la mía», pensé para mis adentros mientras subía las escaleras. Me es difícil explicar e incluso recordar cómo un tonto desafío de quién salta a la cama y cae mejor, acabó en una lucha de almohadas, y esa lucha en un encuentro lleno de sensaciones.

—Yo gano —manifesté desafiante reteniendo a Felix con las manos sobre la cama a sus costados y las piernas flexionadas—. Llevo años de entrenamiento en esta arte, puedes preguntarle al gallinero.

—¿Ah, sí? —desafío sentándose, sin importarle que yo estuviese reteniéndolo.

Como consecuencia de su acto tuve que hacerme hacia atrás viendo su desfachatez como una insolencia, hasta que me percaté de un hecho más importante: estaba sentada sobre él, con mis piernas rodeándolo y mis manos en sus hombros. Él me tomaba por la cintura.

Juntos y solos. La consecuencia de todo se redujo a un beso.

Luego, todo se volvió en un instante.

Un instante en el que todo se vuelve adictivo. Donde la mezcla de deseo y culpabilidad rozan la demencia. El momento exacto en que el mundo entero deja de existir porque eres mundo, eres fuego, tierra, aire y agua al mismo tiempo. La definición de impaciencia, el sinónimo de necesidad. El instante exacto donde te despojas del pudor y el qué dirán. Ese instante en que todo se cambia a algo más.

Me quité de la blusa quedando solo con el sujetador y mi falda. Felix se deshizo de su camisa y jersey. Nos examinamos volviendo a sentirnos ahogados de más.

Antes me sofocaba en un trago de miedo, pero ya no lo sentía porque todo resultaba como estar en paraíso; los besos, las caricias, su olor, su aliento, sus ojos admirándome. ¿Realmente tenía delante al niño que hacía años le jugaba bromas pesadas? No, ya era todo un hombre y, sin embargo, resultaba tan familiar.

Cada beso encendía mi cuerpo, cada beso llenaba mi pecho de un sentimiento extraño. Sus labios hinchados y rojos llamaban a los míos y en su encuentro los recompensaba con suaves caricias que dejaban escapar suaves jadeos, y en una fracción de segundo me encontré gimiendo ante un nuevo beso en mi cuello. Lo imité posando mis labios justo sobre el tatuaje, provocando que soltara una extraña risilla.

—Es mi punto débil —informó para luego estampar un beso en mi mejilla. Sus manos acariciaban mi piel al descubierto.

—Lo sé —pronuncié apoyando mi barbilla en su hombro. Estaba temblando, él también—. Así te hacía reír, ¿recuerdas?

—Sí. Siempre sí.

Guardé silencio, entonces, sintiendo su barbilla en mi hombro, murmuré:

—En algún momento tiene que pasar.

Sentí su barbilla clavar mi hombro con la pronunciación de cada palabra de su «ya está pasando».

—¿Y tu corazón?

Recordé ese problema que lo empezó todo.

—Mientras siga latiendo es tuyo.

Me incliné para mirarlo a los ojos, su expresión franca lo decía todo. Quise ahuyentar las lágrimas, pero me fue imposible.

—Y si deja de hacerlo el mío latirá por él —le confesé con la voz quebrándose más en cada palabra.

Sus labios formaron una curva desnivelada que acabó con un suave «bésame ya» al que no negué sus privilegios. Su mano buscó la mía, y en su encuentro enlazamos nuestros dedos mientras se dejaba caer sobre la cama. Lo examiné una vez más y mordí mi labio inferior, dudosa. Mierda. De niños nos hacían bañar juntos, pero se trataba de algo completamente diferente, con otro sentido y en otra situación. Sin dejar de temblar, llevé una mano al primer bretel y lo bajé. Después seguí con el otro. Flexioné mis manos hacia atrás para despojarme de la prenda, pero una vez más golpes en la puerta interrumpieron nuestro encuentro.

Horrorizados, volvimos a colocarnos la ropa y arreglarnos, fingir que nada estaba pasando. Bajé primero, acomodé mi cabello, abaniqué mi cara con ambas manos. Tragué saliva, carraspeé y abrí.

La señora Frederick cargaba a Carlotte en sus brazos.

—Señora Frederick —saludé con un gesto—. Tanto tiempo.

—¡Floyd!, ¿cómo estás?

Algo conmovida y nuevamente con el fuego encendido apagándose, pero perfectamente.

—No me quejo, Mittler nos tiene con la soga al cuello. ¿Y ustedes?

—Bien, bien, ganándome el premio a la Mejor Madre del Año —respondió cambiando la postura de la pequeña bebé. Me incliné para verla; seguía regordeta y roja como un tomate, igual que yo.

Alzó su vista por encima de mí, buscando a su primogénito.

—Ah, Fe-Felix está en el baño, ya viene. —Sonrió frunciendo las cejas, como si sospechara algo. Quise desfallecer en ese mismo momento—. Creo que la pizza le sentó mal.

Silencio incómodo. Floyd siendo taladrada por los ojos de la señora Frederick. Un hipo retenido.

—¿Quiere pasar? —finalmente pregunté.

—No, gracias. Y siento la tardanza. Murph no ha dejado de llamarme en un estado histérico diciendo Sharick está saliendo a escondidas con uno de sus profesores, y que Jax lo aprueba. Ese hombre...

—¿Sharick con uno de sus profesores?

Por un motivo, que logré descifrar una vez que Felix llegó a mi lado, me identifiqué con la hija de tío Jax. Felix siendo la especie de profesor suplente de Mittler también era algo... tentador.

—¿Por qué te impresionas? Eso suele ocurrir en la universidad —recriminó el chico inexpresivo actuando como si nada hubiese ocurrido en su antigua habitación. Inevitablemente me volví caliente y roja esta la nuca, abochornada por tantas cosas. De forma evidente, Felix también lo hizo. Carraspeó y avanzó sin despedirse.

—Chami, no te despediste de... ¡Qué niño! —exclamó indignada la madre de Felix—. Nos vemos luego. Saludos a Astrid.

Una vez se marcharon y la casa quedó sola para mí, subí corriendo las escaleras, entré a la antigua habitación de Felix y me estiré en la cama, reviviendo todas las nuevas sensaciones que exploré con él.   


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