Un beso bajo la lluvia

By vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... More

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La antología de un destino

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A menos días de los que pudiese querer, la graduación nos pisaba los talones. Igual que los años anteriores, los pasillos se iban colmando de rumores charlas y las posibles votaciones para las icónicas personas que se caracterizaron por sus personalidades y dotes; como El y la más habladora, La o él más deportista, El señor y la señora Bufones, El premio Amargo, entre muchos más. Las ventas de boletos ya causaban un dineral para sustentar los gastos del baile, muchos también hacían insinuaciones sobre a quién invitarían a ir. La banda que tocaría se convirtió en un misterio que a muchos tenía mordiéndose las uñas, así también a los incognitos animadores.

De entrada Jackson lucía como una ciudad caótica. Joseff describió el colegio como Gótica en manos de Bane y Felix, sacando más de su lector interior, dijo que la revolución por la que pasaban los estudiantes se asimilaba al libro de papá, Radioactivo, después de que los ciudadanos se revelaran contra el gobierno. Ambos tenían su parte de razón. De entrada te encontrabas con la tormenta de afiches con la temática del baile, la fantasía; sus decoraciones verdonas y brillosas muchas veces me embobaron. Tantas escarchas nos tenían locos.

A mi indecisión sobre tomarme un año de relajo o estudiar alguna cosa, se vio opacada ante la nueva problemática que acongojaba a todos los adolescentes solteros, tímidos y con miedo al rechazo: con quién "arrasaría" la pista en el baile de graduación.

Mis ojos enfocaban a cierta persona, pero me carcomía la mente pensando en dar el primer paso.

Una mujer hecha y derecha hoy en día toma la iniciativa sin esperar que él sea el primero en hacerlo, pero tratándose de una McFly sin agallas y que con el simple tacto ya se convertía en un tomate andante... las cosas no jugaban a mi favor. Menos si del inexpresivo Frederick se trataba. Esperar a que él decidiera ir sonaba tan irreal y absurdo que estallé a carcajadas dentro del baño cuando lo pensé.

Mas las carcajadas duraron poco; el abuelo cenaría con nosotros, lo que significaba muchos minutos de tensión.

Sentados alrededor de la mesa, el sonido de los cubiertos chocando contra los platos resaltaba menos que las miradas intensas por parte de todos los presentes. Papá se sentó a la cabeza, mamá a su izquierda y yo a su derecha. El abuelo al otro lado; por lo que él y papá eran distanciados solo por la mesa. Tía Ashley se sentó junto al abuelo, y apenas podría tragar sin toser. En un punto de la cena me pregunté si estaba enferma, sin embargo, cuando las insinuaciones pesadas —rutina de esta clase de encuentros— salieron a la luz y empezó a toser con más reiteración, todo quedó claro.

Empezó como una pregunta, quizá mal elaborada y sin doble sentido.

—¿Cómo va la empresa, papá? —preguntó mi tía y luego agarró la copa de vino para beberla sin dejar ni una gota.

—Bien. Llena de ocupaciones, como podrás notar —respondió sagaz el abuelo sin apartarle los ojos de encima al trozo de carne que pinchó con el tenedor. La examinaba como tantas veces lo hacía con todo—. Desearía tener el apoyo de mis hijos, pero desde hace mucho tiempo que la empresa, que por años forjé, no les importó.

—Nunca nos incentivaste a que lo hiciera —dijo papá sin siquiera mirarlo—. El que te hayas encerrado justificándote en el trabajo más que en nosotros fue el problema. El tuyo, no nuestro.

—Sí, ese fue mi error... Debí entender que seguían siendo niños inmaduros, crédulos y sin una pizca de interés por lo realmente importante, por lo que importaba.

—Y vaya que te importaba —continuó respondiendo papá—, hasta quisiste comprometer a Ashley para expandir tus acciones. Una grandiosa forma de incentivarnos, hacernos entender y empatizar con lo que por años forjé y tu familia.

El abuelo contraatacó primero con una mirada austera y suficiente dirigida a papá, luego colocó su mano sobre la de su hija. Tía Ashley parecía en shock, sin decir nada más que con su expresión absorta.

—Ashley no tenía problemas, y tú tampoco los tuviste pues sería con tu mejor amigo. Yo les di todo para que crecieran bien...

—Excepto amor —intervino mamá.

Y con eso el silencio volvió. Por debajo de la mesa mi pierna estaba descontrolada, acumulada del nerviosismo que me producía estar en medio de un ambiente espeso. Claramente la situación entre los adultos se dividía, y por algún motivo me sentía en la obligación de apoyar a mis padres conociendo la historia detrás de ellos y las actitudes de papá antes. Pero la otra parte entendía el porqué del abuelo, sus actitudes, su encierro, su distanciamiento. El abuelo no fue un padre para papá, pero era un abuelo para mí y su trato siempre fue lleno de amor, quizás no como el del típico abuelo amoroso que cuenta historias, sí el del abuelo preocupado.

Todo lo que pude pensar, fue que somos la consecuencia de nuestras decisiones. Éstas son las que no van formando.

Ya no era un "paso a paso", era "decisión a decisión".

—¿Y cómo va tu trabajo, hermanito?

—He estado atrasado con algunas correcciones por causa de cierta persona, pero perfectamente —respondió papá—. La editorial va marchando bien. Gracias por preguntar.

Ese «gracias» salió apretujado. Una mirada rápida fue dirigida al abuelo. Más tensión, tragos con la garganta apretada y carraspeos ajustados al ambiente. Debía alguien romper el hielo de la cena, o terminar lo más pronto posible.

La siguiente víctima fui yo.

—¿Ya pensaste en lo que hablamos en nuestro encuentro pasado?

Por primera vez papá le puso un real interés a la pregunta del abuelo, lo vi apoyar sus codos sobre la mesa esperando a que respondiera. Empecé a juguetear con lo que quedaba en mi plato temerosa de encontrarme con sus expresiones decepcionadas.

—No quiero dejar que una "carrera" defina mi futuro, tampoco quiero atarme a algo que no me gusta. Quiero tomarme el tiempo de planear bien qué quiero hacer conmigo misma, no apresurarme a los hechos porque el futuro es incierto. Sé que es bueno pensar en el futuro, tener las cosas claras y en sus posibilidades, pero prefiero vivir el presente y a través de él descubrir qué soy y para qué sirvo.

Después de eso esperé que la bomba estallara. Por suerte, todo lo que recibí fue un «tómate todo el tiempo que necesites» de papá.


Mis amigas y yo decidimos echarle un vistazo a los vestidos que usaríamos en el baile. Principalmente las gemelas y Eli eran las que estaban desesperadas diciendo que no podríamos conseguir nada lindo luego. La galería de sus celulares estaba llena de posibles modelos que se probarían y también peinados estilosos. Personalmente, ni siquiera tenía idea de qué usaría, supuse que me motivaría ese día estando con el gallinero de compras.

Entramos a una tienda especial de vestidos aquella tarde del sábado encontrándonos a más estudiantes de Jackson en la búsqueda de vestidos también, así que decidimos pasar. Fuimos a otra tienda llena de vestidos que parecían hechos para señoras y a otra donde los modelos se repetían. Después de probarnos unos cuantos vestidos que sobrepasaban nuestros presupuestos —pero que quisimos probarnos por el gusto de haber tenido algo tan caro por unos minutos—, llegamos al acuerdo de pasar a llenar nuestros estómagos con grasa excesiva.

Las cinco nos reunimos en una mesa llena de papas fritas, empanadas, hamburguesas, helados y bebidas.

—¿Por qué la comida que engorda debe saber taaan deliciosamente? —preguntó Eli admirando una papa frita llena de sal.

—No sé, esas es una de las cosas que me he preguntado toda la vida y nadie ha podido responder —contestó Fabi en medio de un suspiro prolongado.

—Hablando de "responder, ¿qué respondieron en la hoja de vocaciones? —quise saber.

—No recuerdo, ni quiero recordar. Pensar en el futuro me da escalofríos y me quita el apetito —soltó Nora sacudiendo sus manos como si temblaran—. Cada vez que me inclino por una carrera me entero que existe otra más interesante. Así no puedo.

Sherlyn, quien fue la única que pidió jugo, también era la única que tenía claro qué estudiaría. Siempre se inclinó por Derecho, y me lo confirmó hacía unos días cuando le pregunté sobre el cuestionario vocacional que nos repartieron en la clase de Orientación; ella respondió firme y claro:

—Voy a estudiar Derecho.

Y yo le pregunté:

—No prefieres estudiar Izquierdo.

Omitió responder a mi intento de chiste limitándose a darme una mirada aburrida mientras para mis adentros me decía: «cada día te superas más, Floyd».

Recordando eso me perdí en mis pensamientos hasta volver a pisar tierra, el nuevo tema de conversación parecía mucho más interesante y emotivo que mis divagues sobre la inventiva de nuestros y malos chistes que no hacían reír a nadie, solo a mamá, que reía por cortesía.

—Hay que prometer que no importa distancia, universidad, carrera que elijamos o situación, siempre vamos a permanecer en contacto —dijo Nora con los ojos vidriosos—. Llamadas, web-cam... ¡cualquier cosa!

—Si llegan a tener algún problema con la justicia aquí me tendrán —dijo Sherlyn en un tono solemne.

—¡Ay, chicas, no quiero separarme de ustedes! —chilló Eli al borde de las lágrimas.

Terminamos la comida llorisqueando como Magdalena. Debió ser una escena muy bizarra para los espectadores que se percataron de ello, pues sus expresiones eran como quien ve a un grupo de moscas alborotadas.

Volvimos a nuestra búsqueda del vestido ideal y sacamos el tema de nuestra pareja para el baile. Las gemelas irían con sus novios, Eli con un chico que no mencionó y Sherlyn dijo que invitó a Joseff, pues es el único chico decente que no tomaría la invitación como "algo más". Y yo... bueno, terminé diciéndole al gallinero que invitaría a Felix.

Así que mi lunes desastroso empezó peor que de costumbre. ¿Motivos? Necesitaba tratar con Felix, lo que significaba que mi sistema motor sería una vergüenza, incluyendo mis balbuceos y el que automáticamente me convirtiese en un tomate andante. Las cosas antes eran diferentes, yo siempre lo avergonzaba a él. Si iba a tratar de invitarlo, tomar las riendas, entonces tendría que sacar mi lado McFly.

—¿Me das una taza y a cambio tengo que ir contigo al baile?

—Esa taza es un regalo de cumpleaños, la invitación es aparte. ¿Aceptas o no?

Bien, me faltaba algo de práctica.

—¿Y la pizza?

—Eso todavía te lo debo. Además, teniendo en cuenta tu engaño, creo que ese asunto está resuelto.

Me esforcé por no ponerme como la tonta enamorada de siempre y lanzar corazones al aire cual caricatura enamorada solo por recordar su osada estrategia para que lo besara. Rayos, si seguía pensando en ello me saldría la sonrisa de boba.

El Poste se lo pensó un momento examinando la taza que le di de regalo.

—No sé si quiero ir al baile con alguien que no cumple sus apuestas.

Lancé una forzada carcajada.

—Si mal no recuerdo tú fuiste bastante deshonesto con las preguntas, Frederick.

—No sé de qué hablas. —Continuó caminando por el pasillo lleno de chicos de último año. Íbamos a la práctica de nuestra graduación. Lo alcancé sujetando sujetándolo de su brazo.

—No te hagas el loco y responde —amenacé avanzando hacia él con decisión. A pesar de ser un hobbit a su lado, resultó bastante bien mi casual forma de acorralarlo contra los casilleros.

Intentó esquivarme y respondió:

—Sabes que la respuesta es no. —Volví a sujetarlo.

—Estás jugando conmigo, ¡no puedes negarte!

—Y si me niego, ¿qué?

El juego se había invertido. Desde hace mucho, tal vez. Tenerlo acorralado entre los casilleros no era la mejor forma de invitar a salir a alguien, de hecho se veía bastante extraño. Si lo hace un chico parece tan autoritario, pero cuando lo hacía una chica —particularmente baja y sin carácter pesado— se veía como una escena cómica.

—Les diré a tus padres que...

—Creo que no estás en posición de amenazar a nadie, Hurón —argumentó dando un paso y disminuyendo la cercanía.

Por efecto yo di un paso atrás. El juego se estaba invirtiendo y yo saldría como la perdedora por perder los estribos ante su presencia. Maldije para mis adentro que la pubertad lo haya favorecido tanto, y no solo en su altura. El duelo de miradas empezó. Cuando el pasillo estaba casi vacío, comprendí que en aquel juego la delantera era mía, pues era él quien abiertamente me había expresado sus sentimientos con un claro «me gustas».

—Qué lástima —solté mirándome las uñas—, tendré que aceptar la invitación de Danilo.

(Danilo: compañero de curso, con el que se puede reír fácil y una opción buena para el baile.)

Dicha la insinuación, me volteé continuando el camino hacia el auditorio con el pecho en alto y sin mirar atrás. Ni siquiera llegué al décimo paso, mi apellido siendo pronunciando por Felix me detuvo. Me giré fingiendo inocencia, tratando de no esbozar la sonrisa de victoria.

—¿Sí?

—Iré contigo —masculló alcanzándome.

—Pensé que tardarías más en doblegar tu orgullo —comenté con sarcasmo.

—Es que vi el cursi mensaje en la taza y no pude romperte el corazón.

—¡Argh! Si estás despreciando mi taza entonces regrésala. —Blandí mis manos en dirección a la taza para arrebatarla con todas mis fuerzas, pero logró predecir mis movimientos colocándola a su espalda. No me importó en absoluto, quería la taza de regreso a como dé lugar. Busqué quitársela por la derecha, la izquierda y la derecha otra vez, sin conseguirla. Traté de hacerle cosquillas sin lograr mi cometido, entonces lo rodeé con mis brazos aprisionándolo.

—Si quieres abrazarme, solo dilo y aceptaré —sugirió; entornó sus brazos a mí alrededor y apretujándome sin dejarme escapar.

—McFly y Frederick.

Enrojecí al instante al escuchar mi apellido. Felix también enrojeció como consecuencia. El mismísimo director nos pilló a mitad del pasillo, abrazados como dos enamorados. La consecuencia de nuestro acto: un discurso en la graduación.





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