Un beso bajo la lluvia

By vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... More

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FELIX
La antología de un destino

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By vhaldai

—Ven, aquí. Siéntate.

Eli olía a vinagroso olor a vomito.

A causa de su falta de tornillo comenzó una disputa con Josh que terminó en una explosión de todo lo que comió un momento antes. El olor a cerveza venía adherido a ella como si se tratara de una promoción en el supermercado. La paranoica amante de los extraterrestres, después de la fiesta quedó divagando en uno de los sofás, agarrándose la cabeza como si fuera un empleado al que le han dicho que está despedido. Se tambaleó de un lado a otro hasta rendirse a los constantes mareos que avecinaban un vomito más que asqueroso, y cuando éste llegó no le quedó otra cosa más que lamentarse de todo.

Sherlyn y yo estábamos a su lado, como las amigas ejemplares procurando que no volviese a vomitar la alfombra, que no bebiera otra cosa que no fuera agua y dejara de lado su creencia de que en cualquier momento sus padres llegarían para castigarla por toda la eternidad.

Lo último me fue contagiado a mí. Había ido a una pijamada para ver películas, comer y hablar de consejos amorosos con las chicas, y terminé hablando con chicos reales, bebiendo de un vaso rojo y encerrándome en un baño.

«El baño», pensé.

El estómago se me revolvió.

Si no hubiera estado encerrada allí Eli probablemente habría depositado su «pócima mágica» en el váter. Pero como alguien —y cuando digo "alguien" me refiero irónicamente a la hija del señor Alguien, personaje del libro de papá— no permitiría que otra persona entrara allí porque sabía las consecuencias, prefirió hacer oídos sordos.

El hipo que emití tras la excusa de «me enfermé del estómago» fue callado por cuatro manos.

Cuatro.

—Me siento maaaaaal... —se quejó Eli agarrándose el estómago—. Es como si hubiera dado vueltas en las tasitas giratorias a la velocidad en la que anda un tren.

—No debiste comer ni beber tanto, ¿es que no sabes lo que es moderarte?

Lyn me golpeó con su mirada de desaprobación. Creo que no estaba bien reprender las locuras de una de mis amigas, al menos no cuando ella se encontraba tan deplorable.

—Mis padres me van a mataaaaaaaaaaaaaaar —volvió a decir entre sollozos—. Voy a moriiiiiiiiiiir.

—Todos lo haremos algún día —habló la adicta al celular—. ¿Por qué mejor no subes a tu cuarto?

—¡Eso! —exclamé— Descansar te hará bien, nosotros nos encargamos de aquí.

Eli, quien permaneció con sus ojos cerrados un momento, asintió con la boca abierta, resoplando como si ya cumpliera con la función de dormir. Sherlyn y yo la levantamos del sofá colocándonos a cada lado, pasamos su brazo por detrás de nuestros hombros y nos dirigimos a la escalera.

El trayecto se asimiló a subir el monte Everest. Terminamos mucho más agotadas que correr las infernales maratones que el profesor Manz obligaba hacer. Mi espalda quedó adolorida, con una clavada en el inicio del cuello que no se me quitó en días. Una vez que la cumpleañera quedó sobre su cama, cubierta en frazadas, cerramos la puerta para estirar los músculos.

Desde abajo oímos a las gemelas despedirse del último grupo que quedaba. Eran los chicos del club deportivo, los amigos de Fredd.

Esa amistad me pareció una traición, mas no podía obligar a ese par a elegir sus amistades o dejar de hablar con otros solo porque ellos y yo tuvimos un encuentro. Aunque claro, en ese grupo de chicos Wladimir ya no estaba, él no dejó ver su poco cabello por la casa.

Pretendí bostezar al percibir esa incómoda atmosfera que sentenciaba mi pronta metida de pata. Si bien quería mantener en secreto lo que realmente pasó en el baño, siempre existía alguien lo suficientemente observador como para que la verdad saliera a la luz.

—¿Qué pasó en el baño?

La miré unos tres segundos mientras en mi cerebro pequeñas Floyd corrían de lado a lado buscando qué responder.

Opté por reír con una incredulidad tan fingida como mi escepticismo.

—¿Quieres que te diga qué vomité o algo así?

—No, quiero saber por qué estabas allí adentro con Felix.

—¿En el baño?

Volví a reír de mala gana en un recuento mental.

El miedo es como la enfermedad misma, a veces no tiene cura. No sabía qué responder a lo dicho por Felix, tampoco sabía si mi consuelo serviría de algo. Él estaba asustado, yo también. Nos teníamos a los dos, en ese pórtico frío y oscuro, donde la música se escuchaba distorsionada y las voces ajenas.

Lo abracé en su soledad, usándome a mí como su consuelo. Las palabras iban a estar demás.

Sin embargo, la interrupción no tardó. Llegó como una bomba a desorbitar nuestros pensamientos, a romper todo a su paso. Eran unos chicos de segundo que se disputaban cuál era el mejor con los golpeas, una manada de simios los siguió detrás y armaron un circulo a su alrededor. Era como El club de la pelea versión estudiantes.

Me levanté bufando con disgusto para agarrar a Felix, insistirles a tirones que me acompañara a un lugar donde nuestra charla silenciosa llegara a su desenlace. Y como siempre, él aceptó.

La luz del baño fue como una luz celestial, su puerta abierta como la entrada al paraíso.

Nos encerramos a la vista de nadie y allí permanecimos.

—Hablamos sobre cosas importantes —le respondí a Sherlyn sonrojándome hasta la nuca.

En silencio bajé las escaleras captando con mi olfato el "aroma" a vinagre. Recorrí la sala desordenada rememorando cómo estaba antes que todos llegaran, luego me detuve para contemplar a las dos gemelas echadas sobre el sofá.

—¿Qué pasó con Eli? —preguntó Nora, quien lucía más consciente que Fabi.

—Se embriagó y vomitó.

Ambas hicieron una mueca de asco.

—¿Quién de ustedes limpiará la alfombra?

Fabi se hundió en el sofá renegando la responsabilidad hasta que recibió un golpe por parte de su hermana.

—¡Exijo que lo decidamos con piedra, papel o tijeras!

—No seas idiota, fuiste tú la de la idea —la culpó Nora.

—¿Yo? Fuiste tú la que lo sugirió, yo solo fui víctima de la tentación. De haber sabido que vendría prácticamente hasta Johnny Depp no los habría invitado.

Lyn se marchó de la sala hacia la cocina blanqueado los ojos con su mejor amigo entre las manos. Yo, desde mi lugar miré el baño.

El sitio estaba frío. Creo que era el único lugar de la casa relativamente limpio, exceptuando la habitación de los padres de Eli. Felix cerró la puerta a sus espaldas dejando entre ver lo pequeño que el lugar era. Se tuvo que pegar a la pared quedando de lado al lavamanos. Su perfil se reflejaba en el espejo, el mío también.

Con la luz led, su rostro se veía mucho más pálido; tenía la nariz algo roja y sus ojos también.

En ese espacio comprimido, recordé un momento de niños, en el que asistíamos al jardín. Me había caído y pelado las rodillas, me dolían demasiado, pero temía decirles a las tías porque ellas me echarían un montón de cosas a las que temía. Felix se percató de mi dolor, me agarró de la mano, siempre tan silencioso y cauteloso, entonces nos encerró en el baño.

Todavía recuerdo las tiritas que sacó del bolsillo de su pantalón y me colocó como todo un profesional.

La situación se repetía, de una forma mucho más dolorosa.

—¿Crees que soy cobarde?

La pregunta que emitió me dejó marchando puntos suspensivos en el aire.

Negué con la cabeza pasando mi dedo por el rabillo de mi ojo. Deseé que hubiese pasado eso, aunque claramente así no era.

—Creo que eres demasiado bueno al no querer lastimar a nadie —confesé—. Pero Felix, es imposible no hacerlo. No puedes cerrarte en tu mundo con el miedo de lo que ocurrirá después. Suena muy... —la barbilla me tembló— ah, no tengo palabras para describirlo. Entiendo tu punto, de verdad. Créeme cuando te digo que después de la muerte sí hay vida en esta Tierra... La existencia, las enseñanzas, el amor que entregas, los recuerdos... siempre estarás en el pensamiento de alguien, como lo estás ahora. —Las lágrimas me volvieron a caer—. Está bien tener miedo, yo también lo tengo, pero no te encierres, ¿sí?

—Se oye tan simple...

—El grado de dificultad lo pones tú mismo.

Pasó su mano por mis mejillas secando todo rastro de lágrimas con una delicadeza que se asimilaba a una caricia.

—No llores más.

—N-no estoy llorando...

Lo estaba, no admitirlo era parte de mi orgullo.

—Difiero de eso —manifestó. Alargó su brazo por mi lado hasta el rollo con papel higiénico; enrolló un poco en su mano y me lo entregó—. Ten.

Respiré entrecortadamente admirando su pequeño gesto en mis manos. Acaricié el papel como si se tratase de un pañuelo con su nombre bordado y me lo estaba obsequiado para el recuerdo.

—Todo lo que me entregues y todo lo que tengas que entregar lo guardaré —declaré subiendo mi vista para un encuentro con sus ojos marrones—. Lo prometo. Solo... no te encierres, no te contengas. Por favor.

Una sonrisa diminuta surcó sus labios.

—Intentaré no hacerlo.

—No basta con intentarlo, Chami.

Mi reprendida no pareció sentarle bien pues hizo una más de sus tan familiares muecas de disgusto.

—Eres demasiado exigente.

Una vez que limpié mi nariz tiré el papel al suelo.

—Ser conformista también es malo —dije dando un paso hacia el lavamanos—. Desde ya deberías comenzar a practicar tu sonrisa. —A través del espejo la expresión impaciencia se notó. —A ver...

Le lancé agua con mis dedos a lo que reaccionó ocultando su rostro entre sus manos, pero esbozando esa sonrisa que pocos disfrutaban de ver. Me di por satisfecha y lo demostré con un gesto con mis manos.

No obstante, ese instante liviano no tardó en tensarse como un elástico en su punto mayor.

—Entonces sí te gusto. —Esa fue la cachetada del elástico. Lo miré con horror, ese tema pensé que había quedado en el olvido con sus palabras—. No me mires así.

—¡¿Si lo dices así cómo quieres que te mire...?! —exclamé­— ¡Cielos!

Golpeé mis mejillas como una forma de disimular el estallido carmesí en las que se teñían. El calor abrumador empezó a afectarme los pensamientos, más al sentir las manos de Felix en mis muñecas para detener mi incoherente acción de ocultarme tras mis brazos, gesto inconscientemente. Abrí mis ojos de golpe, no me percaté en el momento que los cerré.

Ahora era yo la asustada.

Sentí tantos nervios porque ya me hacía una idea de qué pasaría. En realidad, después de tanto tiempo, después de dos besos robados y pequeñas demostraciones, nunca ansié un beso con Felix. Mi atracción hacia él era diferente, no como mis anteriores romances.

Era extraño en su totalidad: un sentimiento diminuto que se volvía enorme. Ganas de explorar cada parte de sus labios.

Quizás porque frente a frente ambos quedábamos en los parámetros de la inexperiencia.

De manera sincronizada cerramos nuestros ojos. Lento y tomando todo el tiempo de mundo, nuestro tiempo y espacio. Nuestro guía siendo el choque de nuestras respiraciones.

No pensé demasiado en el sitio, menos en las circunstancias en la que estábamos. Por algún motivo la importancia anexa al mundo que creamos en ese efímero instante de necesidad me pareció nula. Quería disfrutar el momento.

Bajé mis manos acariciando con timidez la mano de Felix y luego, de manera torpe, entrelazamos nuestros dedos. Nuestros cuerpos se acercaron más y más.

Algo vibró en mi interior cuando nuestros labios por fin se encontraron. Fue similar a un saludo de dos desconocidos, luego esos dos desconocidos comienzan a hablar entre sí, se van conociendo el uno al otro lentamente, disfrutando de cada segundo juntos hasta que su encuentro se vuelve familiar, rutinario y confianzudo.

Así sucedió por minutos que no deseé contar.

Hay un punto donde la atracción se rompe en el deseo, la ansiedad se convierte imperativa. El estar juntos, unidos en un intercambio de besos que me hacían sentir a gusto, llevó a una necesidad de encontrarnos, dar un paso más allá.

Felix, que se limitaba a tomarme por los hombros cada vez que mi torpeza salía a la luz, dejó mis manos para aventurarlas por mi cintura, apegarme a su cuerpo. Mis manos también buscaron tenerlo más cerca, buscaban un poco más del aroma tan peculiar que lo caracterizaba.

Jamás me pasó con otro. Siempre temí querer más allá, pero con Felix la situación cambiaba.

Me estaba volviendo loca, y no me importaba en absoluto.

Hicimos una pausa; alguien intentó abrir la puerta desde el otro lado.

Perpleja, observé al inexpresivo chico con sus labios rojos, hinchados y manchados en mi lápiz labial rosa. Su nuevo peinado de chico correcto estaba alborotado, ¿en qué momento agarré su cabello? No lo recordaba. Tranquilizamos nuestras respiraciones permaneciendo en silencio.

—¿Hay alguien allí dentro?

Era Sherlyn.

Felix me hizo un gesto para que no dijera nada.

—Soy yo... —hablé— eh, me duele el estómago.

Antes de hipar, cubrí mi boca y Felix hizo lo mismo. Quise estallar en risas por su rostro asustado. Vamos, que nadie tuvo la dicha de conocer a un ser inexpresivo con los ojos tan abiertos que prácticamente se salían de sus cuencas.

—¿Está muy feo? ¿Quieres algo?

Bajamos las manos.

—No..., estaré bien, solo... solo déjame aquí un rato más.

Un «hip» se me escapó.

—Está bien.

Creo que ese fue el instante en que me delaté.


Felicidades @Stanley_Gonzalez te ganaste una dedicatoria (ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚ 



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